Crecer y distribuir, esa es la cuestión  

El nuevo gobierno tendrá la manzana rodeada, no puede darse el lujo de fracasar

 

La fatalista idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” de las Coplas a la muerte de su padre, escritas hace casi 600 años por Jorge Manrique, no parece tener correlato con la evolución en materia de igualación social. La lucha por la igualdad ha sido una constante humana que, paulatinamente, ha ido derrotando a la injusticia de los sectores dominantes. Claro que hubo en el camino retrocesos, muertes y mártires, pero no es menos cierto que algunos términos han desaparecido del lenguaje cotidiano: esclavitud, vasallaje, etc.  Hemos avanzado, y por cierto al mundo en que nos ha tocado vivir le queda un largo camino por recorrer hasta alcanzar, al menos, los límites de una razonable igualdad.

Y aunque sea largo el camino, con marchas y contramarchas, deberíamos concluir desmintiendo a Manrique, diciendo que el futuro será mucho mejor. No parecería inteligente desestimar la idea de que es posible vivir en una sociedad donde la solidaridad social sea la regla. Para ello es necesario construir vínculos, ahijar ideas y desarrollar proyectos que consoliden la equidad. En definitiva, avanzar tozudamente en la construcción de la utopía posible de la igualdad.

Bolivia es hoy el ejemplo viviente de lo que significan los avances y retrocesos de las luchas populares. El país que antes de Evo Morales era el más pobre y uno de los más desiguales de América del Sur, gobernado por un Presidente indígena logró sacar de la pobreza a millones de personas a partir de una potente mejora en la distribución de la renta nacional, registrar tasas de crecimiento económico inimaginables hace muy pocos años y alfabetizar a un número considerable de la población, entre otros logros. No obstante ello, los sectores dominantes racistas, xenófobos, descaradamente apoyados por la la principal potencia mundial, se plantearon como objetivo derrocarlo y lo han logrado. Se identifica claramente que a nivel interno la idea subyacente se orienta a eliminar la distribución equitativa del ingreso nacional, mientras que a nivel internacional se corresponde con la necesidad de apropiarse de sus recursos naturales.

En paralelo, Chile ha despertado. Después de más de 45 años del derrocamiento de Salvador Allende y cuando nada hacía pensar en un clima interno tan enrarecido, millones de chilenos se están volcando a las calles en una lucha sin precedentes que pone en jaque a la oligarquía trasandina. No hubo represión, ni toque de queda ni nada que lograra frenar el grito de esperanza que recorre el mundo. En Chile, a la inversa del caso de Bolivia, las grandes potencias se hacen las distraídas y prefieren no ver la represión ni las torturas ni las desapariciones. El final está abierto, pero se percibe que la lucha no será en vano y el pueblo chileno está dispuesto a obtener una respuesta que lo satisfaga.

La Argentina está saliendo de la noche neoliberal de otra forma, con un gran triunfo electoral que dejó atónitos a los sectores concentrados de poder, nacionales e internacionales. El 10 de diciembre comenzará a desandarse el camino de la hiperconcentración de la riqueza que imaginó y de algún modo concretó el macrismo, usando las mismas herramientas de siempre: inflación descontrolada que permita bajar salarios y prestaciones sociales, un feroz ajuste del gasto público, endeudamiento desmesurado, el incremento alocado de las tarifas de servicios públicos y la apertura indiscriminada de las importaciones. Engolosinados por el éxito del plan, esperaban coronar sus logros en  un segundo mandato con la reforma laboral y la reforma previsional. Pero el pueblo lo ha impedido, haciendo tronar el escarmiento.

Como puede verse, en todos los casos planteados la disputa siempre es por lo mismo: quién se queda con los frutos del trabajo de toda la sociedad, si se reparte equitativamente o se lo queda una élite privilegiada.

A lo largo de la historia se percibe que las tres principales formas de redistribución del ingreso han estado vinculadas con la educación, con un salario óptimo o una renta económica razonable, y con las prestaciones sociales. Claro que hay otros elementos que influyen en la concentración o distribución del ingreso, tales como la infraestructura, la vivienda, los servicios, etc. Esas otras cuestiones siempre son complementarias o coadyuvan al desarrollo humano, pero sin duda es inconcebible imaginar una sociedad igualitaria sin educación y distribución de la renta.

