ESTADOS UNIDOS Y ALEMANIA

Es poco racional que Trump no se esfuerce por mantener una alianza sólida entre su país y Alemania

 

Uno de los rasgos que caracteriza la gestión de Donald Trump desde el inicio de su presidencia es el desdén por la globalización. Ha embestido con asiduidad, por ejemplo, contra el multilateralismo –una dimensión fundamental de aquella— en varios planos. En el económico abandonó significativos tratados multilaterales como el Trans-Pacific Partnership. En el ambiental se excluyó del Acuerdo de París. En el comercial ha embestido sistemáticamente contra China. En el de la seguridad internacional abandonó el Acuerdo de 5 + 1 con Irán. (La mención  5 + 1 alude al quinteto de las potencias nucleares que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de ONU: China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia, y el + 1 se refiere a Alemania). Y en el campo sanitario acaba de retirarse de la Organización Mundial de la Salud. Estos son apenas algunos ejemplos de la batahola que ha armado, en la que han quedado involucrados algunos de sus aliados más cercanos, al parecer sin que le importara demasiado. Simultáneamente, en el plano de las relaciones bilaterales, no pocos de esos socios han recibido, también, un maltrato similar.

Uno de ellos es Alemania que es el país económicamente más poderoso de Europa Occidental; integra el Grupo de los 7; ocupa posiciones de liderazgo en la Unión Europea; y participa en la OTAN, desde la cual ha sido una apreciable colaboradora de Estados Unidos en la guerra de Afganistán. Por añadidura hospeda todavía importantes instalaciones militares norteamericanas en su territorio: cuatro bases aéreas, entre ellas la de Büchel que alberga un  respetable arsenal nuclear, y más de 20 acantonamientos del Ejército. No obstante este sustrato, que debería servir de apoyatura para un entendimiento mutuo, Trump no cesa de alimentar enconos con el país germano.

 

 

La discordia en el plano multilateral

En este ámbito, los dos países han chocado reiteradamente debido a que Trump y Angela Merkel se encuentran en las antípodas: el primero ha optado por la unilateralidad, desligándose de una multilateralidad ampliamente fomentada en las últimas décadas por la gran potencia del norte y sus aliados europeos, en tanto que la segunda persiste en el viejo empeño multilateral.

En el caso del Acuerdo de 5 + 1 con Irán, advirtió que impondría sanciones comerciales o financieras a las empresas de los restantes cinco países que mantuvieran vínculos con el país persa. Esta acción se llegó a ejecutar, en algunos casos, sobre las sedes o filiales de aquellos países que estaban radicadas en Estados Unidos. También en este caso los afectados eran algunos de sus más viejos e importantes aliados, incluida Alemania.

Un mes después se burló de la Unión Europea. Públicamente dijo que "es probablemente tan mala como China, sólo que es más pequeña”, expresión ampliamente difundida por los medios. Es harto conocido que Alemania es uno de los países líderes de aquella unión.

En la Cumbre de la OTAN de julio de 2018, el Presidente norteamericano acusó al país germano de ser “totalmente controlado por Rusia”. Y le recordó que no estaba cumpliendo con el aporte establecido para el sostenimiento de dicha organización, que corresponde al 2% del PBI de cada país miembro. La referencia al control ruso remite a la construcción del gasoducto Nord Stream 2.

Estos son apenas algunos ejemplos del desparpajo con el que Trump maltrata a Alemania en los foros multilaterales.

 

 

Rispidez en el plano bilateral

El encontronazo mayor entre ambos países, con Estados Unidos siempre a la ofensiva, se produce en torno a la ya aludida construcción del gasoducto Nord Stream 2. Se trata de una obra que comienza en el territorio ruso de la Bahía de Narva, en el Mar Báltico y termina en la ribereña y báltica ciudad alemana de Greifswald. Se ha instalado ya sobre el lecho marítimo un 85% de las tuberías por las que fluirá el gas. El tendido tiene una extensión de 1.198 kms y corre prácticamente paralelo a su antecesor, el Nord Stream 1, que fue inaugurado en 2011 y transporta 27.500 millones de metros cúbicos por año. Se estima que el Nord Stream 2 agregará la misma cantidad de gas lo que haría un total de 55.000 millones de metros cúbicos anuales, que alimentarían no sólo a Alemania sino también a otros países de la UE.

