La felicidad como derecho

La Plaza del 24 desde el campo del arte

 

¿Puede pensarse la Plaza del 24 como parte del campo del arte? Viviana Gravano dice que sí. Ella trabaja el cruce de arte y memoria. Es italiana y curadora de arte contemporáneo, docente de la Academia de Bellas Artes de Bolonia. El arte que propongo no es un objeto, dice, es un arte que se interesa en las relaciones entre las personas. Y es bajo esa idea que se acercó a Plaza de Mayo el domingo pasado, un lugar y a la vez un territorio, una experiencia donde terminó sacudida por una fiesta maravillosa, como la llama, en un lugar donde sabe que se hablaba de tortura y de desaparecidos, pero donde no había auto-compasión ni sufrimiento, sino una postura: una posición energética de un pueblo que decide responder al miedo con una fiesta. Al pasado, con presente. A la tristeza, con felicidad. Como si la felicidad, dice, fuera un derecho que tenemos todos, y creer que tenemos el derecho a ser felices me parece que es la idea política más importante que Argentina tiene para darle al mundo en este momento.

 

Viviana Gravano. Foto: Camilo Del Cerro.

 

Gravano anda con su cámara de fotos, lápiz y cuaderno. Lleva varias semanas en Buenos Aires como parte del proyecto SPEME: cuestionando el legado traumático. Espacios de memoria en Europa, Argentina y Colombia, dirigido por Patrizia Violi. Gravano escribe, pregunta y vuelve a escribir entre papeles desbordados, sentidos que se arman, crecen y crean en cada intercambio. Estuvo en Plaza de Mayo dos veces antes del domingo, observó distintos horarios como buscando imágenes de aproximación. En su mirada, la marcha vuelve a cargarse de preguntas. Extrañas. Cercanas. Y nuevas. Acá se detiene en algunas imágenes, los iconos mas viejos, sus desplazamientos y trasformaciones como el pañuelo. Y todo vuelve a hacerse potente. Militó de joven en el partido comunista italiano, y se sumó a las manifestaciones de solidaridad con los exiliados argentinos y chilenos y a las denuncias contra las dictaduras del Cono Sur con ese movimiento que despertó también preguntas sobre el pasado también en ese país. Aunque ya no milita orgánicamente, usa la política como herramienta para escoger el modo de arte e interpelarlo.

—Me parece que la marcha fue una cosa maravillosa.

Dice y es lo primero que dice cuando deja la Plaza, el 24 a la noche. Y cuando habla no sólo dice lo que observa, sino que en esa observación, lo sabe, contribuye a completar un armado efímero y eterno a la vez, que se arma y se desarma y se desplaza con cada intervención.

—¿Por qué maravillosa?

—La primera razón por la que digo que fue maravillosa es porque fue una fiesta. Y eso me impresionó muchísimo. Aquí estamos hablando de derechos humanos, de tortura y de desaparecidos, pero el pueblo contesta con una fiesta. No vi una manifestación triste. No había una cosa pesada. Había algo alegre, cantidad de personas que cantaban. Y eso me parece muy importante porque habitualmente las dictaduras basan su eficacia sobre todo en el miedo y el miedo impone tristeza. No hay posibilidad de ser feliz en dictadura. Por eso creo que la respuesta mas importante es que la oposición, la resistencia, acá subraya la vida, la felicidad y no acepta el miedo como filosofía de vida para todos los días. Vi muchísimas personas riendo. No eran personas con rabia. Y, ojo, eran personas que luchaban, no estaban paseando, pero luchaban con felicidad o buscando felicidad cuando el miedo es exactamente lo opuesto. Si hay miedo no puede haber felicidad. Entonces contestar y responder al miedo con la felicidad me parece una idea genial, totalmente diferente a la idea que tenemos de marchar y hacer manifestaciones.

