La empresa y los verdes

Una nueva jornada del juicio por los crímenes de la dictadura en las instalaciones de la Mercedes Benz

 

Los cuatro se observan con atención. Están sentados en una pequeña sala. Esperan su turno. Mientras tanto, conversan. Calculan lo que se dicen, y lo que no. En ocasiones la conversación se distiende. Jorge Omar Sosa era conscripto del Ejército cuando fue secuestrado y torturado en Campo de Mayo. Hilda Dolores trabajaba en la asesoría letrada y en las relaciones institucionales de Mercedes Benz. Rubén Aguiar y Hugo Crosatto eran obreros automotores. El primero, de Peugeot, delegado de planta y miembro de “la pesada” de Kloosterman en el Smata. El segundo, de Mercedes Benz, también delegado, pero de las “comisiones paralelas”. Los cuatro en la misma sala, esperando.

Declararon en la tercera audiencia de testimonios de una nueva mega-causa por delitos de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo. Frente a los jueces dijeron lo que se guardaron en aquel cuartito del predio judicial, mientras esperaban a ser llamados. Sosa recordó a su hermano desaparecido y aseguró que vio a las víctimas de Mercedes Benz ser arreadas en Campo de Mayo. Fernández, que su jefe Cuevas recibía a oficiales del Ejército. Aguiar, que los “subversivos” asesinaron a su líder. Crosatto, que “los verdes” y la empresa eran una unidad y que por los derechos conseguidos la compañía los mandó a secuestrar.

El collage de testimonios dio continuidad a lo sucedido en la segunda audiencia, el pasado 29 de mayo, cuando declararon Eduardo Fachal, ex obrero, y el directivo Fernando Emilio Chapela, jerárquico de la división de Administración de Personal, quien recordó los secuestros al interior de la planta fabril y la misteriosa desaparición de los legajos de personal.

 

La violencia de las empresas

La sensación es que hay algo que se oculta, o quizás algo que no se deja ver fácilmente porque forma parte de una cotidianidad que parece no tener nada para decir. Lo que se descubre a veces es aquello que llamamos naturalización de la violencia. No parece, pero es. Puede alcanzar a todas las personas por igual, pero en las empresas quienes la motorizan son los miembros de la jerarquía. Esto se comprueba especialmente en este tipo de juicios, cuando declaran los directivos.

Chapela trabajó entre 1971 y 1983 en distintas áreas de la administración de Mercedes Benz. Durante su testimonio recordó un episodio inquietante. La desaparición de todos los legajos de personal luego de la tanda de secuestros de operarios de la automotriz de agosto de 1977. “Como era nuestra responsabilidad, fui a preguntar y cuando volví me dicen que se los llevaron a central”, contó. Chapela calcula que fueron retirados por gente de la empresa y recuerda lo que le dijo el gerente a cargo, Arnaldo Ceriani: “Mire, si empiezan a mirar legajos y ven quien recomendó a cada uno, a otro, esto de que vienen a buscar gente se puede repetir y no queremos que vuelvan a llevarse gente”.

El hecho al desnudo: los legajos de personal de la automotriz eran utilizados por las fuerzas represivas para enlazar víctimas y producir caídas en cadena. Si Chapela o el mismo Ceriani estaban consternados o no por dicha situación es materia de especulación. Ceriani es quien en 2002 declaró en una audiencia de los Juicios por la Verdad en La Plata, donde negó que la empresa haya aportado a la represión ilegal los domicilios de los trabajadores y quien aseguró que el único secuestro en planta fue el de Héctor Ratto. Cuando le recordaron que lo mismo había sucedido con Juan José Martin, aseguró: “Hoy, lo confieso, me llevo una sorpresa”. ¿Desde cuándo, cómo, quién y para qué era utilizada esta información de la empresa? “Se adjuntan antecedentes obrantes en los legajos respectivos del establecimiento Mercedes-Benz Argentina”, se lee en un comunicado de la inteligencia policial de la DIPBA.

Chapela también recordó que Ceriani le dijo que no había que dejar asentado que los trabajadores secuestrados habían dejado de ir a la fábrica. “No había registro de ausencia. Normalmente, cuando una persona dejaba de venir se le mandaba un telegrama pidiendo que se reintegre porque si no, pasado un plazo, se lo despedía. Y Ceriani me dice que no haga nada”. ¿Por qué no habrían de enviar telegramas como hicieron los directivos de Ford o los de Astarsa? ¿Por qué una empresa con el poder de Mercedes Benz llamaba a no dejar registros, ni despedir de inmediato, ni tampoco denunciar los secuestros?

