FINAL ABIERTO

La pandemia acelera conflictos pero puede permitir una transformación profunda

 

Un profundo sentimiento de desazón y miedo impregna al mundo. Los días se suceden mientras la cuarentena congela a los ciudadanos de a pie en un espacio sin tiempo. Los muertos e infectados se acumulan a un ritmo exponencial mientras el virus se agazapa en los rincones mas ignotos para atacar en el momento menos esperado. Distintos países ocupan fugazmente el epicentro de la pandemia pero ninguno ha podido terminar con ella y las incógnitas se multiplican a diario. Una niebla cada vez más espesa recubre el derrotero de este episodio sin tiempo ni final cantado. Proliferan las voces que repiten al unísono un mantra salvador: cuando esto termine, el mundo será diferente. Esta es una expresión de deseos impregnada por el tufo de la derrota de un orden social que no garantiza la vida de sus habitantes.

Nadie puede predecir lo que vendrá después de la Covid-19. Sin embargo, una realidad se impone a diario: la cuarentena y la subsiguiente paralización económica mundial destripan la fragilidad y vulnerabilidad de un orden establecido que no respeta el contrato social intrínseco a toda sociedad. Este sistema ha maximizado ganancias de corto plazo a costa de revolcar impunemente a millones de personas en la miseria contaminando de paso el clima y el hábitat y amenazando la supervivencia del propio planeta. Esta acumulación inmensa de poder parece derrumbarse, sin embargo, ante el galope desmadrado de un virus que expone la falta de recursos materiales imprescindibles para proteger la salud y la vida humana. Esta contradicción descarna la crisis de este orden social global y abre las puertas a un cambio cuya textura, ritmo y destino final se desconocen.

Desde los orígenes del tiempo la humanidad ha luchado contra las fuerzas de la naturaleza para sobrevivir. Esta pelea desigual no ocurrió en soledad. La necesidad de reproducirse y de subsistir en un medio hostil llevó a los seres humanos a agruparse constituyendo los primeros núcleos de vida social basados en formas incipientes de división del trabajo y de autoridad. Esta organización social primitiva fue mutando en complejos sistemas sociales organizados en torno a un determinado modo de producción y a especificas formas de dominación que, mas allá de sus diferencias, han dependido de la vigencia de un contrato social. Sus formas, su grado de explicitación y el modo en que ha impregnado a la sociedad han variado en las distintas culturas y a lo largo del tiempo. Sin embargo, su esencia ha permanecido inalterable. Cuando la vida de los ciudadanos no puede ser garantizada por el orden social establecido, sobreviene la crisis. El resultado es siempre abierto.

 

 

Desintegración y cambio

Se olfatea el cambio y al mismo tiempo se vive la desintegración social. El pasado muere, pero el futuro aún no ha sido parido. En estos tiempos de pánico y confusión algunas voces del pasado se apresuran a marcar el territorio del futuro, tanto en los países mas desarrollados como en la periferia. Las reacciones tienden a ser idénticas, aunque capas de verborragia y confusión las diferencien. Por otra parte, mientras las élites formadoras de opinión se apresuran a imponer categorías que tienden a ocultar el sentido último de lo que acontece, los sectores económicos más poderosos detonan acciones, muchas veces silenciosas y oscuras, que buscan controlar los cambios para acrecentar su poder. Mientras tanto, los que son más y tienen menos se desesperan para enfrentar una situación que los hunde todavía mas en la miseria y los atornilla en la primera trinchera que será arrasada por el virus.