 

Foto: Viviana Gravano

 

—Mi segunda observación es sobre la política y la diversidad. Hubo diferentes movimientos políticos en un mismo lugar. Movimientos obreros, comunistas, espacios cristianos. Y creo que es una de las cosas más importantes y ricas de Argentina. No fue una Plaza homogénea. Tenía trapos y banderas distintas, colores distintos, ideas políticas diversas: pero al mismo tiempo y por eso mismo, resultaba una Plaza con una potencia ideológica y política muy poderosa. No fue una manifestación donde se hablaba de nada. Se habla de cosas muy concretas: de justicia, de reparación, de verdad, de política. Y esto es muy importante porque en Europa hoy hay muchísimas manifestaciones, pero no sabes de qué se habla porque la política no está en el centro de la vida de cada día de la gente.

 

 

Foto: Luis Aguilar

 

—Otra cosa muy importante fue la presencia de muchísimos jóvenes. ¡Estaba llena de jóvenes! Y esto me parece fundamental. Siempre nos preguntamos sobre la trasmisión de la memoria. Y en esa Plaza tenías al mismo tiempo a las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo arriba del escenario, a cantidad de mujeres y hombres muy viejos, pero también chicos, chicas, niñas en esa suerte de fiesta maravillosa. Y el último dato es sobre la organización y la relación con el presente: por un lado, la idea de que todo empieza de algún modo con el ingreso de la bandera de los 30.000 detenidos-desaparecidos, eso me parece muy importante como enfoque, pero al mismo tiempo se habla de la política de hoy.

—Una configuración que se ve incluso que este año se acentuó con el ingreso de las centrales obreras atrás de los organismos de derechos humanos.

—Lo que veo ahí es que existe una búsqueda explícita de no hablar de cosas que ya pasaron, sino que existe una búsqueda de actualización. Y eso me parece que es un aporte central, muy importante, en el presente del mundo. Frente a gobiernos que vuelven a ser fascistas, en Europa y América Latina, conectar la historia del pasado de dictaduras con el presente permite hablar o preguntarse nuevamente por las sociedades. Sobre cómo llegaron los países europeos al nazismo o al fascismo. Sobre cómo la indiferencia produce dictaduras y cómo las mismas posturas hoy pueden abrir el campo para repetir las mismas situaciones. El Nunca Más es una frase que se repite en todos lados. Y de hecho es una frase muy importante, pero ¿cómo vincular el Nunca Más a la política de hoy? Creo que esta Plaza lo hace. Y en términos personales debo decir que lloré todo el tiempo. Recordé un poco mi juventud cuando pensábamos en las utopías de los años '70: aquí vi una lucha y que nuestros sueños se realizan porque los jóvenes de hoy todavía realizan sueños.

 

Foto: Viviana Gravano

 

—¿Que miraste en esa Plaza? ¿Dónde se paró tu cámara?

—Una de las imágenes que me pareció más maravillosa es un niño pequeño, tal vez de tres años, durmiendo en el verde. Su madre estaba con las piernas abiertas, lo tenía en el medio como para protegerlo. Y él dormía tranquilo, en paz, como si estuviese en la casa. ¡Pero en realidad estaba en el centro de la marcha, a 300 metros del escenario! Eso me pareció increíble, pero ¿por qué? Porque los niños tienen un sentido natural, y en esa imagen veía a un niño que no se sentía amenazado en ese lugar. Por eso digo que me parece maravilloso la idea del niño durmiendo en una marcha.

 

Foto: Viviana Gravano.

 

—Otra escena es una chica con una camiseta con la imagen de un desaparecido, y un escrito: No es de verdad mi hermano, pero es mi hermano. La paré para pedirle una foto. Y su respuesta fue tan fuerte que me olvidé de grabarla, porque empezamos a hablar, ella reía todo el tiempo, con felicidad, hablaba, preguntaba y discutimos sobre su camiseta. Pero fue su postura la que me gustó muchísimo porque era una postura energética. Ahí no había auto-conmiseración ni sufrimiento sin vía de salida. Por eso hablo de una Plaza y de una fiesta. Evidentemente las cosas en este país no están resueltas: hay personas que no fueron juzgadas, nietos que no se encuentran, no está todo bien y por eso estamos felices. No es eso. De lo que hablo es de una postura: una manera de pensar, y entonces de manifestarse públicamente, que contiene esta idea de felicidad que, me parece, de verdad, muy importante. Ahora, podría pensarse que eso significa una suerte de evasión: buscar la felicidad para huir de esa situación. Pero no es esto. Creo que lo que sucede aquí es como si la felicidad fuese un derecho que tenemos todos. Y creer que tenemos el derecho a ser felices me parece la idea política más importante de este momento.

