DEMOCRACIA, LA PELÍCULA

Nuestros últimos 40 años vistos con ojos nuevos son una mezcla entre The Last of Us y Coppola

 

"Podríamos hacer películas. ¡Series! En Netflix, varios capítulos", dijo Cristina este martes. Se refería al componente cinematográfico de las tramas que el lawfare —o sea, la violencia judicial instrumentada por la derecha— desató contra los líderes populistas de América Latina durante la última década. Razón no le falta. Las barbaridades a que apelaron con tal de enchastrar a esta gente son de película. Lula preso por un departamento que nunca tuvo. Correa condenado por "influjo psíquico". Cristina proscripta por un presunto esquema de corrupción del que nunca hubo pruebas, sólo "indicios". La diferencia entre los procesos que les abrieron y los juicios por brujería del Medioevo es más formal que de fondo. En ambos casos se trata de tribunales que se consideran calificados para interpretar signos celestiales y percibir el aroma a azufre que desprenden los acusados, producto de su cohabitación con el Maligno.

Pero el comentario de Cristina me hizo pensar en algo más. Yo estoy convencido de que muchísimos argentinos no terminarán de entender hondamente ciertas constantes de nuestra historia contemporánea hasta que las vean dramatizadas por películas y series. Porque es muy distinto enterarse de algo por los medios, o que te lo explique un político, o que te lo demuestren mediante un gráfico, a verlo puesto en acto: encarnado en la gente que urde las tramas oscuras y en aquella otra que padece sus efectos en carne propia, en su vida cotidiana, a menudo de forma irreversible.

 

 

Foto: Charo Larisgoitía.

 

 

Y tenemos a mano no un indicio, sino una prueba. El fenómeno de Argentina 1985 demuestra que una cosa es tener archivado un hecho histórico en el coco, al que incluso podés tener conceptuado como importante, y otra muy distinta que te cuenten lo que pasó no como noticia, sino como narración. De hecho, la escena en que Adriana Calvo de Laborde (Laura Paredes) da su testimonio durante el juicio reproduce exactamente lo que pasó y lo que se dijo entonces, su approach es casi documental. Pero, más allá de lo que aportan a la recreación director, guionistas, actriz y camarógrafo —que no es poca cosa, nadie lo niega—, lo que lo cambia todo es la disposición de quien se sienta a ver la escena. Quien recibe una noticia la somete a un escrutinio, la filtra a través de sus convicciones políticas y de sus prejuicios, le ofrece resistencias antes de tomársela en serio o darla por buena. Quien se sienta a ver una película o una serie, en cambio, lo hace desde la apertura emocional y mental. Porque esa es la razón esencial por la cual nos entregamos a una narración: queremos que la historia a la que decidimos regalarle precioso tiempo nos conmueva, nos sacuda, nos asombre.

 

 

 

 

Y por eso se me ocurrió que, para valorar lo que significan estos 40 años de democracia ininterrumpida —particularmente en estos días, tan próximos al 24 de marzo que rememora el inicio del golpe fatídico—, lo mejor sería contarlos como si fuesen una película o una miniserie. (Lo ideal, ya sé, sería filmarla[s]. Pero ante la falta de recursos y de tiempo, me limitaré a hacer la gran Borges y contar de manera sucinta algo que afirmaré haber visto con mis propios ojos.)

Aquí vamos.

Metro Gol de Messi presenta...

 

 

 

Play, Parte 1

Imágenes o escenas que no deberían faltar, en mi versión de Democracia: The Movie. (Incluyendo algunas escenas de la vida privada, porque a diferencia de lo periodístico o lo científico, la presunta objetividad no garpa en materia de ficción realista: una narración es más efectiva cuanto más personalizada, cuando más encarnada está en personajes concretos. Y si son gente cualunque —como es el caso—, mejor aún.)

* Recuerdo la vuelta a la casa familiar, durante la madrugada que siguió al día de las elecciones del '83. Yo estaba triste porque había perdido el peronismo que prefería por simpatía antes que convicciones, pero mi familia —que ya dormía, a aquellas horas— había pensado en mi regreso y me había dejado un regalo. Ocupando la totalidad de la pared de la cocina había un afiche tamaño calle de Alfonsín, el candidato de mis viejos. Era su forma de burlarse del fracaso de mi equipo. Y después dicen que la grieta la inventó el kirchnerismo.

