Los espejos

Una luz detrás de la pandemia

 

La psicoanalista Fabiana Rousseaux, especialista en la escucha de quienes pasaron por los centros clandestinos de detención en dictadura, fue una de las fundadoras del Centro Ulloa de asistencia a las víctimas de crímenes de lesa humanidad. En los últimos días, un sobreviviente que vive en un país europeo en cuarentena se contactó para decirle que "de pronto falta la libertad, falta de posibilidad de tomar decisiones cotidianas". Esa llamada que pareció un comentario al pasar se transformó sin embargo en una advertencia: ¿por qué la cuarentena como política pública del cuidado se toca en su representación indiscriminada con las marcas del encierro impuestas por el terror estatal? ¿Por qué es importante introducir una ética de la diferencia frente a esto?

–¿Qué escuchas en el presente de la clínica?

–Lo que se escucha son consecuencias del aislamiento que se pueden traducir en un acrecentamiento del miedo y la angustia, y también en la constitución de situaciones de ansiedad, a medida que el aislamiento —de imprescindible cumplimiento— se extiende. A su vez, hay un tiempo lógico que comienza a operar, el tiempo del encierro. Si bien tiene una característica limitada —la cuarentena se puede contar en días con un fin establecido y todxs estamos sometidxs a ese cumplimiento—, produce un extrañamiento. En algunas personas que atravesaron las experiencias concentracionarias, es decir un marco de máxima crueldad, observamos que en algunos casos ese encierro reintroduce algo siniestro que paraliza y que es aquello a lo que se asocia esa dimensión del tiempo abolido, de las referencias abolidas o de lo cotidiano abolido, que otrora funcionó en el marco de aquella experiencia terrorífica donde los cuerpos quedaban a merced del Estado bajo la lógica de la arbitrariedad y la crueldad. Aquí, por supuesto el escenario es el inverso en cuanto al modo en el que opera el Estado, y es además la sociedad en su conjunto la que está comprendida dentro de esta abolición del tiempo habitual y cotidiano, instalándose un nuevo modo de temporalidad para todxs. Pero por supuesto, en este caso también se cumple la lógica psicoanalítica del uno por uno, ya que la situación resuena con absoluta singularidad en cada caso y no podemos hacer ningún tipo de generalizaciones en esto. Pero encontramos resonancias respecto de una situación paradojal que se observa entre el adentro y el afuera, al estilo de una banda de Moebius, que es una figura topológica a la que apeló Lacan para establecer la relación del sujeto con el significante y la describe como una superficie de una sola cara aunque parece que hubieran dos y donde es bastante difícil orientarse, algo similar a lo que puede ocurrir en este escenario y que nos sirve para pensar cómo ese adentro-afuera se puede constituir en una escena persecutoria sin salida.

—¿Un caso?

–Es difícil comentar de manera pública una situación privada particular, pero podría mencionar de modo general que la primera advertencia la tuve a través de alguien que no vive siquiera en este país, pero que sin embargo atravesó aquí la experiencia del secuestro en la década del '70. En el país donde vive actualmente también hay cuarentena y ni bien comenzó se contactó para decirme que "de pronto falta la libertad, falta de posibilidad de tomar decisiones cotidianas". Fue como una advertencia, porque el tono fue de un comentario al pasar pero no se podía dejar pasar la ocasión de darle un estatuto. El relato continúa anunciando la forma en que esa falta de libertad, de pronto, lo/la habían remitido sin que él/ ella pudiera pensarlo mucho, a los días en el CCD y era esa falta de libertad la que se había pegado con aquella otra escena. En ese contexto, hizo una referencia a las "cosas escondidas" que ante determinadas palabras saltan. A partir de allí, una cantidad de llamados, mensajes, etcétera, de otras personas y bajo diversos modos, pusieron en evidencia que allí había comenzado a precipitarse algo que se había soltado de una cadena significante y se estaba anudando a otra, podríamos decir, para ser más claros.

–¿Qué están proponiendo hacer?

–Ante esta situación, desde TECME pensamos ofrecer un dispositivo de escucha analítico-solidario para el tiempo que dure la cuarentena, dirigido a personas que atravesaron la experiencia concentracionaria o de violaciones de derechos humanos, por un lado, y de supervisión para profesionales que trabajan con esta temática en servicios públicos actualmente. Ya tuvimos una experiencia similar en Chile cuando se desencadenó el estallido en octubre del año pasado. Con colegas de Uruguay, Brasil, Argentina y Chile abrimos un dispositivo para acompañar a jóvenes profesionales chilenxs del campo de la salud mental, que se autoconvocaron para asistir a las víctimas. Fue muy importante esa experiencia y hemos producido un documento donde damos cuenta de lo que allí pudimos escuchar. Algo también del orden del retorno de los significantes "malditos", podríamos decir, se presentificaron allí.

–Vos marcás que acá hay algo completamente distinto en torno a la gestualidad del Estado.

–Es necesario remarcar que esto es totalmente distinto. Aquí no es el Estado violando derechos humanos, todo lo contrario. Es el Estado, sobre todo en el caso argentino. No podemos generalizar, pienso en la crueldad del gobierno brasilero frente al coronavirus diciendo a su pueblo que "van a morir". O casos como EE.UU. o Inglaterra. Pero acá estamos en la línea significante de aquel acto reparador del 24 de marzo del 2004, donde el Estado emerge en su dimensión ética hacia todxs. Hoy tenemos en Argentina un Estado que incluye, que pide cuidarse y cuidar al otro/a, que toma infinidad de medidas en ese sentido, que toma las propuestas de la OMS y la experiencia previa de China que logró frenar el avance del virus, pero que resulta que la medida más eficaz es el encierro para no contagiar y exponer a quienes están en un grado mayor de vulnerabilidad. Allí aparecen, entonces, problemas del orden del significante, podemos decir. Se pegotean algunos significantes que juntos rechinan, no cuajan. Estar encerrados para protegerse y proteger. Esto no tiene nada que ver con los significantes que históricamente han tenido las prácticas sociales, sobre todo acá en Argentina. Cuando el Estado encierra no lo pide, lo impone. Sin embargo, estos hechos inéditos a nivel global nos confrontan con algunos problemas, ya que no disponemos de significantes que nos permitan hacer cadena entre el encierro, la abolición del tiempo cotidiano, la privación de libertad, el toque de queda como ocurrió en algunos países que sin impulsar ninguna medida de orden sanitario ni económico, impusieron en las calles el control de la población y la más oprobiosa desconsideración hacia los más vulnerables. Entonces, ninguno de esos significantes se llevan bien con la idea de la protección y el cuidado. Sobre todo en países que han atravesado por estas experiencias del dolor. Si bien esto es algo que todxs entendemos y le damos este nuevo sentido, es un poco diferente en algunos casos, para quienes han vivido el encierro, la prohibición de contacto y el aislamiento como práctica de la crueldad y desde la arbitrariedad estatal. En 2005 comenzamos a impulsar un programa desde el Estado Nacional para acompañar los efectos actualizados del terror de Estado en las víctimas sobrevivientes o sus familiares ante cada nuevo aniversario del 24 de marzo, o ante cada nuevo aniversario de secuestro, o cuando se iniciaron los juicios ante cada audiencia testimonial. En esas ocasiones volvían a pasar por la escena dolorosa de rememoración de los episodios traumáticos, pegándose la cadencia del número, del día o incluso el retorno de olores o sensaciones, como si esos recuerdos volvieran a acechar en la realidad. Aquí ocurre algo similar, solo que bajo el modo del discurso sanitario del cuidado y eso es importante ubicarlo. Nada de todo esto quiere decir que los Estados ahora están impulsando medidas que envían a los episodios de crueldad. No, no es eso. Lo que estamos diciendo es que si el Estado que encarna ese discurso además promueve el desamparo, ese discurso del cuidado cae en el vacío desencadenando toda una cadena de significantes del lado del miedo, como escucho en pacientes que atiendo por Skype en otros países de América Latina. Pero que si ese discurso es encarnado por un Estado que aloja a los ciudadanos/as como lo estamos transitando aquí en nuestro país, la cosa cambia. Y justamente esa experiencia argentina en el campo de los derechos humanos —que como siempre decimos— ha constituido un nuevo sujeto político en nuestro país, nos permite tirar del hilo de esa construcción política y social, de esa significación nueva que logramos darle al horror y, fijate lo importante que es ahora haber atravesado por esa experiencia, donde además de las significaciones terroríficas, los sobrevivientes también pueden apelar a otros significantes que instituyeron nuevas prácticas de restitución del lazo entre el Estado y las víctimas. Si no hubiera habido una experiencia reparatoria en este país, estos episodios actuales se habrían inscripto de un modo muy diverso, y no sólo eso. Pienso en la trascendencia que tuvo aquella política pública para el impacto del discurso actual del Presidente Alberto Fernández (no quiero ni imaginar esta época de pandemia con Macri), creo que es justamente porque hubo un Estado reparador que insistió en la memoria y en los procesos de justicia que hoy podemos hacer otra cosa con estos significantes. En crudo, esos significantes no podrían asociarse a lo que de hecho están asociados hoy: al cuidado propio y del otro, un gesto que implica desde ya una responsabilidad enorme y el Estado se dirige a sujetos responsables en este sentido. Hoy el Estado cuidador (políticas del cuidado), heredero de aquel Estado reparador, sanciona a quienes no asumen esa responsabilidad, es decir sigue apelando a la ley y eso marca la frontera esencial. ¿Desde dónde se enuncian estas medidas? Es muy importante que la enunciación sea desde este marco. Eso, además de cuidar, protege, hace tramitables a los significantes que chirrían; y si bien es paradojal para un país que pasó por una experiencia concentracionaria, es también una oportunidad como pocas para escribir un mojón más en las políticas de memoria de este país ahora ligadas a la salud pública como bien común. Tenemos una enorme experiencia de lo común. Un acatamiento de 90/ 95 % de estas medidas es algo que yo no dejo de enlazar a las prácticas de memoria.

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí