Operaciones patrias

Los espías cuentan cómo espiaron a CFK y cómo coordinaban con Bonadio

 

Antes de que llegara Alan Ruiz a la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), los espías que paraban en el departamento de la calle Pilar en Mataderos tenían un grupo de WhatsApp que se llamaba Cueva. Algunos de los integrantes de ese grupo brindaron declaraciones minuciosas ante la justicia, a las que accedió El Cohete, que permiten reconstruir cómo funcionaba el área de Contrainteligencia antes y después de la llegada del alfil de Patricia Bullrich y cómo era la coordinación con Claudio Bonadio para perseguir a Cristina Fernández de Kirchner.

 

Génesis

El primer encuentro fue en la diagonal del Banco Nación frente a Casa Rosada. Ahí esperaban ansiosos Mercedes Funes Silva, Leandro Araque y Jorge Sáez. Después de un rato, llegó un hombre de trato amable. Era Diego Dalmau Pereyra, el flamante director operacional de Contrainteligencia.

A Dalmau lo había rescatado Silvia Majdalani de la Escuela Nacional de Inteligencia (ENI). Llevaba más de quince años dando clases allí, aunque los últimos meses del gobierno de Fernández de Kirchner los había pasado en la Bicameral de Inteligencia analizando los cambios a la ley orgánica. Dalmau no era un hombre de acción. Era, en todo caso, un cuadro formado. Había entrado al ejército en 1986 y en 1997 se había convertido en oficial de inteligencia.

Trabajó un tiempo en el viejo edificio del Batallón 601 en Avenida Callao y buscó probar otra suerte. Terminó para 1999 en la vieja Secretaría de Inteligencia. Lo despidieron y lo recontrataron. En el ínterin, Dalmau se hizo tiempo para cursar la carrera de Comunicación en la Facultad de Ciencias Sociales (FSOC) de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Entregó la tesina en 2009, después de haber analizado las representaciones de los estudiantes de la maestría en Comunicación y Cultura. Quizá un trabajo de campo sobre sus compañeros de la FSOC.

Cuando Majdalani le comunicó que lo quería como director de Contrainteligencia, se comunicó con un viejo alumno de la ENI, el Turco Sáez. Le dijo que lo quería trabajando con él. Sáez, por entonces en la Policía de la Ciudad, trajo a Araque y a Funes. Después, el grupo se fue poblando.

Al principio, iban a la base Estados Unidos – histórico reino de Antonio Horacio Jaime Stiuso. Pero Dalmau no los quería ahí. Los quería desenganchados de la estructura de Contrainteligencia. Se reunían en un auto. Cuando surgió la oportunidad de alquilar un departamento, Funes Silva ofreció un monoambiente que tenía su madre en la calle Pilar de Mataderos. Lo pensó como una fuente de ingresos para ayudar a su hermano que vivía en el sur. El trato les cerró a todos. Según declaró la mujer, no hubo contrato, pero Sáez le pagaba religiosamente unos 5000 pesos que salían de la caja generosa que Dalmau les había garantizado, con la cual también pagaban a informantes.

Según relataron dos de los imputados, el único registro formal de ese departamento en la AFI fue una visita de un escribano, acompañado por Martín Coste, entonces director de Contrainteligencia y número dos de Dalmau Pereyra.

 

 

Fin de una era

Dalmau llegó un día de mayo de 2018 al departamento de la calle Pilar. Estaba serio. Les dijo que había discutido con Majdalani y que iba a dejar la Dirección Operacional. El proceso de traspaso duró unas tres semanas y los espías de la cueva tuvieron que dejar todo el papelerío en orden.

Cuando Dalmau llegó a Contrainteligencia, la dirección operacional tenía un área operativa y otra de casos judiciales. Al tiempo se sumó terrorismo. Después de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de la votación de la reforma previsional de 2017, la AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani modificó la orgánica. Contrainteligencia sumó otras áreas como Reunión Interior – que reunía información de las provincias --, Delitos contra el Orden Constitucional – que, entre otras cosas, caminaba manifestaciones en Capital --, y Delitos Complejos.

A partir del 16 de diciembre de 2017, Dalmau pasó a tener 400 agentes a su cargo. Las cosas no fueron bien. A principios de 2018, renunciaron los dos jefes del área operativa. Según declaró Dalmau, ahí fue cuando empezó a pensar en traer a Alan Ruiz para que se hiciera cargo. Con Ruiz se conocían desde las mesas de coordinación en las que participaban el Ministerio de Seguridad y la AFI con miras a la cumbre de la OMC.

