Sociedad culpable y Estado de excepción

El antropólogo Sergio Visacovsky sobre Macri, las narrativas de la crisis y el antiperonismo

 

El gobierno reconoció la crisis. Dijo que la culpa era de seis tormentas, los cuadernos y la herencia. Pero Sergio Visacovsky entiende que esa caracterización de responsables tuvo una novedad: ahora también suma a la sociedad. Visacovsky dice que al compás de la caída de imagen en las encuestas, pareciera que el gobierno comienza a responsabilizar de los males a una sociedad presuntamente refractaria a los cambios, que sería culpable del no-éxito de la política. Investigador del CONICET, antropólogo de larga trayectoria y estudioso del proceso político de 2001 y las clases medias, en esta entrevista enciende una serie de alarmas. Recuerda los estudios del politólogo inglés Colin Hay sobre el ascenso de Margaret Thatcher y el papel de las crisis sociales, las cuales también operan desde lo retórico, como una narrativa que constituye una situación de excepción que, una vez caracterizada, habilita al gobierno hacer lo que no pudo en otras circunstancias. Ahora, bajo el escenario definido como crisis, dice, esa situación torna posible la generación de políticas de excepción. He ahí su temor, y la preocupación sobre el futuro de quiénes sean definidos como obstáculos.

Macri dijo muchas cosas pero, ¿hay un reconocimiento de la crisis? ¿Qué significa? ¿Hay referencias en el 2001 para pensarlo?

Estudié crisis sociales y, particularmente, la llamada crisis de 2001, pero eso no me habilita a saber cómo se va a desenvolver en esta ocasión. Lo que sabemos es que hay, evidentemente, mucha proximidad temporal con 2001. La cuestión es que ese 2001 se trasformó en una especie de paradigma interpretativo del presente. Pero no sólo ahora. Ocurrió durante la misma salida del 2001: su magnitud hizo que se transformase en un evento paradigmático, puesto que no sólo hubo esfuerzos por salir e imaginar un país nuevo, sino que todo lo que siguió estuvo signado por esa perspectiva. Por un lado, el proceso que llevó de Duhalde, a Néstor Kirchner y Cristina Kirchner, signado por el riesgo de volver a caer. Y por otro, sobre todo la última etapa de Cristina, la crisis fue invocada por sus opositores como algo cuyo advenimiento era inminente, cristalizada en lo que para mí es una nueva formación de derecha en Argentina. Eso lo plantearon muchos protagonistas que actualmente son parte del oficialismo, pero se lo decían a ella, alrededor del 2011 y 2012, cuando tomaban estado público algunos indicadores macroeconómicos preocupantes, pero sin duda mucho más leves que los de ahora.

 

Sergio Visacovsky. Foto: Diario Los Andes

 

Decís que el 2001 es un símbolo: se agitó o se agita como fantasma, de un lado y de otro.

Si, porque hay una cosa interesante. Por un lado, está lo que podemos llamar la materialidad de la crisis. Hay padecimiento y sufrimiento porque suceden cosas concretas que afectan la vida de las personas. Ya sea el incremento de la pobreza, la miseria, la exclusión. Lo cual se traduce en una serie de prácticas o acciones desesperadas por el acceso a ciertos bienes de consumo básicos, como lo que estamos empezando a ver como saqueos; todo esto remite a diciembre de 2001. Y obviamente está el poder represivo del Estado haciéndose presente a través de acciones terribles que hemos visto esta semana. El poder que se hace presente y anticipa lo que no va a tolerar. Todo parece estar todavía en una etapa inicial, pero empiezan a verse signos preocupantes sobre cómo va a reaccionar el gobierno ante la acción popular. Por otro lado, está lo que llamo retórica o narrativas de crisis. Estas narrativas están muy enraizadas en nuestra historia nacional. Habría que ver qué sucede ahora en concreto, pero teóricamente sabemos que toda crisis tiene un aspecto construido, como cuajado, porque en tanto momento de excepción, habilita en primer lugar una supuesta discontinuidad respecto de una presunta normalidad; y segundo, como ya dije, hace posible una serie de intervenciones de orden político. Intervenciones en cuanto a políticas concretas. Por ejemplo, la reforma o modificación del Estado. Esas son políticas estatales. Entonces, un situación de excepción permite una serie de medidas de excepción, como la reforma estructural del Estado.

Entonces, la narrativa de la crisis es peligrosa.

