Una Iglesia contradictoria

La visita del Papa, el conflicto Mapuche y la crisis de la Iglesia chilena

Podríamos preguntarnos por qué el Papa decide visitar un determinado país, en un determinado momento. Pero no tengo la respuesta a esa pregunta. No sé cuál es el criterio por el cual el Papa decide salir de Roma, diócesis de la cual es Obispo, e ir al encuentro de otros pueblos. Convengamos que, más allá de la discusión que puede darse acerca de si el Obispo de Roma debe dedicarse a viajar o no, la visita del Papa no deja de ser, en la mayoría de los casos, un acontecimiento pastoral y político para el país anfitrión. En gran parte de sus visitas —bastante menos numerosas que las de Juan Pablo II—, Francisco ha procurado realizar gestos simbólicos que hablen por sí mismos, abriendo caminos necesarios que puedan ser continuados. Estos signos positivos, que configuran ese deseo de una Iglesia de los pobres, a menudo van combinados de manera contradictoria con una agenda más formal, eclesiástica y mucho menos simbólica. E incluso barnizada con las torpezas e imprevisiones de una Iglesia apegada a las formalidades y el dinero, encerrada en sí misma, con una doctrina que no muchos entienden.

Ahora es el turno de Chile y Perú, donde el Papa Francisco estará a partir de mañana cumpliendo su agenda prevista. Compartirá un encuentro con pobladores de la Araucanía y de la Amazonia respectivamente, continuando con la idea de una Iglesia que quiere estar cerca de los pobres, buscando caminos de encuentro con los pueblos postergados, sometidos e ignorados de América Latina. Enfocaré el análisis en la situación de Chile, para que pueda visualizarse que esta noble intención del Papa también se encontrará con sus contradicciones.

La Araucanía, cuya capital, Temuco, visitará el Papa, es hoy la región más pobre de Chile con un 26,2% de pobreza multidimensional, según la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos 2017 y una mayoría de mapuches residentes. Es el corazón del conflicto por las tierras entre el Estado chileno y el pueblo Mapuche. Por eso es que, mirada desde el pueblo Mapuche, la cosa no será tan idílica como parece. El conflicto es muy antiguo, violento y generador de una profunda injusticia que lleva más de 150 años. Esas miles de hectáreas que antes eran parte de la vida de los pueblos de origen, son ahora propiedad de familias multimillonarias y corporaciones multinacionales que depredan los recursos del bosque nativo. Fueron propiedad de los Mapuche hasta la llegada de los españoles, que arrasaron su cultura y sus tierras condenándolos a la muerte y al exilio.

En diciembre último, más de 50 mapuches de la zona de Maquehue tomaron el edificio donde opera la Corporación Nacional Indígena (Conadi), en Temuco, para protestar en rechazo a la visita del Papa. Aseguraron que nadie los consultó para realizar la ceremonia con el Papa allí y que además no entienden cómo un hombre de paz aceptó ir a un territorio en conflicto. El werkén (vocero, mensajero) del Consejo de Todas las Tierras, Aucán Huilcaman, dijo que “el Papa es un vecino ilustrado, de origen argentino, que visitará territorio mapuche”.  Considera que Bergoglio sabe muy bien cómo fue la conquista en Neuquén, Río Negro, Chubut y la pacificación de la Araucanía. En ese sentido, indicó que realizarán una reunión con una gran delegación de mapuches argentinos, para fijar una posición y hacerle llegar al Papa un mensaje donde se le informe que el Estado Chileno y el Estado Argentino han cometido un genocidio en ese territorio mapuche. Y agregó que "con seguridad el Papa va a pedir perdón, pero no queremos que repita el perdón de Juan Pablo II (1987) ni el perdón sin efectos de Michelle Bachelet, sino un perdón orientado a indemnizar y resarcir a las víctimas de la ocupación del territorio mapuche".

Otro telón de fondo a la llegada del Papa, es la crisis de la Iglesia chilena. Un síntoma, quizá superficial, que emerge a simple vista es que —según el diario La Tercera— la encuesta Cadem arrojó que un 50% de los chilenos aseguran que la visita del Pontífice es poco o nada importante y un 80% rechaza que el Estado financie 11 de los 18 millones de dólares  que cuesta la visita del Sumo Pontífice en temas de seguridad y logística. Una contradicción difícil de soslayar.

En la opinión de algunos observadores, Francisco encontrará una Iglesia muy alejada de la gente, fuertemente cuestionada, con una jerarquía sin empatía con el pueblo, desconectada de los cambios de la sociedad chilena. Jorge Costadoat, teólogo jesuita chileno, reflexionó hace unos meses sobre la Iglesia en crisis que encontrará el Papa, observando que “menguan las parroquias, las comunidades eclesiales de base, las comunidades religiosas, los movimientos laicales, el recurso a los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical, y no hay visos de ningún brote de originalidad más o menos importante”. Afirma que la Iglesia chilena ha sufrido, quizá como ninguna otra en América Latina, el impacto de los escándalos de los abusos sexuales, psicológicos y espirituales protagonizados por el clero y la indignante e incomprensible falta de colaboración de la Iglesia para buscar que se haga justicia a las víctimas. ¿Se reunirá Bergoglio con estas víctimas, aunque sea solo para darles la mano?, se pregunta. Estos escándalos han generado una gran desconfianza, especialmente en los jóvenes, y ha profundizado las distancias entre la Iglesia jerárquica y el pueblo.

A esto debe sumarse el conflicto con la diócesis de Osorno y el nombramiento de su obispo, Juan Barros, por parte del Papa Francisco. Lo ha mantenido tozudamente en su lugar a pesar de las resistencias de la comunidad diocesana que reclama su renuncia. Barros fue durante muchos años secretario cercano del sacerdote Fernando Karadima, que no sólo fue un abusador de niños, sino que mantuvo estrechas relaciones con la dictadura y el poder económico. Ese poder acumulado le permitió encubrir sus delitos con una operativa similar a la de Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo.

El Papa Francisco alude en defensa de Barros que no ha tenido nunca en su contra una denuncia de abuso. Pero el problema es que resulta muy poco probable que Barros nada hubiera sabido de los delitos de Karadima siendo su secretario y colaborador. Y si, llegado el caso, realmente no se hubiera dado cuenta de nada, eso habla mal de sus condiciones psicológicas para ser obispo. En un video difundido por Ahora Noticias en mayo pasado, el Papa Francisco dice a unos peregrinos que “Osorno sufre sí, por tonta, porque no abre su corazón a lo que Dios dice y se deja llevar por las macanas que dice toda esa gente”.

 

Para Costadoat, “el Papa ha tratado a la gente de Osorno de tonta. Debiera pedirle perdón. Urge, además, que encuentre una solución al problema creado. Los laicos están airados, los curas divididos y deprimidos, y los jóvenes no quieren recibir (el sacramento de) la confirmación (de manos) del obispo Barros”.

Observamos expectantes si en esta visita a Chile el Papa, con sus palabras y gestos, puede ofrecerles a los creyentes una Iglesia cercana, humana, abierta, autocrítica, conectada con la justicia y la verdad, comprometida con la realidad y las urgencias, las angustias e ilusiones de los pobres y solidaria con las víctimas.

Esta expectativa luce sonriente en el mural que la comunidad de un sencillo barrio de Santiago, Villa Francia, pintó esperando al Papa, recordándole sus propias frases. Ver video.

 

Marcelo Ciaramella es Cura en la Diócesis de Quilmes, Argentina. Miembro del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.

 

 

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