DÓLAR Y ENERGÍA

Rusia no saldrá incólume de este conflicto

 

El sonido y la furia de la guerra asolan nuevamente a Europa y exponen en Ucrania el fracaso de una política exterior norteamericana basada en guerras interminables, la multiplicación de países inviables, las revoluciones de colores, los golpes blandos y el lawfare a lo ancho y a lo largo del planeta. Esta política ha buscado preservar el control sobre mercados y fuentes de recursos estratégicos y asegurar al dólar su rol de moneda internacional de reserva. Uno de sus pilares ha sido la OTAN, convertida en alianza ofensiva y utilizada, tanto dentro como fuera de Europa, para profundizar la expansión de un capitalismo global monopólico hegemonizado por Estados Unidos.

Al decir de Tulsi Gabbard, ex combatiente en Irak y actual oficial de reserva del Ejército norteamericano, “la guerra en Ucrania podría haberse evitado si el gobierno de (Joe) Biden y la OTAN hubiesen simplemente tenido en cuenta la legítima preocupación de Rusia por su seguridad nacional” [1]. Este fue y sigue siendo el principal reclamo del gobierno ruso frente al avance de la OTAN hacia el este de Europa, violando los pactos establecidos entre distintos gobiernos rusos y norteamericanos para desarticular al Pacto de Varsovia a cambio del statu quo en la seguridad europea [2].

En 2014, una revolución de color, seguida de un golpe blando, sustituyó al gobierno pro-ruso de Ucrania por otro identificado con Estados Unidos y hegemonizado por grupos neonazis, situación que permanece hasta el día de hoy. Esto desató la guerra civil en el este de Ucrania con mayoría de población ruso-parlante y la intervención rusa para anexar a Crimea, sede de una de sus bases militares. Los Acuerdos de Minsk pusieron fin a la guerra civil en la región, reconociendo en su versión final de 2015 que las regiones ruso-parlantes de Donetsk y Lugansk serían miembros autónomos de Ucrania. Pero Ucrania las desconoció. La integración de Ucrania a la OTAN y la posibilidad de despliegue de armamento nuclear en este país constituyen el telón de fondo del conflicto actual. Su esencia expone los pies de barro de un capitalismo global monopólico que, corroído por una crisis sistémica, fuga hacia adelante y coloca al mundo ante el peligro de una escalada militar entre potencias nucleares.

 

 

La irracionalidad de la política exterior norteamericana

El reclamo ruso fue acompañado de masivos ejercicios militares cerca de su frontera con Ucrania, en el mar Negro y en Bielorrusia. Rusia dejó así entrever la decisión de llegar hasta las últimas consecuencias si su posición no era atendida. Paralelamente, inició negociaciones directas con Alemania y Francia para revivir los Acuerdos de Minsk.

Rechazando los reclamos rusos, el gobierno norteamericano y la OTAN aumentaron los envíos de armamento a Ucrania y de tropas y armas muy sofisticadas a las bases de la OTAN en los países limítrofes con Rusia. Anunciaron, además, severas sanciones económicas si Rusia invadía Ucrania, incluyendo la prohibición de transferencias financieras rusas a través del SWIFT, sistema dominado por el dólar. En paralelo, desplegaron una poderosa guerra mediática, anticipando una “inminente” invasión que sería detonada por una operación rusa con bandera falsa. Esta retorica bélica buscó legitimar la negativa a negociar, el aumento acelerado del envío de armamentos a Ucrania y de operaciones en las bases de la OTAN en países limítrofes a Rusia.

El fin de semana pasado, la Conferencia de Seguridad de Munich [3] echó por tierra cualquier posibilidad de cumplimiento de los Acuerdos de Minsk. El Presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, negó su vigencia y sugirió que se podrían desplegar armas nucleares en su país. Estos acontecimientos parecen haber detonado la ejecución de un plan ruso, largamente meditado [4].

El lunes, Vladimir Putin reconoció oficialmente la independencia de Donetsk y Lugansk, ya institucionalizada en 2015 al firmarse los Acuerdos de Minsk. Refiriéndose a los horrores padecidos por Rusia en la Segunda Guerra Mundial por no haber impedido desde un inicio la escalada nazi, Putin sostuvo que el “endurecimiento” de la OTAN y del gobierno norteamericano no habían dejado otra alternativa que iniciar una “intervención militar especial” con el objetivo de pacificar, “desmilitarizar y desnazificar” la región. Para ello había que destruir “con medios de alta precisión” su infraestructura militar. Reiteró que no pretendía ocupar Ucrania y advirtió “a todos aquellos tentados a intervenir: Rusia va a responder inmediatamente (…) y sufrirán consecuencias como nunca han tenido en su historia” [5]. Dejó así flotando en el aire la posibilidad de utilización limitada de armas nucleares.

