NORMALIDAD CONSERVADORA

Las propuestas de la UIA constituyen una radiografía del empresariado argentino

 

La Unión Industrial Argentina ha publicado un extenso documento con propuestas y demandas presentadas como imprescindibles para transitar la pandemia y reconstruir la economía una vez que Covid-19 sea superada. El estilo de “Hacia una nueva normalidad: propuestas para la reactivación productiva”, es el título con que se dio a publicidad una larga serie de reivindicaciones precedidas por cinco postulados que definen el paradigma de un proyecto en el que se sostienen intactos los principios de un desarrollismo lavado que no se permite ninguna irreverencia para discutir con el corazón del dogma neoliberal. Pero la presentación de la UIA se diferencia estilísticamente de los documentos del Foro de Convergencia Empresarial y de la Asociación de Empresarios Argentinos. Estos últimos dos exhibieron un fuerte tono ideológico en defensa de la propiedad privada y la autorregulación mercantil de la economía, son textos cortos y escasos en preocupaciones por herramientas económicas. En cambio, la detallista presentación de la UIA, que no se priva de las formas modernas con gráficos, punteos, destacados, recuadros y colores, abunda en la formulación de instrumentos y reclamos sectoriales. La nueva normalidad declamada no incluye ninguna novedad destacable respecto al discurso permanente de la institución, que incluye entre sus integrantes a muchos miembros de AEA.

La tan esperada, como de fecha incierta, salida de la pandemia es una preocupación de los establishments local e internacional. Se ha impuesto una idea que la peste podría ser una línea demarcatoria de un cambio civilizatorio. Los representantes del poder tradicional en Argentina recogen esa presunción como desvelo y presentan un paper que postula garantizar la continuidad de la vida económica que precedió a la pandemia. En todo caso con algunos cambios teñidos de gatopardismo.

La presentación de la herencia del macrismo tiene una sola mención, “la vulnerabilidad económica que se arrastra de la fase previa”. Pese a la gravísima situación económica que se vive como consecuencia de coronavirus, y que se extenderá por un tiempo cuando se retraiga, el primer principio que precede a un largo listado de formulaciones es el que reza por una “macroeconomía que fomente el ahorro local y busque gradualmente salir de los controles y las regulaciones cambiarias”.  Las miradas heterodoxas que pretenden el fomento de la diversificación productiva y la industrialización del país no tienen la obsesión por liberar el mercado de cambios, ni drástica ni gradualmente, sino que bregan por la permanencia de los controles y regulaciones, para evitar la fuga de capitales y garantizar las divisas siempre escasas y necesarias para impulsar un cambio estructural. El fomento del ahorro en moneda local propiciado por la UIA no parece compadecerse con la liberalización cambiaria, también pregonada por la presentación de la entidad.

 

 

El tipo de cambio alto

El segundo principio esgrimido es una política cambiaria previsible que sustente la agregación de valor en la producción. Sabiendo de quienes viene el axioma propuesto, a una lectura no inocente del mismo le resulta inevitable asociarlo a la postulación de un tipo de cambio alto como herramienta para proteger la producción local y garantizar ciertas exportaciones industriales. Esta sospecha gana consistencia cuando se la lee en conjunto con la propuesta de liberalización cambiaria. Una industria con limitaciones de competitividad sólo puede postular esta liberalización cambiaria si cuenta con con el tipo de cambio alto. Dejemos el tercer principio para después y abordemos el cuarto que declama una política de ingresos que reduzca la nominalidad de la economía, o sea que tenga un carácter antinflacionario. No estaría mal en sí misma, pero cuando se propone un tipo de cambio alto y no se dice nada respecto al grave aumento de la pobreza y las regresividades distributivas que dejará la pandemia, la reducción de la nominalidad parece una advertencia respecto de recuperaciones del salario en la post-pandemia, que anulen la competitividad inducida por el precio de la divisa. La central industrial no escribe ni una letra respecto de la reposición de los niveles salariales, cuyo recorte es una práctica habitual en la actual emergencia económica. La insistencia repetitiva respecto a la recuperación de la demanda y la inversión no enuncia, respecto a la primera, ninguna medida de recuperación salarial que la impulse. Así, el modelo pregonado insinúa una lógica de crecimiento tirado por las exportaciones. Por eso no sorprende la insistencia en el proyecto de Vaca Muerta, entendiéndolo como clave en el compendio propositivo, a sabiendas de los cambios en los precios del petróleo que no parecen que fueran a agotarse con el fin de la pandemia.

