Cuando las instituciones no son creibles

La crisis se extiende como una mancha de aceite y afecta toda palabra pública

 

El fuero federal refleja bastante bien lo malo y lo bueno del sistema judicial. Pero también nos dice otras cosas que de un modo aislado parecen anécdotas, pero que articuladas asustan.

Veamos. Las derivaciones del caso de los Cuadernos de las coimas, las cataratas de declaraciones indagatorias de ex funcionarios, los egresos y los regresos a las cárceles de todo tipo de criminales, las marchas y contramarchas de arrepentidos que maceran sus decisiones tras largos períodos de prisión preventiva, las pujas entre jueces por la radicación de los expedientes para investigar hechos protagonizados por importantes funcionarios judiciales, las filtraciones editadas de los hechos a la prensa que funcionan como dardos que solo conocen las fuentes, más otras miserias que se combinan con la dosificación de buenas y malas noticias desde la Corte Suprema, que así como cierra causas sensibles también genera dolores de cabeza a quienes administran los flacos presupuestos.

En su caótico conjunto, esos movimientos empiezan a exhibir, como lo dice el título del último libro del colega Hugo Alconada Mon, “la raíz de todos los males” que atraviesan a las instituciones de nuestro país.

Estamos en la fase literal de la crisis. Cualquier observador con solo seguir los medios de comunicación masiva puede ver con claridad que debajo de la formalidad del trámite de los expedientes, circulan actores e intereses cuyas acciones permiten calibrar la gravedad de la situación.

La crisis se extiende como una gran mancha de aceite y afecta la palabra de las instituciones. Cuando la palabra institucional carece de credibilidad, comienzan a crujir los cimientos en los que se apoya la capacidad del Estado de regular la vida social y, valga la redundancia, la vida en sociedad se hace cada vez más difícil.

Jürgen Habermas pertenece a lo que se conoce en las Ciencias Sociales como la “segunda generación” de la Escuela de Frankfurt. En el texto “Problemas de legitimación del capitalismo tardío” se ocupó específicamente de la importancia que tiene para el capitalismo un Estado fuerte y regulador. De acuerdo al frankfurtiano, la vida en sociedades complejas requiere que el Estado y el mercado se complementen. Ese tándem se alimenta de la credibilidad de la palabra estatal.

 

Habermas: no hay capitalismo sin fuerte regulación estatal.

 

La pregunta se impone: ¿cómo puede funcionar una sociedad capitalista del siglo XXI con un Estado cuyas instituciones carecen de credibilidad? La respuesta no es compleja.

Basta repasar nuestras crónicas cotidianas para advertir que es muy difícil que un proyecto de país sediento de inversiones en materia social, educativa, sanitaria y de infraestructura tenga éxito cuando no hay credibilidad ni certeza en materia judicial. Sin la palabra legítima del Estado, sólo permanece la crudeza del mercado, que no es para nada sensible con el otro.

Las idas y venidas de la justicia a la hora de definir qué significan los derechos civiles, cuándo una persona comete un delito, en qué condiciones puede interrumpirse un contrato, cuándo una jubilación debe reajustarse o qué despido es legal o ilegal, son los indicadores de la ausencia de credibilidad, que se traducen en falta de legitimidad y que anulan la capacidad regulatoria del Estado que, para la Escuela de Frankfurt, era una de las últimas chances para enfrentar las crisis y humanizar el capitalismo.

Podemos leer la crisis como una sucesión de tragedias institucionales. También podemos verla como los enfrentamientos de un grupo de funcionarios que no siempre están a la altura de las circunstancias. Sin embargo, también podemos pensar la crisis como los cimientos que obturan las posibilidades de éxito de una sociedad, más allá del ocasional gobierno de turno.

 

Publicado en #Dos Justicias

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