Durante la última audiencia declaró otra integrante de la dirección de la automotriz. Hilda Fernández trabajaba en el décimo piso del edificio central de la empresa. Dependiente del gerente de la asesoría letrada, Rubén Pablo Cuevas –quien también declaró en 2002 en los Juicios por la Verdad—, Fernández recordó los contactos institucionales y comerciales con el Ejército. Ante las insistentes preguntas del abogado querellante Maximiliano Chichizola, a Fernández le pareció “probable” que los militares asistieran a aquel edificio e incluso aceptó haberlos visto “en alguna oportunidad”. Luego recordó lo que había declarado en etapa de instrucción quince años atrás: que su jefe Cuevas recibía en su despacho al general Alberto Alfredo Valín, el entonces jefe del Batallón 601 de Inteligencia. Después Fernández recordó la historia de William Mosetti, un fascista sin fronteras que trabajó para Estados Unidos y para Alemania y tuvo un alto cargo en Mercedes Benz Argentina. Su historia es conocida.

 

La interna sindical

Aguiar es un “burócrata”, el interventor sindical de “los verdes” en Mercedes Benz. Elige comenzar su testimonio ante el tribunal recordando que su referente sindical Dirk Kloosterman fue “asesinado por la subversión”. Hugo Crosatto es un perro, “zurdo” o “subversivo”, delegado de la comisión interna de Mercedes Benz que echó a los interventores en octubre de 1975. En su testimonio, subraya el “sentimiento de clase muy fuerte” que tenían aquellos operarios.

 

Rubén Aguiar.

 

Aguiar trabajaba en Peugeot, allí se hizo delegado y especialista en convenios. Por su experiencia, en 1975, el Smata lo mandó a Mercedes Benz. Según su versión –la actual y la brindada en 2002 en los Juicios por la Verdad—, su rol fue mínimo y finalizó después del “conflicto grande” de aquel año. Para Crosatto –como también para Eduardo Fachal en la audiencia previa—, “los verdes” intervinieron la representación gremial interna aquel año y “entregaron” a los trabajadores en el convenio firmado con la empresa. Por eso protestaron y los echaron en octubre de 1975.

Cuando le preguntaron por los trabajadores desaparecidos, hizo rebotar el problema para arriba: “No sé si el Smata estaba enterado, a lo mejor las autoridades sí sabían”. No recordó si fue firmante del convenio de aquel año y luego comentó que de Peugeot fue “invitado” a renunciar por “la gente de la empresa”, porque le aseguraron que “estaban pasando cosas y que no podían garantizarle que iba a trabajar en paz”.

Crosatto entró a Mercedes Benz en 1971. En 1975 se convirtió en uno de los miembros de la comisión interna que desalojó a la intervención del Smata que había intercedido ante el triunfo de la Lista Marrón “clasista” un año antes. Amenazas de muerte y armas, recordó Crosatto –también Fachal una semana antes—, eran los recursos de los interventores. Crosatto cuenta sobre los 50 puntos exigidos por los trabajadores en asamblea, ganados casi en su totalidad, y que cuando la empresa exigió en febrero de 1976 aumentar la producción, en lugar de aceptar los premios por productividad, exigieron participar en las ganancias.

 

Hugo Crosatto.

 

También recuerda los primeros secuestros de sus compañeros –en especial el de Juan José Martín— y cómo increparon a Ceriani — aquel Ceriani que no recordaba que Martín había sido secuestrado: “Nosotros no podemos pasar ni una bolsa con sánguches y ustedes dejan entrar militares para que se lleven un compañero”, recuerda Crosatto que le dijeron al directivo.

Crosatto, que tenía militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, estaba muy expuesto. Siguió el consejo de sus compañeros y a los pocos meses renunció a la fábrica y emprendió un largo exilio. No fue el único. “Cuando se fueron ustedes nos pasaron por arriba”, le dijeron sus compañeros tiempo después, en referencia al brutal desmantelamiento de la comisión interna.

