Un grito en la noche

A cien años del nacimiento de Pasolini, se reedita Escritos corsarios

 

El destino de la izquierda es combatir la injusticia y al amo de turno. Fue fantasma traetormenta, el terror del “sistema” y quien haría realidad el sueño de la sociedad sin clases. Cuando no hay alternativa al “realismo capitalista” ni contrapeso a la jactancia del amo (“la lucha de clases la estamos ganando los ricos”, nos dicen en la cara), la izquierda –la figura es de Christian Ferrer– es un “minino” frente a un “mastín”.

Compendio de artículos de Pasolini de cuando advierte tanto la nueva fase del capitalismo como la mascarada de la contracultura sesentista, Escritos corsarios es un manual sobre cómo ser realmente de izquierda y no morir en el intento.

 

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Los odio, queridos estudiantes / Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos los de la televisión) / les lamen el culo. Yo no, queridos / Tienen cara de hijos de papá. / Los odio como a sus padres. Buena raza no miente. Tienen la misma mirada hostil. Son asustadizos, inseguros, desesperados / (¡estupendo!) pero también saben ser / prepotentes, chantajistas, seguros, descarados: / prerrogativas pequeñoburguesas, queridos".

P. P. Pasolini, El PCI a los jóvenes

 

Luego del Mayo Francés la revolución está “a la vuelta de la esquina”. Eso creen propios y extraños; también Pasolini, que no pertenece ni a unos ni a otros, dada su extranjería “a tres bandas”.

Como marxista, les avisa a “esos falsos anarquistas”, a los pelilargos que corean “prohibido prohibir” –a los italianos, y por elevación a los franceses, pero también a los que viven en el Tercer Mundo y piensan como aquellos–, que si “creen que el pueblo no tiene cultura porque no tiene cultura burguesa”, la suya es una posición aristocrática y, por ende, anti-popular. Es a ellos, con su “ars retorica de protesta”, “con su revolución no marxista”, con su desprecio “por los muertos de hambre”, con sus sueños de “desarrollo y comodidad”, a quienes ve como “nenes de papá”, el puntal más amigable del sistema. No hay mejor modo de sostener al amo que ofrecerse como oposición pero pensar, vestirse y hablar como él, les dirá, no precisamente con buenos modales, en reportajes, en poesías, en películas y también en los artículos compilados en Escritos corsarios.

Como cristiano, le duele que el sub-proletariado, sector al que quiere, conoce y retrató en su poesía, narrativa y cine, pierda tanto la fe como el hambre de trascendencia y, cual rebaño, se deje llevar por la falsa secularización del “Neo-capitalismo”, que no es otra cosa que una re-sacralización, “mediante una suerte de persuasión oculta”, que propicia un hedonismo del consumo que “olvida todo valor humanístico” y lo devora todo, también al pueblo, por supuesto. Ante este avance, y “mediante el espíritu de la televisión [donde] se manifiesta en concreto el espíritu del nuevo poder”, ningún hijo de campesino o de obrero se siente orgulloso de su identidad. Eso es ya haber perdido, concluye.

Como homosexual, advierte que el mandato social del amor heterosexual, niega, en principio, una verdad en la que insistió Freud una y otra vez, según la cual “no existe hombre que no sea también ‘homosexual’”. Desprecia la “nueva sociedad” que, con una tolerancia “decidida desde arriba” –teléfono para Foucault–, se preocupa por el “problema de las minorías”, pero “nunca ha sido, en realidad, tan intolerante con los pobres, las mujeres, los feos, los enfermos y los homosexuales”. Como homosexual, no se victimiza; asume que el sexo es un problema político, y no de una minoría, y avisa que la “tolerancia del poder consumista tiene necesidad de una absoluta elasticidad de las ‘existencias’ para que los solteros se conviertan en buenos consumidores”. Hay noche oscura cuando la tolerancia es un “privilegio social de las elites cultas”, advierte.

Pero la noche es más oscura aún, cree Pasolini, y así lo manifiesta tanto en El caos (1975) y Cartas luteranas (1976) como en Escritos corsarios (1975), reunión de artículos periodísticos y transcripción de entrevistas en el Il Corriere della Sera, L'Espresso, Il Mondo y Tempo.

 

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“En una época el panadero estaba siempre alegre, eternamente alegre: una alegría verdadera que le brillaba en los ojos”.

P. P. Pasolini, Escritos corsarios

 

“Los moralistas están siempre mal informados”.