 

 

 

Planificación de la vida social

Por estos días el ex secretario de Estado Henry Kissinger salió del ocaso de su vida para expresar su preocupación ante la magnitud de los desafíos mundiales del presente, al que definió como un verdadero cambio de época. Apelando a la dirigencia, instó a recordar que “las naciones se cohesionan y florecen cuando creen en la capacidad de sus instituciones para prevenir las calamidades, detener su impacto y restablecer el equilibrio”. Los estragos causados por la pandemia y la incapacidad para contenerla han socavado la confianza de la población en las instituciones. Esto configura, según Kissinger, una situación extremadamente peligrosa. De ahí la necesidad imperiosa de planificar el futuro al mismo tiempo que se combate la pandemia. Si esto no ocurre el mundo que viene será un mundo en llamas (zerohedge.com 4 4 2020).

El Financial Times (FT), uno de los principales voceros de las finanzas internacionales y del pensamiento neoliberal, ha reconocido que la pandemia ha expuesto la enorme fragilidad y vulnerabilidad de una organización social, que es el resultado de cuatro décadas de políticas publicas que será necesario revertir. En el futuro “los gobiernos tendrán que aceptar un rol más activo en la economía. Deberán percibir a los servicios públicos como una inversión en lugar de un pasivo, deberán buscar formas de hacer menos inseguro al mercado de trabajo. La redistribución volverá a estar en la agenda… y el salario universal básico y los impuestos a la riqueza” deberán ser incorporados a la misma pues para “demandar el sacrificio colectivo hay que ofrecer un contrato social que beneficie a todos” (ft.com 3 4 2020). Así, para el FT el camino hacia un futuro distinto pasa por un aggiornamento del keynesianismo para legitimar al orden social.

Esta apelación no se da, sin embargo, en el vacío. Constituye la música de fondo en un escenario signado por una batalla entre diversos actores sociales con intereses divergentes que pujan por obtener ventajas económicas y políticas de todo tipo. En esta pelea, que viene de lejos, el Estado ha intervenido constantemente en la economía a través de diversas políticas especificas. Ahora, en plena crisis, algunas de las instituciones cumplen un rol crucial. Entre ellas se destaca, como vimos en la ultima nota, la intervención rápida y profunda de la Reserva Federal en el mercado financiero apropiando y distribuyendo recursos para salvar a algunos en detrimento de otros. Este revoltijo oculta otro hecho de singular importancia: algunos grandes intereses económicos han quedado resguardados de la crisis y parecen prosperar con la pandemia. En particular, las grandes corporaciones que dominan la alta tecnología y la producción de medicamentos y vacunas aprovechan la pandemia para afianzar su poder económico y político al amparo de un Estado en las sombras cada vez mas poderoso que hace del espionaje el centro de su accionar.

La necesidad de contener a la pandemia vuelve aceptable socialmente un uso cada vez más abierto, profundo, y diversificado del seguimiento y la observación de la vida intima de los ciudadanos de a pie. Así, mientras la pandemia y la cuarentena resultante han paralizado a la producción imponiendo un resquebrajamiento de las cadenas de valor global, también ha abierto una ancha avenida por la que transitan otros grandes intereses económicos que configuran un capitalismo de espionaje. Este encuentra ahora una vía para legitimar su poder en la sociedad. Nada, sin embargo, es definitivo. Todo dependerá de la fuerza relativa de los distintos sectores en pugna, y de su capacidad para imponer sus intereses sobre el conjunto de la sociedad.

 

 

Endeudamiento y falta de liquidez en dólares

Desde principios de marzo, la paralización de la producción global ha tenido un severo impacto sobre el mercado financiero internacional, provocando una vertiginosa caída del valor de las acciones y bonos, que por su magnitud y rapidez ha superado todo lo conocido hasta ahora. Esto motivó una inmediata intervención de la Reserva Federal, que con diversas acciones generó los mecanismos necesarios para otorgar liquidez al mercado financiero y evitar una catástrofe inmediata. Esta, sin embargo, sigue a la vuelta de la esquina y es consecuencia del crecimiento desmadrado de un endeudamiento global en dólares que no puede ser contrarrestado por el crecimiento de la producción.