En este caso, insisto, por la índole de las políticas. Lo que hay que hacer con la crisis es forjarlas en políticas. De nuevo, la definición pública de la situación como crisis (amén de la condición objetiva que impacta en la vida de las personas), configura un evento, una temporalidad, que hace posible pensar la situación como estado de excepcional. Eso es lo que faculta, lo que hace posible, por ejemplo, que un gobierno asuma una determinada orientación en su política pública, presentando tales medidas como males necesarios, sin los cuales la crisis continuará y se agudizará. Está claro que le permitirá llevar adelante medidas muy duras para la mayor parte de la población, muy cruentas, insisto, como la reforma del Estado anunciada estos días.

Digamos que es el territorio donde se para el gobierno para autodefinirse. Estamos en crisis. Pero esto ya no sería bueno. Porque desde ese lugar extrae la legitimidad para hacer cualquier cosa.

Esto lo estudió muy bien el politólogo inglés Colin Hay para lo que fue la emergencia del thatcherismo, luego de un período laborista. Hay mostró cómo se instaló la necesidad de una reforma profunda del Estado, una serie de reformas profundas sobre el mercado de trabajo, las organizaciones sindicales, precisamente a partir de construir narrativamente la crisis como producto de la presunta ineptitud de los laboristas.

Es la narrativa de Tucumán enunciada como teatro de operaciones para legitimar el operativo Independencia.

La otra cosa que hay que ver es que todo esto está enraizado en un contexto de producción de la historia nacional, porque esas retóricas en otros contextos nacionales serían diferentes. Por ejemplo, sería posible identificar tres retóricas básicas que hicieron posible la explicación pública de la crisis de 2001, narrativas que se hicieron presentes en diferentes momentos del siglo XX y, peculiarmente, durante la crisis del comienzo del siglo XXI. Yo identifiqué tres, pero no quiere decir que sean las únicas. Una es la narrativa de la decadencia: una suerte de cuento que surgió a principios del siglo XX, una narrativa muy fuerte que trata de explicar por qué la Argentina no fue lo que debía ser. Por qué no fue Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Es una narrativa con muchas versiones, pero cuyo núcleo argumental está dirigido a responder por qué nos va mal como país. Luego hay una narrativa de las crisis cíclicas. Esta narrativa supone que la Argentina esta escindida, dividida, siempre hay una inestabilidad estructural: nunca el desarrollo de una política de progreso tiene garantías de éxito porque siempre una fuerza antagónica amenaza con destruirla y volver a imponerse. Todas estas narrativas están muy presente en el relato oficialista. Y se acentuó en los últimos meses. Finalmente, otra narrativa imagina al país como inmaduro, como un adolescente que nunca llega a la adultez.

La pesada herencia. La oposición. El kirchnerismo.

Yo escuché en estos días en el periodismo que ha protegido al gobierno desde el comienzo, la reiteración cada vez más frecuente de la narrativa de la decadencia, con un actor principal que es el peronismo, más la idea de una decadencia nacional de 70 años. Es notable. Fácticamente es inexacto, a menos que estén cuestionando directamente la existencia misma del peronismo. Pero fácticamente no es así, además el peronismo siempre ha llegado al poder a través de elecciones libres y populares, no así otras fuerzas políticas. Es decir, se ve muy claramente una actualización de la narrativa de la decadencia en este último discurso de Macri. Hay que ver a quién le habla, no lo tengo muy claro, pero cuando dice que la sociedad es refractaria a los cambios y atribuye los males a la sociedad, de alguna manera se presenta como quien va a sacar a la Argentina de esa decadencia. En ese sentido, insiste con algo que ya estaba en los primeros meses de su gobierno pero se ha acentuado, trasformando en enemigo no sólo al kirchnerismo, sino al peronismo en su conjunto. Esto a nivel retórico porque, por supuesto, tiene acuerdos efectivos, concretos, con sectores del peronismo.

¿La tercera dimensión?

Bueno, como dije, hay otra narrativa muy presente en la historia de la política argentina, la inmadurez. Una narrativa con reminiscencias del iluminismo en versión kantiana, acerca de un estado pre-iluminista, adolescente, con una madurez que se alcanzaría con la conquista de la razón.

Macri parece hablarle a la gente desde ese lugar: usar un polar, cuidar la plata.

Al decirle a la sociedad que no está preparada, que ellos dan todo, que les duele tomar medidas muy desagradables, parece que hablaran a un niño.

¿No hay algún parentesco con Perón y el imberbe a los montoneros?