P. P. Pasolini, Escritos corsarios

 

En Corsarios, Pasolini advierte que hay una torsión en el espíritu del capitalismo. Lo que aparece es el “espíritu del nuevo poder consumista”, lo llama; una “mutación antropológica”, “una revolución silenciosa de las infraestructuras”, agrega, para que se tome conciencia de que, a fines de los ‘60 y principios de los ‘70, el giro es profundo, y es a derecha, según indicará (“La primera y verdadera revolución de derecha”, titula un artículo), y no a izquierda como dicen quienes lo desprecian y juzgan por marxista, por cristiano, por homosexual.

Pasolini ve que lo que conocíamos como lucha de clases tiene, a un lado, no ya a la vieja burguesía italiana aliada a la Iglesia de los tiempos del fascismo, sino a un poder trasnacional “que no reconoce las naciones”, un “poder real” –así lo menciona– y un “nuevo fascismo” que “no es más represivo”, agregará, a días de que así lo escriban también Foucault y Deleuze, quienes gracias a un olvido de Marx en el que él no incurrió, se transformarán en los patronos laicos de las academias del imperio [1]. Del otro, Pasolini ve que el pueblo “afásico” e “imitador de la vida ajena” se ha vuelto “degenerado, ridículo, monstruoso y criminal”. Esa degradación no sorprende cuando el bajo pueblo es hablado por el discurso del amo y desaparecen “la moral popular [...] y los tabúes suyos”, dirá. Sin mitos propios y “lengua materna” –advierte que la pérdida es una y la misma–, el pueblo “casi gruñe […] o se ríen a carcajadas sin decir otra cosa”.

Como marxista, ve que el capitalismo, al sustituir “todo valor moral del pasado”, trasvaloró todos los valores con una “aculturación”, una tabula rasa –habla de “genocidio”– que barre con la lengua propia (con todos los dialectos de aquella Italia plurinacional) y rompe el lazo que tendían religión, patria y familia, instituciones que denigran también los “nenes de papá”. Finalmente, hay “nuevo hombre”: el súbdito perfecto del capitalismo en nueva fase es el consumidor, alguien que “no concibe otra ideología más que la del consumo”.

Pasolini es un mesías de una sociedad imposible. En un artículo de Cartas luteranas propone abolir la escuela secundaria y la televisión, la primera “por enseñar cosas inútiles, estúpidas, falsas, moralistas”; la segunda, por exponer modelos “que han puesto fin a la era de la piedad y han empezado con la era del hedonismo”.

Como mesías de una sociedad imposible, Pasolini apuesta por la vida. Cuando la Italia democristiana –la Italia “progre”, diríamos hoy– está a favor del aborto (“el aborto legalizado es una enorme comodidad para la mayoría”, dice), Pasolini está en contra; no por principios religiosos –que los tiene, y en un sentido profundo– y menos morales –esa coraza que impide asumir una ética–, sino más bien por principios existenciales y políticos. En el primer orden, cree que “hoy cada hijo es maldito” (ya habla de Homo Sacer, e incluso de los Lager, antes de que Agamben desempolvara el latín) y se lanza una “terrorista campaña por la completa legalización que sancionaría como no delito a una culpa” realmente existente, agrego. En el segundo, critica a quienes hablan de aborto para no hablar de coito cuando “el coito es político”, y sostiene, además, que “la lucha por la no procreación debe ocurrir en el estadio del coito, no en el estadio del parto”. Lo cual quiere decir que si “al poder no le interesa una pareja creadora de prole (proletaria), sino una pareja consumidora”, precisamente para la clase proletaria, a quien él quiere resguardar en este “ocaso de Occidente”, es necesario “luchar por la difusión del conocimiento de los medios para un «amor no procreante», o dicho de otro modo, propone más ESI y menos legalización “a la bartola”.

Pasolini pega el grito para que alguien tome nota de un “síntoma” de la naturaleza: están desapareciendo las luciérnagas en la periferia de las ciudades. La suya es una protesta ante una sociedad que mira para otro lado, una sociedad que perdió el valor sagrado de la vida, y que, por el contrario, “tiene a “la vida de los demás y el propio corazón nada más que como un músculo”.

Ya no pelea contra la Iglesia (la arrasó el Neo-capitalismo, en su opinión). Tampoco contra los fascistas. Sabe que se asiste a algo mucho peor (el fascismo “era menos diabólico”, y pasado él, el pueblo estaba igual que antes, afirma en uno de los artículos de este libro) y que el enemigo es otro. Elige confrontar a las dos caras del poder: tanto con los que lo trasvaloraron todo como con los jóvenes hijos de burgueses, la “contracultura” y el “conformismo de izquierda”.

