Porteños de antes

Las incursiones de Bonavena en el cine y la utopía de una biopic a la altura de una leyenda

 

En algún momento tendrán que dar un respiro a esta voracidad de los productores de cine y de series por contar la vida de personajes célebres, un género que ya da muestras de agotamiento. Digo esto en relación al reciente estreno de Ringo, gloria y muerte, una serie para sumar al repertorio de esas siempre difíciles biografías sobre ídolos populares como ya las hubo sobre Sandro, Maradona o Monzón. El problema es que ya no parece ser ni una tendencia ni una moda, sino más bien una especie de pereza creativa que para colmo no registra su propia decadencia. Me pregunto si efectivamente estas biopics son tan rendidoras en términos de audiencia como para repetirse una y otra vez, siempre con la misma receta y los resultados cada vez más desalentadores.

Antes de esta serie hubo varios proyectos similares para el cine o para la TV, que como nunca se concretaron no hicieron más que alimentar la expectativa, a la par de que se agigantaba la leyenda del boxeador de Parque Patricios. Por eso el gran inconveniente al que se enfrenta esta flamante tira es que a esta altura del partido, a casi medio siglo de su asesinato, es muchísimo, demasiado, lo que se ya sabe de Bonavena. Su compilación de anécdotas y de frases célebres está al alcance de la mano y está tan difundida que cualquier interesado en la vida de Ringo ya ha construido su propia ficción. Mientras más se intente complacerla desde una serie o desde una película más redundante resultará, cuando no a destiempo. Moraleja: las películas y las series nunca podrán estar a la par de leyendas populares como la de Ringo, no vale la pena intentar.

La ya explorada fórmula de contar en simultáneo varios momentos de la vida del protagonista resulta esta vez desordenada y sin el equilibrio debido. Personajes que entran y salen sin dejar huella, huecos narrativos que se intentan salvar con flashbacks, un reparto notoriamente desparejo que sólo encuentra credibilidad en sus personajes secundarios. Y las famosas frases de Ringo (la del peine y la del banquito, por ejemplo) parecen encajadas a martillazos en una trama que no las justifica.

 

 

Deben celebrarse, ahora sí, algunos aciertos: la muy buena recreación de época, sobre todo la del Mustang Ranch de Nevada, una muy buena banda sonora y la decisión de edificar esta biografía sobre ese personaje tan singular que el mismo Ringo construyó trascendiendo los límites del cuadrilátero. Su carrera deportiva tuvo momentos muy destacados, y si bien no era un boxeador de primerísima línea, estuvo muy a la altura de los choques que lo enfrentaron a los grandes de la categoría. Pero aun así, siempre supo que esa carrera debía ser apuntalada en todos los frentes posibles aprovechando cuanta marquesina se le ofreciera, desde un periodismo enamorado de su labia hasta el mercado de la música y el teatro de revistas.

En la descripción de Ringo Bonavena asoma la que más coincide con los que lo conocieron de cerca: la del típico porteño de aquellos tiempos, odioso y querible por igual. Altanero, seductor, ocurrente, embustero, sagaz conocedor de la utilidad y los límites en el arte de la provocación. Familiero, amiguero, pendular, vulnerable y con códigos innegociables. Un parlanchín capaz de vociferar su identidad barrial, pero dispuesto a dejarla a un costado para ser presentado en los Estados Unidos más como un italiano que como un argentino. El mundo del boxeo buscaba hace años su “nueva esperanza blanca”, un Rocky Marciano redivivo que pegara fuerte en la categoría de las categorías, la de los pesos pesados, dominada desde hacía décadas por boxeadores negros. Y Ringo no iba a estar dispuesto a actuar un nuevo personaje con tal de llegar a los grandes escenarios del mundo, porque para este típico porteño Buenos Aires ya le había quedado chica.

Ringo también tuvo su paso por el cine, justificadamente omitido en la serie ya que fue mucho menos rimbombante. Primero vino la casi totalmente olvidada Muchachos impacientes (1966) de Julio Saraceni, un elemental vehículo promocional para figuras musicales como Raúl Lavié, Juan Ramón y Simonette, la del Club del Clan. Ringo, que ya estaba en la Asociación Argentina de Actores, se interpreta a sí mismo, algo totalmente previsible porque el personaje ya estaba inventado desde antes. Prosiguió una aparición suya como hincha de Huracán, tan perceptible que ni siquiera debiera ser tenida en cuenta, en el fresco futbolero Pasión dominguera rodado en 1970, el mismo año de su histórica pelea con Muhammad Alí.

 

 

Afiche de la olvidadísima 'Muchachos impacientes' de 1966, con el nombre de Ringo Bonavena entremezclado entre estrellas musicales de la época.

 

 

Su tercera aparición será en Los chantas, en 1975. Ringo luce aquel fino bigote que veremos en sus últimas fotos porque ya estaba por partir hacia su destino final en los Estados Unidos. De todas las películas en las que participó, aunque siempre muy brevemente, esta es por lejos la mejor y es además la que incorpora a Bonavena a una línea argumental mucho más elaborada, e incluso se lo nombra en su ausencia. Se trata de una historia poblada de personajes porteños como él que tratan de ganarse la vida en el filo de lo permitido. El director fue José Martínez Suarez. Nacido en Villa Cañas, provincia de Santa Fe, toda su filmografía destila inteligencia y porteñidad (aunque a alguien esto le pueda sonar contradictorio). Para él, Los chantas es la más porteña de todas sus películas, aún por encima de otras como El crack (1960) o Dar la cara (1962).

