La máquina de esconder

Algo está podrido en la Argentina del monólogo violento

 

El monólogo mediático de Elisa Carrió. Los embates al ministro Germán Garavano. La defensa de Garavano en los medios. La intriga palaciega del tándem Vidal-Larreta. Las maquinaciones alrededor de Pablo Moyano. Los contrapuntos con el juez Carzoglio. La demonización de Angelici por parte de Carrió. Las internas entre "Pepín" Rodríguez Simón y Angelici. La pelea Lorenzetti-Rosenkrantz. El road show de la ministra Carolina Stanley. La respuesta de Finocchiaro y Sica a Carrió. Todos tienen algo en común: aunque ocupan las primeras planas de los diarios y de los medios en general, son temas que no llegan al argentino de a pie, preocupado por llegar a fin de mes y huérfano de señales que le garanticen que el torbellino de aumentos no va a continuar. Es difícil descifrar las intenciones cuando las arremetidas parecen emanar de todos lados: el caos siempre derrota al orden porque está mejor organizado.

Luchas estatales, intrigas palaciegas, oscuras traiciones, conjuras sucesorias. No hablamos de la esclarecedora obra de Shakespeare, sino de la generosa literatura que se reescribe permanentemente alrededor del presidente Mauricio Macri. En los últimos días, podría pensarse que el gobierno montó un espejo cóncavo en el escenario político: sólo surge una imagen real si uno se ubica en un punto exacto. Todo el resto bien puede ser una ilusión. “Aquella, que ahora manosea el sepulturero, podría ser la mollera de un político, uno que quería engañar a Dios”, dice Hamlet, sumido en la penumbra del cementerio, rumiando venganza porque su padre, el rey, ha sido asesinado por su tío.

La novedad es que, haya sido intencional o accidental, en su erosionada pendiente política el Presidente parece dispuesto a convivir con el rebrote de una parte de su aparato político, económico, judicial y de inteligencia, que en las últimas horas exteriorizó sus propias ambiciones y actualizó viejos rencores. Esta dinámica, que en el mediano plazo podría ser perjudicial para la Casa Rosada, tiene la rara virtud de, en lo inmediato, desplazar la agenda de temas que podrían erosionar el alicaído crédito político de Cambiemos.

 

Endogamia y fuegos de artificio

Si la política es diálogo, el monólogo es una de las formas que ha elegido el gobierno para trabajar en ese plano. En rigor, desde esta perspectiva el monólogo es una forma de violencia. Macri y Carrió monologan, cada uno por su lado. El Presidente se ha acostumbrado a evangelizar un mantra mesiánico y anuncia a quien quiera oírlo la pronta llegada de mejoras económicas, mientras que Carrió se persigna en la idea de una eterna lógica conspirativa, que aplica a todos menos a ella.

Pero existe otra clase de monólogo: son los cruces retóricos que se dan entre los propios miembros del gobierno y que también, podríamos pensarlo, tienen como último objetivo desplazar los incipientes movimientos protagónicos de la oposición, evitar que gane volumen político. Va de nuevo: el gobierno monologa. Las palabras que erigen distintos referentes de ese espacio, el edificio público que se obtiene de ese debate, parece levantado por muros y paredes de un solo material; las discusiones se mantienen siempre dentro de la órbita de las temáticas que se ajustan al credo de Cambiemos y son, incluso por omisión, una máquina de esconder aquellos problemas que hacen a la vida material de los argentinos.

En su carácter inaprensible, las ideas que se inyectan desde las usinas paraestatales en la opinión pública crean montajes inservibles para que el argentino medio pueda canalizar su descontento y buscar una solución a sus problemas en la política. La pelea entre Carrió y Garavano atraviesa la esfera pública, desvirtúa las posibilidades de que la dirigencia se aboque a lo que realmente debería discutir y encima esconde la verdadera discusión que lo ha generado. En su amplitud y juego de polarización y poder, esa discusión quizás logre contener al votante de Cambiemos dentro de esa yerma topografía electoral que cada tanto es necesario volver a mapear, pero no le sirve a la sociedad.

