En la modalidad de hombre araña

Harold Lloyd y una parábola del capitalismo previo a la Depresión

 

Empiezo con un recuerdo que me suscitó la película de Harold Lloyd, por un camino no más caprichoso que cualquier otro.

Mi primera redacción fue también la más decadente, y eso que conocí varias muy competitivas. Enorme, porque quedaban los restos de un esplendor pasado, pero desierta, porque entre la falta de pago y el paso del tiempo sólo la habitaban los que dejaban pasar los últimos meses para la jubilación sin ánimo de probar otra cosa, y varios chiquilines que nos conformábamos con publicar, que nos dieran el carnet profesional y que de tanto en tanto nos tiraran unos mangos.

Hasta poco antes Jacobo Timerman cubría turf, pero mi viejo insistió para que le dieran un lugar más digno de su talento. Lo pasaron de sección y cuando Frondizi asumió la Presidencia despegó como gran cronista de política, pero ya en otro diario más ambicioso.

Un clásico era la crónica roja. Había un acreditado en el departamento central que apenas retocaba las gacetillas policiales, precursor de los empotrados de hoy, que conocen los fallos de la Cámara Federal antes que los propios jueces que deben firmarlos.

La norma era consignar el nombre, la edad y el estado civil del protagonista. Los de Noticias Gráficas eran casados o soletros porque el divorcio no existía y al veterano corresponsal se le trababan los dedos con la e y la t, y no lograba ordenarlas como manda la ortografía. Mientras hubo correctores, ellos se encargaban. Después, a nadie le importó.

Menudeaban las armas extraídas de entre las ropas del criminal y los sospechosos que se daban a la fuga. Ante la intimación impartida de viva voz abrían fuego, que el personal policial repelía. Casi todos se convertían en occisos y algunos lograban ser aprehendidos. No había incendio sin pavor y todos los cuchillos eran feroces. El cuento del tío aún era una actividad al por menor y sin relación con la política.

A mí me llevó los primeros seis meses librarme del pronóstico del tiempo y pasar a la redacción y otro tanto hasta que me pidieron de la sección cine y me salvaron la vida. Dejé las partidas de truco o de dados en la redacción vacía para ver hasta tres películas por día.

Me acordé de todo esto mientras veía la película de Harold Lloyd que hoy acompaña la navegación de El Cohete a la Luna, porque el cómico trepa a un ícono de Nueva York como el Flatiron Building en lo que hoy la jerga policial llama “la modalidad de hombre araña”.

Fue filmada hace 96 años y en inglés se tituló Safety Last, un chiste sobre la consigna de aquella y de esta época, La seguridad es lo primero. Aquí era lo último, porque Lloyd trepaba cada piso, siempre al borde del desastre. En castellano le pusieron El hombre mosca. En realidad no es el Flatiron Building, del que sólo hay un par de tomas al principio, y ni siquiera se filmó en Nueva York.

El Flatiron Building

La escena principal se rodó en un set construido sobre la terraza de un banco en Los Angeles para conseguir la perspectiva forzada y una plataforma de seguridad con un colchón a menos de un metro de los pies de Lloyd, que le daba mayor tranquilidad. Aún no había croma verde ni azul y mucho menos computadoras. Esa secuencia dura nada menos que 20 minutos y la llegada a cada piso es acompañada por una profusión de gags, que suman humor al suspenso: la red de tenis en la que se enreda, el pochoclo que cae sobre su sombrero y atrae a las odiosas palomas, el perro que lo ataca, la incesante persecución entre el acróbata amigo que debe reemplazarlo y el policía que no puede sacarse de encima, el mástil que se quiebra, el reloj que se desarma, el resorte que le retiene un pie.

 

 

Esta foto es uno de los raros testimonios sobre la filmación, que Lloyd pretendió mantener en secreto, para no romper la ilusión.

 

Para los planos generales, Lloyd fue doblado por un auténtico hombre mosca, Bill Strohers, que fue su inspiración para hacer Safety Last.

La película fue olvidada por muchos años como todas las de Lloyd, porque siempre se negó a que las pasaran en televisión, de puro odio a los cortes comerciales. A diferencia de sus contemporáneos Chaplin y Buster Keaton, Harold Lloyd era también productor de sus films y por eso pudo tomar esa virtonta decisión. Recién la revirtieron sus herederos a partir de 1971, el año de su muerte.

Pero la imagen del hombrecito del rancho y las gafas colgado de las agujas del reloj ha llegado a representar el cine mudo cómico mejor que cualquier otra. Vale la pena verla completa.

Sin quitarle nada a ninguno de ellos (competencia absurda si las hay en arte, porque cada uno tuvo lo suyo y descollaron sobre el resto) creo que esa perduración superior a la de su propio nombre se debe a que Lloyd fue el único bicho urbano de los tres. No compuso un personaje de fantasía como el vagabundo marginal de Chaplin o el triste serio de Buster Keaton, con quienes sólo tenía en común su romántico enamoramiento. Por eso, también, en su tiempo fue el más popular y el mejor pago de los tres.

 

Lo único decente es decir cuál te gusta más, no quien es mejor.

 

Con menos imaginación que ellos, representó a la perfección las aspiraciones del hombre medio de los roaring twenties. Esto le puede pasar al vecino de al lado, a mí mismo, era el mensaje. Ni siquiera falta una burla a la policía, que ya entonces era una presencia insoslayable para que cada uno aprendiera a quedarse en su lugar.

Inmensamente rico, cuando dejó el cine tuvo tiempo de dedicarse a todos sus hobbies, entre ellos la fotografía, de lo cual es testimonio una serie que le tomó a Marilyn Monroe en 1952.

 

Hay cosas de Safety First que entonces parecían normales y hoy serían un escándalo, como la repulsiva caricatura del joyero judío, diez años antes de que Hitler llegara al gobierno en Alemania.

En Safety Last, Harold es un provinciano que consigue un puestito en una gran tienda en Nueva York, con la ilusión de hacer fortuna y casarse con su novia que lo espera (y que fue su verdadera esposa y madre de sus hijos, Mildred Davis). La gran ciudad está presente en los contraplanos que dan perspectiva a las piruetas del cómico en las alturas, con sus Ford T y sus tranvías. El propio reloj de la escena decisiva es un símbolo de época, sobredimensionado en las alturas.

En eso consiste la primera parte de la película, retrato del pujante consumismo de los años previos a la gran depresión de 1929. La propia ascensión de Lloyd por la fachada del edificio es una parábola ostensible, y los constantes riesgos que corre un aviso de lo que se avizoraba, aunque la historia culmine con el beso del happy ending.

Que la disfrutes.

 

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