 

 

Ah, los recuerdos de familia...

 

 

* Recuerdo a mi madre devorada (literalmente) por una culpa que había hecho metástasis, después de leer a diario la crónica del juicio a las Juntas y comprender de qué horrores había sido cómplice involuntaria a través de su falta de curiosidad y de su silencio — ella y buena parte de la clase media, claro. Murió poco después, a los 50 y pocos, fulminada por un cáncer de pulmón.

* Recuerdo el triunfo en el Mundial del '86, que se convirtió en la última alegría del pueblo durante el gobierno de la UCR. La mano de Dios asomó para saludarnos, sin que intuyésemos que se trataba de una despedida. Porque si algo resulta indiscutible es que a partir de entonces, y durante mucho tiempo, el Barbón nos dejó solos en medio de la desolación.

 

 

Una mano que decía adieu, auf Wiedersehen, bye bye...

 

 

* Recuerdo el Felices pascuas, la casa está en orden con que Alfonsín nos despidió de la Plaza de Mayo, después de un alzamiento militar, durante aquella Semana Santa del '87. Una decepción horrible, que anticipó la decepción más horrenda aún de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Por aquellos días resultaba imposible no plantearse que cualquier varón adulto con quien te cruzabas en la calle, en el cine o en el super, podía ser un torturador y asesino, disfrazado de civil.

* Aquí aparece, como quien no quiere la cosa, uno de esos personajes que pintan secundarios pero que alientan una intención secreta. Es la primera vez que oímos hablar de Mauricio Macri, el primogénito de un empresario que se había forrado durante la dictadura. Como representante de la empresa familiar firma un convenio con Rousselot, el intendente de Morón —una de las primeras figuras mediáticas de la política—, que era tan escandaloso y detrimental para los vecinos que se cayó a los dos meses. Parece menor, la cosa, pero a la vez es una ventana que permite contemplar francamente —ja— la clase de mecanismos que una clase empresarial usaba y seguiría usando hasta hoy para esquilmar al Estado, o sea al pueblo, en complicidad con ocasionales funcionarios.

* Recuerdo la demencia de la hiperinflación. Quería mudarme a vivir con mi novia pero nadie ponía inmuebles en alquiler. Sólo lo conseguí pagándole el contrato entero (¡dos años, taca taca!), a una vieja loca que se decía descendiente de Lavalle.

* Las elecciones del '89 me encuentran trabajando en el primer programa informativo de la Rock & Pop, que se llama Monoblock. El candidato Menem no me seduce, pero la campaña que hace el columnista político del programa —que no es un periodista, sino un militante de La Coordinadora— es asquerosamente gorila. Tan racista es, que Carlos Polimeni y yo empezamos a discutirle todo y terminamos dándole vuelta el programa. Cuando gana Menem, la Rock & Pop levanta Monoblock a pesar de que era de los programas de FM más escuchados de la mañana — si no el que más. Esto no constituye mi primer encontronazo con el gobierno de Alfonsín. Ya me habían echado de la tele en el '85, cuando escribí una nota en la revista Humor cuestionando que no se transmitiesen en vivo los alegatos que cerraron el Juicio a las Juntas.

 

 

"De eso no se habla".

 

 

* Mauricio es secuestrado en agosto del '91 y liberado poco después, después del presunto pago de seis millones de dólares —entregados a los captores, no olviden este detalle, por un tal Nicolás Caputo—, de los que sólo se recuperan dos. El episodio es más turbio que las aguas servidas de Morón, y de allí en más Macri se niega a dar detalles sobre el tema. "De eso no se habla", dicen en su entorno. Lo único que comenta sobre el asunto es que lo cambió para siempre. Esta parte puede ser cierta. Veinticinco años después secuestró al pueblo argentino y se cobró un rescate en dólares que sigue sin aparecer por ninguna parte.