—¿Por qué de este momento?

—Pienso lo que sucede en Italia con los migrantes, por ejemplo. Quieren que los migrantes sobrevivan, no que vivan. Si eres migrante, tienes hambre, no tienes derechos. Es así. Pero, por otro lado, también está aquello de qué si se es migrante no quiere leer, ser feliz, danzar, tomar un curso de teatro o cocinar simplemente porque le gusta. Esto no está en nuestra cabeza italiana tan colonial. Los pobres o colonizados aparecen siempre como personas que deben sobrevivir, no vivir. Y creo que, en sentido inverso, esta es la repuesta mas fuerte que tiene este país para decirle al mundo: no queremos sobrevivir, queremos vivir, que es muy diferente.

 

Foto: Luis Aguilar

 

Foto: Luis Aguilar

 

—Enseguida volvemos a eso. Y a la Plaza, pero antes: es la primera vez que estás en Argentina, pero ya trabajaste con su historia.

—Durante mi juventud estuve muchas veces en la calle, durante las manifestantes y movilizaciones por Argentina y Chile. Para entonces militaba en el Partido Comunista y había una conexión con la historia estos países. Por eso digo que estar aquí me resulta fuerte porque existe una conexión de mi trabajo con mi vida personal de activista política, en el pasado porque ahora la situación italiana está un poco complicada.

—Sin embargo, al hablar de arte te sitúas en el campo de la política.

—Sinceramente, creo que Argentina fue un ejemplo para todos nosotros, italianos en particular sobre lo que sucede con la memoria del trauma. Aquí hay un modelo político muy diferente a otros lugares, de América Latina o de otras dictaduras. Acá la memoria es de verdad un patrimonio de todo el pueblo. Hay un movimiento muy fuerte. Eso no pasó en Italia donde la política canceló velozmente todo la historia del fascismo, donde no hay una cultura de la memoria. Algo comenzó en los '80, con un impulso que creo fue resultado de ser confrontado con experiencias contemporáneas como el caso argentino. Pero nosotros no afrontamos de ninguna manera nada, no hubo justicia, ni condenas, porque hubo un indulto general después de la Guerra que cortó todo. Por eso, volviendo aquí, me parece interesante cómo esa memoria del pasado se volvió cultura. Yo sé que cultura es todo, pero estoy hablando de estética, de arte. Y esto para mí no es una cosa menor, sino central y es finalmente cómo se manifiesta la memoria.

 

Foto Viviana Gravano.

 

—¿Cómo pensás la relación entre memoria y arte?

—Soy una curadora de arte contemporáneo pero especial porque me intereso por el arte en relación, compartido. Un arte que trabaja con las comunidades y las personas directamente en los lugares. No estoy interesada —y no es un critica— en la idea de una pintura en la pared. No es mi idea de arte. El arte que yo busco, que propongo, es un arte que se interesa en las relaciones entre las personas. Algunos definen el arte como la participación que crea una obra y para otros, la acción participativa se describe como arte. Para mí las dos cosas son interesantes y diferentes. Para mí es importante involucrar a la gente, porque podemos hacer cosas que no produzcan nada, que no produzcan objeto, sino pensamiento, relaciones, encuentros. Esto es arte para mí. No es un objeto. Podemos hacer un trabajo de tres meses juntos y no producir nada, pero hicimos arte.

—En ese sentido, también estás hablando de la Plaza del 24 como arte.