Denunciando el “inicio de la invasión”, Biden y la OTAN anunciaron al día siguiente sanciones económicas contra Rusia. Sin embargo, mas allá de prolongar la anulación “temporaria” [6] del gasoducto ruso Nord Stream 2 en Alemania, las sanciones sólo rasguñaron a las finanzas –dejando incólumes a los dos principales bancos rusos– y a la mayoría de las exportaciones rusas (energía, fertilizantes, granos y metales), golpeando levemente a las importaciones. Posteriormente, otra ola de sanciones más amplias evitó excluir a Rusia del sistema SWIFT y sancionar a Putin, quien ha dicho que, por su investidura, eso equivale a un acto de guerra norteamericano contra la propia Rusia.

Así, a pesar de haber anticipado “la madre de todas las sanciones”, pareciera que el gobierno norteamericano y la OTAN no esperaban una acción militar como la desplegada por Rusia ni la posibilidad de que esta desencadenara sus propias disidencias con relación a la intensidad y profundidad de las acciones a tomar. Tampoco parece haber existido un análisis profundo del impacto que todo esto tendrá  sobre la economía y las finanzas globales y europeas y sobre la propia guerra. La política exterior norteamericana parece estar embretada en una situación sin salida que acelera el riesgo de confrontación directa entre las dos potencias nucleares.

Esta política belicista ha fortalecido la alianza entre China y Rusia y ha dado a Eurasia importancia central para el futuro de la economía global. Institucionalizada a principios de este mes, esta alianza explicita el derecho de Rusia a tener fronteras seguras y el reconocimiento de Taiwán como parte integral del territorio chino. Esto ha sido reiterado ahora por China, que ha criticado a Estados Unidos por negarse a negociar con Rusia y ha instado a esta a negociar con Ucrania.

Los acontecimientos de la semana pasada plasman en blanco y negro el nuevo realineamiento geopolítico mundial, fenómeno que expresa la crisis de hegemonía norteamericana y los pies de barro del capitalismo global monopólico. Estos fenómenos esparcen semillas de nuevos peligros y de nuevas oportunidades.

 

 

El impacto económico

Rusia produce el 12% del total del petróleo en el mundo y el 17% del gas natural. Más del 40% de las importaciones de gas natural y 30% de las importaciones de petróleo europeas provienen de Rusia. Esta tiene, además, enorme incidencia sobre la producción y las exportaciones globales de cereales, aceites vegetales, minerales y metales especiales. Así, esta guerra tendrá severo impacto sobre la inflación mundial y amenaza a la Reserva Federal y a los Bancos Centrales de los países desarrollados, instituciones que no pueden contener la inflación subiendo las tasas de interés sin detonar, al mismo tiempo, el enorme endeudamiento global. Este contexto internacional sobredimensiona la importancia de Rusia en la geopolítica actual y permite ver el alcance y las limitaciones de su actual ofensiva militar.

La deuda externa de Rusia no es grande y los dólares ascienden al 16% de sus reservas internacionales. Sólo el 56% de sus exportaciones son en dólares, proporción aún menor en sus transacciones comerciales con China. La eliminación de Rusia del sistema SWIFT aceleraría su desacople del dólar y estimularía el funcionamiento de mecanismos alternativos que hoy existen. Asimismo, esto afianzaría el rol del yuan digital, algo que sería nefasto para el dólar. El PBI de Rusia representa un quinto de la economía norteamericana y menos de la mitad de la economía de los tres países principales de Europa combinados. Su gasto militar, como porcentaje de su PBI (4,3%), es más alto que el de Estados Unidos (3,7%). Con miles de armas nucleares, Rusia está a la vanguardia en el desarrollo de tecnología hipersónica, lo que presenta un enorme riesgo para Estados Unidos.

Rusia no saldrá incólume de este conflicto. Con una población de 145 millones de habitantes, una tasa de fertilidad declinante y un nivel de vida inferior al de los países europeos, tiene serias limitaciones para mantenerse en pie de guerra por mucho tiempo sin que su población no resulte seriamente afectada. Pareciera, pues, que el conflicto con Ucrania busca ser una defensa fulminante de las fronteras rusas. Esto vuelve aún más volcánico al conflicto porque para el Estado ruso no hay retorno sin consolidación de sus fronteras.

Este conflicto ocurre en el contexto de una crisis energética preexistente, causada por varios motivos. Entre otros:

  • La disminución de las inversiones en la producción de energía tradicional, debido a la transición hacia energías renovables.
  • La rápida extinción de los yacimientos no convencionales de petróleo y de gas natural.
  • La caída de la productividad de los pozos de petróleo tradicional y el encarecimiento de su extracción.

Todo esto ha contribuido a una disminución del inventario global de petróleo que, sumado al rechazo de los países productores de petróleo a aumentar la producción para proteger sus precios, aportó al mar de fondo de una crisis que ha sido agravada desde hace tiempo por la presión ejercida por los gobiernos de Donald Trump y de Biden para penetrar los mercados europeos  de energía con producción propia [7].

La escasez de inventario y las presiones sobre el gasoducto Nord Stream 2 han provocado una estampida de los precios del petróleo y del gas natural. Su impacto sobre la economía norteamericana ha limitado la posibilidad de derivar parte de la producción doméstica de gas natural hacia Europa. Biden recurrió entonces al gobierno de Qatar para abastecer la demanda europea de gas natural y lo nombró socio estratégico del país y de la OTAN. Por estos días, Qatar hizo saber la imposibilidad de cumplir con este compromiso y la inexistencia de “país alguno que pueda reemplazar la oferta de exportaciones rusas a Europa” [8].