El quinto y último principio es el del “logro de un acuerdo favorable con los acreedores”, que lo subraya la UIA como fundamental para la estabilidad macro y la reducción de la tasa de financiamiento internacional. Este axioma no esconde la presión para que el gobierno ceda y arregle con los acreedores externos aflojando la tensión de la negociación, a la vez que sobrevalora el papel del crédito exterior para el desarrollo económico. Liberalización del mercado cambiario, contención salarial, inserción financiera internacional, y los modales amistosos con el capital especulativo, son signos inequívocos de una post-pandemia restauradora del liberalismo neo – tal vez matizado— y no representan nada nuevo. Normalidad sí, de la conocida y poco virtuosa.

 

 

La supuesta presión tributaria

Dejamos para el final el tercer axioma. El de la política tributaria que promueva la inversión y el empleo mediante incentivos focalizados. Cuando en el detalle desagregan las políticas, se enuncian los instrumentos sugeridos, como la eliminación de derechos de exportación para toda la industria, sin reconocer diferencias entre Techint y las pymes. Poco riguroso, pero con la orientación inconmovible de la línea histórica de la UIA. Aceleración para la devolución del IVA para determinados sectores y aligeramiento de reintegros. Simplificación de impuestos y tratamientos especiales para bienes que acentúen la digitalización. Quejas sobre una supuesta presión tributaria del 45% sobre el PBI, guarismo que padece de inflación estadística en la presentación, porque tanto la OCDE como la Dirección Nacional de Investigación Fiscal la sitúan apenas superando el 30%. Propuestas para que no se agregue ningún impuesto más.

El documento de la UIA tiene un estilo del decir implícito. Esa es la línea de escritura que lo atraviesa. Se está por tratar un proyecto de ley de impuesto a las grandes fortunas que ha desatado un debate nacional, nada se dice de él. El Presidente Fernández tiene como uno de sus proyectos una profunda reforma tributaria que sustituya un sistema regresivo por otro progresivo. Nada se dice tampoco al respecto. Más precisamente, se dice con el lenguaje de la omisión y mediante la presentación de lineamientos de orientación inversa.

La intervención del Estado es reivindicada desde el planteo de la continuidad de los auxilios con los ATP, la promoción de la aplicación intensiva del REPRO, las propuestas de moratorias impositivas. También se promueve una política crediticia que implemente líneas para la inversión productiva, e inclusive el otorgamiento de redescuentos por parte del banco central para el otorgamiento de créditos subsidiados y garantizados por ese ente, o sea sin riesgos para los bancos que los gestionen. Son tolerantes y hasta promotores de este tipo de participación estatal en la economía, una diferencia que mantiene la Unión Industrial con las organizaciones empresarias que representan incontaminadamente al establishment. La primera es más pragmática, las otras más ideológicas.

Es destacable que se reivindique, por lo menos, la inversión pública para la construcción de infraestructura y como promotora de empleo, así como regulaciones de “compre nacional”, las políticas de intermediación financiera para el crédito productivo de largo plazo y la conversión del BICE en un banco de desarrollo. De semejante herejía no se harían cargo los neoliberales más rancios. Son como los pocos emblemas del desarrollismo de baja intensidad que conservan algunos sectores de la entidad. La UIA es una organización empresarial en la que conviven los grandes industriales articulados con la globalización y la financiarización, que participaron del proceso de constitución de activos externos (fuga de capitales), junto a empresarios medios y hasta pequeños de las economías regionales. El pragmatismo de sus enunciaciones responde a esta heterogeneidad. El resultado arroja peculiaridades como la prédica por el mercado de cambios libre conviviendo con propuestas de crédito fondeados con redescuentos. Son propuestas contradictorias que representan a unos y a otros, que como una mezcla del agua y el aceite conviven en la Unión Industrial. Pero la heterodoxia financiera de la entidad es tan poco consecuente como muy inconsistente, porque la UIA no cuestiona todo el andamiaje neoliberal de la legislación financiera. Ningún cambio institucional propone el documento en la intacta regulación neoliberal del sistema financiero.

