CONFLICTO Y UNIDAD

Menos estudios de televisión, más barro y más barrios

 

Drama

Con la apertura de las urnas el 12 de septiembre alcanzó estado público un debate necesario en el seno del Frente de Todos, que abarca conjeturas sobre las causas del pronunciamiento popular y diversos criterios sobre la unidad y su importancia. Hay una coincidencia unánime: el gobierno de Alberto Fernández debió enfrentar dos pandemias, algo sobre lo que queda poco o nada por decir. Lo que sigue no es un análisis electoral, es una apreciación sobre el proceso político en curso.

Nadie que intente comprender la realidad política argentina –más allá del sistema de partidos y de una elección– debería eludir el núcleo del drama nacional. Dar con ese núcleo implica poner al descubierto tres de sus aspectos inescindibles: el despojo del que ha sido víctima el país, la enajenación de su soberanía y el papel que en esto ha desempeñado el régimen institucional, punto de encuentro de devociones mayoritarias. No me refiero a exhibiciones obscenas como la reciente designación del presidente de la Corte, un plus del que ninguna arquitectura institucional está a salvo; sí, en cambio, a cuestiones fundamentales y tan antiguas como las que reveló Raúl Scalabrini Ortiz a través del análisis de Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina, de Juan Bautista Alberdi. Scalabrini pone en evidencia que la Constitución de 1853 –cuya concepción rige plenamente– está “al servicio integral de las conveniencias del capital extranjero, aún en sus cláusulas aparentemente no económicas”. Si habláramos de la Corte actual, el problema es que detenta la última palabra institucional y la ejerce invariablemente subordinada a los intereses de las corporaciones.

Cuando se comprueba que la esencia del drama argentino se mantiene desde los albores de una historia que se nos ocultó y tergiversó, pierden sentido las expectativas alentadas en torno a la bondad del FMI y a la relación amistosa del ministro Martín Guzmán con la jefa formal de ese organismo y el Nobel Joseph Stiglitz: a Mauricio Macri no le otorgaron el famoso mega préstamo por sus coqueteos con Christine Lagarde o su amistad con Donald Trump sino por militar en la internacional reaccionaria y, fundamentalmente, porque esa operación iba a condicionar la política económica y el desarrollo argentino por lo menos por 20 años, objetivo estratégico que nunca reconocería ni un agente indiscreto como Mauricio Claver-Carone. Sería una omisión de leso nacionalismo popular desconocer que el imperialismo es tanto un hecho técnico-económico como político-cultural; y otra no reconocer la naturaleza de la coalición oligarquía diversificada-imperialismo, su dispositivo de saqueo y sus actores principales: los buitres de la tierra, de la industria y financieros. Si fuera esta la perspectiva dominante en el Frente de Todos, los objetivos serán parciales y los eventuales éxitos, transitorios: en el mejor de los casos se neutralizará algún componente del dispositivo sin detener su implacable funcionamiento. En otras palabras, algunos triunfos populares podrían aliviar el abrazo que sofoca al país, pero no impedir que después apriete de nuevo.

Si además de comprender la realidad se aspira a forjar una plataforma para el desarrollo inclusivo, habría que empezar por explicar y actuar sobre algo que no es para todes evidente: aquel drama determina directamente las condiciones de vida de millones de argentines. Su entendimiento no sólo contribuiría a ganar respaldo popular sino a convencer del urgente abordaje a los desdeñosos de toda consideración que exceda el cálculo electoral.

Ahora bien, ¿es lógico entrever que este nudo puede desatarse sin conflicto, que será posible algún acuerdo después del 14 de noviembre? La historia, el comportamiento de la oposición real, el discurso de sus candidatos y las frecuentes afirmaciones de la presidenta del PRO sugieren que la respuesta es no: si con el poder económico no fueron posibles consensos básicos para realizar la justicia social y el desarrollo nacional en tiempos de una economía en crecimiento, cuando el país podía darles a todos sin quitarle a nadie, menos podrán alcanzarse ahora, cuando –por ejemplo– para concretar niveles modestos de justicia distributiva es inevitable que pongan más los únicos que pueden poner. Cuesta entender la maniobra defensiva que ha puesto en marcha el gobierno y que haya elegido para sostenerla a fugadores seriales.

A lo mejor entre las causas determinantes de la derrota se encuentran los esfuerzos por atenuar las diferencias entre el peronismo y el Régimen, con el que mantuvo una relación antagónica cuando escribió las mejores páginas de la historia nacional: el peronismo primero y el kirchnerismo después fueron la respuesta popular a las crisis integrales del Régimen en la Argentina, desde relaciones de fuerza inicialmente desfavorables.

 

 

El Frente

El reto implica firmeza en las decisiones, efectividad en las realizaciones y trabajo para elevar el nivel de conciencia de los sectores populares, por lo menos en la misma medida que el sistema de opresión ha trabajado y trabaja para despolitizarlos y desorganizarlos. Se sabe que los aprendizajes –recíprocos– no se absorben con la pura teoría sino mezclados en la acción compartida: la política transformadora es acción orientada por el pensamiento crítico, en permanente auscultación de una realidad fluida que no se somete a ninguna sabiduría inmóvil, de esas que reparten verdades definitivas. Entonces, así como se ha puesto la lupa en la gestión de gobierno, también habría que ponerla en la forma de militancia, para que no se agote en los comicios y se haga cara a cara: menos estudios de televisión, más barro y más barrios.