—Yo digo que me interesa hablar de cultura de la memoria y de cómo la cultura de la memoria produjo y produce imágenes icónicas. Y acá están los pañuelos. Las caras de las Madres, las caras de las Abuelas, de los desaparecidos. Imágenes con dificultades porque sabemos que esa representación tiene discusiones. Pero, algunas imágenes ya son mundiales. El pañuelo lo conoce todo el mundo. Y a la vez, esas imágenes icónicas tienen posturas políticas muy claras como parte de su estética, que acá es muy fuerte y está muy clara. Y esto también aparece en los nuevos movimientos, entre las jóvenes feministas. Empezaron con el Ni una menos, el uso de imágenes y consignas que rápidamente dicen que existe una mirada: una frase que enseguida está clara. Y eso me interesa: porque acá la política y la estética y el arte están muy conectados: no está el arte por un lado y la política por otro. Y esta conexión es muy diferente a otros lugares.

 

Foto: Luis Aguilar.

 

—Y en ese linaje, las jóvenes no sólo actualizan lo políticos, sino los iconos. El pañuelo que pasa del blanco al verde es otro de los datos de la última plaza.

—Creo que ahí aparece una tensión y un recurso. ¿Quién actualiza? Los jóvenes actualizan y traen su propia visión del mundo. Y el encuentro entre ancianos y jóvenes es complicado, pero ese pañuelo que va del blanco al verde tiene una cuestión estética que me interesa porque muestra, a la vez, que no hay un objeto sacralizado. Que no se puede tocar, ni puede cambiar. No hay un objeto que es sólo propiedad cultural de las Madres, sino que pasa a otras manos. Y puede cambiar las palabras, el color y lo que queda es el símbolo muy fuerte que fue y que al mismo tiempo, se actualiza. Y sólo es un ejemplo para pensar cómo se transmite. Y se transmite, según creo, envolviendo a todos en un mismo proceso donde cada uno, con su vida y a su tiempo, en relación a su experiencia, pero todos juntos, hacemos una negociación, una acción compartida.

—Sobre las tensiones, también las hubo: entre el blanco y el verde, estuvo la Plaza del 2x1. Las Madres convocaron a llevar pañuelos blancos, pero pidieron que no se llevara en la cabeza.

—Pero esa forma de trasformarlo es interesante. Porque si el pañuelo estuviese en la cabeza, sería un falso histórico. Cuando lo usaron las Madres tenía un significado que ahora es distinto, por eso digo que actualizar puede ser también usar el mismo pañuelo, pero levantarlo y no ponerlo en la cabeza.

 

Foto: Luis Aguilar

 

—A diferencia de otras marchas, esta fue tal vez la marcha más política. La relación entre pasado y presente estuvo todo el tiempo en primer plano. Y el escenario puso en agenda el calendario electoral. ¿Qué viste vos en ese cruce?

—Como dije, hay algo con la cuestión política siempre presente. Estuve con el rector de la Universidad de Bellas Artes y un documentalista, hablamos de estética y de arte, pero diez minutos después estábamos hablando de política. Fui a Gualeguaychú y estuve con Nora Cortiñas. Ella habló de su historia pasada, sí, de su hijo, pero diez minutos después comenzó a hablar de política actual, de economía, de los trabajadores. Y esto volvió a parecerme increíble: una mujer de '90 años, que estaba frente a mí que soy sólo una investigadora, que nos encontramos a hablar del proyecto y ella pensó que la cosa mas importante para hablar conmigo no era su historia personal, no era el pasado, sino que era hoy. Y creo, nuevamente, que también esto dice que lo que pasó está pasando hoy de otra forma. Y no sólo aquí, estoy hablando de lo que sucede en otras partes del mundo. Y con esto quiero decir que si consideramos el pasado como algo que está solamente en la memoria y no somos capaces de entenderlo en desarrollo, lo que sucede parece normal. Pero no es normal. Cada vez que decimos memoria, hacemos como un corte en el tiempo. Un tajo. Decimos, ya pasó. Pero no pasó. Va a pasar. Por eso cuando suelo hablar de mi trabajo como un proyecto de memoria del futuro: porque cada vez que hacemos memoria lo hacemos por los que vendrán o por los que están ahora, porque los que estaban ya no están. La política no es una cosa que se hace diciendo qué paso, sino diciendo qué está pasando mirando a eso que pasó. Pero está pasando.

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