Advierte del nihilismo en ciernes. Como Nietzsche y como nuestro olvidado Rodolfo Kusch, pide a gritos que volvamos a cuando tomamos el camino equivocado. No falta quien lo tiene por reaccionario cuando son ellos, a derecha e izquierda, los reales garantes del nihilismo. Según ellos, él añora mitos del pasado y panaderos alegres, si suburbanos, mejor, agregará un machirulo de entonces, a esos que, por otra parte, también conforta en estos artículos y les advierte que, por más que lo linchen una y otra vez “por el delito de opinión” o por “«reo» de ideas contrarias a la comunidad”, él “resurge una vez más de las cenizas”.

Ese Cristo decadentista que fue –él también murió y resucitó, pero en libros como este que editamos–, ese que llevó al cine el “evangelio marxista” en donde se dice que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos”, pide volver atrás para, como también se dice en ese mismo evangelio, “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Recuperar mitos y palabra, lejos de ser una propuesta reaccionaria, es una apuesta verdaderamente anti-sistema o, dicho de otro modo, un real combate contra el amo de turno, ya el lobo hecho y derecho (de Wall Street o de las Islas Caimán), ya el lobo vestido de cordero (socialdemócrata, ¡estás desnudo!).

 

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“Yo chillo como un águila solitaria”.

P. P. Pasolini, Escritos corsarios

 

El escenario que analiza Pasolini es literalmente el que vivimos en la actualidad. Hay un capitalismo sin afuera que se vuelve día a día más totalitario. Hay un hedonismo basado en el consumo que consolida una cultura de masas que genera “vampiros felices”; y al respecto, lo que dice Pasolini sobre la TV aquí se aplica a las redes e Internet hoy: no hay cambio cualitativo sino cuantitativo. Hay una burguesía presa de un “entumecimiento de las facultades intelectuales y morales”, esa que consolida una “derecha rústica y ridículamente feroz”. Hay un pueblo “aburguesado” votando al amo que lo oprime: inmigrantes que votan a la derecha racista en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica; el pobrerío que vota tanto a gerentes de empresa al comando del Estado como a una socialdemocracia que ejecuta planes de ajuste. Se huelen ganas de linchar a todo aquel que no concuerda con el modelo de vida reinante. Hay envenenamiento del aire y, va de suyo, del campo todo.

Pasolini habla también de madres y padres “aterrados de ser represivos”, de “nenes de papá” que no asumen el complejo que atraviesa toda psiquis, o dicho de otro modo, que no asumen que “no hay hijos inocentes”, como escribe en Cartas luteranas. Por el contrario, él no esquivó el mandato que impone matar a papá y acostarse con mamá. A ella, no por “mamitis” como le achacaban quienes habían tomado la precaución de no leer a Freud y no habían leído su obra (en Petróleo se anima a retratar el incesto entre madre e hijo), la amó a cielo abierto en poemas y films; y a él supo cómo enfrentarlo y así fue que su genealogía empieza con él.

Ayer y hoy reina “progrelandia” –la invención es de Erriguel–, una invención sesentista que carcome a la izquierda desde entonces y nos regaló el progre, ese personaje siniestro que persiste en un “moralismo punitivo” –así lo llama Pasolini– y prefiere cuidar de las buenas costumbres, bregar por las “minorías”, proponer la “inclusión” y hablarle a la “gente”, antes que hablar de “pueblo” y tomar nota de que aún existe la lucha de clases y actuar en consecuencia.

Cada una de estas rimas hace de Pasolini nuestro contemporáneo.

Con el mismo convencimiento que Pasolini, eso es, con la “convicción de que es posible luchar contra todo esto”, la publicación de los Escritos corsarios de este águila solitaria no tiene otro objetivo que el de servir como herramienta tanto para entender como para transformar nuestro presente.

 

 

 

 

 

[1] Al respecto, ver: Cusset, Francois. French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía., y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, Barcelona, Melusina, 2005; Zamora, D y Behrent. M. (Comps.) Foucault y el neoliberalismo, Bs. As., Amorortu, 2018; Erriguel, Adriano. Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos, Madrid, Homo Legens, 2020.

 

* El texto de Sassi es el prólogo a la reedición de Escritos corsarios.

 

 

 

 

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