Ruiz era un viejo conocido de Sáez y de Funes Silva. Habían entrado en contacto cuando todos eran policías en la Ciudad y participaron de un grupo para dar con quienes habían asesinado al primer uniformado caído de esa fuerza, Leandro Rojas. Sáez lo recordaba a Ruiz como la mano derecha de Guillermo Montenegro, jefe de la Metropolitana y actual intendente de Mar del Plata.

 

 

Trabajo político

La llegada de Alan Ruiz a la AFI fue impetuosa. Lo presentaron como el jefe de la base de Contrainteligencia. Se quedó con los mejores autos y los mejores sueldos. A Mechi Funes Silva la llamó un día de mayo de 2018. Le anunció que iba a ocupar un cargo importante en la AFI y quería que tanto ella como la hija del Turco Sáez, Belén, dejaran el departamento para ir a trabajar a Villa Martelli.

En el departamento, estaba desde hacía un tiempo Emiliano Matta, un ex empleado del Ministerio de Economía que se quedó sin trabajo a fines de 2015 con la llegada del gobierno de Mauricio Macri. Su hermano policía le dio su currículum al Turco Sáez. El Turco era amigo del padre de los Matta, un federal caído en servicio. Para septiembre de 2016, Emiliano Matta ya estaba trabajando en el Proyecto AMBA que lideraba Pablo Pinamonti. Primero estuvo en la delegación Ezeiza y después lo mudaron a La Matanza. En diciembre de 2017, Pinamonti reunió a todos sus agentes para decirles que la aventura en el AMBA había terminado. Matta lo llamó a Sáez para pedirle socorro. Él intercedió y Dalmau Pereyra lo destinó al departamento de Mataderos.

Matta lo conoció a Alan cuando llegó acompañado por Dalmau al departamento de Mataderos. Después de las presentaciones y reencuentros, Alan les pidió informes sobre las líneas de trabajo. Volvió un par de días después y les comunicó que Arribas y Majdalani no estaban interesados en el trabajo de policías. “Es así que Ruiz nos comunica que nos iba a dar trabajo político”, declaró Matta.

En las nuevas tareas intervenían distintas áreas: Operaciones Técnicas – que se dedicaban a colocar cámaras y micrófonos – y Casos – que tenía línea directa con la Dirección Administrativa de Asuntos Jurídicos de Juan Sebastián De Stéfano. El otro que les bajaba tareas para hacer era Fernando Di Pasquale, director de Análisis y uno de los que visitó al juez Luis Carzoglio para interesarse por la situación de los Moyano.

 

 

Un cuadro de Cristina

El 7 de agosto de 2018, una comisión del Senado discutía si Bonadio podía allanar a Fernández de Kirchner. Hacía pocos días había estallado el escándalo de los cuadernos y CFK era la presa codiciada por Bonadio y el fiscal Carlos Stornelli. En esa reunión, la senadora Anabel Fernández Sagasti denunció que habían detectado un auto de la AFI espiando en el Instituto Patria. Lo que siguieron fueron una serie de maniobras de Arribas y Majdalani para encubrir el espionaje, así opinaron los fiscales Cecilia Incardona y Santiago Eyherabide y es posible que por eso los termine procesando el juez Juan Pablo Augé.

El responsable de ese auto parado fuera del Patria era Alan Ruiz. Había enviado a media docena de agentes orgánicos de la Agencia – no a los que paraban en Mataderos – a ver si entraban o salían bolsos del Instituto o del departamento de Cristina. Los descubrieron. Los identificaron. El auto de la AFI salía en todos los canales mientras volteaba en U en la calle Rodríguez Peña. Un bochorno.

El desastre del Patria bajó las acciones internas del rubio funcionario en la AFI. Protestaba que no le atendían el teléfono, decía que tenía que preparar una declaración ante la Bicameral o que debía reunirse con De Stéfano en la sede de 25 de mayo para arreglar el problema. Así lo contó una de las ex agentes imputadas en el juzgado de Lomas de Zamora.

De Stéfano, un hombre de Daniel Angelici, es un personaje central en la trama. Esta semana fue con un escrito de siete carillas a la Bicameral después de haber intentado esquivar la presentación. Su único aporte fue brindar el nombre de uno de los directores a su cargo, Hernán Martiré, como quien preparó la carta con la que intentaron defenderse Arribas y Majdalani ante la Bicameral de Inteligencia. Esa carta es una prueba fundamental en Lomas para mostrar que intentaron esconder el espionaje.

A los pocos días del episodio del auto, Alan Ruiz reapareció en el departamento de Mataderos. Había llegado con un gráfico 2y que habían ploteado en la base de Contrainteligencia. Lo pegó sobre una tabla de corcho que había en la base del Turco. El cuadro tenía información sobre Cristina porque se estaban preparando los allanamientos de Bonadio. “En el gráfico había una columna con direcciones de viviendas, datos de financieras, datos de familiares, vínculos”, dijo Matta en su indagatoria.