Trump se opuso a esa construcción. En 2018 le pidió a la premier alemana que dejara de lado la obra y le ofreció un acuerdo comercial con la UE para evitar verse obligado a disparar sanciones comerciales (como se ve, una de sus reiteradas amenazas). Como no tuvo éxito, impuso penalidades mercantiles a diversas empresas que participan en la obra. Esta es la situación que disparó el brulote del Presidente norteamericano contra Merkel relativo al control de Rusia sobre Alemania.

La cuestión china también los ha enfrentado. El Presidente norteamericano ha desencadenado una guerra comercial contra China, también en 2018, basada hasta ahora en un juego de stop and go que se mantiene hasta el día de hoy. Su reyerta bilateral con aquella golpea con fuerza sobre la ya afectada dinámica multilateral. Merkel, por su parte, rechaza elegantemente esta política de Trump y, por el contrario, mantiene su brega. Por ejemplo, en enero de este año, invitada a hacer una exposición en la Academia Americana de Berlín, solicitó expresamente que se incluyera a China en el sistema multilateral y se la tratara “al menos de manera igualitaria”. Recomendó, además, recuperar el diálogo. “En el pasado tuvimos un mundo de Guerra Fría –dijo— en el que  hablábamos poco pero al menos hablábamos”. Y agregó: “Quizá una de las cosas que más necesitamos hoy en día es mantener la capacidad de hablar”. Prácticamente en simultáneo, en el Foro de Davos, en ese estilo en el que mezcla sus naturales burradas y petulancias, Trump decía, entre otras cosas: “América está ganando como nunca antes”. Y también: “No dejemos que los radicales socialistas nos destruyan”. La discordancia es obvia.

Un último escarceo ha sucedido recientemente a raíz de la convocatoria de Trump a una cumbre presencial del G7 en Washington, inicialmente programada para el 10-12 de junio y luego postergada para finales del mes, a la que pretende invitar a Vladimir Putin. Merkel prácticamente descartó su participación debido al Covid-19. Tras bastidores se dice que no la convencía la presencia de Putin y que temía que fuera sólo una reunión para que el presidente norteamericano obtuviera una foto de campaña.

 

 

El papel de un imbécil trastornado

Las desavenencias entre Trump y Merkel, en las que el Presidente norteamericano tiene la iniciativa, quizá no alcancen en importancia a las que enfrentan hoy a aquél con Xi-Jinping, pero no son en absoluto menores.

Primero porque se trata de querellas entre los países que poseen las dos economías más importantes de Occidente; algo así como una riña de vecinos relevantes fogoneada por Trump.

Segundo porque el ocaso de la globalización tal como la hemos conocido se da en el marco de la transición hacia una doble polaridad a escala mundial. Una económica, que enfrenta a Estados Unidos y China, y otra militar, que enfrenta al primero con Rusia. En este contexto es poco racional que Trump no se esfuerce por mantener una alianza sólida entre su país y Alemania.

Tercero, porque las rencillas iniciadas en su mayoría por Trump son poco comprensibles, inconvenientes e innecesarias.

Y cuarto porque nos encontramos, debido a los múltiples efectos de la pandemia, en un marasmo de alcance planetario en el que, hacia adelante, sólo se alcanza a ver “una tenue oscuridad sin nombre aún” (copio a esa finísima poetisa argentina que fue Olga Orozco). Bajo estas condiciones caben mejor la prudencia y la solidaridad que la pendenciera tendencia trumpeana.

Así las cosas, la sintética caracterización del Presidente norteamericano que ha hecho recientemente Gregg  Popovich, que sirve de subtítulo a este apartado, se acredita como un decisivo factor interviniente en la coyuntura que vivimos.

 

 

 

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