El Paya y el Polaco

La música que escuché mientras escribía

 

La semana pasada Marcelo programó en la radio Cambalache, cantado por Roberto Goyeneche. Maestro de Siruela, no me contuve de contar que quien le enseñó ese fraseo que lo hizo famoso había sido su compañero en la orquesta de Horacio Salgán, Angel Díaz. A quien todos llamaban el Paya, según dicen porque su padre había sido payador. También fue el autor del apodo de Polaco, nacionalidad improbable para alguien con un apellido tan vasco, que en euskera quiere decir algo así como la casa de arriba o más alta.

El Paya debutó a las 19 años, en 1948, en la orquesta de Florindo Sassone,  quien escuchaba con mucha atención las grabaciones de Carlos Di Sarli, y que importó al tango un instrumento del jazz, como el vibráfono. Escuchá esta Quimera, de Roberto Aubriot Barboza y Luis Viapiana, con letra de Juan Manuel González.

 

 

Después el Paya Díaz pasó a la orquesta de Alfredo Gobbi, que no era cualquier cosa. Nada menos que Pantaleón dijo que era su padre musical y Eduardo Rovira le dedicó su tango El engobbiao. En 1949, el Paya canta con Gobbi Porque soy reo y Entre tu amor y mi amor.

 

 

 

 

Desde 1950 y durante seis años se incorporó a la orquesta de Horacio Salgán.

 

 

 

Las que más me gustan son No Placé de Riverol y Francisco Loiácono; Malevaje, de Juan de Dios Filiberto y Enrique Santos Discépolo, y Vieja Recova, con música de Rodolfo Sciammarella y letra de Enrique Cadícamo.

 

 

En la orquesta de Salgán sucedió a Horacio Deval, el más verosímil de los muchos imitadores de Gardel. Allí coincidió con el colectivero Roberto Goyeneche, que era tres años mayor que él, a quien bautizó El Polaco, por su pelo rubio. "Del Paya aprendimos todo, el Flaco Deval, yo y muchos pibes que andaban en los boliches cantando tangos", dijo Goyeneche según el registro del blog La Nova Botica del Alemán. El Paya lo moldeó como cantante, cosa que Goyeneche reconoció más de una vez. A su voz de barítono le faltaba al principio la expresividad que aprendió de El Paya, hasta que se lo llevaron Troilo del '56 al '63, y Pontier entre el 66 y el 68, que terminaron de formar a ese verdadero fenómeno porteño.

A dúo con Salgán, creo que sólo cantaron los valses Alma, corazón y vida  y Un cielo para los dos. Les hice varias preguntas a un par de inteligencias artificiales buscando si había más. Pero me cansaron tirando verdura y disculpándose muy educaditas a cada metida colosal de pata. Si tuviera paciencia, haría un librito o una nota con la recopilación de las burradas que escriben, eso sí, muy rápido y tan seguras como discurso de Milei. Me hicieron acordar de una frase de Paco Urondo sobre un tipo como estos algoritmos: "Es un atento de mierda", decía.

 

 

 

Así cantaba Goyeneche solo con Salgán en 1952.

 

 

Quince años después, con Armando Pontier, ya era otro. Para mi gusto, tan arbitrario como cualquier otro, esa fue su mejor versión. Ya había aprendido todas las mañas y  aún le respondían la gola y los fueyes.

 

 

Después lo llamó Pichuco, el autor de la música de Sur, a la que Homero le puso letra y Goyeneche cantó así.

 

 

Por último llegó Piazzolla, y juntos alcanzaron el éxito popular. Pero eso lo veremos otro día.

Con gratitud, Goyeneche llevó al Pacha Díaz, ya grande, al Café Homero, de lo que quedan algunas grabaciones, como estas.

 

 

Las enseñanzas del Paya, de Pontier y de Pichuco le permitieron seguir cantando cuando sus pulmones ya estaban ametrallados por la polilla del tabaco y vaya a saberse qué más.  Poco antes de su internación final lo escuché tambien a él en el Café Homero. Era estremecedor. Cantaba a lo sumo dos tangos seguidos y luego reposaba en una silla hasta recuperar algo de aire para cantar el tercero. Su última grabación, con el conjunto del violinista Antonio Agri, fue el hermoso tango Viejo ciego, de Sebastián Piana y Manzi, que fue una mis canciones de cuna, en la versión de Fiorentino. El Polaco era una sombra que apenas podía respirar.

 

 

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