EL ODIO A LA PLANIFICACIÓN DIO FRUTOS

Perder siempre es posible, pero así no cualquiera lo consigue

El 3-0 aturde. Pero mucho peor que la derrota es su contenido. Perder estaba dentro de las posibilidades, porque el equipo hace tiempo da señales de decrepitud, pero nadie imaginó una derrota así de fea. La Selección es frágil desde antes de la llegada de Sampaoli, lo que no pudo el técnico de Casilda es frenar la inercia y dar señales de despegue. La opaca Eliminatoria no impulsó ni reformas ni evoluciones. Todo lo contrario, en apenas dos partidos del Mundial, las falencias futbolísticas que traía de arrastre la Selección se pronunciaron con los aportes extravagantes de su entrenador. El resultado no podía ser peor. La Argentina se dio de frente contra Croacia y contra su espejo.

El error de Caballero, a esta altura, es casi un detalle. De no haber fallado el arquero, probablemente se hubiera diferido la caída 10 minutos, o 20, tal vez un partido o dos... Antes y después de la fatídica jugada, la Argentina fue un equipo vulgar, improvisado y sin libreto.

Croacia tampoco es la maravilla, aunque vista desde acá lo parezca. Es apenas un equipo organizado, con dos pares de muy buenos futbolistas. Suficiente para revelar los vacíos de una Selección Argentina cuyo entrenador juega bien y gana los partidos solo en los papeles producto de su frondosa imaginación.

Croacia partió a la Argentina en dos, subiendo al eje a sus interiores (Modric y Rakitic) para impedir la participación de Mascherano y Enzo Pérez en el comienzo del proyecto ofensivo. Tapando el centro del campo, Croacia condujo a la Argentina a salir por las bandas, o en su defecto, con juego largo. No le dejó más opciones que esas dos, y la Argentina lo aceptó con sumisión.

La consecuencia inmediata de esa falta de colores en la paleta fue un exceso de participación de los jugadores menos aptos para el tránsito hacia el ataque. Acuña y Salvio tocaron mil veces la pelota sin poder desbordar casi nunca. Al final de la tarde, no defendieron como laterales, ni crearon como mediocampistas, ni profundizaron como extremos, confusión habitual en un futbolista que ocupa toda la banda. Ni Acuña ni Salvio son culpables de la soledad y de la sobrecarga de trabajo. Tampoco Agüero, que jugó de espaldas a merced de discretos zagueros, sumamente agradecidos por la concesión.

Sampaoli no ideó ninguna solución. Y Messi tampoco. El resto, simplemente, se alineó. Si los líderes están vencidos, no hay mucho por hacer. Alcanza con revisar los desplazamientos de Messi en el campo. Este equipo no le puede dar lo que le da Barcelona para que su talento se exprese, por lo tanto tampoco él puede esperar el momento, quieto, en su zona de confort, sabiendo que la pelota va a llegar al sitio deseado para finalizar la aventura con alguna genialidad. Y no puede esperarlo porque eso no pasa casi nunca en la Selección. Por lo tanto, la espera se parece al abandono, en el que finalmente cae el equipo entero hasta derrumbarse, como pasó luego del primer gol de Croacia.

La Argentina no tuvo juego ni sustancia. No eligió cómo ni dónde recuperar la pelota, no formó sociedades para elaborar juego, ni definió ninguna estrategia. Salir jugando desde la primera línea, presionar en el último tercio del campo, orientar esa presión atendiendo las señales que da el rival para llegar con el pase y no un segundo después, procurar juego tras las líneas adversarias, recibir al espacio, pedir la pelota en un sitio y buscarla en otro, etcétera, etcétera, etcétera, son cosas que no salen mágicamente, solo por desearlo. Son detalles, no sofisticados, pero sí que precisan ensayos (y calidad de ensayos), confianza y comprensión del juego, valores que la Argentina o no cultiva o no cosecha.

En 13 partidos a cargo de la Selección, Sampaoli jamás repitió un equipo, hizo 81 cambios entre partido y partido, 37 futbolistas fueron titulares al menos una vez, varió siempre los sistemas tácticos sin haber fijado un modelo y sembró dudas y contradicciones en cantidades por encima de lo recomendable. Lo único que permaneció inalterable en todo el ciclo es que siguió sus impulsos, como él mismo lo describió en su libro: “Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación”.

 

 

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