De la paz y otros demonios

Postales de Colombia a pocos días de las elecciones

 

Un río siempre lucha por su cauce. No importa cuántos obstáculos se interpongan. Su memoria es más fuerte. Así lo comprobaron los trabajadores de Hidroituango, la represa más grande de Colombia y una de las mayores de Latinoamérica. La megaobra impone el desvió del Cauca (foto principal), un río de aguas turbulentas que desde comienzos de abril, debido a las lluvias, rompió uno de los tubos destinados a modificar el trayecto. Como resultado más de 600 habitantes —campesinos y pescadores— debieron ser evacuados.

Si el proceso de paz con las FARC y la renovación de la infraestructura hidroeléctrica y vial fueron las principales apuestas del gobierno de Juan Manuel Santos, el colapso de Hidroituango puede ser visto como una metáfora perfecta del destino de ambas políticas. Al igual que la represa, el acuerdo de paz logrado en La Habana se está desplomando por fallas estructurales en su ejecución y por un entorno profundamente hostil.

El 27 de mayo Colombia elegirá nuevo presidente. La campaña electoral más pacífica que ha tenido el país en los últimos treinta años es, también, la más polarizada. El candidato con mayor intención de voto es el uribista Iván Duque, quien ha prometido dar los últimos golpes para demoler el acuerdo de paz. En segundo lugar, a diez puntos de distancia, está Gustavo Petro, ex alcalde de Bogotá y firme defensor de ese acuerdo.

Más de ocho mil fusiles fueron destruidos y once mil hombres y mujeres se desmovilizaron gracias a la negociación. Las cifras de muertes directas por el conflicto disminuyeron de un promedio anual de tres mil a 78.El número de desplazados bajó de 233.874 en 2012 a 48.335 en 2017. Sin embargo los colombianos —o una parte significativa de ellos— parecen no percibir los beneficios de la paz. En medio de una situación económica precaria y de un discurso mediático que sataniza cualquier alternativa a las élites que siempre han gobernado, el país parece dispuesto a retomar el cauce doloroso de la guerra.

 

Primavera del patriarca

Hasta hace unos meses Iván Duque era un desconocido. Hoy, con 44 años, puede llegar a ser presidente. Duque vivió fuera de Colombia durante los peores años del conflicto armado. Entre 2001 y 2013 fue funcionario del BID. Llegó ahí gracias a Santos, con quien lo unía una especial amistad. En 2014 fue electo senador del ultraderechista Centro Democrático liderado por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez.

Su campaña política ha girando en torno a la protección de la familia, la propiedad privada y la lucha "contra la impunidad" que, según él, se le ha garantizado a la guerrilla en los acuerdos de paz. Detrás de su candidatura está Uribe quien, luego de sentirse traicionado por su ex ministro Santos, ha intentado volver a la presidencia por interpósita persona.

Contrario a la figura garciamarquiana del líder envejecido, aislado en un fortín del Caribe, enajenado de la realidad, sumergido en un otoño sin gloria, Uribe, el patriarca colombiano, vive en una especie de eterna y oscura primavera. La reciente decisión de la Corte Suprema que ordena investigarlo por comprar testigos para perjudicar adversarios políticos y enredar los procesos que lo vinculan claramente con grupos paramilitares no ha sido suficiente para reducir su popularidad.

El principal triunfo de Uribe ocurrió en octubre de 2016 cuando el pueblo colombiano fue convocado a refrendar el acuerdo de La Habana. El No impulsado por el uribismo ganó por un punto respecto del Sí. Este resultado empezó a erosionar el respaldo político que tenía el proceso de paz. Desde entonces las medidas legislativas y las decisiones judiciales que se han tomado implicaron un retroceso enorme en lo acordado.

 

Colombia vs. Colombia

En la misma línea regresiva el pasado 9 de abril fue detenido Jesús Santrich,un ex comandante de las FARC que ha sido activo protagonista de las negociaciones de La Habana. Esa misma noche el presidente Santos señaló la existencia de una orden de captura internacional contra Santrich, emitida por un juez de Nueva York por el delito de narcotráfico. Desde su captura Santrich se ha declarado inocente e inició una huelga de hambre que mantiene hasta hoy. Varios ex comandantes de las FARC, incluyendo Iván Márquez, han decidido refugiarse por temor a ser detenidos por las mismas razones.

La muerte o extradición de Santrich sería la estocada final al acuerdo de paz. No sería la primera vez que Estados Unidos interfiere con los derechos de las víctimas del conflicto en Colombia. Vale la pena recordar la extradición de los principales jefes del paramilitarismo realizada por el entonces presidente Uribe. Los paramilitares, que habían pactado con el uribismo penas de hasta ocho años de prisión por las masacres, torturas y desapariciones de miles de campesinos, hoy están pagando décadas de cárcel por el supuesto delito de narcotráfico.

El actual fiscal general se ha opuesto en distintas oportunidades a lo acordado con las FARC, principalmente en lo que tiene que ver con la erradicación manual de cultivos ilícitos y la no criminalización de los campesinos que cultivan coca como medio de supervivencia. Desde la implementación del Plan Colombia la fiscalía ha trabajado de la mano de los Estados Unidos, que le proporciona recursos técnicos para la guerra contra el narcotráfico. Esa ayuda ha condicionado la política criminal del país.

 

Petro llena las plazas

No deja de ser sorprendente que Gustavo Petro sea el segundo candidato en las encuestas, para un país en el que todo lo que sea o parezca izquierda ha sido declarado objetivo militar. Según los datos más recientes de la Defensoría del Pueblo, 282 líderes sociales y defensores de derechos humanos han sido asesinados en Colombia desde 2016 hasta hoy.

Las muertes se han producido en zonas de alta conflictividad, lugares estratégicos para el tráfico de droga o en donde se están desarrollando megaproyectos extractivistas o de infraestructura. Luis Alberto Torres, uno de los líderes asesinados el 8 de mayo, integraba el Movimiento Ríos Vivos que se opone a la construcción de la represa Hidroituango.

Petro ha subrayado la principal deficiencia del proceso de paz: la ausencia de cambios en el modelo económico, uno de los principales factores generadores de violencia. Para la ONU, Colombia es uno de los países más desiguales del mundo. Solo lo superan Haití y Angola. Sin embargo Santos fue claro en advertir que durante las negociaciones de paz el modelo económico no estaba en discusión. Y así fue.

Los medios colombianos temen que Petro siga avanzando. El candidato ha sido calificado como populista y castrochavista o como el que va a convertir el país “en una nueva Venezuela”. Aún así Petro llena plazas por donde quiera que vaya y aún sus más firmes detractores admiten que los que van a escucharlo son seguidores convencidos y no pagos como pasa con otros candidatos.

La carrera política de Petro es resultado de una de las negociaciones de paz más exitosas que hubo en el país, la del M-19, que permitió la reincorporación de los integrantes de esa guerrilla y dio origen a la Constitución de 1991. Si bien es poco probable que llegue a ser presidente, sus propuestas han sido una corriente de agua fresca en un terreno abonado por el miedo y la represión.

 

Río de vida y muerte

Los campesinos y pescadores se han opuesto al desvió del río Cauca por varias razones: porque afecta su economía, porque altera el precario equilibrio ambiental, porque con las maquinas excavadoras se borra de un solo tajo la posibilidad de encontrar a los muertos que yacen en sus aguas tras sesenta años de conflicto armado. El Cauca desemboca en el Magdalena, la principal arteria fluvial del país que va desde los páramos del sur hasta el mar Caribe. García Márquez lo llamó el río de la vida y lo eligió como escenario de su novela El amor en los tiempos del cólera.

El río de la vida fue, en medio de la guerra, el lugar elegido por los paramilitares para lanzar a los muertos. Es imposible hacer un cálculo de cuántas de las 200.000 víctimas desaparecieron ahí. La dimensión de la tragedia sería invisible si no fuera por los cuerpos que quedaron en el camino y encallaron a lo largo del Magdalena.

A Puerto Berrío, una ciudad pequeña ubicada estratégicamente en la carretera que va entre Bogotá y Medellín, llegaron decenas de cuerpos que fueron enterrados como NN. Las mujeres del municipio que buscaban a sus hijos desaparecidos adoptaron a los muertos sin nombre para aliviar su dolor. Las tumbas están marcadas a mano con nombres sin apellido y en algunas hay una placa de mármol en la que se le agradece al muerto por los favores concedidos.

En Puerto Berrió se volvió costumbre pedirle al NN que intercediera en asuntos varios. Hay gente que le pide por los muertos propios. Otros piden por cuestiones de dinero o de amor. A cambio del favor, se le promete al muerto rezar por él. Además de los NN, en el cementerio hay tumbas de soldados y policías muertos en combate. También de civiles, la mayoría jóvenes, asesinados entre 2002 y 2005, periodo que coincide con el primer gobierno de Uribe.

El silencio que se vive de día contrasta allá con la algarabía nocturna cuando el centro del municipio se convierte en una gran discoteca. Cada local tiene un equipo de sonido a todo volumen; las músicas se superponen y las parejas bailan como esperando que amanezca o venga la policía. Las medidas de seguridad se acentúan en época electoral.

En Puerto Berrío y otros pueblos del Magdalena el silencio de los cementerios es compensado con el estruendo de la fiesta. Se necesita mucho ruido para no pensar en lo que sucedió, para no hablar de lo perdido, para no recordar las cicatrices y no escuchar a los muertos. Pero el río siempre lucha por su cauce. No importa cuántos obstáculos se interpongan. Su memoria es más fuerte

 

 

 

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