Forasteros Gold

¿Qué hacer para que el desarrollo del país no sea tan esquivo?

 

“Una ‘historia menor’ de la región patagónica se deleita describiendo las actividades de bandoleros y pioneros, demorándose en un anecdotario de ‘cosas raras y pintorescas’; vende libros en cantidad... pero no nos esclarece”.

“Interesa despejar las falsas imágenes para descubrir la verdad… de la Argentina donde existen riquezas que han sido y son explotadas, y donde esa explotación no beneficia al pueblo de la Nación”.[1]

A comienzos de la década del ‘70, cuando el dilema político principal que enfrentaban los veinteañeros era agarrar los fierros o someterse al autoritarismo, decidimos junto a mi compañera de ese momento –luego de haber recorrido varias regiones del país– trasladarnos a otros pueblos americanos, andar por sus territorios, ríos y bosques para intentar penetrar en sus estilos de vida, músicas, idioma y cultura.

Poco después de que el General Perón menospreciara en aquel 1º de Mayo a la juventud presente en la Plaza de Mayo, sacudiéndonos con el adjetivo “imberbes”, partimos hacia Brasil, donde un puñado de jóvenes llegados de otras partes vivían en una aldea de alrededor de 100 personas, habitando la inmensa mayoría del poblado en el perímetro externo de la cancha de fútbol que a la vez hacía de plaza.

En esa época, en el extenso territorio brasileño quedaban numerosísimas comunidades aborígenes aisladas de la “civilización”. Trancoso, la aldea a la que fuimos, localizada a 20 kilómetros de Porto Seguro (Bahía), fue uno de los primeros lugares donde desembarcaron los portugueses cuando llegaron al continente americano. Pocos kilómetros más allá, por las playas –cuando la marea lo permitía, ya que no había caminos desde Porto Seguro– había aldeas de nativos “pataxos”, que seguían viviendo cual siglos atrás. La recién inaugurada ruta que conectaba a Porto Seguro con la autopista Norte-Sur comenzó a atraer gente de todas partes; al poco tiempo hicieron allí un pequeño aeropuerto que posibilitó que llegaran personas de otras latitudes. Ello atrajo a los pataxos a movilizarse hacia Porto Seguro a efectos de vender arcos y flechas que usaban, junto a algunos objetos de madera que tallaban a mano. Ahí, en el intercambio con los hombres blancos, supieron del “poder mágico” de la farmacopea contemporánea: los antibióticos. En poco tiempo los llevaron a sus aldeas, usándolos a manera de caramelos sanatutti, con lo cual su salud comenzó a deteriorarse, con el agravante de que la medicina tradicional basada en frutos de la tierra ya no respondía a los nuevos malestares surgidos del contacto con la “civilización”.

Los hombres blancos llegaron a las aldeas, vieron las canoas de madera de un solo tronco cavado a fuego, hacha y machete que usaban los nativos para salir a pescar, y les compraron varias. Los pobladores quedaron con escasas embarcaciones para capturar los peces que eran su única proteína, por lo cual sufrieron otra pérdida más para su bienestar saludable. Poco a poco los blancos, luego de saquearles las mejores maderas, fueron comprando por espejitos de colores sus aldeas, donde construyeron fastuosas posadas y condominios en medio de la exuberante naturaleza. Con las monedas recibidas, los aborígenes desalojados de sus territorios se trasladaban a Eunapolis, localidad cercana (conocida como el poblado más grande del mundo), donde se instalaban en barrios muy precarios para intentar vivir de changas, aunque terminaran haciendo de fuerza bruta de carga mientras las monedas recibidas se les agotaban enseguida. De igual manera sucede en nuestro país con los matacos y tobas de Chaco y Santiago cuando son forzados a migrar hacia los núcleos urbanos más cercanos para que los contratistas puedan obtener jugosas ganancias en los territorios desalojados plantando soja.

Hace pocos días tuve la inmensa dicha de conocer en la Patagonia Austral un pueblo de 400 habitantes localizado en torno a lo que fue una tradicional estancia ganadera, alejado 60 kilómetros de la Ruta 40. Está en una región de transición entre la estepa y los valles cordilleranos, de hermosos paisajes lacustres y montañosos, donde hace unos 9.000 años habitaron tribus nómades que dejaron su maravilloso arte rupestre en diversas laderas de rocas. El pueblo está estratégicamente localizado para prestar servicios turísticos, casi inexistentes todavía, aunque ya aparecen algunos incipientes embriones locales de ello. Recientemente se ha mejorado el ripio de la ruta provincial que llega al pueblo: una encantadora ruta escénica que, por motivos climáticos, solo es transitable en verano. La localidad carece de transporte público de pasajeros y conexión telefónica (aunque sí hay servicio de Internet), no hay servicios médicos y sólo un cajero automático que tiene dinero algunos días al mes. Una carnicería que faena ganado de la zona y lo vende a menos de la mitad del precio que rige en las demás localidades de la región compensa algo los sobrecostos de localización que se pagan en el pueblo.

Cuando estábamos allí nos enteramos que esos mismos días, a pocos kilómetros de lugar, había ocurrido en una mina de Patagonia Gold un robo de oro por valor de un millón de dólares. En semejante lugar, adonde suelen llegar tan pocos forasteros, ello nos hizo sentir algo incómodos.

“Estamos totalmente shockeados y angustiados (sic) por lo que sucedió. Es una operatoria realmente fuera de contexto en la historia minera argentina. Sí existen situaciones como estas en otros países, como en Chile o Brasil. Pero en ningún lugar de la Argentina había pasado algo de esta naturaleza”, aseguró el representante de la empresa en diálogo con La Opinión Radio por LU12 AM680.

Luego afirmó que “la vulneración a la seguridad es un hecho totalmente inédito”. “Hay un único camino oficial, que es el ingreso al proyecto. Como sucede en todos los proyectos en Santa Cruz, ese ingreso tiene un puesto de seguridad. Ese camino seguro no lo usaron, por ahí no entraron. Existen muchos caminos alternativos. Esto está en medio de la estepa patagónica, hay caminos vecinales, rutas alternativas, pueden entrar campo a traviesa o por caminos no utilizados. Aunque exactamente qué caminos utilizaron no tengo referencia”, explicó el gerente de Patagonia Gold.

En contradicción con esa información de la empresa, además de enterarme de otro hecho previo ilustrativo, tuve oportunidad de conversar con un oficial local de la policía provincial, quien aseguró que ni siquiera recibió indicaciones especiales de sus superiores; que no es la primera vez que sucede este tipo de robo de oro y plata en la provincia (nunca se aclaran y varios ni siguiera se denuncian formalmente) y que la empresa hace años exporta dichos metales con apenas un permiso de exploración, no apto para la explotación.

O sea, los metales preciosos de la Patagonia ya no son robados por facinerosos asaltantes, sino que desaparece misteriosamente sin dejar rastros de las pocas firmas extranjeras que los explotan. Empresas que se ufanan de (¿o extorsionan?) generar empleo, hacer beneficencia en escuelas provinciales y pagar impuestos en una provincia donde existen pocas fuentes de empleo.

Ante este panorama nos planteamos: el turismo, la que algunos consideran industria sin chimeneas, en provincias como ésta, con incomparables maravillas naturales, ¿podrá ser una fuente sustentable para el desarrollo patagónico?

 

 

 

 

 

[1] Minieri, Ramón M. Ese ajeno sur. 1a edición. Viedma. Fondo Editorial Rionegrino, 2006.

 

 

 

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