La deuda global en dólares ha crecido un 40% en relación a lo que era antes de la crisis financiera de 2008. Hoy asciende a los 255 billones de dólares (trillions) y representa un 322% del PBI mundial. Esto indica un crecimiento constante e irreversible de la brecha entre el aumento de la deuda y el crecimiento económico. Según el FMI, una crisis de menor envergadura a la del 2008 podría detonar el default de un 40% de la deuda global de las corporaciones no financieras, hoy uno de los focos mas vulnerables del sistema financiero internacional (cnn.com 14 3 2020).

La deuda publica de los Estados Unidos, centro del capitalismo global monopólico, asciende a los 25.3 billones de dólares (trillions). Esto se suma a los 14 billones de deuda por consum y a los billones de dólares de deuda corporativa. Todas estas magnitudes contrastan con la cantidad de dólares “físicos” circulantes que, según la Reserva Federal, hoy ascienden a 1,75 billones de dólares (trillions) (federalreserve.gov 12 2 2020). No existen pues en el sistema financiero dólares en efectivo en cantidad suficiente como para enfrentar una corrida que pueda desatarse en cualquier punto del sistema financiero internacional.

La actual falta de liquidez de dólares salió a la intemperie en septiembre del 2019 con la crisis en el mercado de pases interbancarios (repo) norteamericano. Esto motivó la intervención inmediata de la Reserva Federal, inyectando diariamente liquidez al sistema financiero. Sin embargo, lejos de ser resuelto, el problema estalló a plena luz del día en la crisis de marzo y motivó masivas intervenciones financieras de la Reserva Federal a través de distintos mecanismos, algunos creados especialmente para absorber activos financieros con problemas. Este jueves se anunció otro refuerzo de 2,3 billones de dólares (trillions) que incluirá la absorción de los bonos basura (junk bonds). Así, en la práctica la Reserva Federal ha nacionalizado al mercado de bonos en todas sus distintas acepciones. A pesar de esta activa intervención, el valor del dólar ha seguido en ascenso, poniendo en evidencia, conjuntamente con otros indicadores, la persistencia de la falta de liquidez en el mercado financiero internacional (zerohedge.com 8 4 2020).

Entre las medidas adoptadas en marzo, la Reserva Federal resucitó mecanismos usados en 2008 y creó otros nuevos con el objeto de asegurar una línea de swaps para proveer de dólares tanto a los principales bancos centrales del mundo como a otros que pudieran necesitarlos. El FMI, a su vez, ha recibido una demanda de dólares por parte de las economías emergentes de una magnitud sin precedentes en su historia. Actualmente estudia la posibilidad de ofrecer un paquete de ayuda especial, con garantías de la Reserva Federal, destinado a cubrir la escasez de dólares en el corto plazo (bloomberg.com 6 4 2020). Existen sin embargo dudas sobre el alcance de la medida ante una demanda cada vez mayor por parte de países que enfrentan a corto plazo vencimientos de deuda e intereses en una moneda cada vez mas difícil de conseguir y en circunstancias en que la paralización de la producción y el comercio global afectan a la demanda y a los precios de los bienes que ellos exportan.

La pandemia obliga a estas economías a utilizar parte de sus recursos para proteger la salud de su población y asegurar la alimentación de vastos sectores golpeados por la crisis. Esto aumenta la dificultad que tienen para el pago de los intereses de su deuda en dólares. Reflejando esta realidad cada vez más complicada, la apreciación del dólar ha incentivado una salida de capitales desde esta economía que es tres veces superior a la registrada durante el mismo periodo correspondiente a la crisis financiera de 2008 (reuters.com 9.4 2020). Todo indica entonces que el posible default de la deuda en dólares de las economías emergentes constituye a corto plazo un importante factor de riesgo para la estabilidad del sistema financiero internacional.

Esto coloca a países como el nuestro ante una encrucijada candente, e impone la necesidad de articular las medidas necesarias para desdolarizar lo más rápidamente sus economías y buscar una independencia creciente del dólar en sus transacciones comerciales y financieras.

