El mundo queda demasiado lejos

El país más afectado por la turbulencia financiera de hoy es la Argentina

 

Mauricio Macri quiere volver al mundo, pero el mundo no lo recibe. Tal vez la ilustración simbólica más elocuente de ese contraste, en un verano que ha abundado en señales al respecto, la aportaron los dos títulos que el 25 de enero pasado coincidieron en la portada online del diario La Nación, mientras Macri disertaba en la sesión plenaria del Foro Económico Mundial de Davos.

Aquel día, en un recuadro ubicado al tope de la página, el diario transmitió en vivo la exposición de Macri y eligió destacar en su título una frase que resumía el principal anhelo del presidente: “Argentina puede ser un proveedor fundamental de alimentos en el mundo”. Al costado, y un poco más abajo, el titulo de otro artículo confrontaba el deseo presidencial de convertir a la Argentina en el “supermercado del mundo” con la estadística impiadosa que expone los límites de dicha estrategia: “El país exportó menos alimentos el año pasado.” En efecto, citando cifras de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimienticios (COPAL), la noticia informaba que las exportaciones de la industria de alimentos y bebidas habían sufrido una caída de 2,6% durante 2017, respecto de 2016, a pesar de que los precios promedio de los productos relevados habían aumentado 2,3% durante el mismo período.

 

 

En la misma exposición, Macri reiteró su convicción de que los tratados de libre comercio son la herramienta más eficaz para impulsar las exportaciones argentinas (e inclusive, para combatir la desigualdad: “Hasta ahora Mercosur ha sido la región más cerrada del mundo, con un elevado nivel de protección, y entendimos que eso no iba a ayudar a reducir la pobreza”), y expresó su confianza de que, apenas aterrizara en París unas horas más tarde, el presidente de Francia lo ayudaría a destrabar los obstáculos que le habían impedido anunciar avances sustanciales en la negociación del acuerdo comercial entre el MERCOSUR y la Unión Europea durante la Reunión Ministerial de la Organización Mundial del Comercio realizada en diciembre en Buenos Aires: “Voy a reunirme con el presidente Macron mañana y espero que me dé buenas noticias, porque se me ha dicho que tenemos ahí un escollo en el tema de la agricultura, y esperemos encontrar una solución en Francia”.

La única buena noticia que le deparó el día siguiente a Macri fue la invitación de su colega francés, Emmanuel Macron, a cenar con vista al Sena en el restaurant Guy Savoy, cuyas tres estrellas Michelin consagran una carta “en la que se destacan la cocina de mar y las carnes rojas”. Si bien la información oficial no difundió los platos que eligieron los mandatarios y sus esposas, uno imagina que Macri se habrá abstenido de saborear el “bife paleron añejado” después del empacho de carnes rojas francesas que le sirvió Macron en la reunión de trabajo que precedió a la pausa sibarita.

Durante la conferencia de prensa conjunta posterior al encuentro, Macron refutó explícitamente la pretensión de Macri de encontrar la ansiada solución en Francia al reiterarle que en el caso de “las relaciones comerciales entre la Unión Europea y el MERCOSUR... no nos corresponde tomar decisiones en el día de hoy, porque esto se negocia en otra parte”, y contó que le había dicho “al presidente Macri con claridad cuáles son las preocupaciones de Francia... se trata del tema agrícola y en especial la carne porque aquí tenemos que defender los intereses de Francia”. Una de las maneras de defenderlos, que Macron no se privó de celebrar en la conferencia de prensa, es venderle a las fuerzas armadas argentinas cinco aviones Súper Étendart que se usarán para custodiar la próxima cumbre del G-20.

Cerrar un acuerdo que no cambie el status quo, bajo el cual nuestro país compra aviones usados mientras Europa rehusa comprarnos carne, entre otras asimetrías, empeoraría el desequilibrio que caracteriza el comercio bilateral (las exportaciones de Francia a la Argentina cuadruplican las nuestras) y con la Unión Europea en general (el déficit comercial argentino con la UE se duplicó el año pasado). Pero difícilmente sea otro el resultado, dada la contundencia poco diplomática del compromiso asumido por Macron ante los agricultores franceses en vísperas de reunirse con Macri: “No podemos hacer acuerdos que favorecen a un actor industrial o agrícola a miles de kilómetros, que tiene otro modelo social o medioambiental y que hace lo contrario de lo que nosotros imponemos a nuestros propios actores”.

Al mismo tiempo que el gobierno francés bloqueaba la aspiración de Macri de volver al futuro y recuperar para la Argentina el rol agroexportador que la división internacional del trabajo le reservaba en la primera mitad del siglo pasado, un artículo publicado en el Financial Times le advertía al presidente argentino cuáles serían las consecuencias de olvidar la letra del papel de reparto que le asigna a nuestro país el casting financiero mundial. “El giro del Banco Central argentino hace sonar las alarmas” y “surgen dudas sobre su capacidad de cumplir la meta de inflación después de bajar la tasa de interés”, se inquietaba el 31 de enero el principal diario de negocios del mundo. Pero no era el aumento de los precios y su impacto en el poder adquisitivo de los argentinos la causa de su preocupación, sino los dubitativos amagues del gobierno de Macri de reducir, aunque sea levemente, la velocidad del pedaleo de la bicicleta financiera (carry trade en la jerga técnica) mediante la baja del rendimiento anual de las LEBAC de corto plazo de 28,75% a 27,24% instrumentada por el Banco Central a mediados de enero. Según el diario, la medida le había “quitado el lustre” a una de las inversiones más “hot” del 2017. Aunque los analistas citados en la nota no creían que se justificara una “salida brusca”, se cubrían advirtiendo que “estas cosas tienden a ocurrir súbitamente”, razón por la cual “desalentar el interés de los inversores extranjeros por el carry trade sería prematuro” y un “riesgo enorme para el Banco Central”.

La amenaza es difícil de ignorar porque el año pasado el ingreso de más de U$S 15.000 milones de capitales extranjeros especulativos fue crucial para satisfacer parte de la demanda de dólares generada por el déficit comercial de U$S 8.500 millones y las compras de argentinos para atesoramiento y turismo por más de U$S 30.000 millones, que ni siquiera el fenomenal endeudamiento externo alcanza a cubrir.

En los diez días transcurridos desde que el Financial Times publicó su consejo, el escenario ha empeorado mucho como consecuencia de la súbita, pero no inesperada, debacle de Wall Street. En apenas una semana los mercados de acciones estadounidenses perdieron más del 10% de su valor y el rendimiento del bono del tesoro a diez años, que sirve de referencia para los demás títulos soberanos, trepó hasta casi el 3%.

 

El país más afectado por la turbulencia financiera ha sido la Argentina. Por ejemplo, mientras que los precios de los bonos soberanos de largo plazo de los países de la región cayeron 6% promedio en lo que va del año, los de los bonos argentinos se derrumbaron 10%. Y durante el mismo lapso el peso ha perdido más valor que las demás monedas regionales. Al encarecimiento del crédito externo, sin el cual el programa económico “gradualista” de Macri no es viable, por más títulos en pesos indexados con cláusula gatillo que logre colocar en el mercado doméstico institucional, se suma ahora, ominosamente, el riesgo de que los capitales golondrinas levanten vuelo en busca de cielos menos tormentosos. Pertenecer al mundo no es lo mismo que depender de él.

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