Hay que detenerse en la retórica de las crisis recurrentes, que muestra a la Argentina como inestable, como consecuencia de la coexistencia de dos fuerzas antagónicas. Entonces, esa Argentina dividida, para resolver la continua inestabilidad, debería superar ese antagonismo. En esta coyuntura, esta narrativa ha asumido un papel central. En el discurso público, oficialista o crítico de lo que fue el kirchnerismo, el antagonista explícito ha devenido en el peronismo. Claro que así enunciado parece una abstracción, pero el peronismo es presentado como oponente y diría, en muchos casos, como enemigo de la Nación, de la República. Por eso mi preocupación, mi temor, en este momento.

¿Qué imaginas que ocurra con ese enemigo?

Hay algunos síntomas, si es posible hablar de este modo. Twitter, por ejemplo. Algunas expresiones de figuras públicas en esa red social no se traducen al discurso público, obviamente. Hay manifestaciones racistas, por caso. Hay diferentes expresiones de esta índole que por las reglas del discurso público, la moral, no alcanzan a traducirse, no salen de la red social. No ves a nadie que diga en voz alta que la solución sería exterminar a alguien, pero en Twitter lo ves. El punto es que ahora uno empieza a tener ciertas señales de alarma cuando, precisamente, el discurso público empieza a aproximarse a estas expresiones, o comienza a traducirse en prácticas represivas.

Bullrich y Chocobar. O un tipo respondiendo a tiros a los saqueos. Pensemos en la clase media. Y Macri. ¿Qué pasa ahí?

Si bien las definiciones estándar de la clase media tienen su utilidad, como categoría definida por indicadores tales como niveles de ingreso, esto tiene problemas a la hora de establecer vínculos con ideas o comportamientos específicos. Por eso, si bien respeto y tomo esos desarrollos, trato de separarme para entender, mejor, cómo han sido posibles ciertas formas de adhesiones políticas. Decir que la clase media votó masivamente a Macri, es racista, individualista, etcétera, no sirve: vamos a encontrar un montón de ejemplos que lo confirman y otros que no. Ahora bien, ante la gran movilización del sector de Ciencia y Tecnología del lunes pasado por el cierre del Ministerio respectivo, yo tampoco me dije: ahí está la clase media. No hay una esencia. Lo que me parece interesante no es buscar una esencia, por demás improbable, sino ver lo que hace la gente cuando se autodefine en el espacio público como clase media. La reacción a lo que constituye esta corriente de derechas en América Latina debe contar con estos análisis: no es satisfactorio reducir una idea de clase media a una adhesión a la derecha. Por eso, suponer que hay un núcleo de valores vinculados de una vez para siempre a un sujeto colectivo llamado clase media, no sólo es un problema científico sino político. Tenemos que entender qué es lo que ha pasado y lo que está pasando.

Eso es interesante. No conocemos empíricamente al votante de Macri, pero accedemos a un interlocutor referido. El Presidente le habla a alguien. Yo no sé si ese alguien es de clase media. Pero el Presidente en su discurso lo construye como clase media. ¿Es así? ¿Tal vez eso —aspiracional— es lo que le funcionó y todavía cree que puede funcionarle?

Durante los primeros años del kirchnerismo —que duró muchos años y fue cambiante, sería importante considerar esos matices—, Néstor Kirchner señaló en varios discursos que una de sus prioridades era volver a construir un país normal. Y una de las condiciones para la construcción de ese país normal era volver a ser un país de clase media, es decir con movilidad social ascendente. Tiempo después, luego de las primeras manifestaciones de quienes se autodefinieron como ciudadanos indignados contra las políticas de Cristina Fernández de Kirchner, la retórica desde el gobierno fue distinta y mucho más ambivalente. Por un lado, Cristina se autodefinió a sí misma como clase media. Y, además, recuperó la narrativa principal de clase media, no muy antigua, forjada a mediados de siglo XX: Yo soy hija de un trabajador. Ahí está presente el esfuerzo, el sacrificio y el trabajo. Pero al mismo tiempo, ella hizo otra cosa: incluyó otra retórica cuyo origen histórico es posterior, una retórica que encontrás en Jauretche, la narrativa del medio pelo. Cristina decía, palabras más, palabras menos: Esta clase media que no entiende nada, que cree que se puede salvar sola, que la puede pasar mejor lejos del pueblo, de los morochos. Ella actualizaba la narrativa del medio pelo, que presenta a la clase media como un sector que aspira a ser como la oligarquía, la oligarquía que mira al exterior, una clase media --no obstante-- que nunca va a ser como esa oligarquía y al mismo tiempo se separa del pueblo. ¿Qué quiero decir con eso? Que desde ese momento, últimos años del gobierno de Cristina, ya había diferentes interpelaciones a la clase media. Por supuesto, no me olvido de los datos duros, del fenomenal crecimiento de los sectores medios medidos por niveles de ingreso a lo largo de toda una década, como lo mostró el Banco Mundial en sus informes, no sólo para Argentina sino para la región.

