En estos días aparecerá un nuevo álbum de Adrián Iaies. Durante la semana lo presentó en Bebop, que es uno de los lugares de jazz más lindos del mundo. Es el primero que grabó en su casa, solo con su piano, al que le habla y hasta le da besos, y con el técnico Mariano Míguez. Por la edad de sus hijos mayores, calculamos que nos conocimos hace casi 30 años, cuando Adrián tocaba en bolichitos semidesiertos, o incluso en colegios y a nosotros nos fascinaba lo que hacía ese músico de jazz con los tangos, que usaba como estándares. Muchos lo intentaron antes, pero sólo él lo logró. ¿Te acordás el diálogo probablemente apócrifo de Picasso con un periodista o un pintor, que le preguntó por su búsqueda? "Yo encuentro", le contestó. Dejame exagerar un poco: el tango está tan vivo gracias a Iaies y a Pantaleón, que rompieron lo que parecía sagrado y pusieron la mano donde estaba prohibido.

Tuve muchos discos suyos pero varios se los llevó Juan Gelman, porque no hay nada más lindo que regalar las cosas que uno ama a la gente que ama. Por eso, solo de memoria, te digo que éste puede ser el primero que aclare en la tapa "Jazz & Tango". Sí recuerdo una humorada suya muy exacta, en Round Midnight y otros tangos. Tal vez ahora la aclaración no la hizo Adrián sino la casa editora, pero me llamó la atención porque tengo la impresión de que es el álbum menos jazzero de Adrián. Algo se le debe haber movido también a él, porque en la contratapa dice: "El tango no ha sido nunca mi lugar en el mundo. No he tocado en ninguna orquesta típica ni he acompañado cantores. Menos aun, tocar tango a la parrilla. No he tenido ni ese mínimo de curiosidad indispensable para intentarlo. Pero los tangos son otra cosa. Mi relación con esas bellas canciones es epidérmica. Están debajo de mi piel. Mi identidad de músico de jazz nunca se sintió amenazada por recurrir a esas melodías para hablar en primera persona. Cuando llegué a ellos, primero como un juego y luego como una forma de contar mi vida, ya hacía un largo rato que estaba tomado por la obsesión de aprehender el modo folklórico de Hank Jones para tocar Ellington o asomarme a la esencia del alma de Bill Evans escuchándolo tocar las músicas de Burt Bacharach o Johnny Mandel. Esa experiencia, esas intenciones, claramente marcaron mi relación con esos tangos. Están aca, entre otros, algunos de mis compositores preferidos: Juan Carlos Cobián —lo mas parecido a Billy Strayhorn que ha dado el género—, Anibal Troilo el fiel de la balanza o el elegantísimo Francisco de Caro. Este es un disco muy especial en mi vida. Porque vuelvo a grabar después de mucho tiempo. Un tiempo en el que mi vida cambió tanto. Y porque es el primero que grabo en mi propia casa, con mi propio piano. A mi aire. Y porque es reencontrarme con los tangos. Nunca los dejé ni me he sentido abandonado por ellos. Pero otras cosas sucedieron. La vida. Don Osvaldo Pugliese sonreiría. Es así, todos volvemos…". En cualquier caso, sentí que ha roto la norma de sus comienzos: empezaba con el tango como es y a partir de allí se lanzaba a volar, para volver al estándar sobre el final. Ahora no. Sin carreteo, despegue vertical.
Con la desfachatez propia del ignorante que siempre admito ser en materia musical, te cuento que me encontré con Adrián más intenso y reflexivo, pero con la misma excelencia de siempre. Vamos a escuchar cuatro temas del álbum que me mandó: Amores de Estudiante, de Gardel y Lepera; Nunca tuvo novio, de Águstín Bardi y Enrique Cadícamo; Mariposita, de Anselmo Aieta, y Uno, de Mariano Mores y Discepolín. Te iba a decir que la otra noche, el que más me gustó fue Nunca tuvo novio, pero escuchando de nuevo, a Uno no hay con qué darle.
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