DE POLONIA AL MATO GROSSO

La brasileña Verónica Stigger presenta una novela de grata espesura selvática

 

Roman Opalka (Hallemcourt, 1931-Chieti, 2011) fue uno de esos artistas plásticos que, según de dónde se mire, oscilan entre la genialidad y la demencia. Reconocido como uno de los pintores polacos más trascendentes, no nació en Polonia sino en Francia, donde se exiliaron sus padres y fue a parar él mismo en 1977 por el resto de sus días, aunque la parca lo encontró en Italia. Y eso que detestaba viajar, decía. Tipo extraño, un día de 1965 esperaba en la mesa de un bar a su mujer, que tardaba. Se le ocurrió empezar a dibujar números en orden creciente como forma de materializar el tiempo. Tarea que monopoliza su actividad artística a partir de ahí, a razón de unos 380 números al óleo por día, con pincel nº0 sobre fondo negro en telas de casi dos metros. Cuando llega al millón, en 1972, empieza a agregar 1% de blanco al fondo por día, con lo que en el paso de los años casi llega al blanco total. Terminado cada cuadro, se saca una foto con la obra y registra con su propia voz en un grabador el recitado de los números pintados. Logra una suerte de autorretrato que muestra el envejecimiento del artista, hasta el número 5.607.249, que fue el último.

Raul Bopp (Río Grande do Sul, 1898- Río de Janeiro, 1984) fue abogado y diplomático pero trascendió como narrador y poeta modernista, fundador de la corriente artística conocida como Movimiento Antropófago, junto a sus amigote el escritor Oswald de Andrade y la pintora Tarsila do Amaral, entre muchos otres. La movida proponía a los pueblos americanos devorarse a los invasores europeos con su cruz y su espada para que se desarrollen la propia cultura, mitos y leyendas, cuyo epicentro se enclavaría en el Amazonas. Su propia obra rescata los orígenes indígenas y africanos, en cuya síntesis encuentra una renovada identidad.

 

 

La autora, Verónica Stigger.

 

 

Los nombres del pintor polaco y el poeta brasileño son, no precisamente usurpados, tampoco tomados prestados, sino mas bien adoptados por la escritora Verónica Stigger (Porto Alegre, 1973) para que protagonicen su novela Opisanie Świata, que a su vez es el título con que fueron traducidos al polaco los Viajes de Marco Polo. Adopción triple, pues, en el sentido jurídico que implica compartir un vínculo identitario equivalente al biológico y por ende los mismos deberes, derechos y obligaciones. Sin embargo, ambos personajes principales en la ficción de ninguna manera comparten el menor rasgo o característica con sus epónimos de carne y hueso. De modo que resulta factible leer el libro de cabo a rabo, ignorando en forma plena tales no-coincidencias, sin alterar desarrollo ni resultado. No obstante la mera existencia ficcional, reflejo de una realidad histórica anulada y vuelta a crear, traza un excéntrico paralelismo cuya única relación es que unos no son sin los otros. Ni los segundos menos verdaderos que los primeros.

Si al Opalka original le disgustaba viajar, al de la novela le encantaba, por ejemplo. Se encuentra con Bopp, mezcla de explorador decimonónico y bufón de feria, en un tren que atraviesa Europa, arriban a un puerto, se suben a un buque, cruzan el Atlántico, desembarcan en Brasil y llegan hasta Manaos. Desde esa exótica ciudad, donde el polaco habitó hace treinta años, una carta le había informado que tenía un hijo postrado en un hospital que requería conocerlo. Allí va a parar el Opalka que no es pintor y lo banca el Bopp que tampoco es poeta, para experimentar un desenlace selvático que ocupa el breve tramo final y su función es sostener la enormidad de peripecias anteriores. Transcurso en donde, entre los resquicios de una aparente cotidianeidad, se van colando pequeñas señales de un creciente desborde que así como se asoma, estalla y se apaga, sin que nadie se dé por enterado. Incorpora pequeños guiños, algunos localistas, otros cosmopolitas: el capitán del transatlántico se llama Egon Schild, no Schiele (Austria, 1890-1918) como el pintor, aunque la crudeza cada tanto macabra del marino pueda reflejarse en las telas de éste último. Al aproximarse a la línea ecuatorial, el comandante anuncia al pasaje los fastos de rigor: “Una ocasión solemne en la que es necesario adoptar cuidados especiales. Si el tránsito no se lleva a cabo con la debida precaución, la línea puede enredarse en la quilla o en el timón y provocar un frenado violento en la nave que, en consecuencia, causará tropiezos indeseables a sus tripulantes”. El festejo resulta un descontrol donde la tripulación se comporta en forma más salvaje que los pasajeros y la casualidad hace que se evite el naufragio.

 

 

 

 

Novela compuesta para dejar en la retina y en la memoria una sucesión de imágenes y situaciones que bien pueden surgir en un principio de forma inconexa, es en el dislate donde se va construyendo una lógica intrínseca, propia, alterada. La carta del hijo agónico se ubica en el libro antes de la portada. En la misiva los roles convencionales se invierten; el vástago aconseja la indumentaria al progenitor, le envía el pasaje, le aconseja que guarde el reloj dentro de la almohada y advierte sobre el clima; lo protege. Durante el viaje en tren una bella joven italiana pierde la tarántula que le sirve de mascota, entra en un rarísimo éxtasis, arma un descalabro en el vagón comedor y, con un urso ruso cercano al animalismo, anuncian un crimen que no llega a cometerse. La italiana reaparece brevemente en el transatlántico, bailando la tarantela (que es la danza regional de los picados por esa araña). El viaje en el buque es un desparramo: el uruguayo Curto Chivito hurta enseres domésticos, pavadas, para incluir en un futuro Museo del Hombre en Tránsito, auxiliado por el alemán Hans, su pareja. Una tropa de niñitos malcriados arrasa todo lo que se le cruza en forma incontrolable; unas hermanas andaluzas se comportan como siamesas, Bopp sale en auxilio cada vez que puede, Opalka se mantiene terco, parco y silencioso.

Relato de sensaciones, esparce una coherencia que permite al lector armar la trama a su arbitrio sin perderse, reproduce una orden selvático a imagen y semejanza de una espesura amazónica hecha presente en diversas geografías, aún en espacios cerrados. Audacia calculada de Verónica Stigger, desenvuelta con precisión a través de la escritura. Mixtura escénica y de idiosincrasias definidas que se entremezclan con las imágenes de época; trenes y transatlánticos, publicidades desopilantes y recortes de artículos de diarios y revistas locales, ahorran con éxito el de otra manera imbancable color local al tiempo que recortan fechado y geografía. Recursos múltiples que tornan a Opisanie Świata en una novela fuera de toda previsión, de donde se desprende su singular atractivo.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Opisanie Świata

Verónica Stigger

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2021

164 páginas

 

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