* La Revolución Productiva que el Carlos había prometido no llega nunca. Lo que sí llega es la Revolución de la Convertibilidad, que equipara el peso al dolar y nos permite vivir como si fuésemos neoyorquinos, sin serlo. Disfruto de esa ficción mientras dura, como todos. Llevo a mis hijas a Disney y a Europa, y soy feliz haciéndolo. Mientras tanto trabajo en Clarín, donde hago periodismo sin que nadie me coarte. La dolce vita del uno a uno torna natural que viaje a entrevistar a Madonna, a Paul McCartney, a Scorsese, a los chicos de REM, a Mick Jagger. Me siento el agente 0062 —mi año de nacimiento, che—, periodista internacional.

* El Carlos privatiza empresas estatales y todos festejamos, porque la administración privada las volverá eficaces como nunca lo han sido. Empezamos a verlo alto y rubio, le celebramos que se voltée a Dios y María Santísima, le festejamos sus boutades, la explicación de que su nueva cara se debe a una avispa, aplaudimos su versión de Isidoro Cañones con acento riojano.

 

The latin-american playboy... y sus teloneros, los Rolling Stones.

 

 

* Un día de marzo del '92 vuela por los aires la Embajada de Israel. Empezamos a sospechar que, por detrás del tinglado de la pizza y el champagne, está pasando algo grosso de lo que nada sabemos.

* Dos años después revientan la AMIA. El gobierno y el Poder Judicial apuntan contra un puñado de servicios y un cara de papa que habría provisto el coche bomba. La conmoción que produce el hecho es tan grande que ofusca, y por eso se nos complica entender que estamos ante una muestra de la pornográfica connivencia entre funcionarios, jueces, fiscales y servicios que llegará a su máxima expresión dos décadas más tarde — una línea argumental que todavía nos tiene la soga al cuello

* Monzón se pega un palo en una salida de la prisión donde vivía, desde que se lo condenó por el femicidio de Alicia Muñiz. Dos meses después Carlitos Jr. se viene en banda con un helicóptero. El uno-dos que propinaron estas muertes constituyó un golpazo simbólico sobre cierto modelo de masculinidad muy argenta. Pero eso no es lo más importante. Porque Junior muere pero después mueren también otras catorce (14) personas vinculadas con la investigación. El resto del gobierno del Carlos resulta bañado por una lluvia de oportunos suicidios, protagonizados por personajes ligados a casos judiciales tan públicos como pestilentes.

 

 

Los helicópteros, esa constante de la vida nacional contemporánea.

 

 

* Se comienza a hablar de corrupción, un concepto que desde entonces no nos abandona. En paralelo se baja desde el poder otra idea novedosa, que se queda a vivir con nosotros: la inseguridad. Hasta entonces circulábamos despreocupados y la gente se sentaba tomar fresco en la vereda, pero el Carlos y su ministro Ruckauf le dan un spin a la crisis económica que se les está yendo de las manos y de repente la culpa de todo es de los pibes chorros.

* Mientras tanto, una banda de rock peregrina por el país arrastrando en su estela a centenares de miles de pibes y pibas, que sólo se sienten bienvenidos, comprendidos, bientratados, en el marco de las misas paganas que oficia Patricio Rey. Habrá quien piense que esto no tiene nada que ver con lo que narramos, pero lo tiene: estas masas juveniles preanuncian a otras que, ya conscientes de su rol político, jugarán su peso cuando advenga el siglo nuevo.

 

 

 

 

 

* Las denuncias de corrupción se acumulan. Hasta aquellos que no entendemos ni jota de economía comprendemos que la Convertibilidad es insostenible en el largo plazo, porque la industria está siendo arrasada y ya no hay más empresas públicas que malvender para que sigan entrando dólares. Me gasto explicándoselo a quien quiera oír, pero es al ñudo. Nada pesa más que el deme dos y los electrodomésticos importados que se han adquirido en cuotas. Mi familia vuelve a votarlo y el Carlos es reelecto.

Pongo pausa acá un instante —ventajas del consumo on demand—, me sirvo un aperitivo y regreso a darle a la tecla play.