Una alta expresión de la militancia popular está dada por esos liderazgos que transmiten con simpleza una notable claridad conceptual, amalgamada a coherencia y coraje convertidos en combatividad al servicio de la causa de los sectores subalternos. Es lo que despierta amor y confianza política en unes, odio y temor en otres, ecuación cuyos dos términos –y el potencial de transformación derivado– dependen justamente del grado de concientización popular y de la realización simultánea de acciones en beneficio de esos sectores. En términos de una fórmula de usos múltiples, no siempre acertados: con realizaciones solas no alcanza, sin realizaciones no se puede. Es probable que una de las condiciones para que el instrumento político de los sectores populares asuma la conducción del proceso nacional y tome el poder –o sea, que revierta la relación de fuerzas adversa– sea el rechazo de las formas ideológicas que corresponden a la organización económico-social vigente, y la creación de una visión del mundo y del país propia: esta es la teoría política de la transformación.

Si la determinación de Cristina en mayo de 2019 fue estratégica y no solamente táctico-electoral, entonces el Frente de Todos será sinónimo de unión e incorporación de distintos sectores a una lucha por una reparación integral, que no es otra cosa que la concreción de la soberanía nacional y de la transformación social como partes indivisibles de un proceso indivisible, o no será nada. Se deduce que mientras el Frente no se estructure como la expresión política del Movimiento nacional y popular en esa lucha, con una política entendida como unidad de teoría, acción y métodos organizativos, seguirá librado al espontaneísmo, a la yuxtaposición de tácticas que no se integran como estrategia y a los callejones sin salida en que a veces lo sumergen decisiones tomadas exclusivamente en función de certidumbres fallidas, y desconcertará a su base social.

 

 

Unidad

El debilitamiento del peronismo mediante la atenuación de sus rebeldías o su atomización es y fue siempre un aspecto clave de la estrategia oligárquico-imperialista, a la que prestan auxilio los desaciertos sobre todo de quienes todavía no saben cuál es y dónde está el enemigo.

La unidad es indispensable y será siempre un paso previo al triunfo popular, por eso es importante definir su razón de ser, que consiste en asumir el compromiso común con los objetivos cercanos –las elecciones, por ejemplo– y los grandes objetivos citados, y –además– el escenario de su realización, que está en el enfrentamiento con el Régimen: en sus cercanías no cabe esperar más que frustraciones y derrotas, y pequeños triunfos pasajeros; motivo por el cual una de las cualidades más preciadas del militante es la necesaria solidaridad activa que hace desaparecer las contradicciones secundarias, en las que se entretienen los que están alienados a la superestructura del orden vigente.

La unidad así entendida supone reconocer el valor central implícito en toda lucha colectiva, imprescindible a la luz de la violencia desnuda con la que operan los sectores dominantes y sus gerentes, que ya no recurren a gastadas astucias zalameras: la guerra declarada en 2015 contra los trabajadores –en sentido amplio– se sigue jalonando con hitos como la cuasi secesión de la CABA con la que atrasa 170 años Horacio Sonrisas a Wall Street, topadoras a los pobres Rodríguez Larreta; un ataque a la integración nacional en línea con el de su conmilitón y competidor Alfredo Mendoexit Cornejo.

En este contexto, importantes dirigentes de izquierda, como los integrantes de la última fórmula presidencial del FIT, permanecen leales a sus ancestros políticos. Se mueven en un mundo de conceptos revolucionarios perfectos y desde allí juzgan al movimiento nacional sin el marco y la erosión de la vida práctica. Pierden así toda significación: una cosa es la izquierda en el plano exclusivo de las ideas o como posición relativa dentro del orden actual y otra su trascendencia política. A esta altura del proceso argentino, no hay revolucionarios sino de izquierda, pero se puede ser de izquierda sin ser revolucionario; por si no se entiende: se puede ser revolucionario sin ser peronista pero no se puede ser revolucionario si se es antiperonista. Conscientes o no, estas curiosas vanguardias realizan una tarea funcional a los intereses dominantes.

No hay fórmulas infalibles. La lucha que otorga sentido a la unidad no implica dispersarse y correr a montes y trincheras, o a barricadas; pero tampoco compartir las propuestas de algunos funcionarios de nuestro gobierno, sintetizables en un crónico “no, no se puede”, que no es un mero eslogan como su opuesto macrista sino una actitud que se parece mucho a la de burócratas que profesan un realismo de pacotilla y se mantienen pasivos, a la espera de condiciones –estimadas por insondables instrumentos de medición teórica– que tienen la propiedad de estar siempre más allá de las imperantes en el momento real: entre la política así practicada y el asalto final del proletariado, que será una epopeya gloriosamente lejana, asegurada por determinismos que la historia ha confiado en secreto a aquellas vanguardias, sólo quedan la parálisis y la cháchara.

 

 

 

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