Una cruza fértil

Esto que te propongo hoy está muy logrado: Mozart interpretado por Chick Corea al piano, con la orquesta dirigida por Bobby McFerrin, que además canta. Si te interesan más datos, preguntale al Doctor Google. Yo solo te digo que lo que hacen me parece de una calidad extraordinaria. McFerrin explicó alguna vez que en tiempos de Mozart los músicos improvisaban como los jazzeros y que su propósito es sacudir el polvo de la solemnidad que rodea a la música clásica y recuperar aquella vitalidad.

 

Las cruzas entre géneros musicales o como se suele decir la fusión, me remiten a un supuesto diálogo que solía mencionar mi padre entre Georges Bernard Shaw y Sarah Bernhardt, que quería tener un hijo con él. Sin mucha cordialidad, el autor de Pigmalion se negó, por el riesgo de que saliera con la belleza de él y la inteligencia de ella. Era un viejo malo, pero muy divertido. También dijo que no podía tener confianza en los generales porque los eligen entre los coroneles.

En los años ’60 del siglo pasado hizo furor un conjunto vocal, los Swingle Swingers, que cantaban las piezas orquestales de Bach. Hace poco volví a escucharlos y no pude creer que a mis veinte años me hubieran gustado. Fijate vos:

 

 

Más adelante, sólo pude escuchar un par de veces las Variaciones Goldberg por el trío de Jacques Loussier, aunque sé que a mucha gente le gusta.

 

 

En los ’70 no podías poner la radio sin toparte con la versión de Waldo de los Ríos de la sinfonía 40 de Mozart que sonaba a cualquier hora, en competencia con los temas más populares. Fue una puerta de entrada a la música clásica para gente que la rechazaba por desconocimiento, y ése no es un mérito menor, aunque los melómanos trinaran.

 

 

La versión de McFerrin y Chick Corea es otra cosa, un auténtico Mozart.

Otro ejemplo son los 24 preludios de Chopin metamorfoseados por el Mono Enrique Villegas, uno de esos tipazos que crecen con el paso del tiempo. No me digas que no es hermoso.

 

 

También me encanta lo que hace con  un concierto de Bach ese guitarrista gitano al que un incendio le inutilizó tres dedos, Django Reinhardt. Si no lo conocías me lo vas a agradecer porque es uno de los más grandes que hubo. Con el violinista Stéphane Grappelli formaron el Hot Club de Francia en la década de 1930.

 

 

También hay debate sobre las versiones de Bach que grabó John Lewis y que te prometo para otra vez. Me encantan aunque mi amigo Guillermo Hernández, que sabe de jazz mucho más que yo y que casi cualquier otra persona en el mundo, diga que no son ni jazz ni Bach. Me permito discrepar, porque a partir de cierto nivel esto no es tanto cuestión de sabiduría como de gusto.

Con Guillermo (sí, el de la legendaria disquería Minton’s) coincidimos en nuestra admiración por los tangos que toca Adrián Iaies, aunque lo que no podemos creer en este caso son sus opciones políticas. Adrián no es un tanguero ni lo quiere ser. Es un músico de jazz que improvisa sobre los temas clásicos (que los gringos llaman standards). Para los porteños los standards son los grandes tangos que nos resuenan en la cabeza sin pensarlo porque los aprendimos en la cuna. O desde la adolescencia, como uno de mis hijos, que moría por Luca y no quería saber nada con el tango hasta que a los 13 descubrió ese tesoro y hoy es más fanático que yo y hasta enseña a bailarlo, aparte de su profesión supersofisticada. Escuchá esta maravillosa versión de Los Mareados, por Adrián y le perdonás su amarillismo.

 

 

 

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