Las guerras de Almudena

Una novela sobre la Guerra Civil Española que evoca toda resistencia contra tiranías

 

“Ahora mimáis a vuestros enemigos, invertís millones en Italia, en Alemania, en Austria, los habéis convertido en países democráticos, les habéis devuelto su independencia, su dignidad y su orgullo. Pero los españoles no merecemos tanto, no merecemos nada, aunque fuimos los únicos que luchamos contra el fascismo. O, a lo mejor, ese fue nuestro pecado, ¿no?, habernos atrevido a ser antifascistas sin contar con vosotros, sin pediros permiso, sin implorar vuestras providenciales ayuditas, esos desembarcos que no habrían valido una puta mierda si Stalin no hubiera avanzado desde el Este. Como nos hemos atrevido a no deberos nada, ahora el amigo de vuestros enemigos es vuestro amigo, y los enemigos de Franco son los vuestros. ¡Hay que joderse!”

Contundente, dotado del poder que otorga la amplitud de la generosa lengua castellana, tan castizo como universal, el anterior párrafo lo espeta a fines de los años 40 del siglo pasado un militante, derrotado pero no vencido, a un funcionario del gobierno norteamericano, al desayunarse que ese país ha retirado su apoyo a la resistencia contra la dictadura franquista (1936-175). Engalana una de las casi ochocientas páginas de Los pacientes del doctor García, última entrega de la saga 'Episodios de una Guerra Interminable', y representa de buen grado la claridad, entre popular y erudita, con la que la más exitosa escritora de la península encara su proyecto literario.

Catapultada al podio librero en 1989 tras obtener el premio de novela erótica La Sonrisa Vertical por Las edades de Lulú, Almudena Grandes (Madrid, 1960) desenvuelve un dispositivo de escritura que arrebata al folletín cachondo de esa nube de gases hormonales tan característicos del género que oscila entre la cursilería y el porno. Su talento consiste en sumar un naturalismo en el que los personajes, por ejemplo, trabajan, padecen el frío o el calor, viajan en transporte público y van al baño. Y para honrar el buen gusto nunca hacen el amor: follan. Todo en un lugar y tiempo determinado, mediante un lenguaje generoso que excede las setenta y cinco palabras que caracteriza a buena parte de la literatura milenial. Absteniéndose de ese costumbrismo minimalista que centra las descripciones en los jugos orgánicos y los estertores del aparato respiratorio, logra componer tramas con las que el público de carne y hueso logra identificarse. El esquema le sirve para mantenerse más bien que mal en ese heteróclito asteroide llamado bestseller.

Como Rick Blaine (Humphrey Bogart) al final de la película Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Almudena en 2007 pegó el salto de la aventura individual al compromiso colectivo, político, con la publicación de El corazón helado. Impecable novela en la que despliega una prosa arduamente trabajada, puesta al servicio de una trama profunda sin ser enrevesada, sencilla sin ser lineal ni previsible; dos familias atravesadas por la Guerra Civil Española (1936-1939), una franquista, la otra republicana, transcurren buena parte del siglo XX en una conflagración que de modo alguno comienza en el primer disparo ni culmina en la última batalla.

No fue el éxito sino la pasión (el proyecto ya estaba incluido en la edición de El corazón…) lo que impulsó a la escritora a encarar la saga de seis volúmenes que arrancó en 2010 con Inés y la alegría, siguió con lo que tal vez sea el relato más endeble, mas aún así poderoso: El lector de Julio Verne (2012), y después Las tres bodas de Manolita (2014). En cada una de estas novelas hay —no podía ser de otra manera— historias de amor que, a contramano de lo vulgar, sirven de escenografía a sucesivos capítulos de una lucha contra el fascismo reinante en España por cuatro décadas. Telón de fondo, los romances funcionan como la argamasa que une algunas de las piezas de un relato histórico que se sostiene en la investigación sistemática, puntillosa, tanto de los acontecimientos como de los personajes, reales y ficticios. Esos que la historia oficial se cuida de registrar. Precisamente, tamaño rigor habilita que los sucesos relatados, incluyendo las emociones singulares que le atraviesan, de modo alguno se restrinjan a la tragedia española. Resultan de tal modo extrapolables a todo fragmento histórico contemporáneo donde haya surgido la lucha contra la tiranía, con declarada guerra o no, de uniforme, de sotana o de civil.

