Cadenas globales de sobrexplotación

El impacto de los intereses geoeconómicos en la tormenta autoinfligida del macrismo

 

Entre diciembre de 2015 y mayo de 2018, el salario mínimo en dólares en Argentina cayó de US$ 589 a US$ 384. En ese momento, el país retrocedió del primer al cuarto puesto en el ranking de mayor salario mínimo en dólares. Con la megadevaluación en curso, tomando un dólar a 40 pesos, hoy la Argentina es uno de los países con menor salario mínimo en dólares de la región (250 dólares).

Desde la perspectiva de las grandes trasnacionales, esta demolición de los ingresos transforma a la Argentina en un país “competitivo”, es decir, conveniente para deslocalizar aquellos segmentos de las cadenas globales de valor (CGVs) de bajo valor agregado y mano de obra intensiva sobrexplotada. Solo resta un “detalle”: neutralizar a los gremios.

 

Los pobres compiten con salarios, los ricos con innovación

Desde la década de 1980, el capitalismo comenzó a reestructurarse a través del avance de las CGVs. Hay economistas que hablan de una “nueva división internacional del trabajo” para referirse a esta fragmentación de la producción, que se transformó en viable a partir del descenso de los costos del transporte y la revolución de las TICs.

La nueva “lógica” de producción consiste en que las grandes corporaciones que operan a escala mundial, en lugar de focalizarse en la integración vertical, se proponen liderar cadenas de abastecimiento –como vestimenta, automotriz, electrónica o aeronáutica– y controlar los eslabones de I+D, diseño, comercialización y finanzas, tercerizando hacia las periferias los segmentos productivos de menor calificación y bajo valor agregado. Además, estas corporaciones aumentaron su poder de captación de rentas gracias a su capacidad de influir en las “reglas de juego” y las agendas de los organismos de gobernanza global, como la OMC, el FMI o el Banco Mundial.

Esta dinámica consolida una polarización jerárquica. Por un lado, produce altos niveles de competencia entre los proveedores y fabricantes de las periferias, con la consecuencia de márgenes mínimos de beneficios, salarios insignificantes y condiciones laborales de precariedad extrema. El sector textil en Bangladesh o la electrónica de consumo en la ciudad de Shenzhen, al sur de China, resultan ejemplos paradigmáticos de estos infiernos laborales. Las maquilas mexicanas son el caso más notorio en América Latina.

Por otro lado, como contrapunto, en el extremo superior de la jerarquía se despliega otro tipo de competencia entre las grandes trasnacionales alrededor de las capacidades de innovación, comercialización y finanzas.

Tomemos un ejemplo de los productos de Apple y de otras empresas norteamericanas, europeas, japonesas y surcoreanas que son ensamblados en FoxConn, la mayor subsidiaria de la empresa Hon Hai Precision Industries con base en Taiwán. Este complejo de catorce fábricas en Shenzhen ganó fama por los catorce suicidios de trabajadores en 2010.

En 2006, el iPod de Apple de 30GB se vendía a US$ 299, mientras que su valor total de producción (casi totalmente en el extranjero) era de US$ 144,40. Los US$ 154,60 de margen de beneficio bruto se repartían entre Apple, sus vendedores minoristas y distribuidores y, a través de impuestos, con el gobierno de los Estados Unidos. Este 52% del precio de venta final fue registrado como valor agregado generado dentro de los Estados Unidos y se contabilizó en su PBI.

Solo 30 de los 13.920 trabajadores norteamericanos trabajaban en producción con salario promedio de US$ 47.640 anuales; 7789 trabajaban como vendedores y otras actividades no profesionales con salario promedio de US$ 25.580; y 6101 eran trabajadores profesionales –en puestos de ingeniería o gerenciamiento– con salario promedio de US$ 85.000. Como contrapartida, los 12.250 trabajadores chinos en puestos de producción recibían un salario anual promedio de US$ 1540 (US$ 30 semanales), es decir, el 6% del salario promedio de los vendedores en los Estados Unidos (1).

 

Tormentas financieras versus navegación contracíclica

La expansión de las CGVs se aceleró luego de 2000, pero su epicentro estuvo inicialmente en Asia Oriental. Como explican Aguiar de Medeiros y Trebat, para que las empresas trasnacionales, al tercerizar las tareas “no esenciales” hacia proveedores de las periferias, no corran el riesgo de la “difusión tecnológica” –es decir, para que los proveedores contratados no puedan apropiarse de las tecnologías que importan–, el crecimiento de las CGVs es acompañado “por iniciativas para reforzar y universalizar las legislaciones en materia de derechos de propiedad intelectual” (2).

El avance de las CGVs, que hoy concentran el 75% del comercio internacional, coincide y se potencia con la acelerada financierización subordinada de las periferias. En la Argentina, al majestuoso Casino financiero –la “tormenta” autoinfligida del macrismo– se suman mecanismos como el régimen de contratos de participación público-privada (PPP) o el plan RenovAr, ejemplos de financierización de la obra pública y del sector de las energías renovables a través de la compra de tecnología importada “llave en mano”.

En síntesis, los intereses geopolíticos y geoeconómicos de las economías centrales y de sus grandes corporaciones, en el contexto de un ciclo de crecimiento lento, se proponen maximizar rentas a partir del avance de las CGVs potenciadas por la aceleración y diversificación de los circuitos de financierización.

Estos mecanismos –que hoy periferizan a países semiperiféricos como la Argentina, Brasil, Sudáfrica o Turquía– se manifiestan como imposición de temporalidades y metas exógenas totalmente disruptivas y obstaculizadoras de las temporalidades y metas necesarias para desencadenar procesos nacionales de desarrollo económico. Es decir, de procesos de diversificación y complejización productiva enraizados en procesos sistémicos de cambio tecnológico, institucional, organizacional y cultural.

En un país en franco proceso de desinstitucionalización –que el macrismo llama “desregulación”–, la organización gremial y la resistencia de la sociedad civil deben revertir esta modalidad de colonización económica. Luego de la implosión del gobierno Pro-Radicalismo, cuando retorne un gobierno industrial e inclusivo, la navegación contracíclica y la recuperación solo serán posibles a través de la movilización masiva de capacidades tecnológicas y productivas detrás de políticas que deben superar en eficacia a las del último ciclo de industrialización.

La recuperación del trabajo, la educación, la ciencia y la tecnología –así, en bloque– debe ser la meta urgente. No es un propósito romántico, es una moraleja económica: la única fuerza importante de reducción de las desigualdades que encuentra Piketty a lo largo de más de dos siglos “es el proceso de difusión de conocimientos y de inversión en la capacitación y formación de habilidades” (3). En criollo, Universidades y PYMES por todas partes.

 

Notas:

(1) Smith, J. (2016). Imperialism in the Twenty-First Century. Nueva York: Monthly Review Press.
(2) Aguiar Medeiros, C. y Trebat, N. (2018). “Las finanzas, el comercio y la distribución del ingreso en las cadenas globales de valor: implicancias para las economías en desarrollo y América Latina”. En Abeles, M., Pérez Caldentey, E. y Valdecantos, S. (Eds.), Estudios sobre financierización en América Latina (pp. 171-203). Santiago: CEPAL.
(3) Piketty, T. (2016 2013). El capital en el siglo XXI. Buenos Aires: Paidós.

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