Vuelvo a la crisis. La presencia de la gente en la calle en 2001, ¿rompe la narrativa del estado de excepción? Digo, la calle es un modo de quebrar esas narrativas. Impone otro orden.

Pero el 2001 no fue sólo la represión en la plaza, las reacciones populares o ciudadanas. Hubo una brutal devaluación, una transformación profunda del modelo económico, toda una serie de medidas en política económica, el corralito, el corralón. La crisis no habla de un momento puntual. La gran pregunta que se formula una vez instalada la crisis, es la salida: cómo la superamos. Néstor Kirchner usó durante mucho tiempo la imagen del Purgatorio. Cuando le preguntaban cómo estamos, o cuándo saldríamos de la crisis, usaba mucho esa imagen tomada de la Divina Comedia. Si uno imagina el camino al Cielo, el Purgatorio sería una etapa transicional. O sea, la idea era que ya habías pasado por el Infierno y te ibas preparando para la salida, el Cielo, pero todavía tendríamos que atravesar el Purgatorio. Es una imagen muy interesante. Expone el problema del futuro, del horizonte, de cómo se da por concluida una situación de crisis, que es un fenómeno complejo: no sólo basta con alcanzar cierta estabilidad económica, recuperar el valor de la moneda o contener sectores sociales más necesitados. No es sólo eso: hay aspectos cruciales que hacen a la construcción del futuro. Y esto es esencial, es la posibilidad de imaginar el futuro. Entonces, la pregunta que conlleva una crisis no es sólo intervenir con una serie de medidas excepcionales. Generalmente las crisis hacen posible que se aceleren los tiempos. Y en el caso del gobierno actual, se trata de profundizar, de imponer definitivamente un plan económico. Y además, es imaginar el futuro en términos de en qué tipo de país se va a vivir de ahora en más. Y eso supone una intervención concreta sobre el presente. Y una intervención sobre el presente, también es una intervención sobre la historia en su conjunto, porque pensar el futuro es resolver los dilemas del presente que provienen de lo profundo de la historia nacional. En el caso actual, pareciera que muchos sectores, no sólo del gobierno, sino de la población, están convencidos que la decadencia se debe a la existencia del peronismo. Y eso supone, para ellos, hacer algo con el peronismo. Por eso mis temores.

Todo parece estar encaminado a eso. Desde el grupo Agosto adelantan que una proscripción de Cristina convertía al presente en una ex democracia. ¿Pero vos en qué estás pensando?

Creo que son disputas políticas sobre la nación, sobre en qué país vamos a vivir y necesariamente intervienen en la historia, en el pasado. Creo que al comienzo de la gestión de Macri, Beatriz Sarlo decía que no encontraba una retórica propia del gobierno. No sé si aún lo dice, pero creo el gobierno se definió mas claramente ahora por el lado de una actualización de una retórica anti-peronista. Creo que se acentuó, como dije, y probablemente se acentúe más en los próximos meses con el acercamiento a las elecciones nacionales.

Hubo una escalada, del anti-kirchnerismo al trosko-kirchnerismo, vos hablás del peronismo. Y de la sociedad, incluso.

El presentar a la sociedad como responsable, no recuerdo si alguien lo ha hecho en el pasado. Siempre se puso responsabilidades en un sector o en una parte, pero imaginarse a la sociedad en su conjunto como refractaria a las reformas, como opositora al progreso, creo que eso es novedoso. No sé si llamarlo así, no estoy completamente seguro, pero en todo caso, se parece bastante. Si bien aparece en primer plano el peronismo, también circuló esa imagen del trosko-kircherismo o la izquierda ocasionalmente en algunas crónicas periodísticas. Recordemos que, en términos discursivos (por el lado del gobierno y más allá de él), todo fue mucho más enfocado inicialmente hacia el kirchnerismo, alentando la dicotomía, el antagonismo con Cristina. Creían que eso garantizaba legitimidad o apoyo. De todos modos, habrá que ver cuán eficaz resulta, si es que las encuestas siguen mostrando las actuales tendencias. Pero el antagonismo seguirá expandiéndose, y probablemente se concentrará más en el peronismo en su conjunto.

 

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