Aguas de octubre

Brasil elige entre democracia y fascismo

 

Que Luiz Inácio Lula da Silva ganará las elecciones presidenciales de Brasil, nadie lo duda. La incógnita es si ello tendrá lugar en la elección de hoy o si habrá una segunda vuelta, en caso de no alcanzar el 50% de los votos. La última encuesta publicada por IPEC el lunes 26 le da al candidato del Partido de los Trabajadores (PT) una intención de voto del 48% contra un 31% de Jair Bolsonaro, del Partido Liberal (PL).

Esta incertidumbre no es menor porque, hasta julio, Bolsonaro ha sostenido, con el mismo lenguaje que Trump, que el voto electrónico se presta a fraude, pese a que él mismo apoyó su implementación en 1993 cuando era diputado. Con su perfil psicológico, sería conveniente que el triunfo de Lula fuera contundente y sin dilación. Ello está en manos del izquierdista Partido Democrático de los Trabajadores (PDT) de Ciro Gomes, con 6% de intención de voto, que ha venido cayendo por la migración de votos a favor del PT.

 

 

El ser y la nada

En la Carta abierta a Ciro Gomes: lo que hay que hacer para frenar a Bolsonaro, intelectuales y políticos como Adolfo Pérez Esquivel, Rafael Correa, Atilio Borón y Marina Silva, entre otros, le han invocado a renunciar a su candidatura y endosar sus votos al PT para evitar una segunda vuelta. “Pídales ese voto, crucial para derrotar en primera vuelta al capitán y sus escuadrones armados”, le han dicho. Pero el izquierdista Gomes está enojado por la diáspora de su partido que la atribuye a la campaña interna, en particular del PT, así como a las de fuera de Brasil para que abandone su candidatura.

En un pronunciamiento público cargado de agresividad, realizado el martes, Gomes señaló que nada impedirá su candidatura. Continuará con sus denuncias a farsantes demagogos que intentan conquistar el fervor popular con falsas promesas, a su modo corrupto de gobernar y a su opción por un modelo sumiso al mercado financiero, que unen a Lula y Bolsonaro. Agregó que Bolsonaro no existiría sin la grave crisis moral y económica que dejó Lula y, a su vez, que este no sobreviviría a su amenazadora decadencia si no fuera por los actos criminales de Bolsonaro. Como si no fuera consciente de lo que se está jugando en Brasil, dijo también que Lula solo contuvo a los desposeídos con migajas, dejándolos donde siempre habían estado: en la esclavitud de la pobreza.

Ex ministro de Hacienda con Itamar Franco y de Integración Nacional con Lula, Gomes critica el mayor viraje al centro de Lula, que se expresa en la designación de Geraldo Alckmin, antiguo rival político del ex Presidente y gobernador de Sao Paulo entre 2011 y 2018, como su compañero de fórmula presidencial. Sin tomar en cuenta que no tienen ninguna posibilidad de llegar a la Presidencia, los todavía militantes del PDT de Gomes arguyen que nada muestra que habrá un nuevo boom en el precio de las materias primas que garantice sus programas de dádivas a los pobres, mientras los sectores poderosos continuarán enriqueciéndose.

Es cierto que Lula no tocó grandes intereses, pero organizó eficientemente programas sociales que sacaron a millones de brasileños de la pobreza. El alto respaldo que tenía se sustentaba en haber logrado crecer durante sus dos períodos de gobierno (2003-2010) a un ritmo promedio anual de 4,1%, pagar toda la deuda del país al FMI, reducir la tasa de desempleo a la mitad, subir el sueldo mínimo y sacar, por medio de planes sociales, a 30 millones de brasileños de la pobreza. El escenario de su gestión coincidió con altos precios en las materias primas. Su acceso a la Presidencia de Brasil, en su cuarto intento, formó parte de la conquista electoral de partidos populares en varios países de América Latina, que reivindicaron una mayor presencia política de la región en el escenario mundial con pautas más soberanas en su inserción internacional.

A contramano de Lula, Bolsonaro se alineó de forma obsecuente con el gobierno de Estados Unidos. No solo atendió las indicaciones del Departamento de Estado de renunciar a la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) y fundar en su reemplazo el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur) en Chile, en 2019, sino que avaló la designación como presidente del BID del bloguero anticubano propuesto por Trump, Mauricio Claver-Carone, recientemente destituido por conductas inapropiadas y abuso de poder. También defendió la libre tenencia de armas, cuyos permisos se incrementaron de 117.000 a 600.000 durante su gobierno, número que supera a las 400.000 que tiene la policía; desvirtuó la gravedad de la pandemia, por lo que es responsable de la muerte de decenas de miles de personas; restó importancia al cambio climático e impulsó la deforestación del Amazonas para favorecer a los empresarios agrarios latifundistas y el uso de agrotóxicos. Ello sin contar su visión retrógrada sobre el respeto a la diversidad sexual o los derechos de las minorías.

