A las palabras las carga Duran Barba

¿Estamos elevando nuestros umbrales de tolerancia a la violencia institucional?

 

El recibimiento que nuestro presidente le tributó al agente Luis Chocobar transmitió un mensaje a las fuerzas de seguridad de todo el país: un buen policía tiene el gatillo fácil.

Preocupa la habilitación del ejercicio del poder punitivo centrado en una estrategia de imposición del control por medio de acciones simbólicas para recuperar el mito del Estado Soberano, lo que Garland (1999) llama “criminología del otro”, donde aparecen medidas punitivas más severas e incremento de facultades policiales.

El delincuente devenido en enemigo se construye desde una agencia empresaria moral (H. Becker 1963; Zaffaroni 2010), en donde participa el poder político que hegemoniza el poder criminal y el discurso punitivo, en comunión con los medios de comunicación predominantes. Por lo tanto la etiqueta del enemigo es peligrosamente versátil.

Ejemplo de ello fue la reciente construcción de una otredad negativa en cabeza de la denominada RAM, extensible al pueblo mapuche, a quien es más fácil demonizar que reconocer su entidad política y la legalidad de su reclamo por sus tierras. Así se obtura el único modo de solucionar el conflicto: la política.

Pensemos por un momento qué ocurriría si la doctrina Bullrich se impusiera y se transformara en ley. Lo primero que se desfiguraría es el criterio del uso racional y proporcional de la fuerza letal, deteriorando al derecho penal como contención del poder punitivo (con riesgo de descontrol, y potencialmente la sustitución del Estado de derecho por el de policía).

Pensemos también a quiénes estamos llamando para combatir la delincuencia. Sí, a nuestras fuerzas de seguridad, las mismas que no han sido reformadas, son en gran parte auspiciantes de las economías delictivas y no les tiembla el pulso para amedrentar e incluso ajusticiar a quienes se interpongan en sus negocios.

En nuestros Estados con características coloniales (Segato, Zaffaroni) los agentes de seguridad se “paraestatizan” fácilmente, manteniendo una relación bélica con la sociedad. Entonces, cuando se le pide seguridad al Estado, el mensaje puede ser leído como un llamado a la guerra en términos de confrontación, de enfrentamiento, en dirección opuesta a pacificar la sociedad.

Y entiéndase que esta sociedad no sólo no se pacifica por la represión que legitima, sino que en la construcción del otro como antagonista existe una segregación; no hay lugar para ellxs dentro de “nuestra” sociedad. Young (1999) la llama “criminología de la intolerancia”, e implica un proceso de demonización constituido por un doble esencialismo, basado en la creencia de superioridad cultural o biológica sobre otros grupos o individuos, construyendo estereotipos negativos (vagos, adictos, RAM, etc.) devenidos chivos expiatorios con su consecuente deshumanización.

La violencia de Estado alimenta la violencia social. Aparece la víctima descalificada, aquellas que se merecían lo sufrido, víctimas sobrecriminalizadas y desprotegidas (Font, Cozzi, Mistura 2015). Sobre ellas, los padecimientos de prácticas policiales abusivas de menor reproche se naturalizan, y de alguna forma hacen posible la aparición de casos extremos (Tiscornia 2008) como el caso Kukoc, sin que la sociedad se escandalice. Lamentablemente vamos elevando los umbrales de tolerancia a la violencia.

Un posible desenlace para este derrotero punitivo es que la violencia institucional se cobre víctimas que no pueden manufacturarse como merecedoras de la ilegalidad, en términos de quienes promueven o aceptan dicha violencia, y que suelen presentarse como “víctimas inocentes” (sic). Y entonces el apoyo y la tolerancia a la violencia institucional y a la demagogia punitiva pendulan nuevamente y cae el rendimiento de su provecho político. (Font.)

Ocurra o no este epílogo, el riesgo inmediato es que se institucionalice el asesinato, se naturalice por parte de la sociedad y amplíe sus fronteras en base a nuevas etiquetas, sobre todo si se lo utiliza para la despolitización de una sociedad en conflicto como esta en la que vivimos.

 

 

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