Europa, entre la guerra y la paz

El trabajo de filigrana diplomática para reducir el poder de Estados Unidos en el viejo continente

 

La demanda de Rusia por una nueva arquitectura de seguridad regional en Europa, en un escenario multipolar, ha generado reacciones de parte de algunos gobiernos de la OTAN –en particular de Estados Unidos– que intentan poner al mundo al borde de una guerra.

Las tensiones en torno a una probable invasión de Rusia a Ucrania han convertido al viejo continente en el escenario donde vuelven a enfrentarse los antiguos protagonistas de la Guerra Fría. Esto ha dado lugar a que algunos países de Europa, en particular Alemania y Francia, hayan dado sus primeros pasos de autonomía –hasta ahora insuficientes– con respecto a su subordinada relación con Estados Unidos.

Si bien Rusia niega que invadirá Ucrania –el despliegue de fuerzas militares en su frontera con ese país parecería ser más bien una medida persuasiva–, el Presidente Biden y el secretario de Estado Anthony Blinken aseguran tener los elementos suficientes para afirmar que sí lo hará en los próximos días o semanas. Así lo han manifestado el jueves en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el viernes en la Conferencia Anual de Seguridad Global de Munich.

 

 

16 de febrero: la invasión imaginaria

En diciembre de 2021 el Presidente Putin dirigió una carta al gobierno estadounidense en la que establecía las denominadas líneas rojas de su defensa. La prohibición del ingreso de sus vecinos Ucrania y Georgia a la OTAN –para evitar que le apunten con misiles desde sus fronteras–, el fin de las actividades de la alianza militar en Europa del Este y el compromiso de Washington y Moscú de no desplegar misiles de corto o medio alcance fuera de sus territorios fueron sus principales demandas. Cabe recordar que, en agosto de 2019, Donald Trump formalizó la salida de Estados Unidos del Tratado de eliminación de misiles de corto y medio alcance (INF) que había firmado con Rusia en 1987 con el objetivo de reducir el arsenal nuclear de ambos países y prohibir el estacionamiento en Europa de misiles balísticos y de crucero con alcances de entre 500 y 1.500 kilómetros.

Asimismo, Putin exigía que el conflicto interno de Ucrania con respecto a la región separatista pro-rusa de Donbass se resolviera mediante la instrumentación del Acuerdo de Minsk, suscrito entre Rusia y Ucrania bajo la supervisión de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en 2014. En el último bimestre del año pasado se habían expandido los rumores sobre la inminente invasión rusa a Ucrania, difundidos básicamente por el gobierno norteamericano y por medios de comunicación de ese país.

Dejando mal parados a sus servicios de inteligencia, las autoridades estadounidenses llegaron a decir, recientemente, que estos habían detectado que la invasión tendría lugar el 16 de febrero. Sin embargo, el día anterior Europa dio un paso importante de soberanía, en el camino de volverse artífice de su política de seguridad regional y energética, al dejar en evidencia –con gran diplomacia– la estrategia estadounidense de azuzar un conflicto bélico en el corazón de Europa con el fin de continuar siendo parte de la ecuación de poder en esa región.

La movida de la partida de este ajedrez geopolítico estuvo a cargo del mandatario alemán Olaf Scholz, quien durante su reunión el día anterior con el Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, dijo que la incorporación de ese país a la OTAN, eje central de las confrontaciones, no estaba en agenda en el corto plazo. Con ello no sólo sorprendió a Zelensky sino también a Estados Unidos y al Reino Unido, principales promotores del conflicto y suministradores de armamento a Ucrania.

Desde Moscú, Putin informó que, tal como estaba previsto, retiraría parte de sus tropas desplegadas en su territorio en la frontera con Ucrania. En realidad, Rusia había informado antes que el despliegue correspondía a ejercicios militares regulares conjuntos programados con Bielorrusia dentro de su territorio. No obstante, estas prácticas militares, con la participación de más de 100.000 soldados, fueron una maniobra disuasiva para presionar a Estados Unidos y a la OTAN a fin de que atiendan los reclamos formulados en la misiva dirigida a la Casa Blanca.