 

 

 

Pausa, Parte 2

* El fotógrafo Cabezas aparece muerto a comienzos del '97. Se le atribuye al autor intelectual del crimen, el empresario Yabrán, una frase sin la cual no hay forma de comprender nuestra historia: "El poder es impunidad".

* Votamos a Fernando Chupete De la Rúa a pesar de que lo consideramos un bagre, porque queremos confiar en el progresismo que encarna Chacho Álvarez. Los "jóvenes brillantes" del Presidente —su hijo Antonito, Lombardi, Lopérfido— vehiculizan el tránsito de la pizza y champagne hacia el sushi.

* El 16 de septiembre del '99 descubrimos qué es eso de los reality shows. Un puñado de delincuentes asalta un banco en Villa Ramallo y, cuando intenta fugar en un auto, creyéndose blindado por la compañía de rehenes, resulta ametrallado en vivo y en directo por una balacera digna de Bonnie & Clyde que se cargó a tirios y troyanos. Parece que cubrir la participación policial en el asalto era más importante que proteger a las víctimas. El único de los asaltantes que sobrevive, de apellido Saldaña, se suma horas después a la lista de suicidas convenientes que es una de las constantes de este tiempo.

 

 

"Police Story".

 

 

* Escribo con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, mi debut en el cine. Es un momento peliagudo para filmar una película cuyos protagonistas son chorros, putos y faloperos, y que supone un cuestionamiento al valor sacrosanto de la propiedad privada, en consonancia con la frase de Brecht que Piglia eligió como epígrafe de la novela original: "¿Qué es robar un banco, comparado con fundarlo?"  Nuestros anti-héroes queman billetes. Eso ofende al establishment más que el genocidio, la trata y la pedofilia juntos. El gobierno boicotea la película, calificándola de prohibida para 18 con reservas y vedándola para la televisión —aun cuando en aquellas épocas se pasó por TV Saló de Pasolini, que era más revulsiva—, lo cual nos dejó sin campaña de publicidad. Cuando apelamos la medida, se nos permite consultar sus fundamentos. En ellos se acusa a la película de hacer "apología de la homosexualidad". La ley argentina sólo condena la apología de un delito, y ser homosexual no lo es. El episodio anticipa la naturalidad con la cual los sushi boys sintonizarán con el Macri que por entonces es tan sólo presidente de Boca Juniors pero después, cuando ya reviste como funcionario, pretenderá que la homosexualidad es una enfermedad.

* Ese mismo año Chacho Álvarez renuncia, amparándose en el escándalo de las coimas en el Senado. El gobierno queda liberado para hacer lo que siempre quiso hacer. Una de esas cosas es convocar nuevamente a Cavallo, el padre de la Convertibilidad que ipso pucho se convierte en padre del Corralito. Ante la imposibilidad de prolongar el contacto carnal con sus ahorros y sus dólares, la clase media enloquece, y por una vez se muestra en sintonía con el pobrerío que se disputa los huesos que caen de un camión. La cosa, dice cada cual a su manera, no da para más.

 

 

Chupete volador.

 

 

* De la Rúa, que no sabía ni cómo salir de un set de televisión, tampoco sabe cómo salir de este laberinto y se despide matando. Un helicóptero se convierte en el significante del fracaso de la democracia como sistema. El pueblo abomina de los políticos en general, aun cuando está tan cerca de comprender que los bancos son tanto o más responsables de su desgracia. La oportunidad se nos escurre entre los dedos. Una sucesión de Presidentes juega el juego de la silla y pierden todos, menos Duhalde.

* Me echan de Clarín. Uno de los favores más grandes que recibí en la vida, porque al poco tiempo desplazan al editor Guareschi, toma el bastón de mando Kirschbaum y el diario deja de informar para involucionar hacia lo que Julio Blank definiría eventualmente como periodismo de guerra — guerra contra todo lo que no coincida con los intereses de Magnetto.

* Duhalde pierde al fin, incapaz de remontar el escándalo del asesinato de los piqueteros Kosteki y Santillán. Y pierde definitivamente cuando cree que podrá controlar a Néstor Kirchner, nuevo candidato a Presidente por el peronismo.

