Todo abuso es carnal

Todavía está pendiente la ratificación del Convenio 190 de la OIT

 

 

El destrozo de las condiciones de vida de les trabajadores formalizados y precarizados de la patria durante los cuatro años cambiemitas, tiene una nota particularmente dramática y desigual, si se la analiza desde una perspectiva de género. El gobierno del Frente de Todos recibe así otra situación desmadrada, considerando variables históricamente críticas como acceso a trabajos formales, carrera profesional, brecha de ingresos, licencias y franquicias por trabajos de cuidado y el acoso y violencia laboral, esa demolición cotidiana e invisible que exponemos en esta nota e incomoda a las cámaras empresarias ante la ratificación inminente del Convenio 190 de la OIT.

 

 

Ni uno más, para que ni una menos

No siempre figuró al tope de los decálogos o dodecálogos reinvindicativos de las organizaciones de género –mucho menos de partidos políticos, sindicatos o asociaciones empresariales—, pero por estos días tiene una visibilidad largamente merecida. Si bien ha conducido a numerosos suicidios producto del destrozo físico y psicológico que generan, pocxs piensan en él cuando el grito es NI UNA MENOS (muchos porque marchan sororos pero lo practican a diario allí donde pueden ejercer señorío de poder) y existe un plexo normativo para prevenirlo y castigarlo disperso, insuficiente y amistoso con la impunidad de los que acosan tanto en el ámbito público como privado.

Más allá de la las leyes y protocolos que surjan a partir del impulso de la OIT para ratificar el Convenio 190, en nuestro país la protección contra el acoso está contemplado de manera amplia en la Constitución Nacional en los artículos 19, 14 bis y 75 (inciso 22) y está penado en la vía pública con sendas leyes en las provincias de Tucumán y CABA, donde además existe el primer Observatorio Contra el Acoso en la Argentina (del acoso donde sea que se produzca).

En el ámbito del empleo público nacional, el acoso sexual laboral está vagamente contemplado, en realidad hay varios artículos que específicamente ser refieren al acoso laboral (mobbing) y penado bajo ciertas circunstancias. El artículo 242 de la Ley de Contrato de Trabajo define que estas prácticas pueden constituir injuria, conforme a las modalidades que adopte y la valoración que realicen los jueces. Pero es lo suficientemente vago en las definiciones como para que los abogados garantistas de la patronal esterilicen cualquier demanda. El 246 establece que nadie deberá padecer modificaciones en sus condiciones de trabajo o sanciones (el reconocido mobbing) por denunciar a un acosador o testificar contra él. Algo que de todas maneras ocurre, tanto en el sector público como en el privado, pues se sabe de sobra que las conveniencias personales o institucionales de coyuntura configuran un plexo normativo no escrito pero de hierro y paralelo al derecho positivo y que para aplicar la ley no sólo hace falta que exista, sino también coraje y voluntad.

El Decreto 2385/93 (régimen jurídico básico de la administración pública) afina la conceptualización sobre el acoso y lo condena, “haya o no haya acceso carnal”. No citan a Freud en los fundamentos pero de modo simplificado están haciendo pie en los mecanismos de defensa conque la mente y el cuerpo expresan el conflicto psicológico, en las alteraciones del comportamiento que generan consecuencias físicas en las víctimas del acoso sistemático y multimedia (personalmente, telefónicamente, a través de correos electrónicos personales o institucionales y de redes sociales). Pero esta voluntad de no conferirle la importancia de una figura penal autónoma (y la naturalización de estos comportamientos abusivos en el trabajo) genera un encuadre deficiente y que se define con la modificación introducida en el artículo 119 del Código Penal de la Nación, que buscando acotar el margen de interpretación (léase elusión negligente) de los jueces, insiste con castigar la consumación física al especificar “acceso carnal por vía anal, vaginal u oral o realizare otros actos análogos introduciendo objetos o partes del cuerpo por alguna de las dos primeras vías”.