La responsabilidad de la conducción nacional del sindicato en la represión ilegal está en la órbita de los testimonios que se vienen escuchando en este debate. En esto se diferencia del “Juicio a Ford”. También en el esmero del tribunal de ceñir de forma estricta los testimonios a las responsabilidades militares que se juzgan. “¿Cómo hago para separar esta responsabilidad en las preguntas cuando para torturarlos los miembros del Ejército utilizaron listas e información brindada por las personas de la empresa que queremos acusar?”, preguntó el abogado querellante Pablo Llonto ante el cuestionamiento del insistente defensor público Juan Carlos Tripaldi.

 

Beneplácito para víctimas

Las posibilidades para avanzar judicialmente sobre la responsabilidad de la automotriz alemana corren detrás del exitoso caso del “Juicio a Ford”, para el cual de todas formas se espera con ansias la confirmación de su sentencia. Mientras tanto, los ex trabajadores víctimas y sus familias reciben mimos como premio por su perseverante lucha, que continúa.

Así, el pasado martes fueron recibidos en el Congreso de la Nación por un grupo de diputados del Frente para la Victoria. La iniciativa la tuvieron la diputada Mónica Macha, la secretaria de Derechos Humanos de Merlo, Antonela Di Vruno, y la docente Estela Gareis, hija de un trabajador víctima. Entre los anfitriones también se encontraron Agustín Rossi, Horacio Pietragalla, Miguel Funes y Roberto Salvarezza. Allí dieron a conocer el proyecto de declaración que presentaron ante el Congreso, para dar su beneplácito por la sentencia del pasado 11 de diciembre de 2018 que condenó a dos ex directivos de la multinacional Ford Motors por delitos de lesa humanidad:

“Cada uno de estos avances en materia judicial no hace más que ratificar el carácter ejemplar que nuestro país supo ganarse en materia de políticas de derechos humanos a nivel mundial. Y más aún se vuelve imperioso expresar nuestro beneplácito por medidas de estas características en el contexto de una Argentina que, desde el 10 de diciembre de 2015, ha visto proliferar visiones negacionistas y contrarias a los valores universales de los derechos humanos”, señala el proyecto en sus considerandos.

Del acto también participaron Rosana López, Secretaria de Acción Social de Tigre, miembros de la Intersindical de Derechos Humanos e integrantes del Equipo de Responsabilidad Empresarial.

En el encuentro se destacó, una vez más, el rol de las mujeres. Ellas, “las mujeres de Ford”, están constituidas como grupo. El comunicado que empiezan a hacer circular dice:

“Somos las madres de los niños que en 1976 no sólo se quedaron sin padre, sino también sin su mamá (…) Ya que tuvimos que salir a la calle sin saber adónde ir, en busca de nuestros esposos  (…) Tuvimos que hacer de mamá, de papá y también de psicólogas, porque a nuestros hijos les tuvimos que explicar, cada una como podía, de la mejor manera posible, ya que sus papás habían sido secuestrados y desaparecidos sin saber por qué.”

Por escrito, relatan los episodios que atravesaron:

“Reconocimos la otra vara de la vida, llena de miserias y dolores, recorriendo los más horribles lugares que jamás imaginamos: Campo de Mayo, Comando de Institutos Militares, Coordinación Federal (…) hacíamos interminables colas para poderlos visitar en ese oscuro lugar que fue el penal de Villa Devoto. Una vez cumplimentados los interminables y ridículos trámites y papeleos ahí, pudimos entrar a las visitas. Eso sí que fue duro. Empezaron los malos tratos, las requisas violatorias en cuerpo y alma, manoseos y vejámenes físicos y psicológicos. Noches enteras en un bar de lo más bajo que uno pueda creer adonde pasamos el invierno más frío y más crudo de nuestras historias”.

Finalmente las mujeres de Ford demandaron que se destraben los trámites de compensación establecidos por ley 24.043 para los sobrevivientes que fueron detenidos bajo PEN (Poder Ejecutivo Nacional) o por decisión de Tribunales Militares durante la dictadura, como así también explicaron que debería existir una compensación por ley para las propias mujeres que sufrieron las consecuencias del terrorismo estatal.

La lucha de estas mujeres desnuda aspectos ocultos de la violencia de Ford y se inscribe en una tradición que cruza fronteras y épocas. Por su larga y tenaz lucha, se encuentran con aquellas 137 costureras de Dagenham que en 1968 hicieron hervir el río Támesis, reclamando igualdad salarial entre las trabajadoras y los trabajadores de Ford en el Reino Unido. Juntas ya caminan la calle de la historia.

 

Ilustraciones de José Eliezer

 

 

 

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