Ni 20 ni 30$ : los dos dólares inviables

El gobierno está metido en un laberinto sin salida de factura propia 

 

Nuevamente un gobierno neoliberal en Argentina parece enfrentar un dilema irresoluble en el que él mismo se coloca. Es lo que está ocurriendo con el sector externo de la economía argentina, y con el valor del dólar.

El año 2017 terminó con una balanza comercial negativa de 8.500 millones de dólares, egresos de divisas por turismo superiores a los 10.000 millones y más de 22.000 millones de dólares vendidos para “atesoramiento” a particulares, además de los pagos de intereses de deuda externa. Nuevamente, como en las experiencias de Martínez de Hoz y de Cavallo, salen dólares de la economía por todos lados. Y los gobiernos neoliberales los reponen de una forma fácil y peligrosa: pedir prestados nuevos dólares para reponer los que van saliendo.

Para el año 2018, que arranca con un dólar en 20$, se espera una balanza comercial aún más negativa, una continuidad y expansión del auge del turismo externo —combinado con todo tipo de compras en el exterior—, pagos de intereses de deuda pública por 21.000 millones y, en la medida que se estabilice en torno a los 20$, la percepción de que seguirá barato (más aún si la inflación prevista ya supera el 20% anual) y por lo tanto conviene atesorarlo. Es decir que 2018 presenta nuevamente, y en forma aumentada en relación al año pasado, el panorama de un “colador” cambiario: de la Argentina salen dólares por innumerables agujeros, varios de ellos creados por el actual gobierno.

 

El dólar feliz y la tormenta económica

Para el gobierno, mantener el dólar a 20$ (tomemos este número como un símbolo de un valor “barato”) tiene un conjunto de ventajas políticas: abarata el precio de insumos importados y bienes locales exportables (lo que sostiene a un salario real más alto que con un dólar devaluado), promueve festivales de consumo importado y turismo que a la clase media y alta las satisfacen. Actúa como freno a la inflación promovida por otras áreas del gobierno y da una sensación de bonanza para una parte de la población.

Pero también genera beneficios económicos concretos para la coalición gubernamental de poder: aumenta el monto de las utilidades en dólares de las multinacionales; abarata los dólares para fugar de la economía de todos los agentes económicos deseosos de hacerlo; incrementa el rendimiento en dólares de las colocaciones financieras en pesos; incrementa el valor en dólares de los activos empresariales en el país (y de la tasa esperada de retorno en esa moneda, lo cual haría más atractiva la inversión mercado-internista en Argentina); baja —pour la galerie— la relación entre deuda externa y PBI (ya que “infla” el PBI en dólares). Se presenta así al “mundo” (los inversores internacionales), un país más grande en términos económicos, con mayor capacidad de consumo, con un PBI per cápita más alto y con un endeudamiento externo relativamente bajo.

Como resultados inevitables del “dólar a 20$” aparecen la paulatina demolición de la industria nacional (y su secuencia de generación creciente de desempleo), la crisis de las economías regionales y de los pequeños productores agropecuarios que sufren la invasión de producción importada y/o un tipo de cambio que les recorta rentabilidad, y como amenazante telón de fondo, un crecimiento acelerado de deuda externa, en cabeza del Estado nacional, pero también provincial, municipal y privada. En vez de mostrar una expansión decreciente, la deuda muestra una orientación explosiva: no hay convergencia alguna hacia un equilibrio sustentable del sector externo. Están todos los saldos comerciales y financieros en rojo... y creciendo.

Vale la pena recordar que la “comunidad financiera internacional” mira con atención esos números, y cuando el fenómeno de un alto desequilibrio de la balanza de pagos se reitera durante unos años con tendencia a incrementarse, las reacciones son como en el sudeste asiático en 1997: Tailandia, Indonesia, Malasia y otras economías “emergentes” cayeron como castillos de naipes cuando los volátiles capitales de corto plazo decidieron abandonar en masa a esas economías, dado que percibieron el riesgo de no poder convertir las ganancias financieras obtenidas localmente a dólares a un tipo de cambio conveniente.

Todo analista económico mínimamente serio sabe que el rumbo en el que se encuentra la economía argentina con el actual tipo de cambio no es sostenible y lleva a una crisis del sector externo. Por supuesto hay debates válidos en cuanto a la inminencia de la situación, que depende de variados factores, locales y externos.

Pero lo cierto es que con la actual filosofía económica, cuya piedra basal es la renuncia a la regulación de los flujos que conectan a nuestro país con el mercado mundial, el actual tipo de cambio es garantía de crisis. Al mismo tiempo, desde el punto de vista político-social —y en tanto el desempleo no se vuelva intolerable—, este esquema de dólar a 20$ tiene capacidad anestésica, es decir, es capaz de atenuar la percepción de daños que ya se están produciendo y por lo tanto de mantener a una parte importante de la población satisfecha con el gobierno de Cambiemos.

 

El duro dólar a 30$ y el vendaval social

Tomaremos nuevamente una cifra simbólica para ejemplificar un cambio de política cambiaria.

Supongamos que ante la evidencia de estar en un curso de colisión, y utilizando algún mecanismo de política monetaria, el gobierno macrista empuja al dólar a un nuevo nivel de 30$.