La aventura solitaria de Iguacel podría soportar el mismo análisis: el gobierno lo envía al frente como antiguamente la Corona española mandaba a sus adelantados, pero mientras tanto, y a espaldas del funcionario, despliega su plan. Conclusión: se da marcha atrás con el retroactivo, pero se deja firme el marco legal del ajuste, se deja firme el aumento de hasta 50% en la tarifa, se quitan beneficios por ahorro, se quitan los subsidios, el Estado va a emitir un bono en dólares para financiarlo y se sienta un precedente para que otras empresas puedan pedirlo.

En Hamlet la simulación funciona, también, por partida doble. Por un lado, los personajes viven una suerte de doblez permanente: el rey muerto actúa como una sombra; el nuevo rey, Claudio, finge angustia por la muerte de su hermano, cuando en realidad lo ha asesinado. Hamlet, el príncipe, alimenta su locura con la más racional de las sospechas y simula ese debate interior. Por otro, Hamlet escoge el ingenio que da la supuesta locura, y monta una obra de teatro en plena corte para confrontar a los reyes. Es una puesta en escena, teatro dentro del teatro.

Es cierto que, si lo que hoy tiene lugar en la escena pública es una especie de teatro, para muchos esto funciona como “máquina política”. Carrió, Garavano, Rosenkrantz, Lorenzetti, Iguacel, Stanley, Lagarde, Dujovne, podrían –incluso sin quererlo– ser parte de un montaje diseñado para desplazar de la escena política cuestiones tan sensibles como las causas de Odebrecht y los cuadernos de Bonadío (que involucra la composición accionaria de SOCMA Americana), el altísimo endeudamiento que sigue generándose en la hoja de balance del Banco Central, la creciente inflación (la suba de precios de septiembre fue de un 6,5% y, en números oficiales, fue la más alta desde 2002), el deterioro del poder adquisitivo del salario real, las jubilaciones y las asignaciones.

En última instancia podría pensarse que lo antes dicho evidencia el estado de fragilidad y tensión de la alianza gobernante, de su vacilación sobre la suerte de millones de argentinos en el marasmo adoptado y lo resquebrajado de la superficie en el que se encuentra el mármol del poder. Es una muestra del mal momento del gobierno.

 

El futuro es hoy

Macri parece no querer o poder controlar lo que pasa. Y que esto podría despertar la vocación de poder e intervención de algunas corporaciones cenicientas, como la banca de inversión internacional o aquellos sectores que acercaron al FMI a la Argentina. El envío de un emisario con cama adentro en el BCRA podría ser una primera muestra de ello. En ambos casos, no son buenas noticias para la economía real.

Aquellos que ven con desconfianza cómo se va entronizando un escenario de dudosa prospectiva para buena parte de los argentinos han tomado nota. Si el gobierno parece dispuesto a montar artificios discursivos antes que atender los problemas reales de la sociedad, entonces el desenlace de esta historia es harto conocido. Deuda, inflación, recesión y pobreza, cuando llegan a niveles preocupantes como los actuales, no sólo constituyen un límite, sino también un fuerte disparador del descontento social. No hay cambio de rumbo económico a la vista en la gestión de Cambiemos porque cada medida anunciada busca reforzar el efecto. Y ya sabemos cómo terminan las obras de Shakespeare.

La cuestión de fondo es que pocos candidatos parecen ser tenidos en cuenta para canalizar ese descontento. En función de todas las encuestas, Cristina Kirchner permanece como la alternativa más consistente desde la probabilística, a la que se suma, de muy lejos, la trinidad de Massa, Pichetto y Urtubey.

En última instancia, es la propia Carrió la que parece ingeniárselas para esbozar cuál será la discusión electoral. Con la economía en bancarrota de expectativas, y buena parte del electorado de Cambiemos escéptico de las viejas y oxidadas promesas incumplidas, la disputa que intentará instalar el gobierno pondrá las cosas nuevamente en términos de grieta. Ya no será la izquierda o la derecha, la continuidad o el cambio, el macrismo o el kirchnerismo; será, directamente, la grieta moral del “bien versus el mal”. Y como dijo Hamlet, el resto es silencio.

 

 

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