VENEZUELA: FRACASO Y REPERCUSIONES

Los militares venezolanos se mantuvieron impasibles frente a la presión para que dieran un golpe de Estado

 

La jornada del 23 de febrero, en la que una entente espuria encabezada por el Presidente de los Estados Unidos acompañado por once mandatarios de los catorce que integran el Grupo de Lima –Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Chile, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú— intentó introducir ayuda humanitaria a través de tres puntos de la frontera colombo-venezolana, fue un fracaso. No se sumaron a la iniciativa México, Guyana y Santa Lucía, también integrantes del antedicho grupo. Sí, en cambio, el inefable Luis Almagro, Secretario General de la OEA. Cabe destacar que los auspiciantes de este desmadre ni siquiera se tomaron el trabajo de solicitar una autorización, que operaron de hecho y apelando a la fuerza.

No pudieron pasar los vehículos que transportaban esa presunta ayuda; los disturbios en los que perdieron la vida algunos manifestantes y otros resultaron heridos no fueron menores pero tampoco tuvieron envergadura; y la posibilidad de que unas desbordantes masas se encolumnaran en suelo bolivariano con ansias de derrocamiento, abortó.

El venezolano Juan Guaidó –pretendido Presidente encargado (vaya a saberse de qué)— e Iván Duque, presidente de Colombia, se encontraron en Cúcuta el día previo al intento de cruce de la frontera. A ellos se sumaron Almagro, Mario Abdo Benítez (presidente de Paraguay) y Sebastián Piñera (presidente de Chile). Duque aprovechó para declarar: “Llamamos a las Fuerzas Armadas venezolanas a que se coloquen en el lado correcto de la historia”. Guaidó le hizo eco casi con las mismas palabras.

Los militares venezolanos, empero, se mantuvieron impasibles frente a estas y a otras presiones para que encabezaran un golpe de Estado. La más prominente amenaza lanzada a los uniformados provino del propio Donald Trump. El 18 de febrero, cuando ya estaba en marcha la organización del operativo “humanitario”, pronunció un discurso en la Universidad Internacional de Miami. Dijo allí refiriéndose a los militares venezolanos, según consignaron diversos medios: “Los ojos del mundo están sobre ustedes (…) Pueden aceptar la generosa oferta de amnistía y vivir en paz. Pero deben desobedecer las órdenes de Maduro (…) La otra opción es que lo sigan apoyando. Si eligen este camino no van a encontrar refugio seguro, ni escapatoria. Lo perderán todo”. Vale decir, marcó la cancha de una manera brutal. Tres días después, el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, en un encuentro de altos mandos  de Estados Unidos y Colombia, le hizo una moderada segunda voz: “Hagan lo correcto. Salven a su país”, les recomendó a los soldados venezolanos. El empeño en desprender al menos una porción de los militares de la subordinación a Nicolás Maduro estuvo, en rigor, desde el comienzo de lo que podrían llamarse hostilidades.

No obstante todo el despliegue aludido, el 24 de febrero el jefe de la maniobra y sus empinados acólitos tuvieron que tascar el freno.

Es obvio a esta altura de los hechos que la antedicha entente ha venido fogoneando un golpe de Estado al estilo clásico: protagonizado por militares que desplazan por la fuerza a gobiernos civiles. Este y no otro era el objetivo final de la maniobra sedicente humanitaria: generar condiciones sociales y políticas para derrocar a Nicolás Maduro. Lo que equivale a decir que el Presidente norteamericano y su troupe estaban dispuestos a quebrantar las reglas democráticas más elementales y a pisotear normas básicas de la convivencia entre las naciones. Y así lo hicieron. ¿Es acaso democrático convocar al golpe militar como abiertamente lo hizo Trump? ¿Y qué decir de Duque, un recién llegado que, virtualmente parado sobre la línea fronteriza, arengó a la insubordinación y al levantamiento a los uniformados de Venezuela?

