La caída de las ventas de juguetes en Navidad fue del 7% comparada con la del año pasado. Nunca faltará, en la masiva y variada prensa oficialista, alguien que se anime a decir que refleja un “cambio de tendencia cultural”, que reflejaría una “profundización de la vida espiritual de las familias”. Pero no sería cierto.
La contracción en marcha seguirá reflejando el país económicamente fracturado de Milei: petróleo y gas, minería, agroexportación, intermediación inmobiliaria y bancos creciendo y ganando plata por un lado; la industria, la construcción, el comercio y el mercado interno hundiéndose por el otro.
Los enclaves exportadores dinámicos, desconectados del resto de la estructura productiva y social del país, deberían ser los que mantengan a flote la macroeconomía mileísta, si estos estuvieran en marcha. Así debería quedar la foto para siempre según la visión de la derecha local, pero la transición a ese escenario tercermundista está bastante lejos de haberse completado.
En lo económico, no es sólido políticamente un esquema en el que no se sabe cómo se afrontarán vencimientos de deuda externa que ocurrirán ¡dentro de dos semanas!; en el que el Presupuesto Nacional –de por sí basado en supuestos insostenibles– estará en disputa (incluso después de haber sido aprobado tal cual como salió de Diputados); en el que el sector externo muestra un desequilibrio permanente –el balance de cuenta corriente registró un déficit de 1.581 millones en el tercer trimestre–, y donde el Estado Nacional, que ya no está cumpliendo con sus funciones elementales, tiene como toda respuesta nuevos recortes del gasto público para mantener una ficción ideológica dedicada al paladar cortoplacista de los mercados.
Y en lo social también se está muy lejos de que las actuales tendencias puedan sostenerse indefinidamente. El declive de ingresos que viene sintiendo la mayoría de la población desde hace dos años, no sólo no va a detenerse en el 2026, sino que se profundizará.
La razón es que el gobierno no piensa tomar ninguna medida para tratar de revertir los procesos acumulativos que venimos señalando (caída de los ingresos reales de dos tercios de la población, contracción de la demanda tanto privada como pública, cierre de empresas pequeñas y medianas, mayor desempleo o subempleo muy precario, endeudamiento de las familias sin salida, incremento de la morosidad y cortes en la cadena de pagos). Su prioridad es el buen vivir de los prestamistas internacionales.
Una parte del electorado de La Libertad Avanza mantiene la ilusión de la prosperidad que les llegará gracias a la “libertad de los mercados”, ya que les han explicado que ese despegue tiene siempre un primer tramo complicado, pero que luego, siempre luego, mostrará sus bondades. Otros sectores, menos ilusos, enfrentados con situaciones económicas cada vez más comprometidas, se verán impulsados a intervenir activamente en la escena pública, y harán sentir su presión sobre el sistema político y comunicacional. Todo está en movimiento.
La agenda social y la agenda nacional
Una situación que se reitera en el ámbito parlamentario, que refleja la actual configuración de tendencias políticas e ideológicas a lo largo y ancho del país, es que se pueden observar votaciones diferenciadas según se trate de la “agenda social”, es decir, vinculada a cuestiones distributivas y de ingresos para sectores, como jubilaciones, la Emergencia Pediátrica, la Emergencia en Discapacidad o las Universidades Nacionales, y la “agenda nacional”, vinculada a cuestiones estratégicas de desarrollo nacional, como el gasto en ciencia y tecnología, el arreglo de la deuda externa, la continuación de grandes proyectos estratégicos, o los alineamientos y acuerdos comerciales con grandes potencias.
En la agenda social, si bien también se están viviendo retrocesos importantes, se pueden observar contratendencias de peso en la opinión pública y en el Parlamento, votaciones disputadas e incluso algunas victorias populares, mayor interés e involucramiento de actores y una postura más neutra de la prensa mayoritaria –habitualmente favorable a todas las medidas de ajuste neoliberal–.
En la agenda nacional es en la que se ven los retrocesos más significativos.
La venta/regalo de las industrias Pescarmona (IMPSA), de las centrales hidroeléctricas, la embestidas destructoras contra el INTA y el INTI, el desfinanciamiento del sistema científico-tecnológico nacional, el debilitamiento progresivo de YPF, la asfixia a Nucleoeléctrica Argentina, la generación de nueva deuda externa sólo para sostener un esquema de negocios financieros como el carry trade, la grosera relación de sumisión a los Estados Unidos junto con los insólitos gestos injerencistas norteamericanos sin respuesta alguna, el anuncio de un tratado de comercio e inversiones con Estados Unidos de graves consecuencias para la producción nacional, los posicionamientos aberrantes en las Naciones Unidas o en el ámbito latinoamericano. En esta agenda no aparecen contratendencias importantes, no hay casi disputa, no hay movilizaciones que impacten, no son tema de conversación pública, y los medios mayoritarios acompañan y publicitan acríticamente todas las medidas del gobierno libertario.