No hay duda que sería el remedio rápido para varias cuestiones que hoy son una amenaza para la economía: el encarecimiento de las importaciones llevaría a una brusca disminución del ingreso de bienes sustituibles localmente y se frenaría la invasión de productos competitivos de las economías regionales, con lo cual el comercio de bienes probablemente dejaría de ser deficitario. Se restringirían las erogaciones por turismo externo y se cortaría el atesoramiento precautorio de dólares, anticipando un tipo de cambio más alto. Caerían las utilidades remitidas por las multinacionales al exterior. Se neutralizaría el rojo en la balanza de bienes y servicios y quedaría solamente como causa de salida fuerte de divisas el pago de intereses de deuda externa; pero, por el mismo reequilibramiento de la balanza de pagos, no se necesitaría tener que tomar deuda a la velocidad que se lo hace actualmente.

Vale la pena recordar que el déficit “fiscal” es la excusa para tomar prestados tantos dólares en el exterior. Sólo una clase dominante tradicionalmente evasora puede inventar el seudo argumento económico que para cubrir los ingresos que el fisco no tiene —porque a ella le disgusta pagar impuestos— hay que endeudar al país. Un gobierno que no esté subordinado a las finanzas internacionales, que estimulan el endeudamiento, ni sea tributario de la hegemonía ideológica de la burguesía evasora, resolvería el problema fiscal utilizando un inteligente diseño impositivo y aplicando buenos instrumentos recaudatorios.

Pero, ¿qué pasaría si se cerrara de la noche a la mañana el déficit fiscal y el gobierno no trajera un solo dólar prestado del exterior? ¿Quién proveería a la economía argentina de la cantidad de dólares que se están usando actualmente para distintos fines: atesoramiento, turismo, importaciones, intereses? ¿Quién cubriría el enorme desequilibrio actual entre ingresos y egresos de dólares del país? La respuesta es evidente: nadie.

No hay nadie en la economía argentina actual que esté en condiciones de suministrar los dólares que hoy inyecta el Estado para que se gaste como se gasta (o que se despilfarre como se despilfarra) y que al mismo tiempo el nivel de la divisa se mantenga en 20$.

Desde la perspectiva de volver más competitiva a la economía y equilibrar sus intercambios con el resto del mundo, el “dólar a 30$” sería una respuesta brutal pero sensata.

El problema sería social y político: un dólar a 30$ empujaría hacia abajo el salario real, vía ola de incrementos de los precios mucho más allá que los salarios nominales, extendiendo ampliamente la franja de pobreza. (Aunque frenando, quizás, la tendencia al desempleo.) Contraería el mercado interno, así como encarecería la compra de dólares. Los comerciantes, profesionales y monotributistas sentirían fuertemente el impacto de la contracción económica. Las propiedades se revaluarían hacia abajo. En la mirada internacional la Argentina se “achicaría” y perdería relevancia como mercado. La actividad interna estaría más protegida, pero sería golpeada por una fuerte caída de la demanda, constituida centralmente por los ingresos —menguados— de los asalariados. La malaria se extendería por las amplias capas medias, que verían erosionadas sus capacidades de ahorro (en dólares) y su acceso al consumo (actual) y eventualmente sus propias fuentes de ingresos.

En síntesis, un paso del “dólar a 20$” al “dólar a 30$” implicaría una fuerte mazazo social, con una profundización de la conflictividad laboral, en un contexto donde la derecha gobernante no ha logrado construir un respaldo social amplio y estable. En un clima fuertemente contractivo, sería inevitable el pase de franjas sociales al campo de la oposición política. El dólar a 30$ es entonces un dólar que restituye la viabilidad externa del país a mediano plazo, alejando el peligro de un nuevo default, pero que lo introduciría en una dinámica social cuestionadora de la continuidad del proyecto de la derecha en el poder.

 

Inviabilidades del neoliberalismo periférico

Dos dólares con muy distintos efectos para resolver problemas en distintos frentes. Uno es el actual y el otro es aquel con el cual sueñan sectores exportadores y sectores productivos mercado-internistas. Y dos inviabilidades: el dólar a 20$, porque lleva a una explosión del sector externo (nuevo default o mega-devaluación, o una combinación), y el dólar a 30$, porque la sociedad argentina realmente existente —sí, esta misma que en octubre le dio un nuevo triunfo electoral a Cambiemos— no lo aguantaría dado el desmoronamiento del nivel de vida que implica.

Por supuesto que este es un conflicto irresoluble que ocurre precisamente por el tipo de instrumentos de política económica utilizados por este gobierno y por los intereses económicos y geopolíticos involucrados en el actual proyecto.

Ni el ingreso desregulado de capitales volátiles, ni el masivo endeudamiento del Estado son leyes económicas ineludibles. Tampoco las políticas redistributivas que achican el mercado interno, o el desmantelamiento del trabajoso pero fructífero camino de la industria, la ciencia y la tecnología nacionales. Allí está el INVAP, compitiendo y ganando la construcción de un reactor nuclear en Holanda, y ahí están los limones, el biodiesel y las carnes, penando por los duros caminos del proteccionismo mundial.

La actual política económica está guiada por el cortoplacismo del mundo de los negocios y por la ideología satelital de la Alianza Cambiemos. Su caja de herramientas no cuenta ni con los instrumentos regulatorios ni con la voluntad necesarios para enfrentar los problemas que presenta un dólar a 20$ o un dólar a 30$.

Pero hay que reconocerle un mérito a la gestión actual: le va a terminar mostrando a la mayoría de los argentinos que el país en el que viven, sin regulación estatal inteligente, sin Estado con capacidad para ejecutar políticas públicas vigorosas, no puede tener ningún modelo económico exitoso. Debate central que aún está por darse.

 

 

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