El futuro es nuestro

Un sector invisibilizado de los movimientos sociales acampó frente al Congreso

 

Había luz al final del túnel, claro que sí. Pero no eran las llamas del infierno neoliberal, eran las luces incandescentes de la esperanza de un pueblo que jamás se acostumbra a vivir de rodillas. El 11 de Agosto comenzó a escribirse en las urnas la página que habrá de cerrar una etapa oscura de la Argentina.

La peligrosa restauración neoliberal pensada y planificada por los que se creen dueños de todas las cosas, que irrumpió en el Estado Nacional con Mauricio Macri como caricatura presidencial, que desaguisó los resortes económicos del país para someterlos a los intereses de un puñado de corporaciones económicas y condenar a las mayorías populares a un destino de miseria planificada, comienza a retroceder en chancletas.

Pero claro, apenas abandonarán el Gobierno, dejando intactas las postales de un saqueo que se padece en la libertad, el estómago, los bolsillos y el corazón de un Pueblo que quiere volver a reconstruir los pedacitos de un sueño roto hace apenas cuatro años.

En la oscuridad de este tiempo se ha visto de todo. De todo. Y las organizaciones populares somos el testigo más incómodo que tiene nuestra historia reciente.

Fuimos incómodos para los que se van, porque no caímos en la trampa de arrodillarnos frente a su mesa, a la espera de las migajas miserables de su banquete. Ni aceptamos la mansedumbre de una gobernabilidad tramposa, fraudulentamente conquistada y ejecutada con persecución, represión, hambre y cárcel que todavía padecen nuestras compañeras y nuestros compañeros.

Pero también seremos incómodos para los que venimos, así en plural, porque la historia no la escriben personas ni candidatos. La historia es un sedimento de lucha encadenada a otra lucha, para no tener que andar empezando siempre de nuevo, como nos enseñara el eterno Rodolfo Walsh.

 

 

Resistir cuando otros acompañaban, luchar cuando otros especulaban. Estar en la calle, cuando otros se refugiaban en los palacios. Sufrir, cuando otros gozaban. Solidaridad, cuando reinaba la indiferencia. Organizar cuando otros se acomodaban la pilcha para la foto, pensar colectivamente en los tiempos del sálvese quien pueda.

Resistir en tiempos de neoliberalismo, eso hicimos las organizaciones populares. Poner el cuerpo para que hubiera un futuro en el que pudiésemos volver a soñar colectivamente en reconstruir una Patria que sigue en peligro, y que nos exige un profundo aprendizaje popular, para encontrar las certezas de un destino en el que ser feliz no sea un privilegio.

 

Las postales del saqueo

La modernidad no les ha quitado lo salvaje a las minorías oligárquicas de nuestro país. Y fue así, bien temprano nomás —a pocos días de llegado Mauricio Macri a la presidencia— cuando el viento de la revancha volvió a resoplar el apellido Blaquier, y Gerardo Morales no dudó un instante en encarcelar a Milagro Sala.

El neoliberalismo empezaba a construir en Jujuy un laboratorio represivo que intentaba legitimar un relato sobre el sentido de la organización popular. Mauricio Macri, Patricia Bullrich, el radicalismo y cuanto vocero encontraba el gobierno, repetían la trillada idea de que la Túpac Amaru era una asociación ilícita armada. Que la dignidad era un negocio y que las protagonistas del mayor proceso de construcción social de un modelo de comunidad organizada, eran una banda de chorras.

No hubo mucho tiempo para acomodarse, y las organizaciones populares tuvimos que volver a las calles, rutas y acampar en Plaza de Mayo para conmover frente a un pensamiento único que amenazaba con reconstruirse rápidamente en nuestro país. Al calor de aquella pelea nació nuestro Frente Milagro Sala, un espacio de organización popular que no abandonó la calle en la pelea por trabajo y dignidad. Un grano de arena en el Movimiento Nacional, un grano en el culo del Gobierno.

Desde un corte en el Puente Pueyrredón vimos la progresiva y brutal devaluación de nuestra moneda. Comenzaba a destrozarse el bolsillo de las trabajadoras y los trabajadores, a sacrificarse el ingreso popular en el altar de los especuladores que alababan la liberación absoluta de las finanzas.

