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Novela corta de contenido largo, cuervos argentos y nieve en enero

 

Esa ciudad fue bombardeada en el '63, destruyendo tres edificios, una iglesia y el Puente de Hierro que, en los orígenes, constituía el único paso que comunicaba con las localidades vecinas. No obstante emblemático, el puente fue lo último en ser reconstruido, recién en el año '69, merced a las artes de un ingeniero húngaro a quien le placía arrojarse desde los andamios en atlético clavado al hermoso río. Explotó para la tarea a media docena de muchachos quinceañeros, entre los cuales figuraba Cameron, Julio, tipo solitario —tal vez a su pesar— que le presta a Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975) el apellido a fin de que titule su flamante novela.

Pues Julio Cameron posee una presencia tan potente y argentina como la ciudad con la que comparte el protagonismo de Cameron, el libro. Identidad sin soslayo a pesar de que a aquella urbe el invierno con nieve le llega para el fin de año, por lo tanto no está en el sur patagónico, ni siquiera en el hemisferio sur. Donde vuelan los cuervos que por estas pampas son inexistentes y donde la destrucción y el exterminio vinieron de otro lado, como la esporádica inundación proveniente del arroyo Goncalvèz que atraviesa el casco urbano. Esa ciudad parece parecerse a alguna europea y sin embargo no lo es; tampoco por esos datos históricos sino porque el sutil ejercicio de escritura desplegado por Ronsino porta una argentina cadencia que tampoco se limita a utilizar la voz pelotudo, sino que se adentra en esa espeleología del lenguaje que hace a la novela más argentina que Gardel; que era francés o, mejor, uruguayo.

“Un rato antes de que muriera, pasé por la habitación de mi abuelo, estábamos solos, puse mi cara muy cerca de la suya y deje caer una saliva espesa contra su frente. Mi abuelo —el héroe— estaba pálido, consumido, apenas podía hablar; pero en ese tono delgado, me disparó: malnacido. Yo era chico, no entendía esa palabra, pero comprendía el tono, macerado por la muerte, del insulto”. Poco importa que “malnacido”, sin ser desconocido, no sea un significante usual en el habla argenta; su marca identitaria radica en cómo se inserta dramáticamente en la gramática del párrafo, en la fuerza que le otorga al recuerdo, en el abrupto cambio de clima. Además: la utilización precisa de los tiempos y signos de puntuación, que tanto se extrañan en abundante narrativa contemporánea.

Verosimilitud potente, llega de otras latitudes, más próximas a la solidez de la trama que a las materias del secundario. En un país huérfano de filiaciones genealógicas, cuyos habitantes pretenden hallar raíces ancestrales nobiliarias donde sólo burbujea la larga estela de los barcos, Cameron, Julio, se llama igual que su padre al que no conoció y que el mentado abuelo, el general, gravemente herido en la batalla ¡de Carhué! Héroe de pueblo nunca es sinónimo de héroe del pueblo; más en aquellos, estos, pagos. “El mito dice que resistió con dos africanos, también heridos, que llevaron el cuerpo del general hasta el campamento de la región. Los negros murieron unas horas después de arribar al campamento mientras el general estaba siendo operado y sobrevivió hasta los 90 años. Por eso ahora la tumba del general Cameron está flanqueada por dos pequeñas estatuas de leones negros. Prefirieron hacer dos leones negros en lugar de dos africanos (…) Quedan mejor…”. El monumento luce una leyenda patriótica sobre la cual una pintada en aerosol refuta: “Carnicero de Burke, ni olvido ni perdón”.

Ser Julio Cameron Tercero es lo que se dice un karma. Como ser rengo, que otorga ese aire poco confiable, siniestro, se sabe. Asimetrías ambas de las que el protagonista hace relato, prestando su voz detallista, en un fraseo pleno de “tensión entre el movimiento y la fijeza”. Ritmo que el autor otorga al andar de otro personaje, Silverio, y sin embargo le cabe a la propia escritura. Porque Silverio es un locutor de radio melancólico y borrachín que lee poesía en el micrófono confiando que a esa hora nadie lo escucha, pero no. Está más caliente que enamorado de Elda Cook, mulata cantante de jazz a la que puntualmente va a ver los martes a la noche. Pulula por allí Orsini, el vecino nerd capaz de manipular desde esa ciudad un banco en Japón, ser egoísta y solidario al mismo tiempo, en algo parecido a la misteriosa Mita que vaticina hombres sin sombra y limpia sus zapatos blancos una vez a la semana. Donde parece que no pasa nada y sucede de todo, en un libro de menos de cien páginas pero que contiene cinco veces eso, que se lee rápido y se va tan despacio que tampoco se pierde, Cameron, Julio, funciona como un faro. Más que relator, desde la oscuridad de su existencia va iluminando las otras vidas de a una, de a dos, de a tres, otra vez de a una. Y como lo que otorga color no es otra cosa que la luz, abarca esa ciudad toda, cuyo reflejo rebota hasta aquí.

Raro eco producido por aquellas cosas que se encuentran en otro lugar de donde se la busca, donde pocas resisten inmutables como el Puente de Hierro y el Barrio Alto, que al fin y al cabo en su momento el primero fue bombardeado y el segundo abandonado. O tal vez por eso resisten, porque vuelven una y otra vez a hacerse la pregunta de “cómo fue posible que construyeran una ciudad en sentido inverso. Arriba tendrían que haber estado las familias más destacadas y abajo las más pobres. Pero no fue así y cada vez que llegan las lluvias de mayo sufrimos lo que los más pobres no sufren. Eso, se dice, es injusto”. Al privilegiar la escritura por sobre cualquier otra exigencia (disculpad, odio los paralelismos: entre Fogwill y Carlos Begue), Ronsino se instala en un género propio, lo más lejano a la novela “social”; ni parecido, a no confundirse. Lo logra a fuerza de la dulce prepotencia de la letra en descripciones tajantes (“… se acopló a mi cuerpo con la suavidad de los torpes”); el literariamente difícil comparativo utilizado al mínimo (“… ese acento fundido en la lengua como una huella de barro reseca”), cuando no hay otro remedio; la imagen en la transmisión precisa (“… descubro una idea que me lustra los ojos”); la ética sin ambages (“…escuchándome con un respeto difícil de encontrar”).Recursos del escritor que, sin ninguna pretensión, funcionan como homenajes al lector que lo sabe reconocer. A veces.

 

FICHA TÉCNICA

 

 

 

 

CAMERON

Hernán Ronsino

Buenos Aires, 2018

80 págs.

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