 

 

Teletrabajo y consensos

Resulta preocupante la dedicación especial que se le otorga al teletrabajo y a la promoción de la digitalización. Es un síntoma del riesgo que la pandemia deje como herencia la aceleración de cambios en el proceso de trabajo, que signifiquen más asalariados expulsados de sus puestos laborales, con transformaciones que reorganicen el proceso productivo de una manera que debilite la capacidad negociadora del trabajo frente al capital.

El paper dedica una parte principal a abogar por la construcción de consensos e instituciones, mediante lógicas y prácticas de diálogo. La propuesta que no se restringe a plantearlo en el ámbito social y sectorial, sino que también pregona el encuentro constructivo entre el oficialismo y la oposición política. Nuevamente asoma la pretensión de un consensualismo del estilo “Pacto de la Moncloa”. Una lectura posible del documento sería sostener que ese modo de consenso perseguido es la médula del posicionamiento de la UIA. Con un poco de reformismo pro-industrialista dentro de la globalización financiera. Cierto que un reformismo poco realista, que se permite plantear la agregación de valor y la generación de divisas sin una inmensa inversión estatal en ciencia y tecnología, asociada a la participación del Estado como empresario en sectores clave de la economía, que resultan inabordables por un sector privado con sentido nacional. Ese reformismo suena a recurso discursivo sin predisposición para su concreción real. Tanto subsidio reclamado no se compadece con la explicitación trillada de la sustentabilidad fiscal y de la deuda, estando la de esta última más ligada a una negociación dura que al pedido de un arreglo “favorable” como plantea la presentación.

Los actuales temas de nuevos derechos que involucran al medio ambiente y a la mujer encuentran un lugar en la presentación. También se puntualiza sobre la importancia de la industria de la salud y la inquietud por mejorar el sistema sanitario, en honor a la gravedad de la coyuntura.

La gran ausencia del programa empresarial es el debate sobre la distribución del ingreso. En un mundo en el que la pandemia dejó expuesta la vergüenza de la desigualdad creciente y de la concentración de la riqueza, las decenas de páginas publicadas por la UIA no aportan soluciones, ni se explayan sobre la cuestión. No hay enunciado ni enunciación respecto a un diálogo con relación a la reducción de la jornada de trabajo, que significaría la socialización de una parte del progreso tecnológico que mejoró la productividad, y que crearía condiciones para mejorar el nivel de empleo. El institucionalismo consensualista de la organización empresaria no transita las discusiones de esta esfera.

La preocupación tan marcada por la generación de divisas entra en contradicción con la desaprensión por la fuga de capitales, tema candente en el que la propuesta de los industriales de la UIA no se explaya ni incursiona. La ya clásica propuesta de Diamand, respecto a un tipo de cambio diferencial para la industria como base de una política de diversificación productiva, no constituye un tema significativo para esa central industrial.

El mundo menos desigual, menos consumista, que repiense la existencia humana desde una perspectiva más igualitaria y humanista, como ha planteado Alberto Fernández en su último discurso en el G20, tampoco es temática de un trabajo que pretende ser comprehensivo hasta el detalle de la “Nueva Normalidad”. La ausencia de una crítica severa a los cuatro años de neoliberalismo que destruyó millares de empresas, reprimarizó la economía y endeudó sin contrapartida al país no es un olvido, sino más bien la raíz constitutiva del consensualismo que incluiría en la mesa de diálogo a los que provocaron esos daños. Es parte de la propuesta para construir el pacto que late en el corazón del paper.

 

 

 

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