La mano de la princesa

Puede ser la creación más original del ingenio humano, pero hay que saber verla

 

Durante muchos años, cada vez que tenía que dar una charla para un público ‘no matemático’, elegía una forma muy particular de empezar… siempre la misma. Pedía permiso a la audiencia para poder ‘leer’ un texto, un texto que no escribí yo sino Pablo Amster. Pablo es un excelente matemático argentino, profesor titular en Exactas (UBA), pero además es músico, experto en kabbalah… y por sobre todas las cosas (y esto debí haber enfatizado primero), es un gran tipo, una gran persona.

Una tarde, estábamos en la cafetería del Pabellón I de la Ciudad Universitaria, en Nuñez. Fue allí donde, en el intervalo de una clase, Pablo me contó una experiencia de su vida. Por una de esas extrañas casualidades, sobre fines de los años 90, un amigo le pidió que diera un curso de matemática para un grupo de estudiantes de Bellas Artes, en la Capital Federal. ¿Qué hacer? ¿Cómo motivarlos?

Después de mucho pensar, encontró un ensayo cuyo autor era el escritor portugués Fernando Pessoa. Pessoa lo tituló La mano de la princesa.

Pablo creyó que en ese particular texto estaba el germen de lo que él quería hacer en el curso, y por eso lo eligió como una suerte de metáfora y lo utilizó como guía. Lo extraordinario es que hoy, más de 25 años después, la alegoría sigue teniendo la misma potencia de aquel momento, pero la diferencia es que ahora la quiero usar yo. Le pedí permiso a Pablo múltiples veces en las últimas décadas (ya que a Pessoa no puedo) y la historia, distorsionada por el paso del tiempo, quedó así:

Buenas noches.

Una conocida serie de dibujos animados checa cuenta, en sucesivos capítulos, la historia de una princesa cuya mano es disputada por un gran número de pretendientes. Estos deben convencerla: distintos episodios muestran los intentos de seducción que despliega cada uno de ellos, de los más variados e imaginativos. Así, van empleando diferentes recursos, algunos más sencillos y otros verdaderamente magníficos. Uno tras otro pasan los pretendientes pero nadie logra conmoverla... ni siquiera un poco.

Recuerdo por ejemplo a uno de ellos mostrando una lluvia de luces y estrellas que parecían propios de un cuento de hadas. Otro de los pretendientes, efectuando un majestuoso vuelo y llenando el espacio con sus movimientos llenos de plasticidad y destreza. Sin embargo... ¡nada! Ninguna reacción.

Al finalizar cada capítulo aparecía la princesa, inmutable, sin que su rostro permitiera imaginar sus sentimientos en ningún sentido.

Sin embargo, el episodio que cierra la serie proporciona el impensado final: en contraste con las maravillas ofrecidas por sus antecesores, el último de los pretendientes extrae con humildad de su capa un par de anteojos, que da a probar a la princesa: esta se los pone, sonríe, y le brinda su mano.

La historia, más allá de las posibles interpretaciones, es muy atractiva, y cada episodio por separado resulta de una gran belleza. Sin embargo, sólo la resolución final nos da la sensación de que todo cierra adecuadamente.

Claro. Es que hay un interesante manejo de la tensión, que hace pensar, en cierto punto, que nada conformará a la princesa. Con el paso de los episodios y por consiguiente, el agotamiento cada vez mayor de los artilugios de seducción, uno termina ‘enojado’ con esta princesa insaciable. ¿Qué cosa tan extraordinaria es la que está esperando?

Hasta que, de pronto, aparece el dato que desconocíamos: la princesa no se emocionaba ante las maravillas ofrecidas…. ¡porque no podía verlas!

Así que ese era el problema. Si el cuento mencionara este hecho un poco antes, el final no sorprendería. Podríamos admirar igualmente la belleza de las imágenes, pero encontraríamos algo ‘tontos’ a estos galanes y sus múltiples intentos de seducción, ya que nosotros sabríamos que la princesa es miope.

Pero no lo sabemos. Nuestra idea es que la falla está en los pretendientes, que ofrecen, al parecer, demasiado poco. Lo que hace el último, ya enterado del fracaso de los otros, es cambiar el enfoque del asunto: ¡mirar al problema de otra manera!

A partir de acá, sigue Pablo:

De no saber ya ustedes de qué trata este curso, quizás se sorprenderían ahora como se sorprendieron con el final de la historia anterior. En este curso vamos a hablar (o estamos hablando) de Matemática.

En efecto. Hablar de Matemática no es solamente demostrar el teorema de Pitágoras. No. Es —además— hablar del amor y contar historias de princesas. También en la Matemática hay belleza.

Como dijo también el propio Fernando Pessoa:

El binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo; lo que pasa es que muy poca gente se da cuenta.

Mmmmmmm... Muy poca gente se da cuenta… Por eso el cuento de la princesa; porque el problema, como adivina el último de los pretendientes, es que “Lo más interesante que hay en este país, no se lo ve”. (Henri Michaux, El país de la magia.)

Muchas veces me sentí en el lugar de los primeros galanes. Así, siempre me esforcé por exponer las cuestiones matemáticas más bellas, pero la mayoría de las veces, debo reconocerlo, mis apasionados intentos no tuvieron la respuesta esperada. 

Trato esta vez de acercarme al galán humilde del último capítulo. De la Matemática, que según Whitehead es “la creación más original del ingenio humano”, hay bastante para decir. Por eso este curso. Sólo que hoy prefiero también yo mirar las cosas de esa otra manera, y empezar contando un cuento.

Y para terminar, un brevísimo aporte (mío). El objeto de todas estas notas acá en El Cohete, así como todo lo que fui escribiendo y elaborando a lo largo de los años (1), es entregar anteojos, aunque sea como una suerte de solución parcial al problema. En algún sentido, es un problema que generamos nosotros mismos (los docentes) pero también los divulgadores o comunicadores, ya que fuimos contando historias equivocadas y, en el camino, iluminando lugares incorrectos.

La verdadera matemática no solo encierra una belleza superior, sino que en este juego de detectives para poder detectarla, emerge también el costado lúdico, atrapante y apasionante como la mejor creación del hombre. No hace falta buscarle ninguna utilidad más, no porque no la tenga, sino porque sería más que suficiente dejarla ‘libre’ para que ella misma la (o lo) seduzca.

Esa es la verdadera tarea: ser capaces de corregir el error de los últimos siglos y, en el camino, cambiar la percepción que la sociedad tiene de ella (la matemática), hasta que ella misma pueda exhibir el esplendor de todos sus atractivos.

Ahora le toca a usted.

(1) Hay una increíble cantidad de personas involucradas en esta cruzada, que pretende visibilizar a la matemática tanto como nos sea posible. Cada vez somos más, cada vez cuesta menos, porque creo que la percepción de la sociedad está cambiando, especialmente de la gente joven. Cada uno de nosotros es un ‘engranaje’ más. 

 

Adrián Paenza es matemático, docente y periodista

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