Negacionismo y pereza

Las respuestas de Macri sobre el terrorismo de Estado combinan ideología con desprecio de clase

 

Mauricio Macri es un hombre demorado por la historia. Sólo demorado. Ella nos ha agenciado sobre la opacidad que emana del resplandor celeste de sus ojos. No es la inteligencia la que guía sus actos, tampoco la razón práctica. Es, quizás, un fastidio crónico, una querella antigua, una reyerta familiar, lo que ha resuelto en Mauricio la necesidad de ser Macri. Ese malestar anterior a la cultura es el que lo colocó en el sitial de un cardenal descolorido. La densidad del relego es lo que transforma el destino de un ser. En algunos, es una pasión que experimenta un apetito al que le falta virtud para no desencadenar un proceso de descomposición de las relaciones colectivas. El choque es inevitable por el doble carril de la sumisión y la destrucción de un otro distinto, ese que en los juegos formales de las democracias es el que merece apenas la caridad de la tolerancia. Macri no llega a rozar el borde más lejano del materialismo prudente en su pretensión de componer situaciones, porque esa prudencia requiere de un esfuerzo de la razón, y a Macri lo distrae su pereza. Es por ello que no le interesó –y despreció– entrar en la discusión sobre el número de detenidos/desaparecidos durante la dictadura cívico militar. Lo aburre. No le importa si son 9.000 o 30.000 – la cifra abierta, como lo definió con claridad Martín Kohan, que interpela a la sociedad. Para él es sólo un muro con nombres. Alguien podrá acercar de vez en cuando alguna flor pero es un muro que, para Macri, nos legó la “guerra sucia”. ¿La apelación al término “guerra sucia” es signo de ese aburrimiento en Macri, de ese esfuerzo que la razón de Macri no está dispuesta a realizar? ¿Es realmente un tema que no le interesa? ¿Constituye mínimamente esa practicidad del prudente que se aleja de los temas que no le convienen, que lo fastidian, que lo alejan de lo que para Macri es visible en los actos cotidianos? Algunos podrán abonar esta idea. Ocurre que la historia, la biografía personal, existe también. La de Macri está engarzada por una sucesión de dichos que permiten delinear una constante que orienta y define acciones. Tal vez, una ideología apresurada y compuesta de retazos de clase.

Los archivos periodísticos tienen algún valor cuando las sociedades se arrojan al abismo de lo evanescente. La memoria no es un recuerdo. El recuerdo se fija en lo individual y destruye la construcción colectiva. La memoria, por el contrario, es ese ejercicio continuo por construir el sentido crítico colectivo, el cual permite que la historia no sea algo que ocurrió pero ya no sucede. Es la pregunta por esa memoria, desde nuevos hechos, la que le da sentido a la historia. En ese acontecer de dichos registrados, Macri se pronunció sobre la memoria y los derechos humanos cuando fue jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, desde su cargo de diputado somnoliento y como Presidente de la república.

En 2006, en el marco de la discusión parlamentaria por la derogación de los decretos 2741/90 y 2746/90, mediante los cuales Carlos Menem indultó a Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Ramón Camps y Ovidio Ricchieri, el entonces diputado nacional por el PRO dijo: “Que los indultos involucren a todos. ¿Por qué siempre ponemos el eje en los militares? Acá hubo dos lados de este 'hecho' desafortunado. Hay que reabrir el debate para los dos lados. Acá hubo terrorismo y terrorismo de Estado. De esto ya se están ocupando con la caída de las leyes del perdón, así que hay que ocuparse del otro lado”.

Como alcalde porteño Macri vetó en 2010 la creación del registro de ex presos políticos en la Secretaría de Derechos Humanos; del fondo para la localización y restitución de niños/as secuestrados y nacidos en cautiverio, del Comité contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes en el marco de la Defensoría del Pueblo.

En la campaña a Presidente expresó que con su gobierno se iba a acabar el curro de los derechos humanos”.

Ya como Presidente, Macri le dio un reportaje a la periodista mexicana Karla Zabludovsky, corresponsal en Latinoamérica para el sitio de noticias BuzzFeed. Ante preguntas vinculadas a los juicios de lesa humanidad, que ningún periodista argentino de los medios con posición dominante se animó (anima) a realizar, el entonces Presidente dijo: “Es importante saber bien lo que pasó y darle el derecho a los familiares que sepan definitivamente después de esa horrible tragedia, que fue esa guerra sucia (cursivas del autor), que sepan qué fue lo que pasó”. Otra vez Macri sintió a su alrededor la brisa espesa de la historia y optó por reiterar la idea Cambiemos de los derechos humanos, los del siglo XXI y la modernidad remota de las redes sociales que convierten a las tecnologías informáticas en el factor de poder ciudadano para el vivir felices. Nada dijo de la función de control y vigilancia de los sistemas informáticos porque son los que utilizó para que los argentinos alcancemos la felicidad de vivir en alegría bajo la supervisión de las agencias de inteligencia y el gobierno electrónico.

Volvamos al debate sobre el número, un debate si se quiere insustancial, porque lo dramático se halla tanto en 100 como en 30.000 seres humanos detenidos/torturados/desaparecidos/asesinados como consecuencia del terrorismo ejercido por el Estado y contra el pueblo argentino en su conjunto. Digamos al respecto que la cifra se confeccionó en base a los testimonios de los sobrevivientes –los genocidas mantienen aún un silencio sepulcral– en un momento histórico de extrema tensión, con el horror grabado en el cuerpo de quienes testimoniaron. En ese sentido es que se arribó al número de 30.000 detenidos/desaparecidos.

Hay signos en aquella entrevista que revelan el desprecio que Macri siente por los derechos humanos del “pasado”. Es el “ni idea” que se enlaza con las patas de los bárbaros que malgastamos el gas y atentamos contra la salud del planeta. Es el “ni idea” del patrón de estancia que con dolor fingido decidió las medidas económicas que generaron un verdadero desastre social. Es el desprecio de clase por medio del cual se identifica con los valores de la falseada y pretendida aristocracia argentina. Esa clase que usó a los verdugos de turno para imponer sus intereses económicos interrumpiendo los intentos de industrialización del país. En esa interrupción está contenido el horror de la tortura, el asesinato y la desaparición de personas, de seres que intentaban ser felices comprometiendo el cuerpo y las ideas.

Mauricio Macri, quien fue Presidente de los argentinos y argentinas, es quien tal vez con desgano pero con pertinaz coherencia llevó adelante un gobierno de modernización que contuvo en su interior el negacionismo, la persecución ideológica, el amedrentamiento a través de la puesta en vigencia de oscuras prácticas de los grupos de tareas y de los servicios de inteligencia. Fue el Presidente que sostuvo, como lo hicieron los genocidas, que Hebe de Bonafini –y por carácter transitivo, todas las Madres y Abuelas– era una “desquiciada”.

Encabezó la alianza de gobierno que encarceló a Milagro Sala con la complicidad del Poder Judicial en banda. El demonio no descansa, agazapado espera esas almas ya marcadas por él.

Macri, aquel Presidente, pudo ofuscarse por responder sobre estos temas que el periodismo dominante nunca pregunta; al contrario, montan operaciones comunicacionales para poner en duda el genocidio y escriben editoriales que marcan el rumbo del cual Macri no debe apartarse.

El objetivo es que la memoria todavía entre en tensión en ese terreno, que es el del negacionismo, y que la política corra diez casilleros atrás o comience siempre de cero.

 

 

 

 

* El autor es periodista, director de la revista La Tecl@ Eñe y docente en UNDAV.

 

 

 

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