 

 

Flashback

En 2018 Bolsonaro estuvo a punto de ganar las elecciones en primera vuelta al alcanzar el 46% de los votos, mientras que el candidato designado por Lula, su ex ministro de Educación, Fernando Haddad, apenas alcanzó el 29%. Ciro Gómez obtuvo entonces el 12,5%. La intención de voto a favor de Bolsonaro, sin sustento de una base partidaria sólida, había tenido un crecimiento explosivo especialmente en los dos últimos meses. En agosto era del 22% pero luego del atentado sufrido en Minas Gerais, a principios de septiembre, su caudal empezó a subir, básicamente a costa del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), de Fernando Henrique Cardoso, que registró la peor votación de su historia (4,7%).

Al éxito de Bolsonaro contribuyó también la decisión del ex Presidente Lula de apostar hasta último momento a que el Tribunal Supremo Electoral autorizara su participación en la elección presidencial, lo cual era a todas luces inviable. Lula purgaba en la cárcel, desde abril de 2918, una condena de 12 años por corrupción y lavado de dinero como resultado de la sentencia del juez federal Sergio Moro, nombrado ministro de Justicia tan pronto Bolsonaro asumió el poder. Además de designar a Haddad como candidato faltando solo un mes para la elección, Lula se negó a formar una alianza partidaria con otros movimientos como el PDT de Ciro Gomes, a pesar de que las encuestas mostraban que ningún candidato del PT –incluido el propio Lula– ganaría las elecciones en un ballotage. A juicio de muchos analistas, una alianza de izquierda hubiera sido invencible.

Su imagen había empezado a ensombrecerse con el poco éxito del gobierno de su correligionaria Dilma Rousseff, destituida en junio de 2016 en un juicio político –para muchos un acto exagerado para sacarla del poder– por contravenir normativas fiscales para equilibrar el presupuesto. También tuvo lugar una ralentización del crecimiento económico que aumentó la pobreza y la violencia.

Incidieron además las acusaciones por corrupción a sus colaboradores más cercanos que, como se ha señalado, derivaron en su propia condena. En noviembre de 2019 Lula fue liberado de la cárcel y en marzo de 2021 la Sala 2ª del Tribunal Supremo Federal (TSF) revirtió la condena al considerar que el ex juez Sergio Moro no fue imparcial en el enjuiciamiento por corrupción de Lula en el marco de la operación Lava Jato, que estalló en las entrañas de Brasil y arrastró a la dirigencia política y empresarial local e inclusive se expandió al resto de la región. El TSF concluyó que el juez Moro había violado los derechos del ex mandatario en varias ocasiones, incluyendo cuando grabó secretamente las conversaciones entre Lula y sus abogados, y las filtró a la prensa. Asimismo, en abril de este año el Comité de Derechos Humanos de la ONU aseveró que la investigación y el enjuiciamiento del ex Presidente brasileño violaron su derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial, su derecho a la privacidad y sus derechos políticos.

El desencanto de los brasileños con el funcionamiento de la democracia había decrecido hacia 2018. Según Latinobarómetro, apenas el 13% de los brasileños creían en ella, lo que ubicaba a Brasil al final del ranking latinoamericano sobre satisfacción democrática. Este último factor permite comprender el surgimiento de un líder de las características de Bolsonaro, quien en plena campaña abogaba por la tortura y los regímenes militares. Su prepotencia y su poco respeto por la institucionalidad llevaron al historiador brasileño Boris Fausto a calificarlo como un sub-Trump tropical. El actual Presidente anunció que iría a una guerra contra Venezuela y nombró como ministro de Economía al Chicago boy Pablo Guedes. Su homofobia y misoginia, que lo llevan a decir frases como “no mereces ni ser violada”, “si tuviera un hijo gay preferiría que muriera en un accidente” o “el error de la dictadura fue torturar en lugar de matar”, daban cuenta del tipo de orden y progreso que impondría en Brasil.

El violento historial de Bolsonaro y su irrespeto a la democracia alarman por las trampas que el ex capitán –y ojalá pronto ex Presidente– pueda dejar sembradas en los 60 ó 90 días (dependiendo si el triunfo se da en primera o segunda vuelta) que permanecerá en el gobierno hasta que asuma Lula. Para restringir los daños, es probable que el partido de Ciro Gomes se extinga pues muchos de sus electores percibirán que esta elección es entre democracia y fascismo.

En cualquier caso, el triunfo de Lula continuará la racha de gobiernos con vocación de izquierda que han sido elegidos en el último año y medio en la región y tendrá un fuerte impacto en las elecciones presidenciales de la Argentina en 2023. En la actual correlación de signos políticos de los gobiernos de América Latina, seguramente impulsará una política de coordinación de la región, en particular en el marco de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que le permita a esta parte del continente una mayor presencia en la arena internacional. Brasil es, además, miembro del BRICS, del Grupo de los 20 y del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

 

* Esta nota se publica también en el portal del Programa de las Américas.

 

 

 

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