Así transcurre la fallida ofensiva de 1944 por parte de la fuerza armada Unión Nacional Española en el valle de Arán, la guerrilla del Cancerro entre 1947 y 1949, la resistencia urbana de 1940 a 1950 y, también, las complicidades internacionales remanentes de la Segunda Guerra y la protección a los criminales de guerra nazis. Restan dos tomos más, sobre el apogeo de la complicidad falangista con la iglesia católica de 1955 y las luchas políticas y económicas hasta 1964, prometidos para los años venideros.

En esta última entrega, Los pacientes del doctor García, un médico cirujano y un campesino que alcanza el rango de alto diplomático, ambos republicanos, sobreviven al sitio y caída de Madrid en 1939, pasan a la clandestinidad, conspiran, derraman su sangre y la ajena, en fin, viven la existencia del sobreviviente hasta finales de los años ’70. En ese recorrido su tarea consiste en socavar la tiranía de Franco por todos los medios, entre los que se destaca la complicidad con el régimen de Adolfo Hitler y, tras la caída de este último en 1945, la fuga de sus capitostes. Como dicta el folclore europeo, uno de los principales refugios de los nazis es, precisamente, la Argentina y el gobierno de Perón. Resulta entre agrio e ingenuo apreciar una vez más esa falsificada sinécdoque —tan europea— que, al tomar la parte por el todo, adopta un rasgo históricamente verídico y con éste empapa el conjunto de un período. Para el lector rioplatense el prejuicio raramente llegue a amedrentarlo ante la vacuidad del detalle, que se complementa con el lenguaje anacrónico de uno de los personajes secundarios, un porteño que ametralla con un lunfardo extemporáneo, que, por ejemplo, en los ’50 abusa del ”che” y agrega el shifter “loco”, propio de los años ‘90. Traspié que se amortigua cuando se verifica que Almudena Grandes utiliza recurso y pifio para otro personaje al que le procura un habla coloquial mexicana. Al fin y al cabo poco preocupante si se registra a esos narradores de cabotaje que a la puerta del auto le llaman “portezuela”. Afanes de ampliar el mercado.

Resbalón que el correr de la lectura amilana, llevado de la mano por una voz narrativa masculina en primera persona que sin ser Yourcenar, avanza con eficacia. Sin privarse de lo que Borges bautiza como “fatalidad del lenguaje”, Grandes recurre a lo sutil a fin de matizar lo erótico: “Había buscado su olor en el de todas las mujeres con las que me había cruzado. Había acusado el peso de su cuerpo en la liviandad de todos los cuerpos que se habían posado sobre el mío. Había llegado a temer que su abandono fuera una maldición, un embrujo perverso, un hechizo destinado a someterme a su voluntad en la ausencia, por encima del tiempo y el espacio. Pero nunca se me había ocurrido que ella pudiera pensar algo parecido”. Así como en el amor, en la guerra el médico reflexiona: “…Sin olvidar que mi verdadero oficio consistía en salvar vidas, había matado un hombre a sangre fría, y la culpa no rebasaba el nivel con el que era capaz de convivir. (…) Actué con la convicción de un hombre corriente que no tenía más remedio que matar a otro para defender todo cuanto amaba”.

Sin ninguna pretensión pontificia ni existencial, Los pacientes del doctor García se inscribe en la estética general de la saga, que renuncia al facilismo de la épica literaria de góndola supermercadista, rama vergonzante de la poesía berreta. Como en la realidad efectiva de toda lucha por la libertad, no hay héroes. Hay simplemente personas que asumen la tarea que el momento histórico les propone y lo llevan a cabo. También hay cobardes.

 

FICHA TÉCNICA

Los Pacientes del Doctor García

Almudena Grandes

763 págs.

Buenos Aires, 2017

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