 

 

Néstor Kirchner, el que puso el cuerpo.

 

 

* Néstor asume en pelotas y en tiempo récord convierte al país en algo tan inusual como la Argentina Año Verde del refrán. Sigo sus evoluciones, azorado por completo: reestatiza empresas privatizadas, favorece a la industria, democratiza la Corte, deroga la amnistía a los genocidas, hace bajar sus cuadros del Colegio Militar, liquida la deuda con el FMI, baja la pobreza y el desempleo, nos vincula con la América Latina que rechaza el ALCA y tantas cosas más que no recordamos como debiéramos. Es un personaje que parece haber llamado a la puerta del casting equivocado: tiene un ojo virolo, un defecto en el habla, la torpeza de los grandotes y una inexplicable afición por los mocasines demodé, pero al mismo tiempo es un un héroe, lo más parecido a un prócer que he conocido hasta entonces — y el primer político vivo en quien me parece natural y lógico confiar.

* A esa altura yo era fan de la película Jerry Maguire (1996). Esa donde Tom Cruise quiere pedir perdón a la mujer que decepcionó y por eso le toca el timbre, le dice hola y arranca con la parrafada que había preparado hasta que ella lo frena y le dice: You had me at hello, soy tuya desde que dijiste hola. Yo recuerdo todo lo que hizo Kirchner pero de todos modos he had me at Shell, fui suyo desde que hizo una cadena nacional para pedirnos que no comprásemos nafta a esa cadena extranjera que quería aumentar los precios caprichosamente. Fue amor a primera cadena nacional. Desde que voté por primera vez, no hubo Presidente que no nos diese la espalda para transar con los poderes reales, pero acá asomaba un tipo que apelaba al pueblo para construir poder legítimo, que invitaba a co-gobernar porque entendía que el poder lo conferíamos nosotros y no las corporaciones. ¿No era eso acaso, o algo parecido, lo que decía la Constitución?

* Tuvieron que pasar veinte años desde el '83, y tuvo que llegar Kirchner, para que millones de argentinos experimentásemos por primera vez lo que significaba vivir en una democracia plena, real, vibrante. Casi que me tienta meter acá un The End, donde nadie negará que parece un final feliz.

Pero la peli es más larga. Por eso propongo un intervalo.

Suban la música, para que se luzca la orquesta.

 

 

 

 

 

 

 

 

Intermezzo, (Continuará)

¿Qué sé en la actualidad que no sabía hace 40 años, cuando esta película empezó? Que los responsables últimos de la masacre y de la destrucción de la economía argentina —y en consecuencia, de la profunda injusticia que caracteriza a nuestra sociedad— jamás fueron juzgados. Como su poder no menguó nunca, jugaron con los gobiernos sucesivos a su antojo. Alfonsín se dejó llevar con rienda corta, hasta que la realidad lo dejó atrás. Menem logró que le aflojasen la brida, cuando demostró que sólo quería trotar por el circuito marcado por los poderes establecidos. De la Rúa se calzó un traje progresista para desbancarlo, aunque no pretendía sino emular su política entreguista. Pero ya era tarde: la malaria había acabado con la paciencia popular. Entonces sobrevino el estallido y el primer error de cálculo de nuestra oligarquía en mucho tiempo. Porque imaginaron que el pobrerío apechugaría, que se bancaría una nueva baja estrepitosa de su nivel de vida —así como cuentan con ello ahora—, y que llegaría un nuevo gobierno al que después de un respiro le harían marcar el paso como siempre, con sólo chasquear el rebenque.

Lo que ocurrió, sin embargo, fue una singularidad.

Néstor Kirchner llegó a la Rosada cuando —como yo en el '83— la democracia cumplía su mayoría de edad. Desembarcó con una mano atrás y otra adelante, construyó poder y legitimidad a velocidad supersónica e hizo política peronista en el más tradicional de los sentidos: amplió derechos y equilibró la torta del ingreso entre popes y laburantes. Eso fue todo, y sin embargo fue mucho — para algunos, demasiado. Porque a todos le fue bien durante su gobierno, empezando por los grandes empresarios. Pero estamos hablando de una clase que no está acostumbrada a que pongan freno a su lujuria. Un sector que no acepta que le recuerden que existe otra gente que también merece una porción, proporcional a lo que trabajó para ganársela.

