Revolución en 35 milímetros

No se transmitirá por televisión, pero será filmada

En una encuesta realizada en 2018, en el 50 aniversario del ICAIC, el instituto cubano de cine, los realizadores cinematográficos cubanos eligieron los 24 largometrajes más representativos de su cine. Seis de los primeros diez puestos eran ocupados por obras del cineasta Tomas Gutierrez Alea, "Titón". La influencia del director, fallecido en 1996, sobre la rica historia fílmica de Cuba es incalculable. En nuestro país, es conocido principalmente por dos películas: Memorias del subdesarrollo, de 1968, producida en la cresta de la ola del Nuevo Cine Latinoamericano, y Fresa y chocolate, nominada a un premio Oscar en 1994 y precursora de los temas LGBT en la cinematografia caribeña. Pero los inicios de Gutiérrez Alea en el cine están ligados al documental, con los inicios de la Revolución como tema ordenador.

Formado en el Centro Sperimentale de Roma, donde estudió cine a principios de los años '50, "Titón" estaba convencido de que la Revolución llevaría al cine cubano a organizarse como movimiento. Así pasó: el ICAIC fue mucho más que una productora de cine estatal. Creó un nuevo lenguaje de imágenes, que mediaba el diálogo entre los espectadores y los retratados, que en muchos casos, eran lo mismo. Durante toda su trayectoria y hasta el final de sus días, Gutiérrez Alea se aproximó al cine como un trabajo político. Allí donde había un problema, ponía la cámara. Sus películas eran su aporte al debate político de la hora, desde los bemoles de la reforma agraria, hasta los inconvenientes de la creciente burocracia, o, al final de su carrera, la importancia de la inclusión de la comunidad LGBT.
Esta tierra nuestra, cortometraje de 1959, es uno de sus primeros aportes a esta relación dialéctica. La producción comenzó a cargo de la Sección de Cine de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde y fue concluido, por el mismo equipo, en el recién creado ICAIC.

A lo largo de 19 minutos, Esta tierra... explica la ley que cambió a Cuba para siempre: la Reforma Agraria. Dictada el 17 de mayo de 1959 por el Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario, encabezado por Fidel y Manuel Urrutia, entonces primer ministro y Presidente de la república respectivamente, la ley proscribió el latifundio, entregó la propiedad de la tierra a quien la trabajaba y socializó una parte del área cultivable del país, a través de las cooperativas y granjas del pueblo. La obra de la Revolución se hizo sentir en el campo cubano. La electrificación llegó hasta los lugares más apartados. Se construyeron escuelas y postas médicas hasta en las montañas. La reforma signó a la Revolución Cubana en su primera etapa y le dio su carácter democrático-popular agrario y antiimperialista, al lesionar los intereses extranjeros que "hacían de Cuba un garito", al decir del cantor.

Esta tierra nuestra no se limita a mostrar en qué consiste la ley y cómo se llevaba a cabo su implementación: establece una línea de tiempo de los cambios que sirve para evaluar su magnitud. Didácticamente, muestra qué había antes y que creó la ley. Como los campesinos que aprendían a controlar las tierras que antes eran del patrón, Gutiérrez Alea también estaba aprendiendo. En su ensayo Dialéctica del espectador, el cineasta cuenta que en esos primeros días filmaba como un músico nuevo que aprende de oído. Con la cámara como arma, filmando todo, todo el tiempo, como por reflejo. Cada paso era documentable, como en cualquier proceso que cambia de raíz una cosa. El cine cubano de esa primera etapa no documenta por documentar: su propósito es llevar la imagen y la palabra de la Revolución a cada rincón de Cuba. Las redes de distribución del material son notables. No se limitó a los cines de La Habana. Proyectores y películas fueron trasladados hasta el más recóndito lugar de la isla. En las sierras, los proyectores y las cintas son cargados sobre mulas. Desde su oficina, el primer ministro Fidel Castro supervisaba todo con ahínco. La orden era cumplida con alegría. En muchas zonas del país, antes de la llegada de libros o maestros, estaba el cine. Una porción importante del campesinado era analfabeto. Los films y la radio eran una necesidad, y desde el comienzo de la guerra en la Sierra Maestra, el Ejército Rebelde lo tenía claro: no había revolución sin propaganda y agitación. Hacia 1959 existían en el país unas 159.000 fincas y 101.824 campesinos no eran propietarios de las tierras que trabajaban. Y ahora sí. E ingresaban de lleno como sujetos políticos al quehacer cubano. Para la Revolución los campesinos no eran meros beneficiarios de las nuevas leyes ni  las defendían por agradecimiento infantilizador: eran sus protagonistas. Y así protagonizan también este film.

Desde sus precarios bohíos, que pronto serían reemplazados por casas de material, se dirigen a la labor cotidiana, con sus familias y sus animales. Mientras labran la tierra, discuten la implementación de la nueva normalidad revolucionaria. El film los coloca como responsables directos de la riqueza cubana, en oposición a su condición de peones de la miseria, en la época en la que el 25 % de las mejores tierras y el 50% de las cultivables, estaban en manos de compañías extranjeras, principalmente norteamericanas. Una escena es la que detalla mejor el antes y el después: una niña cubana, hija de campesinos, mira a través de un alambrado. Le devuelve la mirada una vaca ajena. La niña le arroja algo, desconfiada. Y luego se acerca al alambrado, sonríe, acaricia el animal. Ahora es suyo. "Por encima de razas, ideologías y credos religiosos, el pueblo se ha unido para derrotar a la miseria", consigna el documental.

En el cortometraje, Gutiérrez Alea detalla con precisión otros datos de contexto que fundamentan económica e ideológicamente la reforma. El campesinado fue blanco de la dictadura de Batista y elemento principal del Ejército Rebelde. "Ahora el soldado también es pueblo, y su fuerza es la razón", relata el narrador. Un soldado parecido a Cienfuegos saluda a la familia campesina. La niña del alambrado y la vaca le sonríen su aprobación.

La película se ocupa de postular algo que la Revolución ratifica hasta el día de hoy: la importancia del derecho a la vida. Pero este no consiste en el mero hecho de existir: para el socialismo el tema clave es cómo vivimos. Si la tierra es de pocos, no hay vida, si esta tierra es nuestra, se puede comenzar el camino de realizarnos. Y es difícil volver de eso, aunque el camino sea escarpado a veces, como refleja la filmografía de Gutierrez Alea. La clave está en el momento del guión en el que se  deja de hablar de los campesinos como "ellos"  y los nuclea en un "nosotros", un héroe colectivo: al derecho a la vida "vamos a defenderlo con la muerte si es preciso". Y está en el icónico discurso que Fidel pronunció en Camagüey un día como hoy de 1989, en un aniversario de la gesta del Moncada: "no hay misterio: es lo que la Revolución ha hecho por el pueblo; es lo que la Revolución ha hecho por el hombre en todo el país y en esta provincia; es lo que ha significado, para nuestra nación y para nuestros compatriotas, la posibilidad de construir su propio camino y escribir su propia historia". Y además de escribirla, la filmaron.

 

 


Mirá completa "Esta tierra nuestra" (1959):

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