Las ciencias blandas (y las ciencias jurídicas lo son aunque a veces parezcan un divino dictado infalible) o que dependen de la percepción subjetiva individual o colegiada de los hombres y mujeres, tanto en su construcción como en su ejercicio fáctico, deberían incorporar lo mejor de cada casa y tomar en cuenta, si no a la psicología de inspiración freudiana, a la lingüística filosófica y rescatar la poderosa propuesta de John Austin: “Las palabras hacen cosas”. El chamuyo, los gestos, el ciberacoso o lo que se les ocurra que no sea un pene o una birome (solo por ponernos un poco fálicos) también constituyen objetos que se introducen “físicamente” en el cuerpo de la víctima, generando sensaciones espantosas, atropellando algo más que la integridad sexual, sino la salud.

 

 

 

Las pandemias que pasan y las que quedan

En tiempos de psicosis COVID-19 y de atender y garantizar cosas primordiales, como no seguir perdiendo comercios y empresas (ni una menos!), trabajo y pan y donde otras emergencias políticas se llevan toda la atención, sobran razones para escribir sobre el acoso laboral. Y por si toda decisión de escritura y políticas públicas debe fundarse en números que la justifiquen, podríamos decir que 12 millones de mujeres lo padecen, según el anuario estadístico 2016 de la OIT y seguramente (como todas las estadísticas sobre cuestiones de género “recién descubiertas”) debe estar escandalosamente subregistrada / subvaluada. Pueden agregarse las pocas estadísticas que genera la Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral del Ministerio de Trabajo de la Nación –que sólo cuenta denuncias, es decir el 30% de lo que ocurre— y asegura que el 10% de las mujeres que lo padecen ha sido abusadas físicamente y el 81% presenta trastornos psicológicos. Y asumimos como muy cierto que lo esencial es la ideología que sobredetermina comportamientos patriarcales abusivos, sin importar el ámbito donde se despliegue. Pero vamos a dedicarle unas líneas al acoso sexual laboral, a la invisibilización de una práctica de demolición cotidiana, los prejuicios respecto de que la belleza, voluptuosidad o la vestimenta llaman sin remedio al natural espíritu de cacería del homo erectus, a la hipocresía común dominante que soporta semejantes torturas en agrupaciones y espacios diversos que gustan denominarse progresistas y asisten con rigurosa puntualidad a todas las marchas N1M (lo cual las convierte en funcionales a la estrategia de invisibilizarlas).

El Coordinador Nacional de la OIT de la iniciativa Spotlight, Javier Cicciaro, coincide con nosotres en que el temor a hablar y denunciar estos temas, empobrece o directamente vacía los registros y los dispersos sistemas de recolección de datos cuanti y cualitativos sobre la violencia laboral. Nos aporta una breve historización del Convenio:

“En 2015, un Comité de Expertos de la OIT se ocupó de informar la discusión de las conferencias donde más tarde se debatieron las formas y el contenido de lo que finalmente fue el Convenio 190 y la Recomendación 206 sobre violencia y acoso en el mundo del trabajo. Durante ese proceso fue posible identificar estudios y encuestas de diferentes países. Estas investigaciones contribuyeron a esclarecer quiénes son las víctimas de violencia en el mundo del trabajo, así como cuáles son los tipos de violencia, los lugares donde se producen los actos de violencia y su frecuencia, pero con estadísticas relevadas con distintos métodos y objetivos específicos, lo que dificulta homogeneizarlos y dispersa esfuerzos”.

Antes de que el COVID-19 arrasara toda agenda política, Cicciaro también valoraba la importancia de que el Presidente Alberto Fernández incluya el acoso y violencia laboral en la agenda de temas a resolver:

“Hay registrados 7 proyectos en Diputados y 1 en el Senado para la ratificación, pero sin dudas un proyecto enviado por el Poder Ejecutivo, con la fuerza dada por su anuncio público, puede constituir un impulso que otorgue mayores posibilidades a que el Congreso ratifique en el primer semestre del año el Convenio 190. Al día de hoy, el Congreso de Uruguay ha aprobado la ratificación del Convenio y solo le resta el depósito del instrumento de ratificación ante la OIT para formalizar el proceso. Argentina podría construirse en el siguiente país de la región en lograr la ratificación. España y Finlandia son otros países que recientemente han anunciado el mismo camino”.