Es sabido que las élites, por lo general, se han reservado para sí el derecho a la educación. Los aires de educación popular se empezaron a gestar a fines del siglo XIX consolidándose en el siglo XX. Hoy la lucha en esta materia es otra, se centra en términos de educación de calidad versus educación privilegiada. Los efectos de la educación en cuanto al acceso al trabajo de calidad, y por consiguiente al ascenso social, son de largo plazo, por ello todo gobierno que aspire a la construcción de una sociedad más igualitaria tendrá que achicar todos los días esa brecha, y no porque sus resultados demoran generaciones en surtir efectos, dejar de darle la prioridad que sin duda nuestros hijos y nietos se merecen.

La mejora de los salarios y la renta del trabajo humano (el trabajador individual o el pequeño productor o el pequeño empresario) podrá cristalizar sus efectos en el mediano plazo. La maquinaria de la producción y el trabajo requiere de infinidad de factores que deben concatenarse armoniosamente para impactar en resultados positivos. Para que un productor pueda vender sus productos, aumentar salarios, contratar nuevos trabajadores y producir más bienes, requiere la existencia de consumidores. Para ello hacen falta políticas activas de desarrollo del mercado interno y en eso la seguridad social aparece como el motor de arranque del despegue económico.

Cuando una economía se encuentra en estancamiento como ocurre hoy en nuestro país, con prestaciones sociales deprimidas, el camino más racional, más dinámico y rápido para iniciar un proceso de crecimiento resulta ser la mejora en la cuantía de las jubilaciones y pensiones, de los planes sociales, de la asignación universal por hijo y de las Pensiones No Constributivas, toda vez que de manera inmediata esos ingresos se destinan al consumo. De esta forma, la seguridad social se erige como una herramienta de alto impacto para generar crecimiento económico sostenido. Pero con el crecimiento económico a secas no alcanza, es necesario que ese producido recaiga en forma equitativa en el conjunto de la sociedad. La etapa neoliberal de los '90 generó crecimiento económico, pero ese crecimiento fue a parar a pocas manos. El mejor ejemplo de ello fue que durante 10 años el haber mínimo de los jubilados y pensionados se mantuvo fijo en 150 pesos/dólares, y producto del incremento de los parámetros (edad y años de servicios con aportes) millones de personas mayores no pudieron acceder a un beneficio jubilatorio, situación que vino a reparar el plan de inclusión implementado por Nestor Kirchner. Hoy el ejemplo de Chile es una muestra de adónde lleva el camino de la concentración de la riqueza en pocas manos, curiosamente producto de la privatización del sistema jubilatorio, con un alto crecimiento de la economía general pero acompañado de una enorme asimetría social con el descontento social que ello conlleva.

Probablemente el efecto más importante de aplicar una política activa en materia de seguridad social es el reconocimiento de derechos, la inclusión social de las personas mas vulnerables y consolidación de los vínculos sociales. En definitiva, de esta forma la seguridad social se transforma en el camino idóneo para lograr una justa distribución del ingreso nacional y el garante de la cohesión social necesaria para una vida comunitaria razonable.

Nuestro país se encuentra en los albores de una nueva etapa democrática y progresista, en un contexto internacional claramente adverso y en una situación económica extremadamente delicada. El nuevo gobierno tendrá la manzana rodeada, no puede darsee el lujo de fracasar y allí la seguridad social puede ayudar no solo desde el punto de vista económico y social, sino ético, generando una gran esperanza al dar respuestas políticas en beneficio de los que menos tienen.

En la actualidad se vive en una contradicción dolorosa. Mientras que los avances tecnológicos facilitan y prolongan la vida de miles de ciudadanos, el reparto desigual de los beneficios económicos y sociales condena a una porción cada vez mayor de personas, a una situación de exclusión inalienable. En ese marco vale la pena recrear conceptos tan importantes como el de la solidaridad social, ya que a lo largo de la historia ha sido protagonista de cambios revolucionarios en materia social. La solidaridad social ha permitido superar necesidades, hambrunas y guerras y representa el valor sublime de la condición humana: vivir armoniosamente en sociedad.

 

 

 

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