Veranos eran aquellos

La música que escuché mientras escribía

 

La Librería del Congreso de Estados Unidos otorgó a Joni Mitchell su premio George Gershwin a la canción popular. Y el 1° de marzo se realizó el recital en el que la cantautora y tambien pintora mostró que a sus 79 años sigue siendo una artista impresionante, pese al aneurisma cerebral que hace ocho años la dejó postrada y sin poder hablar. "Soy dura de desalentar y de matar", dijo en una de las entrevistas que le hicieron por el premio. Con un empecinamiento admirable, reaprendió todo desde cero. Y como corresponde, eligió para celebrar el premio la más famosa canción de Gershwin, de la que le entregaron una copia de la partitura original. Después fue homenajeada por artistas más jóvenes, como Brandi Carlisle, Annie Lennox, James Taylor, Herbie Hancock y Cyndi Lauper, que la acompañaron en una de sus canciones más famosas, The Circle Game, de 1978. Una de esas que allí saben todos, como se aprecia al ver que el público canta con ellos.

 

 

 

 

Ya la había grabado hace un cuarto de siglo, con Herbie Hancock, el enorme Wayne Shorter (que murió al día siguiente de este último recital) y Stevie Wonder con su armónica. Hasta es lícito preferir la última versión a la de su juventud.

 

 

 

 

 

 

Summertime es la canción con que comienza Porgy & Bess, la ópera que Gershwin estrenó en 1935, con letra de su hermano Ira, compuesta a partir de un libro del escritor también blanco DuBoise Heyward, que se propuso retratar la vida de los afroamericanos en el sur de Estados Unidos en los años de la Gran Depresión.

Entre quienes la rechazaron entonces estuvo Duke Ellington, para quien no representaba el idioma musical negro y tomaba prestada cualquier cosa, desde Liszt a Dickie Wells, un trombonista y bailarín que dirigía una banda de kazoos (un pequeño instrumento del tamaño de una armónica, que suena como un peine con papel manteca). Pero en diciembre de  1943 ya la incluyó en su concierto en el Carnegie Hall y volvió a grabarla varias veces. Esta versión de 1961, con el bajo de Aaron Bell y Sam Woodyard en la batería merece ser escuchada. No fue el único gran músico afroamericano que terminó por rendirse ante la música y la poesía de los hijos del zapatero ruso Moishe Gershowitz, que creció en el mismo Low East Side (que el slang rebautizó Losaida), al que fueron a vivir el peluquero y levantador de juego italiano Vicente Piazzolla, su esposa Asunta y el hijo de ambos, Astor Pantaleón.

 

 

 

El Kazoo.

 

 

 

 

 

 

La que seguramente escuchaste es la de Louis Armstrong con Ella Fitzgerald, que la consagraron en forma definitiva. Es una maravilla.

 

 

 

 

 

 

Una versión que me impresiona es la de Sarah Vaughan, cuya voz no sólo es un instrumento más, sino el principal.

 

 

 

 

 

 

Si hubiera que elegir solo una persona por su aporte a la revalorización de la cultura africana en Estados Unidos, sería difícil competir con el descollante campeón de fútbol, abogado, político, actor y cantante Paul Robeson.

 

 

 

 

 

Miles Davis grabó la ópera completa, con arreglos de Gil Evans.

 

 

 

 

 

Que yo sepa, Charlie Parker solo grabó Summertime.

 

 

 

 

 

También hay una grabación muy original de Artie Shaw, hijo del sastre Harold Arshawsky, otro judío ruso corrido por los pogroms antisemitas, como mis propios abuelos.

 

 

 

 

Para seguir con esta panzada, escuchá cómo la interpretó Nina Simone, cuya conciencia racial y de clase la equipara con los personajes de la ópera.

 

 

 

 

 

La que no conocía hasta ahora (y me fascinó) es la delirante interpretación de Janis Joplin en 1969, uno antes de su absurda muerte.

 

 

 

 

 

Dos décadas antes la había grabado Frank Sinatra, que tenía una voz estupenda y enloquecía a las adolescentes, pero no me parece haber entendido de qué se trata el tema.

 

 

 

 

En 2003, durante el festival de jazz de Tanglewood, la interpretó Marian McPartland, con el canto de Norah Jones, aunque el video es engañoso porque sólo muestra a la hija de Ravi Shankar, que a sus 24 años era más vistosa que la gran pianista, compositora y escritora inglesa, que por entonces ya tenía 85 y seguía siendo una cosa seria, sentada en el taburete o frente al micrófono de la radio pública, donde durante más de tres décadas condujo un programa de entrevistas con músicos de jazz que son oro puro. Lo de Norah Jones me gusta, pero la interpretación de McPartland me parece de una calidad sobresaliente.

 

 

 

 

 

 

También la cantaron Billie Holiday y Scarlett Johansson (sí, no es un error), pero no las incluyo porque me parecieron menores, una en relación a la pieza de Gershwin, otra al propio nivel de Lady Day.

Lo que Gershwin quería es que sus personajes fueran interpretados por cantantes de ópera. Es lo que hacen aquí Leontyne Price, con la Filarmónica de Viena dirigida por el ampuloso Von Karajan, y Kathleen Battle. Se entiende por qué Sarah Vaughan se medía a sí misma con Price y por qué el público del Teatro Colón obligó a Battle a cantar bises o encores por más tiempo de lo que duró el recital, en una noche inolvidable para todos los privilegiados que estuvimos allí.

 

 

 

 

 

 

 

Perdón por la abundancia, pero no pude parar.

 

 

 

 

 

 

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