Entre las razones por las cuales esta segunda agenda antinacional avanza con menor rechazo, se pueden listar:
- La opinión pública que está por lo general desinformada, y además despolitizada, en el sentido que no entiende ni se da cuenta qué van a implicar para su propia vida los cambios estructurales en curso.
- La dirigencia política, económica y social que parece vencida o vendida. No realiza una oposición importante y parece decidida a acompañar en silencio al gobierno, por más extremistas que sean sus posturas.
- Es clara la coincidencia casi milimétrica entre la destrucción de todas las capacidades y logros nacionales con la voluntad norteamericana de recolonizar la región sudamericana. Todos los que se oponen a este proceso de destrucción nacional saben que la potencia del norte los verá con malos ojos por resistirse al despojo.
La azul y blanca ya fue
El periodista Carlos Pagni, en el diario La Nación del 26 de diciembre, pasando revista a la situación general del gobierno, señaló que “la publicación del acuerdo comercial con ese país (Estados Unidos) está demorada. Se había previsto hacerla el 5 de este mes. Pero existen factores que demoran el anuncio. Uno es la exigencia de que los productores agropecuarios paguen por el derecho de propiedad intelectual no sólo por las semillas modificadas que adquieren para la siembra, sino también por el grano (SIC) que se produce a partir de esas semillas”.
Se trataría de un nuevo tributo que el agro argentino le tendría que pagar a Estados Unidos, para poder gozar del derecho… a pagarle tributos.
Es el mismo agro que fue capaz de levantarse contra un gobierno democrático porque sintió que le sacaban parte de su renta. Pero ahora una exacción de estas características se mantiene en cenáculos reservados, no se discute públicamente, y seguramente no se da pie a que muchos productores se informen –y se opongan– a la pretensión norteamericana.
El nivel de sumisión de la dirigencia sectorial, su satelismo intelectual, su falta de dignidad personal, parece no tener límites cuando se trata de los poderosos del norte.

Según Pagni, “el sector del software es otro campo de conflicto”. También aquí se ocultan las demandas norteamericanas y las perspectivas propias. ¿Por qué el secretismo? ¿Para regatear en silencio? ¿Para no agitar fantasmas “nacionalistas”?
Continúa Pagni: “La gran dificultad es la defensa que la industria farmacéutica argentina hace de las barreras que la han venido protegiendo. El corazón del entredicho radica en los obstáculos reglamentarios que se interponen al patentamiento de medicamentos elaborados gracias a la investigación de laboratorios extranjeros. En los grandes laboratorios locales hay una preocupación sin precedentes ante la posibilidad de que se abra la competencia con las empresas internacionales”.
Muchos de los sectores locales que hoy se encuentran bajo la amenaza silenciada de ser arrasados por las pretensiones sin límites del gobierno norteamericano no hicieron ni hacen nada para ganarse la solidaridad de sus compatriotas.
Ni el “campo”, ni personajes como Marcos Galperín que amasaron aquí su fortuna, pero prefieren tributar en Uruguay, ni los laboratorios que han sido impiadosos en relación a los precios que les cobran a los consumidores argentinos, y especialmente a los más necesitados, se comportan como parte de un colectivo mayor, la nación. Viven para sus intereses puntuales.
Lo impresionante es que todos negocian por su cuenta, entre bambalinas, pidiendo favores a un gobierno local que básicamente es representante de los Estados Unidos en la Argentina.
Es el gobierno que ellos apoyaron desde el primer día, y cuya agenda social reaccionaria no dudaron un instante en ovacionar en reiteradas reuniones y foros. Ahora, el gobierno neocolonial que contribuyeron a entronizar los está por entregar atados de pies y manos a los norteamericanos, y no osan salir a la luz pública y plantear sus disidencias, mostrando una sumisión que impresiona.
Dijo Margaret Thatcher en una entrevista en 1987: “No existe tal cosa como la sociedad. Existen hombres y mujeres individuales, y existen las familias”. Por supuesto que es una tontería suprema, digna de ignorantes ideologizados, pero a veces el comportamiento de la dirigencia económica argentina frente a los intereses extranjeros se parece bastante a la descripción de quien decidió el hundimiento del ARA General Belgrano.