Al día siguiente, Scholz señaló en la reunión con Putin, en Moscú, que “para nosotros, los alemanes, pero también para todos los europeos, está claro que la seguridad sostenible no puede lograrse contra Rusia, sino sólo con ella. En esto estamos todos de acuerdo en la OTAN y la Unión Europea”. Por ello, dijo, “debe ser posible encontrar una solución, por muy difícil y grave que parezca la situación actual”.

La no-intervención rusa en Ucrania, tal como lo había pronosticado la Casa Blanca, representó una doble derrota para Biden, en un contexto en el que necesitaba desviar la atención de la crisis económica, del fracaso de su estrategia en el tema migratorio en la frontera con México, del desmanejo de la pandemia y de sus bajos índices de aprobación en un escenario que incluye este año las elecciones congresales de medio término.

No sólo quedó fuera del “éxito” de la momentánea distensión. El pánico mundial construido desde la Casa Blanca al cambiar la sede de su embajada de Kiev a Lviv, evacuar a sus diplomáticos e instar a sus ciudadanos a abandonar de inmediato Ucrania –actos que fueron seguidos por unos 40 países– dejó una imagen un tanto ridícula. Tales acciones, que incluyeron la suspensión de vuelos de aerolíneas comerciales, generaron un caos e innumerables pérdidas económicas en Ucrania que desconcertaron al propio Zelensky, quien confesó desconocer la fecha de invasión que anunciaban las autoridades estadounidenses y se irradiaban al mundo a través de los medios.

Después de la reunión del martes entre Putin y Scholz en Moscú quedó abierta la posibilidad del funcionamiento del gasoducto Nord Stream II, que transportará gas por el Mar del Norte desde Rusia a Alemania. Este proyecto fue saboteado desde tiempos del ex Presidente Trump, pues su puesta en marcha reducirá las ventas de gas natural licuado en barcos procedentes de Estados Unidos, mucho más caro y contaminante. El 51% de las importaciones de gas de Alemania provienen de Rusia.

 

 

La reacción de Estados Unidos

La distensión no duró mucho. Horas después de la conferencia conjunta de Putin y Scholz, Biden dijo que la invasión rusa a Ucrania “es aún perfectamente posible” y que no habían conseguido verificar la veracidad del anuncio de Moscú del inicio de una retirada de las tropas desplegadas en la frontera entre ambos países.

Al día siguiente, en lo que calificaron como una “operación de falsa bandera” para que Rusia la use como pretexto para la invasión, se produjeron ataques, sin víctimas, a una escuela de niños en la región separatista pro-rusa de Donbass. Asimismo, según las autoridades ucranianas fueron jaqueados los sitios web del Ministerio de Defensa y de entidades bancarias en Kiev.

Rusia, que ostenta la presidencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, convocó a una reunión para abordar el tema. Allí, el secretario de Estado Anthony Blinken insistió en que Rusia había aumentado el número de soldados en la frontera y que de todas maneras invadiría Ucrania. En ese mismo evento, el representante ruso centró su alocución en la solución al conflicto interno en Ucrania, el cual pasaba por el cumplimiento de lo estipulado en el Acuerdo de Minsk de 2014, suscrito entre su país, Ucrania y la OSCE.

El viernes, en la Conferencia de Munich –evento anual sobre seguridad global que culmina hoy–, Blinken y la ministra de Relaciones Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, anunciaron que actuarían con firmeza si la invasión tenía lugar. El alto representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad, Josep Borrel, dijo que ya tenía la lista de las sanciones que aplicarían y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenbeng, se sumó al coro en la misma línea. Por primera vez desde 1991 Rusia no asistió a dicha Conferencia aduciendo que se había convertido en “muy trasatlántica y poco inclusiva”.

Más bien, el gobierno ruso hizo pública una nueva comunicación dirigida a la Casa Blanca el 17 de febrero, toda vez que considera que la respuesta escrita que recibió de Washington y de la OTAN, el 27 de enero, no aborda las principales exigencias enfocadas en rediseñar los acuerdos de seguridad posteriores a la Guerra Fría, ni las principales demandas para acabar con la tensión armada en la frontera con Ucrania. En ella, el gobierno ruso señala que se verá obligado a reaccionar a través de medidas “técnico-militares” en caso de ausencia de disposición de la parte estadounidense a negociar garantías firmes y legalmente vinculantes “para garantizar nuestra seguridad por parte de los Estados Unidos y sus aliados”.