La película nos muestra a un grupo de tipos que cada tanto se las arreglan para ganarse unos pesos timando o ejecutando robos menores. Parecen tener un líder natural, el “Flaco” interpretado por Norberto Aroldi, que aparenta ser un duro de verdad pero nunca da el paso para transformarse en un delincuente mayor. Conviven todos en una misma casa, a veces con parientes adentro, vecina a un edificio en construcción. Desde su terrazas tenemos una exacta visión de esa Buenos Aires con casas de pasillo apabulladas por un caótico horizonte de torres y medianeras desnudas.

Ellos no tienen oficios definidos, casi todo lo simulan. Tampoco son chorros del todo, y hasta son simpáticos porque no hacen mucho daño ni tampoco lo harán, sus pequeños delitos son la hipérbole del oficio de sobrevivir. Chantas, no delincuentes, una definición que ya cayó en desuso porque desde entonces el mundo del delito cambió muchísimo. Al final las verdaderas heridas de este universo de chantas no son de armas de fuego: son la soledad, el desarraigo de los recién llegados, la pobreza, los amores erráticos.

 

Norberto Aroldi, el Belmondo porteño, lidera a la banda de 'Los chantas'.

 

 

El “Flaco” claudica y todo empieza a tambalearse cuando se enamora de una niña bien (Elsa Daniel) que lo engatusa haciéndose pasar por alguien de su clase. Mejor embaucadora que todos los demás, aparece por primera vez junto a Ringo Bonavena haciendo cositas en Villa Cariño cuando los chantas tratan de asaltarlos con un arma que parece de juguete. Justo a Bonavena, el que se fajaba con los más pesados del mundo. Y aquí Martínez Suárez se permite una humorada antológica, cuando Ringo les dice que más que un atraco esto se parece a Almorzando con Mirtha Legrand. Lo recuerdo por si alguien aún no lo sabe: la Chiqui es la hermana del director.

La película surgió de una idea de Norberto Aroldi luego depurada por Martínez Suárez y Gius, que se tomaron su tiempo para diseñar un guión delicioso, con abundantes referencias al habla y a la cultura porteña de la época. Algunas sobrevivieron, otras no, pero todas son perfectamente comprensibles. Es maravilloso cómo juegan con una cita de Borges para subrayar las diferentes experiencias de vida de dos personajes de universos muy distintos, dos porteñidades que se cruzan por voluntad del engaño. Hay además muchísimos personajes, todos representados de manera estupenda con un reparto irrepetible: Tincho Zabala como un sensible cafetero, Darío Vittori como un ingenieri retirado vaya uno a saber por qué, Héctor Pellegrini como un recién llegado del interior, Cacho Espíndola como un fracasado ladrón que vive con su madre, la comprensiva Olinda Bozán. Lautaro Murúa como un rico publicitario que quiere gestionar a Bonavena, Jorge Salcedo como un hampón de alta gama, María Concepción César en una bellísima interpretación como una copera que alguna vez llegó con el sueño de “comerse a Buenos Aires”. Todos están magníficos, y sobre todo el Flaco Aroldi, su aire de Belmondo porteño es parte del chiste.

 

 

Afiche de 'Los chantas', de José Martínez Suarez. Una tragicomedia llena de porteñidad.

 

 

Aroldi, además de actuar estupendamente, escribió muchísimos guiones y una buena cantidad de letras de tango. Lamentablemente Los chantas fue una de sus últimas películas como actor. Falleció de cáncer cuando apenas tenía 46 años, sus restos están en la Chacarita. Por ahí está también la tumba de Bonavena.

Al desenlace de Ringo lo conocemos desde hace rato, y en todo caso la serie recientemente estrenada nos los recuerda. Un matón que trabajaba para un mafioso ítalo-estadounidense le disparó un tiro en el pecho que lo fulminó al instante, justo un día antes de emprender su regreso a la Argentina. Lejos de su barrio, lejos de Buenos Aires, lejos de todo lo que él supo inventar. Así podía morir un porteño de antes.

 

Bonavena y su bigote. La imagen de los últimos años de su vida. Foto: archivo Télam.

 

 

 

 

 

 

FICHA COMPLETA

Título original: Los chantas / Argentina / 1975 / Duración 111 minutos / Color / Dirección: José Martínez Suárez / Guión: José Martínez Suárez, Gius / Argumento: Norberto Aroldi / Música: Tito Ribero / Fotografía: Aníbal Di Salvo, Humberto Peruzzi / Reparto: Norberto Aroldi, María Concepción César, Elsa Daniel, Juana Hidalgo, Cacho Espíndola, Héctor Pellegrini, Tincho Zabala, Jorge Salcedo, Lautaro Murúa, Darío Víttori, Ángel Magaña, Olinda Bozán, Alicia Bruzzo, Ringo Bonavena.

 

 

 

 

 

 

 

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