La misma dispersión de datos, de relevamientos con distintos diseños y variables consideradas, hace complejo definir si el acoso posee una concentración diferencial en los ámbitos laborales públicos o privados. Pero la Licenciada en Economía y experta en Género y Ruralidad Silvia Lilian Ferro aporta para esta nota su visión sobre este asunto y un enfoque novedoso acerca de la función del acoso en el ámbito laboral:

“Considero al acoso sexual como resabios de la propia morfología masculino-centrada de las relaciones asalariadas de trabajo. Tempranamente, sin embargo, las mujeres se incorporaron al trabajo asalariado extra doméstico, especialmente al fabril, cobrando menos por igual tarea que los hombres y en condiciones laborales muy difíciles que incluyeron el acoso sexual de los capataces y encargados cuando no de los empresarios. Fueron los Estados de Bienestar quienes incorporaron masas criticas de trabajadoras aunque siempre en forma desproporcionada respecto de los hombres y centradas en funciones de la reproducción social como cuidados, salud y educación".

"La prolongada indiferencia de las organizaciones sindicales al respecto de la pervivencia del acoso sexual, que surge con la propia incorporación de las mujeres al trabajo asalariado extradoméstico, tiene que ver con la misma idea de moralización que hacia decir a los primeros sindicalistas que la presencia de las mujeres en la fábrica era una aberración que había que erradicar, otorgando a los hombres un salario suficiente para sostener a sus dependientes esposas e hijos, así ellas no tuvieran y no debieran trabajar. Las mujeres que trabajan porque lo desean y tal vez hasta lo disfrutan y no por necesidad, son punidas, sancionadas con el acoso sexual porque en el fondo para muchos todavía fuera del hogar no es nuestro lugar y el acoso sexual está ahí para moralizarnos para la vuelta al hogar como destino único para quienes nacimos con útero”.

También podría pensarse en el acoso laboral como una continuidad opresiva y humillante del sufrido en todo el trayecto vital cotidiano de las mujeres en trance de independización económica: de la casa, del transporte hacia y hasta en el mismísimo trabajo, donde se le recuerda su condición de objeto, de sujeta sujetada, de subordinación al diktat del falo deseante. Una manifestación del enorme peso moralizante y pedagogizante del patriarcado.

 

 

 

Miradas que tocan y palabras que lamen

Sutileza y disquisición a estas alturas: ¿tiene sentido discriminar entre abuso físico y sicológico? ¿Una cadena obscena de WhatsApp, con las propuestas más explícitas y las amenazas más directas, no tiene consecuencias físicas para la acosada? Un masaje al paso de hombros y espaldas, un beso en el cuello o la comisura, una caricia que resbala hasta el nacimiento de la cadera, no configuran acceso carnal? Incluso dejando de lado las miradas que tocan y las palabras que lamen —esas que abogados displicentes descalifican como una “percepción subjetiva” de la abusada— hay que escuchar dolorosa y atentamente a compañeras que nos cuentan que (aunque sin genitalidad consumada) con esa franela liviana y prosa lasciva se sintieron violadas, invadidas físicamente y que la humillación es similar o igual al de una violación carnalmente consumada.

 

 

Fuente: psicologiaonline.net.

 

 

 

Algunas frases:

  • “No tiene nada que ver con las tetas y el culo, no importa si son lindas o feas, te acosan porque pueden, porque tienen el poder”.
  • “Cada mañana perdía cuarenta minutos frente al ropero sin saber qué ponerme para que no me diga barbaridades”.
  • “Fue cada vez peor, de los mensajes a los regalos, de los regalos a encerronas en su oficina. Si se lo decía a mi marido perdía el trabajo y encima no sabía si me iba a creer. Al final perdí las dos cosas y me sentí una pelotuda por no hacer las cosas a tiempo”.
  • “Viajaba a las delegaciones del interior y me quería llevar a toda costa. Me negué permanente y terminó ofreciéndome una moto y una casa con tal de que tuviese sexo con él”.
  •  “Me encerraba a llorar en el baño casi todos los días. El único lugar donde me sentía a salvo. Mis propias compañeras me sugerían que afloje porque así el tipo se descargaba y seguro me dejaba de joder”.
  •  “Me dijo que le debía el laburo con que le mataba el hambre a mi hija, que él trabajaba todo el día para que sus empleados tuvieran una vida mejor y que una culeada era lo menos que podía hacer para devolverle semejante sacrificio”.