Para qué sirvió (y sirve) políticamente el odio anti k
Confieso que no esperaba leer el título de una nota del diario Clarín en la red X, el viernes 26, luego de que se confirmara la ajustada victoria del conservador –apoyado por Trump– Nasry Asfura, en Honduras, frente a la candidata progresista Rixi Moncada en las recientes elecciones presidenciales.
El título decía literalmente: “Derrota de la izquierda en Honduras: otro revés para Cristina Kirchner en la región”. Me remitió a las reiteradas parodias que hace Sebastián Fernández, Rinconet, sobre esa forma burda de vincular cualquier hecho negativo con Cristina, y pronosticar su ocaso definitivo.

La calidad de la información es insólitamente mala. En vez de tratar de entender qué pasa en Honduras, la nota se dedica a resaltar, desde su título, y en otros dos párrafos, cómo se estaría reduciendo la parte del mundo que es apoyada por Cristina.
Más allá de la obsesión enfermiza del diario con la figura de Cristina Kirchner, que seguramente la publicación logra introducir en la cabeza de quienes aún consumen sus notas, lo exagerado y fuera de lugar del título permite realizar una reflexión más importante, sobre la evolución ideológica y cultural de la sociedad argentina.
Desde el año 2008, momento en que el diario pasa a ser un opositor fanático del gobierno kirchnerista, Clarín viene realizando a través de su enorme grupo de medios una tarea sistemática de demonización de la figura de Cristina y del kirchnerismo, en la cual se puede observar una ingente utilización de recursos para “fidelizar” a cierto sector de la opinión pública en una suerte de “pacto de odio” contra todo lo que se asocie a ese sector político.
Sería un error, para cualquier persona progresista o de izquierda, pensar que el odio anti-k ha sido exclusivamente un rechazo a una cierta fuerza política o a una cierta persona o personas que encarnarían el mal, lo corrupto, lo fallido, en estado puro.
Gracias a la fidelización anti-k de una parte de la población, lo que se ha logrado en las dos últimas décadas es forzar el desplazamiento ideológico de esos sectores hacia posturas mucho más a la derecha de lo que era el espectro ideológico argentino hasta ese momento. Recordemos que cuando Cristina Kirchner triunfó en 2007, los candidatos que la siguieron en votos eran Elisa Carrió, Roberto Lavagna y Alberto Rodríguez Saá. Se podría decir que, con diversos matices, oscilaban en torno al centro político, y seguramente era posible encontrar varios puntos de convergencia programática entre todos los postulantes.
La furia anti-k, cultivada celosamente durante años, logró que se pudiera contrabandear un conjunto de contenidos muy reaccionarios que eran ajenos a la mayoría de la población. Un recuerdo al azar: cuando se emitieron los billetes de 100 pesos con la figura de Eva Perón, en reemplazo de los del General Roca, parte de la población tendía a rechazarlos, creyendo incluso que eran ilegales porque ¡los emitía el gobierno K! Tal era el estado de incitación al odio y la desconfianza que se registraba en ese momento, y que de alguna forma sigue hasta la actualidad.
Los principales valores ideológicos que se contrabandearon con la excusa del anti-kirchnerismo fueron la desconfianza en el Estado, en las políticas públicas inclusivas, en los contenidos patrióticos, nacionalistas y latinoamericanistas, en el impulso a la obra pública y la planificación del progreso nacional, en las regulaciones estatales para defender sectores o regiones del país, o en la moneda nacional.
Todo se puso bajo sospecha, pero esa sospecha no tenía por fin último “la pulcritud republicana de los actos de gobierno”, sino socavar en lo inmediato a esa experiencia popular, y en el mediano plazo empujar hacia la derecha la cabeza de la población. Hacer pedagogía reaccionaria.
Si observamos la “lista” de las desconfianzas sembradas por los medios, muchas desembocan en la prédica de figuras como Mauricio Macri y, posteriormente, expresadas más salvajemente, por Javier Milei.
En la nota sobre Honduras, lo que se le transmite al público es que si hay una candidata o candidato en América Latina que cuenta con la simpatía de Cristina, es malo. Mucho mejor que gane la derecha, así pierde Cristina.
Como Néstor Kirchner y Cristina Fernández participaron en una coalición de dirigentes latinoamericanos favorables a la soberanía y autonomía de nuestra región, es evidente que habrá simpatías mutuas con otras y otros que encarnen esos valores progresistas.