 

 

 

 

 

Insisto: Néstor no colectivizó, no instituyó jurados populares, no ejecutó a explotadores ni tampoco a traidores — no hizo la revolución. Sólo usó el apoyo popular que obtuvo genuinamente para corregir el desequilibrio de la balanza social. Cuando los lobos se dieron cuenta, montaron en cólera y organizaron la reacción. Razón por la cual Cristina la tuvo más difícil. (Su condición de mujer agravó la cosa. Los tipos no estaban habituados a que les marcasen la cancha y les pusiesen límites. Que una mina les parase el carro les resultó intolerable.)

La novedosa mezcla de ultraje e impotencia que se apoderó de nuestra oligarquía fue y sigue siendo tan grande, tan irracional, que con tal de acabar con Cristina y con el kirchnerismo han desatado fuerzas incontrolables que amenazan devorarse las instituciones, para después morder la mano que les quitó el bozal. Si algo demostró la crisis de 2001 es que arremeter contra la clase política no cambió nada estructural. Esta vez, si la cosa vuelve a arder, me pregunto si el fuego eludirá los bancos, las empresas de servicios privatizadas y las prestadoras de cable e internet que cobran lo que se les canta el culo.

El tramo reciente de la película de esta democracia lo tenemos más fresco. La sordidez del macrismo sigue doliendo en cada hueso, en cada músculo. Revisarla equivale a imaginar una versión política de la película Irreversible, donde iríamos desde el presente hacia atrás, revirtiendo la cronología hasta el momento en que nos ultrajaron y nos jodieron la vida — la clase de film que es importante considerar, pero que no querrías ver por segunda vez ni aunque te garpen.

 

 

 

 

El tema es que esa sordidez fue sucedida por la improductividad —deliberada o no— de aquellos de entre los nuestros que, en los hechos, habilitaron el contragolpe de los que en 2019 salieron de la Rosada con el rabo entre las piernas. Esa capitulación pavimentó el camino hacia el atentado y la proscripción de Cristina. La ineficacia del Estado actual para poner límites a los poderes reales, a la Justicia sublevada y al manejo despótico de la economía nacional que ejerce un organismo internacional, envalentona a quienes ya se pelean por el postre aun cuando todavía no les fue servido el primer plato. Están tan agrandados que hasta se permiten hacer jueguitos para su tribuna, y aprovechan la distracción del partido contra Panamá para birlar la causa de Lago Escondido al juzgado de Bariloche que la llevaba adelante y enviarla... ¿dónde? Por supuesto: a Comodoro Py, el Triángulo de las Bermudas judicial, donde se extravían las causas que desnudan chanchullos de los poderosos y el Bolillero de Ercolini reemplazó al de Bonadío.

Pongamos pausa acá para formular hipótesis sobre lo que vendrá. Ya tenemos claro, al menos, que en 2023 la democracia atraviesa su crisis de la mediana edad. Este es el momento clave de la trama en que debe decidir si redoblará esfuerzos para cumplir con la esencia de sus sueños, que todavía le es esquiva, o se resignará a mantener las apariencias de una dignidad que no supo ganarse. Porque a cierta altura de la película —a cierta altura de la vida— ya no caben medias tintas: o sos digno o sos patético.

Lo indiscutible es que esta película —que en tantos tramos tiene cosas de The Last of Us, pero que en términos generales es ante todo coppoliana (por Francis Ford, claro, y también por el toque argento a lo Guillermo)— no terminó ni está por terminar. Los 40 años que celebramos en 2023 son apenas los fotogramas que nos precedieron. El primer acto del film que, casi sin sospecharlo, terminamos protagonizando. Y cuyo final feliz perseguimos todavía, compenetrados con el soundtrack que nos tocó en suerte. Ese tan lindo, tan melonero, que termina diciendo: coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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