Bésame mucho

La música que escuché mientras escribía

 

Como de costumbre, no me acuerdo si ya te lo conté. Pero amparado en la doctrina Legrand, avanzo sin complejos.

A partir de 1983 comenzaron a regresar los amigos y compañeros que se exiliaron de la Triple A y de la dictadura y menudearon los encuentros, emotivos e intensos. Recuerdo uno en mi pequeño departamento de entonces, donde estaban por lo menos el Negro Juan Carlos Portantiero, casado con mi queridísima amiga Ana María Kaufman; León Ferrari, Lilia Ferreyra y Carlos Ábalo. Por entonces estaba a la orden del día la palabra libanización. Aludía al riesgo de que la Argentina padeciera el desmembramiento que por entonces atribulaba a la sociedad más rica y sofisticada de Medio Oriente. Uno de mis hijos, que por entonces tenía 16 o 17 años,  preguntó en qué consistiría. Imponente en su metro ochenta y con un inapelable aire profesoral, Portantiero le dio una respuesta detallada.  Con una lógica que los adultos no teníamos, el pibe insistió:

—Y si pasara eso, ¿quién se quedaría con Buenos Aires?

Varios contestaron al unísono:

—Brasil.

Lejos del clima de la conversación, que dudo en calificar de trágico o de melodramático pero en cualquier caso tan argentino, percibí un brillo de ilusión en la mirada de mi hijo, como si vislumbrara un nirvana de garotas na praia, barquinhos, milhos con manteiga y agua de coco. Casi se podía escuchar la música de fondo que acompañaba su ensoñación, con la guitarra y la voz de Joao Gilberto. Chiquindun, chiquindun.

Lo recordé la semana pasada, con la triste noticia de que Gilberto había muerto, a sus 88 años. El suyo fue uno de los sonidos principales de la década de 1960. Pude verlo, alrededor de sus 70, durante una visita a Buenos Aires en compañía del gigante que mejor siguió las huellas que él y Tom Jobim dejaron marcadas na areia mundial, Caetano Veloso. Caetano dice que para él Gilberto es un Dios, del que se declara apóstol.

Canal (á)  transmitió ese show extraordinario, grabado, si la memoria no me falla, en el teatro Opera de la calle Corrientes. Ambos amaban Buenos Aires; Buenos Aires los amaba a ellos, y los seguirá amando, mientras exista.

Música, maestros.

 

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