Más mufa será tu abuela

La música que escuché mientras escribía

Carlos Di Sarli

 

Así como todos los músicos están convencidos de que San Pugliese trae suerte, demasiados piensan que Carlos Di Sarli es mufa. Nunca supe por qué milagros se ganó esa mala fama, aunque fui testigo de uno de los que se le atribuían y que padeció mi amigo de juventud  Santiago Giacobbe, a quien llamábamos Titín. Además de la agrupación pionera Nuevo Jazz, donde compartía el escenario con Rubén Barbieri y su hermano El Gato, con Chico Novaro, el Negro Jorge Navarro, Astarita y el Zurdo Roizner, en 1969 Luis Alberto Spinetta lo invitó a grabar un tema de su álbum legendario, Almendra. Titín es el que toca el órgano en Ana no duerme. Quise verlo después de tantos años, conseguí un teléfono, le dejé un mensaje, pero no tuve respuesta. Hace poquísimo supe que había muerto en febrero de 2024, al borde de sus 90 años. ¿Por qué no nos dejan despedirnos de la gente que le dio sentido a una época de nuestra vida?

 

Santiago Giacobbe. Chau Titín.

Creo que alguna vez te conté que mientras él se sentaba al teclado en la casa de Haedo donde vivía con madre y abuela, la indolente gata Proserpina se estiraba sobre la tapa del piano vertical, para sentir mejor la vibración de los temas con que él me enseñaba a escuchar jazz. Con sus manazas sobre el teclado me explicaba cómo era la música de Bill Evans y por qué sonaba tan distinta a la de Oscar Peterson. Hace mil años nos fuimos una semana de vacaciones. En vez de tomar en Constitución un micro de la Chevallier, que por entonces era el transporte de elección para ese viaje, conseguimos una combi rasposa que era más toraba y venía a buscarnos por nuestras casas. Abstraídos de los otros pasajeros, hablábamos de música. Alguien nombró a Di Sarli. Pocos minutos después la combi comenzó a ratear. Con un calor infernal hubo que esperar más de una hora para que encontraran un mecánico. Volvimos a la ruta, pero el mal bicho se rompió varias veces más antes de que llegáramos, al día siguiente y exhaustos. Titín no tuvo mejor idea que tirarse a dormir en la arena. Nunca vi un hombre tan peludo, del derecho y del revés, de arriba y de abajo, pese a lo cual se puso rojo como un camarón y pasó varios días colgado en un ropero, inmóvil como una camisa. Me impresionó la certidumbre con que entre quejidos maldecía los efluvios de Di Sarli.

Yo nunca lo creí. Pero las voces se fueron corriendo y gradualmente lo corrieron a Di Sarli de la programación de las radios, que era donde se escuchaban tangos. Lo invisibilizaron. Su orquesta me gustaba aunque nunca empaticé con sus cantores, que habían sido muy apreciados. Te armé un álbum instrumental que me parece hermoso. Una amiga me contó que todas las semanas iba a bailar y que la orquesta de Di Sarli era la mejor para ella. Le agregué una imagen de ese dibujante genial que fue Alejandro del Prado, quien firmaba Calé, su serie inolvidable Buenos Aires en camiseta. 

 

 

Pero también vale la pena retroceder unos años y escuchar a un Di Sarli más primitivo, dicen los que saben que bajo la influencia de los apurones de Juan D'Arienzo. Aun así, me sigue gustando y espero que a vos también.

 

 

Por si temés a las supersticiones, para terminar, aquí tenés la protección de San Pugliese, sólo al piano con las Flores negras de Francisco De Caro. La grabación es menos que precaria, pero igual se siente la fragancia.

 

 

Que país de maravillas nos entra por los oídos a pesar de los monstruos que nos gobiernan.

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