Asimismo, insiste en la necesidad de crear una base estable para la arquitectura de seguridad en forma de un acuerdo con la OTAN que prohíba tomar medidas adicionales que dañen su seguridad y reitera, una vez más, que no tiene planes de invadir Ucrania y “nunca los ha tenido”. Señala también que, para lograr un arreglo de la crisis ucraniana, Washington debe cesar el suministro de armas a Kiev y le exige al gobierno estadounidense que presione a Ucrania para que cumpla los acuerdos de Minsk.

Según el canciller ruso Serguéi Lavrov, las autoridades en Occidente difunden información falsa para justificar la instalación de armas y pertrechos militares cerca de la frontera rusa. Asimismo, utilizan “la histeria” de la guerra para encubrir el sabotaje de Ucrania al acuerdo de Minsk que sienta las bases para solucionar el conflicto armado en el Donbass, Esta visión es compartida por las autoridades de Francia y Alemania, así como también por China, cuyo ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, propuso ayer en la Conferencia de Munich que este podría ser la base para lograr una solución pacífica. Dicho Acuerdo contempla, entre varios puntos, el cese al fuego, la concesión de un status especial a dichas provincias ruso-parlantes y un plan de desarme.

El viernes las autoridades de las dos provincias (Donetsk y Lugansk) de dicha región instaron a la población a migrar a Rusia debido al incremento de los bombardeos en esa zona de conflicto y los enfrentamientos entre los soldados ucranianos y las milicias de las autoproclamadas repúblicas independientes. Estas dos provincias representan un 5% del territorio ucraniano y aportaban, en 2013, un 20% del PBI a la nación.

Según observadores de la OSCE, sólo el viernes se registraron 1.666 violaciones del alto al fuego, más del triple de la media de casos reportados en los 30 días previos. De dichos actos violentos, 1.413 fueron explosiones, cuando el promedio diario se situó el pasado mes en menos de 100. En este escenario, miles de ciudadanos están huyendo a Rusia desde Donbass. Putin ha instado al gobierno ucraniano a sentarse a la mesa de negociaciones con los representantes de Donbass para resolver el conflicto y dar cumplimiento al mencionado Acuerdo.

 

 

Rusia en la palestra

Detrás del conflicto de Ucrania hay sobre todo intereses geopolíticos por el dominio de esa región. Estados Unidos aspira a mantener su rol hegemónico en Europa, donde concentra el mayor número de bases militares en el mundo. Al igual que en América Latina, ejerce presiones para frenar el comercio y las inversiones con China, evitar la compra de tecnología 5G a la empresa Huawei, y sanciona a las empresas que participan en la construcción del gasoducto Nord Stream II.

La posición de fuerza de Rusia le ha permitido ganar terreno en las negociaciones diplomáticas. El Presidente Zelensky ha llegado a considerar que Ucrania podría abandonar sus aspiraciones de asociarse a la OTAN para lograr una solución pacífica al conflicto, mientras que Biden ha mostrado disposición a lograr un nuevo acuerdo para el control de armas con Rusia y ha abandonado la negativa rotunda a desestimar la pertenencia de Ucrania en la OTAN.

Si bien no hay un documento escrito, en 1990 el ex Presidente George Bush le prometió a su par ruso Mijail Gorbachov que dicha organización no incorporaría a los países que formaron parte del disuelto Pacto de Varsovia, lo que no se cumplió. El ex embajador de Estados Unidos en la URSS, Jack F. Matlock (1987-1991), ha señalado que fue un error haber incorporado a ex miembros de esa disuelta organización militar a la OTAN y que, si se respetara la demanda del Presidente Putin de exigir que no se incorpore a nuevos miembros, específicamente a Ucrania y Georgia, no existiría base para la crisis actual.

Es claro que la construcción de una arquitectura de seguridad en Europa debe incluir a Rusia y esto lo saben los países más importantes de esa región. El camino para quitarle protagonismo a Estados Unidos en esta construcción no será fácil y requiere de un trabajo de filigrana diplomática. El miércoles 24, Blinken y Lavrov volverán a reunirse y apostarán por la diplomacia para evitar la confrontación bélica. Lo mismo harán hoy telefónicamente los Presidentes Putin y Emmanuel Macron. Se está jugando con fuego.

 

 

 

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