Se abre así un futuro inmediato plagado de turbulencias e incertidumbres.

 

 

La energía y el dólar en la era del FMI

El gobierno y el FMI firmarían la semana que viene la carta de intención del nuevo préstamo del organismo, en medio de una estampida de los precios internacionales de nuestras exportaciones e importaciones. Esto último desatará una aguda lucha entre los monopolios (nacionales y extranjeros) que controlan la producción en áreas claves y el comercio exterior e interior. Es una puja que tendrá por norte la apropiación de una mayor tajada de las rentas y ganancias diferenciales, lo cual intensificará la inflación, las corridas cambiarias, la retención de liquidación de divisas, la sobrefacturación de importaciones y la subfacturación de exportaciones. En el corto plazo, impedirá cumplir con los compromisos que ya se han acordado con el FMI y detonará acusaciones de incumplimiento y amenaza de default, causa de más inflación y nuevas corridas cambiarias. Estas, a su vez, sembrarán devastación entre los más pobres y entre los sectores medios al borde de caer en la miseria. Si bien el preacuerdo permite “recalibrar” metas, lo hará el que controla los desembolsos, es decir, el FMI .

El gobierno cree que este acuerdo permitirá llegar a las elecciones. Se dice que no hay “voluntad” en el pueblo para hacer algo diferente, que es la “única alternativa posible” y que este acuerdo fue necesario para parar un golpe blando ante la inminencia de un default. Así, se desconoce que las oportunidades no salen de un repollo: la acción política las genera. Se olvida que el golpe blando se puso en marcha antes de que asumiera el gobierno y que la historia de la humanidad muestra que, si bien “los pueblos siempre vuelven”, lo hacen con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes. Si fuese cierto que la mayoría de la gente cree en el acuerdo, como indican algunas encuestas, implicaría que al pueblo no se le ha explicado quién es quién en este baile y por qué estamos donde estamos. Si en el país del lawfare se espera que los medios lo hagan, estamos en el horno. Hay, pues, que “bajar al territorio” y empoderar a la población, haciéndola participar en lo que está ocurriendo: desde el control de los precios a la discusión del rol que juega el FMI. De lo contrario, la derecha y el fascismo llenarán el espacio. En política no hay vacíos y la desesperanza multiplica los espejismos.

El acuerdo con el FMI quita al BCRA la posibilidad de hacer política monetaria, prohíbe la creación de criptomonedas, incentiva el modelo extractivo basado en exportaciones y pone límites al crecimiento de la economía para que los dólares de las exportaciones vayan a pagar la deuda. El objetivo último es consolidar la dolarización de la economía y reproducir el endeudamiento ilimitado. El acuerdo también promueve un ajuste tarifario imposible de cumplir, mientras el país está sentado encima de la segunda reserva mundial de shale gas. Recién después de dos años de gobierno, empiezan las licitaciones para construir el gasoducto de Vaca Muerta. ¿Las tijeras del ministro de Economía produjeron este dislate? Hay, sin embargo, otros zafarranchos: se presentan leyes al Congreso para impulsar exportaciones agroindustriales que implican masivos subsidios tributarios por varias décadas. Sobre esto no se habla. Tampoco se mencionan los subsidios que hoy van a parar a los monopolios de distintos rubros, incluido el energético. En este contexto local e internacional, nuestro mar de shale gas atraerá a los buitres. ¿El FMI les abrirá la tranquera?

La rosca electoralista y los espejismos clientelistas debieran ser rápidamente sustituidos por una discusión honesta con el pueblo, de abajo hacia arriba, acerca de nuestro futuro inmediato. Lo que está en juego no es una elección: es nuestro futuro como nación. No en balde distintas versiones del macrismo ya hablan de un “país inviable”. ¿Anticipan la balcanización?

 

 

 

[1] twitter.com,@tulsigabbard, 24/02/2022.
[2]Un análisis detallado de lo ocurrido en el periodo en: diario alemán Spiegel y zerohedge.com, 19/02/2022.
[3] Donde participan Alemania y Francia.
[4] Este plan fue calificado de “muy ingenioso” por Trump, quien sostuvo que esto jamás podría haber ocurrido durante su gobierno, responsabilizando a Biden y a su bochornoso retiro del ejército norteamericano de Afganistán por estos problemas, theguardian.com, 23/02/2022.
[5] También ratificó que la intervención se hace de acuerdo con el artículo 51, parte 7 de la Carta de Naciones Unidas, zerohedge.com, 24/02/2022.
[6]  zerohedge.com, 23/24/02/2022.
[7] Especialmente a partir de presiones sobre empresas europeas y el gobierno alemán para impedir la finalización del gasoducto Nord Stream 2.
[8] zerohedge.com, 3, 8, 24/02/2022.

 

 

 

 

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