Fiesta

¿Se acerca la hora de pagar la vajilla rota?

 

“¿Cómo fue que quebraste?”, preguntó Bill. “Gradualmente. Y después inmediatamente”, contestó Mike.

                        Fiesta, Ernest Hemingway

 

La penosa conferencia de prensa protagonizada el jueves pasado por tres hombres fuertes del gobierno, el Jefe de Gabinete Marcos Peña, el Ministro de Hacienda Nicolás Dujovne y el Ministro de Finanzas Luis Caputo, junto a un atribulado Federico Sturzenegger en su flamante rol de gerente del Banco Central, desconectó el respirador artificial que sostuvo en coma inducido, mientras transcurría el año electoral, el plan recomendado por el FMI de combatir la inflación con metas inverosímiles, tasas pródigas y dólares baratos. La reticencia de la prensa adicta, incluyendo unos cuantos analistas económicos serios, a reconocer la agonía del paciente, es la principal manifestación del gradualismo del que alardean el presidente Mauricio Macri y sus funcionarios.

Los fracasos, tan evidentes como inmediatos, del programa económico, son apreciables a simple vista por cualquier observador imparcial. La inflación, que “es lo más fácil que tenemos que resolver”, es más alta que la heredada en 2015 y está subiendo en vez de bajar. Se han destruido miles de los empleos de calidad que Macri prometía multiplicar. Los impuestos que se le perdonan y reducen a los más ricos se fondean con despidos en el sector público y recortes en las jubilaciones y en la ayuda social de los que menos tienen. El déficit financiero, que comprende los pagos de interés de la deuda pública, crece con cada nueva colocación de bonos en los mercados, y el déficit comercial de este año marcará un record histórico.

Los “éxitos” de Macri son igual de nocivos y constituyen la principal amenaza para la sustentabilidad, económica y política, de su presidencia. Al tope de la tabla figura “la exitosa salida del cepo” (seguida de cerca por la “vuelta al mundo” que abordaremos en otra oportunidad).

Pero podemos comprar dólares

Una semana después de mudarse a la Casa Rosada, Macri cumplió la promesa más anhelada por el núcleo duro de sus votantes. Su gobierno le permitió a los particulares comprar hasta dos millones de dólares por mes, promovió una devaluación que elevó un 42% la cotización de la moneda estadounidense, se endeudó en u$s 8.000 millones con un grupo de bancos extranjeros para hacer frente a la demanda de divisas y elevó el interés de las aún ignotas LEBAC muy por encima de la tasa de inflación estimada.

El presidente y su por entonces Ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, Alfonso Prat-Gay, afirmaban que esas medidas permitirían alcanzar tres objetivos: 1) Atraer inversiones extranjeras productivas (“directas” en la jerga especializada); 2) Aumentar las exportaciones y 3) Revertir el drenaje de dólares vía compras para ahorro y turismo. Según las cifras oficiales del Banco Central y el INDEC al 30 de noviembre de 2017, todavía no se logró ninguno.

Las inversiones extranjeras directas ingresadas al país desde que gobierna Macri suman u$s 4.875 millones, lo que da un promedio mensual de u$s 212 millones, ciertamente inferior al promedio mensual de u$s 232 millones obtenido por Cristina Fernández de Kirchner durante los ocho años de su presidencia, y apenas superior a los u$s 201 millones mensuales que CFK consiguió durante los cuatro años de su segundo mandato a pesar de las restricciones cambiarias. No sólo eso, las inversiones atraídas por Macri trajeron menos dólares que los u$s 5.137 millones de dividendos girados al exterior por las subsidiarias y sucursales argentinas de multinacionales extranjeras durante el mismo período.

En 2016, las exportaciones argentinas sumaron u$s 57.879 millones, apenas mil millones de dólares más que en el último año de la gestión de CFK, afectado por el acopio de los exportadores de cereales, y mucho menos que el promedio anual de u$s 74.000 millones exportados en el trienio 2012-2014. El resultado no ha mejorado en 2017; las exportaciones crecieron tan sólo 1% en los primeros once meses del año. Mientras tanto, las importaciones aumentaron casi el 20%, incluyendo aumentos del 44% en las compras de autos y del 21% en las de bienes de consumo. Con esas cifras, no sorprende que el déficit comercial, estimado en u$s 1.866 millones por el presupuesto del 2017, esté a punto de alcanzar los u$s 9.000 millones. Un record sin antecedentes registrados y un error de cálculo del 480% por parte del mejor equipo de los últimos cincuenta años. En contraste, la gestión de CFK y sus distintos ministros de Economía logró superávit comercial en todos los años de su presidencia, salvo el último.

Los poco más de 800.000 argentinos (sumados individuos y empresas) que todos los meses compran dólares, adquirieron para “ahorro” u$s 28.000 millones en 2016 y u$s 42.000 millones en los primeros once meses de 2017. Por ahora, esa cifra sideral se compensa parcialmente con los dólares que los mismos argentinos venden por pesos para pedalear la bicicleta de las LEBAC y otros instrumentos denominados en moneda local. En lo que va de 2017, el resultado neto en contra da más de u$s 19.000 millones que ya han salido del país o están depositados en cuentas locales a un click de mouse de la frontera.  A esa suma se le deben agregar los u$s 8.000 millones correspondientes a la demanda neta generada este año por viajes y compras con tarjeta en el exterior.

Desde luego, con déficit comercial y un par de miles de millones de dólares al año de inversiones extranjeras directas no se puede satisfacer semejante demanda de dólares para fines improductivos. La necesidad de cubrir el faltante con endeudamiento externo y capital golondrina está detrás de algunas de las peores y más injustas medidas del gobierno de Macri, desde el arreglo a las apuradas con los fondos buitres hasta el blanqueo sin exigencia de repatriación.

Con las defensas bajas

Ninguno de los anuncios, argumentos y exhortaciones vertidos por los funcionarios en la conferencia de prensa del jueves sirve para alterar el curso peligroso e insostenible de la operatoria cambiaria. El riesgo no es sólo, como suele advertirse, un agotamiento o un encarecimiento repentino de las fuentes de crédito externo, sino también un súbito cambio de humor que afecte la conducta inversora históricamente voluble de los propios argentinos (y de los muchos inversores “extranjeros” que son meras pantallas societarias de otros tantos compatriotas).

La decisión del gobierno de liberar por completo el mercado cambiario, eliminando exigencias y límites claves para enfrentar situaciones de estrés nos deja aún más indefensos. Por mencionar sólo tres: en agosto del año pasado se derogó el tope de dos millones para la compra de moneda extranjera. Personas y empresas ahora puedan comprar todos los dólares que quieran para lo que quieran. En enero de este año se eliminó el requisito por el cual las inversiones financieras de los extranjeros debían permanecer en el país por lo menos 120 días. El extranjero que deje de “confiar”, desoyendo el mantra repetido tres veces por el Jefe de Gabinete al cierre de la conferencia de prensa, ahora puede liquidar su inversión y llevarse todos sus dólares en menos de 24 horas. Y el mes pasado se dejó de exigir a los exportadores que traigan al país los dólares que cobran por las exportaciones que se producen con el trabajo de los argentinos que ganan en pesos. Cualquier exportador es libre de demorar tanto como pueda y quiera la repatriación de esas divisas.

El final de la fiesta

En su primera novela, escrita en 1926, Ernest Hemingway definió mejor que cualquier economista cómo llega la quiebra al final de la fiesta. “Gradualmente. Y después…” Hay que releer los clásicos.

 

Sebastián Soler es abogado, especialista en Derecho Financiero

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