Habría que preguntarles al enjopado Presidente gringo y a los mandatarios de los once países que acompañaron esta chirinada: ¿no saben acaso que no se puede entrar a un país sin autorización y que cuando se lo hace promoviendo la irrupción de multitudes lo que se impulsa es lisa y llanamente una invasión? Copio aquí con intención informativa la primera acepción de invadir según el Diccionario de la Real Academia Española: “Irrumpir por la fuerza”. Es obvio que nada de eso fue democrático. Pero hay todavía más: se puso en juego también una cuestión de soberanía. Es asombroso y probablemente inédito que el Presidente de los Estados Unidos, el primer ministro de Canadá y diez presidentes de países de la región se hayan confabulado para violar la soberanía territorial y político-estatal (expulsar a un Presidente) de otro país del área. También, que hayan decidido hacer trizas los principios de no intervención y de no injerencia.

Quizá convenga  repasar la Carta de la OEA, esa que Luis Almagro parece haber olvidado pero debería conocer de memoria. Su artículo 1° indica que la Organización se ha establecido “para lograr un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia”. El artículo 2° inciso b) instaura el principio de no intervención; y el 3° inciso e) el de no injerencia. Para la situación que se está examinando conviene asimismo recordar el artículo 21 de la Carta: “El territorio de un Estado es inviolable; no puede ser objeto de ocupación militar ni de otras medidas de fuerza tomadas por otro Estado, directa o indirectamente, cualquiera que fuere el motivo, aun de manera temporal. No se reconocerán las adquisiciones territoriales o las ventajas especiales que se obtengan por la fuerza o por cualquier otro medio de coacción”.

Podría decirse —parafraseando la letra que Homero Espósito le puso a un bello tango— que “está más claro que el agua, que el agua clara”: no han respetado normativa alguna.  Eso sí: en nombre de la democracia.

El 23/02 fue un fiasco para sus organizadores e impulsores. Por añadidura, el encargado Guaidó probablemente no podrá regresar a Venezuela. Pero seguirán intentando sacar del juego al bolivarianismo. La voluntad de la gran potencia del norte de poner en caja lo que considera su “patio trasero”, y su codicia por controlar las mayores reservas de petróleo del mundo –que son venezolanas— actúan como acicates. El resto de la espuria entente —apenas: a) un socio menor, Canadá; y b) un grupo de diez coreutas— le sigue el juego a Washington.

Según informa The New York Times del jueves 28/02, circulan ya sendas propuestas de proyectos de resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU referidos a Venezuela. Uno presentado por Estados Unidos, que impulsa la realización de elecciones “libres, imparciales y creíbles”, no pasó. Obtuvo 9 votos a favor, 3 en contra y 3 abstenciones. El otro, sustentado por Rusia, proponía que se iniciaran negociaciones entre los dos grupos enfrentados y que la ayuda humanitaria fuera supervisada por el gobierno de Maduro. Con 4 votos a favor, 7 en contra y 4 abstenciones, tampoco fue aprobado.

En todo caso, como consecuencia del fracaso del plan de derrocamiento intentado el 23/02 se estaría buscando ahora una vía menos extrema.

Habrá que ver. Sería bueno que Venezuela se mantuviera “siempre atenta y vigilante” (cito a ese digno general que construyó al peronismo y lo comandó hasta su muerte), dispuesta a rechazar todo intento de injerencia. Y que quienes repudiamos el intervencionismo, el avasallamiento de la autodeterminación y el retorno de los golpes militares (que fueron una pesadilla que escaló hasta el horror en nuestra América desde mediados de los '50 hasta finales de los '80, por obra y gracia precisamente de la injerencia norteamericana) tengamos los ojos bien abiertos y mantengamos nuestra modesta contra-presión. También sería bueno que la comunidad internacional pudiese doblegar la pertinacia golpista y/o exclusionista estadounidense y se pudiera abrir una vía de diálogo y negociación aceptada por las partes en conflicto, para enrumbar acuerdos y, por qué no, soluciones pacíficas.

 

 

 

 

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