Lo que hace Clarín, aprovechando por enésima vez el rechazo anti-k que fomenta sistemáticamente, es llevar a su público crédulo a las filas de la derecha latinoamericana. Derecha que hoy está más degradada que nunca, producto de que perdió por completo todo proyecto nacional en la globalización, y que sólo busca una asociación con los Estados Unidos en los términos que estos últimos quieran dictar.
El antikirchnerismo sirvió y sirve para promover el traslado ideológico de toda una franja poblacional hacia la derecha. El propio Clarín lo hizo: divide a la región entre gobiernos “de izquierda” y de “centro-derecha”. Son categorías propias de la derecha: Lula encabeza un gobierno de centro-centro izquierda, pero no de izquierda. Milei no es “centro-derecha”, sino de derecha anti-social, cipaya y autoritaria. Despojado de su desarrollismo con el que llegó hasta los años ‘80, de su posicionamiento amistoso con las clases medias, de su pretensión de ser cotidianamente una síntesis de las preocupaciones de los sectores mayoritarios, Clarín se deslizó hacia una postura de derecha, desde la cual trabaja sobre la opinión pública del país. Pero no lo hace en una forma franca, expresando abiertamente un conservadorismo antipopular y antinacional, sino que vuelve a usar la mascarada anti cristinista, que suena cada día un poco más perimida y ridícula.
La dinámica antidemocrática
El rechazo por parte del poder judicial a la solicitud de prisión domiciliaria de Julio De Vido –quien cumple con los requisitos legales para poder acceder a ese derecho establecido por la ley– es otro capítulo más de un sistema judicial que abandonó su función formal para transformarse en brazo ejecutor político de sectores que quieren afianzar un proyecto de derecha en la Argentina.
Mientras tanto, el gobierno contrabandea en la Ley de Presupuesto medidas para eliminar la educación técnica, para regimentar y desfinanciar a las universidades públicas, para reducir más el gasto en defensa nacional y para saltear los requisitos contenidos en la así llamada Ley Guzmán (ley 27.544), que establece que sólo se pueden realizar canjes o reestructuraciones de deuda externa si se obtienen mejores condiciones financieras para el país que las precedentes.
En el apuro por lograr la aprobación del Presupuesto, urgidos por presiones externas, atadas a su vez a acceder a más préstamos externos (para no caer en default), aceptaron la versión del Presupuesto modificada en la Cámara de Diputados, que incorpora el financiamiento para la Emergencia en Discapacidad y el financiamiento de las Universidades Públicas. Es, por consiguiente, un presupuesto que tiene déficit. La forma sensata de corregir ese déficit, en un país equilibrado que se respete a sí mismo, es establecer impuestos a los sectores y actividades que pueden pagarlos con comodidad.
No es este el caso: Milei volverá a ver cómo hacer para eliminar esas partidas, y los rumores sobre los artilugios que podría llegar a utilizar incluyen opciones tan ilegales como la derogación por decreto de las leyes establecidas por el Congreso de la Nación.
Todo vale, incluso pisotear la Constitución, para no financiar cuestiones elementales para la vida en nuestro país. Pero a no olvidarse: todo vale, también, con tal de no cobrarles impuestos al capital y a los sectores más ricos de la sociedad.
Esa es la verdadera batalla de Milei, que aún no es cabalmente comprendida por toda la oposición.
El Presupuesto Nacional sancionado el viernes pasado otorga poder al gobierno para sancionar presupuestariamente y perseguir a las universidades nacionales que no les gustan; es el sueño del autoritarismo privatista argentino. Lo mismo que la arbitrariedad con la que se vinieron asignando fondos a las provincias hasta minutos antes de la votación, según voten o no por la legislación subdesarrollante que plantea el gobierno: ajustan y extorsionan a un personal político muy apto para esas prácticas.
Los acuerdos externos, tanto los arreglos de deuda como los pactos comerciales que van a comprometer el futuro de generaciones, y que trabarán completamente la capacidad de acción de próximos gobiernos populares, no deberían pasar sin una amplia discusión pública. No deberían aprobarse sin comprensión colectiva profunda sobre lo que está en juego.
Lo mismo debería ocurrir en relación a las leyes laborales esclavistas que promueve el gobierno, que van a destrozar aún más el tejido humano y familiar argentino.
En todos los terrenos de la vida social, el 2026 será un año de combate por la democracia verdadera, contra el autoritarismo de mercado.
Contra la destrucción del proyecto de Nación ejecutado por Milei a favor del capital concentrado.
Cada pelea, toda pelea, será importante, y cada victoria ayudará a emprender el camino de reencuentro con lo mejor de la Argentina.
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