No son frases dibujadas. Son reales. Y no importa si alguna se quebró y accedió a una “violación consentida”, porque repetimos: ya habían sido vejadas y la tortura medieval del acoso sostenido ya configura acceso carnal.

Y ya que estamos en esto de mencionar frases y situaciones extraídas de la vida ordinaria y sólo por mencionar casos de “equilibrio de género”: no son pocas las organizaciones que se inscriben en el espectro ideológico nacional y popular (partidos políticos, sindicatos, ONGs del palo o pymes electorales) que han resuelto situaciones complejas, trabajosa y valientemente denunciadas por compañeras en absoluta soledad y minoría, alejando el culo de la mano. Es decir, reubicando a la denunciante en otro sector, oficina, piso; lejos de la vista y el tacto del acosador que paradójicamente también es percibido como un “compañero”, militante de tiempo completo, dirigente preclaro, imbatible al frente de cualquier movilización, incluso guevarista en su generosidad para repartir su simiente, pero con un problemita de incontinencia libidinal, un detalle subsanable en aras de no sacrificar un cuadro indispensable para todo proceso revolucionario o de transformación.

Quien es capaz de vapulear con premeditación y alevosía sistemática, de condicionar la libertad de elección e intimidar gravemente a una compañera, quien supone que “las minas” son un mecanismo histérico y complejo que se abre simplemente acertando el chamuyo, precio o ganando por demolición, no es un compañero de nadie. Sin importar cuántos pines o pañuelos lilas y verdes acumulen, o a cuántas marchas asistan.

Agregamos al listado de actitudes misóginas y liberales la de crear “departamentos”, “secretarías” o más informalmente “áreas” de género o “de la mujer”, como un modo de encapsular energías y temáticas que deberían circular libre y transversalmente en toda organización. Porque como sostiene Eva Giberti, fueron un avance importante para salir de la invisibilidad total, pero lo que hoy hacen falta son mujeres en el Gabinete (como se verifica en el del Frente de Todos), en la Mesa Nacional del Partido, en la Comisión Directiva del Sindicato o la Vecinal y en todas las las decisiones.

 

 

 

Hijos sanos del Patriarcado

Alguna vez Malena Pichot razonó de manera inigualable a la hora de diagnosticar a quienes –por sus psicopatologías agresivas mechadas con actitudes altruistas, insospechables— eran disculpados con excusas diversas:

“El hombre que viola no es un enfermo mental aislado, no debe ser comparado con un paria, un psicótico que ha quedado fuera de las normas de la sociedad. El hombre violador no es un hijo enfermo del mundo, es un hijo sano del patriarcado”.

 

 

 

Fuente: malenapichot.blogspot.com.

 

 

 

Razonamiento completamente válido para los que se escudan en el “acoso sin acceso carnal” y luego –acorralados y en evidencia— piden disculpas por la crianza recibida, la sobreexposición a la TV machista y basura, la confusión por las respuestas ambiguas de sus víctimas ocasionales o la dificultad para administrar sus elevadas concentraciones de testosterona.

Para este paradigma patriarcal y abusivo, aún hoy hegemónico y en discutible repliegue, una mujer acosada o violada es un problema de “oportunidad, belleza y vestimenta”. Un hombre acosador o violador es un problema cultural, una víctima de una educación de la cual no es responsable (y por carácter transitivo tampoco de los actos emanados de su defectuosa socialización).

Si es real y no meramente declamatorio, si es honesto y para nada hipócrita el llamado a una nueva identidad emancipatoria (que excede e integra en su manifiesto las cuestiones de género), si todavía es un valor la coherencia entre lo dicho y lo hecho, si somos capaces de cortar la fantochada de que hay “objetivos superiores” que justifican cualquier abuso de “menor rango o jerarquía”, entonces habrá que descartar un puñado de comportamientos y actores que infiltran y retardan el arribo de un mundo mucho mejor, donde —más allá de Convenciones y Leyes absolutamente necesarios— el deseo sea una fiesta compartida y no una coartada para justificar cualquier bestialidad disfrazada de pulsión biológicamente irrefrenable, o de humana debilidad.

 

 

 

 

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