 

 

Pandemia y desestabilización política

La cuarentena y la consiguiente paralización de la producción global ha asestado en los países más desarrollados un golpe brutal a los sectores más vulnerables de la sociedad y a las pequeñas y medianas empresas, principales proveedoras de empleo. Los gobiernos han articulado medidas de apoyo financiero que implican un enorme aumento del gasto fiscal. Estas medidas, sin embargo, solo cubren un corto lapso. Su objetivo es impedir la ruptura de la cadena de pagos pues esto tendría enorme impacto sobre las deudas contraídas, el desempleo y el hambre de los sectores mas vulnerables y podría dar lugar al estallido de la protesta social.

En la Argentina, la pandemia ha sido aprovechada por los sectores económicos más poderosos y por el círculo de dirigentes políticos próximos al ex Presidente Macri para desestabilizar al gobierno tratando de imponer un levantamiento de la cuarentena en circunstancias en que nos aproximamos al pico máximo de infecciones. El supuesto objetivo de este levantamiento es minimizar las pérdidas económicas. En esta arremetida, algunos grandes empresarios violan los DNU emitidos por el Presidente y concretan despidos masivos, incluso sin respetar las disposiciones del Ministerio de Trabajo. A su vez, los grandes bancos privados dilatan el desembolso de créditos blandos garantizados por el BCRA y destinados al pago de los salarios por parte de las pequeñas y medianas empresas. Esto aumenta la posibilidad de una inmediata ruptura de la cadena de pagos, con su inevitable impacto sobre la situación social y las posibilidades de conflicto.

Al mismo tiempo, dirigentes del entorno de Macri fogonean las criticas y el levantamiento de la cuarentena para impedir el supuesto “empoderamiento” del Presidente. (Alfredo Cornejo entre otros, lanacion.com 7 4 2020) Todos estos actores sociales han invisibilizado desde siempre a la pobreza, fenómeno que han contribuido a potenciar con sus acciones privadas y públicas. Ahora todos se oponen a un impuesto para recaudar fondos para enfrentar una crisis alimentaria y sanitaria que se agrava con la pandemia. Este contexto de odio social adquiere todo su significado a través de las invectivas de un concejal suplente del espacio UCR-PRO convocando a la pandemia para concretar “la limpieza étnica que todos merecemos” y es necesaria para terminar con los “peronchos, los negros” y “sus planes… capaz que el país así arranca” (cadena3.com 8 4 2020).

En estas circunstancias el gobierno ha cometido errores logísticos en los primeros días del pago de los haberes a jubilados y sectores mas vulnerables. Estos errores, inadmisibles, han puesto en riesgo la efectividad de la cuarentena y se suman al episodio de los sobreprecios pagados por el Ministerio de Desarrollo Social en la compra de alimentos. En todos los casos se han reconocido los errores cometidos y se ha sancionado a los culpables, retrotrayendo las ventas. Sin embargo, estos episodios erosionan la credibilidad del enorme esfuerzo que todos los días se hace desde todos los niveles de gobierno.

Por otra parte, el pago de sobreprecios pone al descubierto la vigencia de una mafia enquistada desde hace décadas en todos los niveles vinculados a las contrataciones de bienes y servicios del Estado. Esto es un verdadero Caballo de Troya que desestabiliza la posibilidad de concretar un proyecto de inclusión social votado masivamente. En este sentido, el traslado del control de precios a los intendentes debiera ser acompañada por una mayor participación de los movimientos sociales, ONGs y organizaciones barriales de los respectivos territorios para aumentar la efectividad de la medida y desarticular un posible clientelismo cuyas consecuencias son la antítesis del cambio que se busca.

La pandemia acelera el estallido de conflictos inevitables, pero por primera vez en mucho tiempo la índole de la crisis abre la oportunidad de una transformación social a condición de avanzar en la dirección correcta y con la participación ciudadana en el control de la gestión.

 

 

 

 

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