Mi primer recuerdo es Bach

La música que escuché mientras escribía esta nota

 

Esta semana pasé por un edificio donde fui muy feliz. Allí vivían mis tíos por partida doble, los hermanos menores de mis padres. Así se conocieron, se enamoraron y se casaron. La hermana de él con el hermano de ella.

Reconstruyendo las edades, me di cuenta de que esos adultos protectores, en cuya casa dormía una o dos noches por semana, no pasaban de los 28 o 29 años. No tenían hijos todavía y me usaban para practicar. A mis padres les venía bien, porque había nacido mi hermanita y yo me moría de celos cada vez que se prendía a la teta de la única madre que ahora debíamos compartir.

Si eso hubiera estado claro entonces, todo hubiera sido más simple. Pero el gran Florencio Escardó recomendó que yo no viera ese espectáculo, con lo cual convirtió ternura en misterio y horror.

Cada vez que lo excluían de la ceremonia ese mocoso de dos años y medio que era yo  trataba de abrir la puerta a patadas.  Desde entonces tuve asma, que sólo me curó el amor de una mujer con tetas más lindas que las de mi mamá.

Las noches en casa de los tíos eran mágicas. Cuando llegaba la hora de dormir, se apagaban las luces altas y una música maravillosa envolvía el ambiente, que las alfombras y cortinados espesos constituían en una sobredosis de felicidad.

Muchos años después supe que esa música sobrehumana eran los conciertos de Bach para violín, que me han acompañado en todas las edades y circunstancias. Con el tiempo descubrí que partes de la melodía también asomaban en los conciertos para otros instrumentos y en los seis de Brandeburgo.

Creo que ya te conté que con las suites para cello solo o con las variaciones Goldberg fui conociendo a los distintos intérpretes que se midieron con esas obras prodigiosas. Tengo mi lista de preferencias que encabezan Pau Casals y Rosalyn Turek y me animo a reconocer quien toca.

Con los conciertos no. Hay una versión mono de los brandeburgueses dirigida por Casals en el festival de Prades, y con el virtuoso Rudolf Serkin al piano. La escucho siempre por veneración al prócer de Catalonia, que es el músico que más me emocionó en mi corta vida. Aquí podés escucharlo durante un ensayo, dando instrucciones en un inglés pedregoso, y en el primer movimiento del 5° concierto.

 

 

Quien está en la imagen con Casals es Marta Montañez, su discípula puertorriqueña, con quien se casó cuando ella tenía 21 años y él 81. Se amaron hasta la muerte de Casals, a los 96 años. El dato más impresionante es que descubrieron que Martita había nacido en la misma casa de San Juan de Puerto Rico que la madre de Casals, Pilar Defilló Amiguet. Pobre Freud, lo que se perdió por no saber catalán ni castellano.

Dos años después de enviudar, Martita se casó con Eugene Istomin, otro joven discípulo del Maestro, junto con quien se dedicaron a difundir en todo el mundo el legado de Casals, quien aparte de ser un intérprete genial dedicó su vida a la militancia antifascista.

Después viene Rostropovich, que además explica lo que significan esas suites para él con su mejor cara de ruso, que parecería la traducción de su apellido. Y al piano, la de Barenboim, que prefiero a la versión canónica de Glen Gould.

Pero distintos instrumentistas, de enorme o escasa fama, también recrean aquel encantamiento infantil, que es uno de mis primeros recuerdos y el más grato.

Varios aún son estudiantes y muy jóvenes y tocan en orquestas que no son de las más alabadas. Por ejemplo la Filarmónica Juvenil del Mar Báltico, con Julia Fisher al violín.

 

 

O la Sinfónica de Galicia, dirigida por Dima Slobodeniouk, con Alexandra Soumm  al violín.

 

 

O el Ensemble Barroco de Croacia, del que no había oído hablar hasta que busqué estas reencarnaciones de mi primer deleite,,      .

 

 

O el Conservatorio Estatal Rimsky-Korsakov de San Petersburgo con Lyubov Stekolshchikova y Elina Drukh en los dos violines. Esta es mi versión preferida dentro de esta serie juvenil.

 

 

Fijate que en varios de estos, hay un cupo masculino.

No los conozco ni te estoy diciendo que sean descollantes. Sólo que les alcanza para revivir a ese genio único que fue Bach, del que todo intérprete es un humilde servidor y cada oyente un devoto, desde la cuna hasta la sepultura.

Por los siglos de los siglos.

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