Desde una carpa en Plaza de Mayo, vimos cómo en el Congreso Nacional, el neoliberalismo encontraba cómplices en todas las fuerzas políticas para habilitar el endeudamiento externo de nuestro país, imponía a los más tibios reconocer errores en el control de cambios. Comenzaba a gestarse el más veloz de los saqueos que padeciera nuestro país: el ciclo de endeudamiento externo mas alto de nuestra historia, y la fuga de capitales inédita por su volumen que fortalecían los balances de un puñado de grupos económicos y dejaban en la miseria a las mayorías populares.

Mientras algunos reflexionábamos en la calle sobre las razones de la derrota padecida, las corporaciones de la comunicación pretendían, con bastante éxito, construir consenso tras  la agenda neoliberal.

Con escasa legitimidad en las urnas, desbaratando en forma inmediata su discurso de campaña, defraudando la voluntad de muchos de sus votantes, lograron dolarizar las tarifas de servicios públicos, liberar las importaciones, garantizar fortunas en la timba financiera y con ello, destrozar el aparato productivo de nuestro país y condenar a la desocupación a millones de compatriotas.

Concentraron aún mas la economía, agravaron la extranjerización de los segmentos productivos que en la Argentina producen riqueza, flexibilizaron de hecho las condiciones laborales de nuestro país, destrozaron el salario y las jubilaciones. Y para todo ello encontraron secuaces con la cantinela de la gobernabilidad.

Destrozaron los programas de empleo, condenaron a la asfixia económica a nuestra cooperativas de trabajo, vaciaron los programas de construcción de viviendas, sacaron a nuestros compañeros del trabajo cotidiano y reemplazaron sus ingresos por planes sociales y ayudas miserables. Y también para eso encontraron con quien legitimar el deterioro social que nos empujó a vivir con dolor la necesidad de tener que abrir nuevos merenderos, comedores y repartir mercadería para garantizar un plato de comida. No fue de gajo que se llegó a la emergencia alimentaria que hoy nos sigue encontrando en la calle.

Encontramos en la resistencia a cada una de estas ofensivas los fundamentos de nuestra existencia. Fuimos aprendiendo con cada herida que dejaba el neoliberalismo en nuestro pueblo, las certezas para reconstruir nuestro destino. Fue en la calle donde encontramos mucha más información del futuro que en los pasillos de los canales de televisión.

Fuimos tejiendo en la lucha cotidiana, la paciente reconstrucción de la unidad necesaria para que nuestra esperanza no se desdibujara en la fiebre de la especulación política. Nos encontramos con el movimiento obrero que dio pelea, con los estudiantes que no dejaron que se vacíe la educación pública, con esa memoria viva de nuestras madres y abuelas que siguen blindando nuestros sueños. Fuimos parte de la reconstrucción de las vértebras de ese proyecto político que nos permitió resignificar 70 años de historia de la mano de Néstor y Cristina en los tiempos más recientes.

Pusimos el cuerpo a la resistencia contra la reforma previsional, ese punto de inflexión con el que comenzó el deterioro político del gobierno y que le impidió avanzar hacia la reforma laboral. Le pusimos iniciativa y agenda a aquel 25 de Mayo en el que cientos de miles de compatriotas gritaron “La Patria está en peligro” para rechazar el acuerdo con el FMI y las condiciones del saqueo.

Ni nos arrepentimos, ni abandonamos ni desconocimos el liderazgo de Cristina, cuando muchos se hacían los distraídos y especulaban con el futuro de aquel proyecto que nos aseguró doce años de conquistas populares en nuestro país.

Y lo hicimos por la profunda Fe en nuestro Pueblo que nos inculcaron Perón, Evita y Néstor Kirchner. Fe en un Pueblo que no tenía tiempo para vivir de rodillas.

El 11 de Agosto nuestro Pueblo llenó las urnas de sueños y esperanzas. Los mismos que llenaron y acamparon en plazas, calles y rutas durante cuatro años de resistencia. Hay una agenda urgente en la Argentina, una profunda deuda social con nuestro pueblo que prioritariamente hay que pagar. Una deuda que exige reconstruir el bolsillo, volver a comer bien, volver a trabajar y volver a soñar con construir un techo digno para que vivan nuestras familias. Una deuda, también, con las compañeras y compañeros que siguen presos de la infamia neoliberal.

Fuimos protagonistas del fuego que alimentó la esperanza que llenó las urnas de sueños. Y no estamos dispuestos a ser espectadores de nuestro destino.

Somos la fragua que aprieta los alambres de la Patria que seguimos soñando.

 

 

 

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