Matta recuerda bien el episodio porque ese mismo día o esa misma semana recibió un mensaje de Alan. Le preguntaba si estaba en el departamento y si podía pasarle unos datos del gráfico. Estaba en una reunión en el Ministerio de Seguridad de Bullrich. Como era un pedido extraoficial, Matta sacó un print de pantalla del WhatsApp. Seguía el consejo que le había dado Sáez porque, desde la llegada de Ruiz, se habían terminado las formalidades. No había planillas con órdenes de trabajo y ante cualquier consulta, la respuesta era: “Es un pedido de la línea”. La línea de mando, claro. Y él no reportaba a su superior que era Martín Coste, sino a Majdalani.

 

 

Un pedido de Bonadio

Matta no fue el único que recibió pedidos de Alan por los allanamientos a Fernández de Kirchner, que Bonadio llevó a cabo el 23 de agosto de 2018.  A Mechi le reclamó que consiguiera una copia del acta o de los objetos que habían secuestrado. Lo quiere la Ocho, le explicó.

También le dijo que tenía que ir desde la base de Villa Martelli hasta Recoleta porque en las inmediaciones del departamento de Juncal y Uruguay había una camioneta sacando bolsas de adentro. “Dijo que lo estaba pidiendo Bonadio, que estaban colaborando con Bonadio”, declaró Funes Silva.

La otra pata que tenía Bonadio en la agencia era Bernardo Miguens, un ex empleado de su juzgado que oficiaba de director de oficios judiciales. Miguens era con quien tenía que negociar palabra por palabra una abogada que trabajaba en Contrainteligencia para contestar las cédulas por el espionaje contra la ex presidenta.

A Miguens y a Martiré los esperan este martes en la Bicameral que preside Leopoldo Moreau.

 

 

La felicitación

Mechi Funes Silva vio dos veces a Silvia Majdalani. Una fue en octubre de 2018, casi dos meses después del escándalo en el Instituto Patria. Majdalani tenía una oficina enorme en el edificio central de la AFI, pero había ido hasta Villa Martelli, invitada por su agente estrella.

Las aguas se habían aquietado y el episodio del Patria ya empezaba a quedar en el olvido. Majdalani destilaba simpatía. Fue saludando una a uno de los integrantes del grupo de Ruiz. Les preguntó sus nombres. Se interesó por el Turco Sáez, alma pater del equipo. Él no estaba. Antes de irse, les agradeció el trabajo que estaban haciendo.

 

 

Todos y todas al polígrafo

El fin del departamento de Pilar llegó para abril de 2019. Se precipitó después de que Araque se metiera en la casa de su suegra en medio de un allanamiento por una causa en la que estaba involucrada su esposa, una agente de la Policía de la Ciudad. Araque entró y la policía le sacó el teléfono, donde guardaba el material que producía el grupo.

El episodio sucedió el 27 de marzo. Ruiz se enteró a los dos días del allanamiento y enloqueció. Estaba preocupado de que sus “trabajos políticos” empezaran a salir a la luz. Se volvió desconfiado, declaró uno de los agentes. Tan desconfiado que los mandó a todos al polígrafo.

A Belén, la hija de Sáez, la envió con un recado al centro. Fue a la base Estados Unidos. Le dijeron que allí no había nada para ella. Después Ruiz dijo que siguiera hacia  25 de mayo. Salió cinco horas después. Temblaba.  Lo llamó para avisarle. “Quedate tranquila que ya sé que te dio todo bien”, le contestó él.

Los polígrafos fueron el juguete preferido del macrismo. Fueron la incorporación de la gestión Arribas. Cada aparato tenía un valor que podía ir desde los 6.000 hasta los 10.000 dólares, a lo que se sumó una capacitación para quienes los operaran en México, que costó alrededor de 50.000 dólares.  Bullrich también sucumbió ante los encantos de los polígrafos, tan usados por las agencias norteamericanas.

No en vano los probó con sus agentes Ruiz, un hombre que se debatía entre su lealtad a Bullrich y Majdalani, las dos señoras de hierro del PRO. Después de los polígrafos, Ruiz rompió todos los puentes con sus agentes. Lo vieron levantar sus cosas en septiembre del año pasado. Ordenó que retiraran todos los discos rígidos de las computadoras que se usaban en sus oficinas. No quería que quedara la menor prueba de su paso estridente por la llamada Base 95.

Sólo cuando Bullrich mandó a su reemplazo, el ex comandante de Gendarmería Jorge Potro Domínguez, las computadoras volvieron a encenderse. No por mucho tiempo. El Potro llegó para preparar la retirada. Macri ya había perdido las elecciones.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí