El impacto real de los subsidios al trabajo

El mito de que el IFE y los ATPs pagados con emisión alzan el dólar

 

Más contagios-menos inflación: el argumento falso y racista del equilibrio macroeconómico

Al inscribir los desafíos nacionales de larga data en la actualidad, bien empelotados por la pandemia, en ciertas coordenadas trazadas por las tendencias y manifestaciones coyunturales de la lucha de clases en el planeta, se perciben vientos de crisis políticas que de no ser capeados devendrían en una amenaza potencial para llevar a buen puerto la vida económica del país. Al respecto vale considerar lo que apunta Gideon Rachman en su habitual columna de geopolítica del Financial Times (05/04/2021): “Es poco probable que ceda el énfasis actual en la política racial tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo. Si bien el aumento del interés surgió a partir de eventos imprevistos […] hay fuerzas estructurales más profundas en juego. Los cambios demográficos y las nuevas concentraciones de riqueza son estructuras de poder desafiantes que alguna vez parecieron firmemente arraigadas. Mientras eso sucede, es probable que la disputa sobre la equidad racial se intensifique en el planeta”.

Máxime cuando el racismo larvado se puede intuir que sigue pegando fuerte entre nosotros. ¿En dónde se puede intuir? Milagro Sala es una muestra ineludible. Se encuentra más soterrado, por ejemplo, en el consenso muy extendido entre los analistas de que genera mucho más daño que beneficio bajar la movilidad física de los trabajadores en medio de la segunda ola de la pandemia amparando a los formalizados con el subsidio al salario privado a través de la Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) y a los informales con el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). En otras palabras, repetir las medidas que se tomaron el año pasado y que tan buen resultado dieron. El grito en el cielo que profieren los que se oponen a estas medidas lo azuza la financiación monetaria del déficit fiscal que provendría del aumento del gasto público por efectos de esos dos ítems. Alertan que de proceder en esa forma se avivaría la fogata inflacionaria, preocupante desde hace tiempo puesto que finalmente las empresas usan la mayor cantidad de pesos para comprar dólares, subiendo y volatilizando el precio de la divisa norteamericana, dando aliento a las expectativas de devaluación del peso. Los que hacen suyo este argumento dicen que eso fue exactamente lo que pasó en los meses finales del año pasado, cuando se utilizaron en gran forma los subsidios señalados, y entonces la brecha cambiaria entre el precio del dólar oficial y el paralelo se ensanchaba sin parar augurando una catastrófica devaluación del peso que por suerte el gobierno finalmente pudo controlar sin que pasara a mayores.

Lo que aparenta ser una recomendación de política económica seria es en realidad un argumento político a secas para supuestamente mantener la salud de las cuentas externas de la nación a expensas de la de los morochos. Mientras se la aguanten, todo bien. He ahí el desagradable elemento racista, explícito pero no percibido como tal. No se trata de una cuestión que atañe a la revancha de clase únicamente. Acá la mayor cantidad de melanina en el promedio de los trabajadores y trabajadoras argentinas juega su papel. Y las razones que llevan a inferencia ese estado de situación están en la extrema debilidad de los argumentos esgrimidos para frenar los subsidios, los que no pueden ocultar que se trajinan como una simple racionalización. A todo lo humanamente reprochable que tiene esa impostura no quita que eso está haciendo funcionar muy mal al núcleo de la reproducción del sistema: de acumulación de capital. Menos consumo por menos ingresos es menos inversión, atendiendo que la inversión es una función creciente del consumo.

 

–¿Sabes que tu cara se parece a la de uno que vale 2.000 dólares?
–Sí, pero tú no te pareces al que los va a cobrar.
(El bueno, el malo y el feo, 1966)

 

Por un puñado de dólares

El planteo de que es preferible no subsidiar a los trabajadores para cuidar su salud y con eso mejorar la perspectiva de todos, porque vale la pena pagar el costo en vidas a cambio del beneficio proveniente de los equilibrios macroeconómicos de esta otra manera alcanzados, tiene varias singularidades. Entre ellas, seguramente la brutal frialdad del lúgubre razonamiento de potencialmente más muertos a cambio de menos inflación se lleve las palmas por lo profundamente cretina.

Los que dicen que aflojar la mano de los subsidios financiados con emisión monetaria conduce al aumento del precio del dólar olvidan olímpicamente que en el mundo real no se vende para comprar dinero, se vende para ganar. Incluso en los casos extremos de fuga general de la moneda, como en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, donde el dinero perdía valor día a día y hora por hora, y si bien había muchos casos particulares de acaparamiento, en lo que se refiere a la producción corriente las empresas hacían el mismo esfuerzo por vender que el que hacen siempre las empresas, cubriéndose lo más pronto posible después de la venta con las compras de materias primas, máquinas, etc., para un nuevo ciclo de producción. Durante las hiperinflaciones argentinas los faltantes de los componentes característicos de la canasta básica no se hicieron sentir mucho.

Por otra parte, parece que no hay otra forma de explicar que no fuere por la del comportamiento empresario esquematizado que durante el tercer y cuarto trimestre del año pasado –lapso en que los mentados subsidios IFE y ATP se hicieron sentir–, según datos del Indec el producto interno bruto (PIB) haya crecido 13,1% y 4,5%, en ambos casos en términos desestacionalizados respecto de su trimestre inmediato anterior y en los dos lapsos con resultados negativos con relación a los mismos trimestres pero del año anterior. Durante 2020 el PIB cayó 9,9% como consecuencia de haber declinado todos los componentes de la demanda: el consumo, la formación bruta de capital fijo y las exportaciones. Por la malaria también disminuyeron las importaciones. Ahora bien, durante el tercer y cuarto trimestre del año pasado fue cuando comenzó a revertirse la tendencia a la baja y, siempre en términos desestacionalizados, la formación bruta de capital fijo creció en el tercer trimestre respecto del segundo un 44,6% y en el cuarto respecto al tercero un 17,3%.

A cierto nivel de abstracción, el comportamiento de los actores económicos semblantea racional. Más cerca de la realidad, los orates, aventureros y demás yerbas abundan. Una cosa es eso, otra muy distinta postular que una empresa no quiere seguir adelante cuando las ventas mejoran y prefiere arruinar todo el capital invertido por las eventuales ganancias que promete un volátil puñado de dólares. A cierto nivel de abstracción reivindicar como norma de comportamiento semejante irracionalidad es pura superchería, incitada por la necesidad de justificar la injustificable decisión política de que los morochos paguen la parte más onerosa de la cuenta. Lo único cierto aquí es que durante los trimestres en que se dio vuelta la tendencia declinante de la actividad económica, en la que los subsidios a los trabajadores formales e informales tuvieron un protagonismo central, la brecha entre el dólar oficial y el paralelo se amplió, pero eso fue por un muy poco feliz manejo financiero de la autoridad monetaria que innecesariamente mantuvo muy baja la tasa de interés. Se corrigió eso y se acabo la rabia. Eso de que la tasa de interés tiene una relación inversa con la inversión es de los manuales de economía vulgar.

 

Rendirse nunca

Es sorprendente la ambivalencia de los austeros, quienes consideran que el 7% de crecimiento proyectado para el año en curso, cifra que generalmente convalidan, no crea problemas en las cuentas externas de la nación si el gasto interno no es incentivado por el Estado. En caso contrario sí. De manera que si la ecuación lúgubre de más contagios por menos inflación no resulta del todo convincente, los partidarios de la austeridad ponen a disposición el argumento de la necesidad de poseer un balance comercial excedentario o en equilibrio. Según este guión, una recuperación artificial del consumo por medio de los subsidios al trabajo conllevaría un déficit de las cuentas externas sin incrementar la producción nacional a causa de, por un lado, la reacción de los precios y, por otro, de una propensión marginal desmesurada a consumir lo extranjero. No pueden asustar con la deuda externa porque fue pateada para adelante, pero sí en caso de déficit comercial pintar el más oscuro panorama inflacionario por el dólar inmanejable.

Los austeros afirman que una recuperación del consumo provocaría una agravación de la inflación. Suponiendo que efectivamente eso sucede, todavía es necesario, para que conlleve a un déficit en la balanza comercial, que el porcentaje en que caen las cantidades exportadas sea bastante mayor que el porcentaje en que aumentan los precios que provocan tal caída. En contrapartida, las importaciones son una función creciente del nivel de precios internos. Ningún estudio estadístico demostró que las cosas funcionen de esta manera. Específicamente demostraron lo contrario. Lo que indica la realidad es un margen muy considerable al interior del cual las revaluaciones de la moneda mejoran y las devaluaciones deterioran el balance comercial de los países que recurren a ese expediente. Las recomendaciones usuales para poner en práctica políticas que hacen de bajar los precios su gran enunciado justificativo con vistas a ganar competitividad sobre el mercado internacional están completamente al costado de sus objetivos.

El no al IFE y a los ATP esgrimiendo la salud de las cuentas externas tiene en la propensión marginal a importar su otra gran hipótesis. En esa hipótesis, ahora independientemente de los precios y por razones por así decir técnicas, el despegue de la producción nacional no estaría en condiciones de beneficiarse del poder de compra distribuido por estos subsidios porque serían gastados íntegramente o casi íntegramente en importaciones adicionales. Cómo y por qué las industrias con sobrecapacidad con respecto a sus pedidos, los mayoristas y los minoristas sobre estoqueados como consecuencia de la malaria devendrían incapaces de satisfacer la demanda adicional creada por la recuperación que conllevan los subsidios, tan fácil y tan prontamente como sus homólogos extranjeros, es el gran misterio que hace atractiva esta hipótesis.

Del lado de la oferta, un cierto esfuerzo de venta se encuentra desplegado sobre el mismo mercado por las dos categorías de proveedores: nacionales y extranjeros. No se ve porque los nacionales, que tenían una parte del mercado en tiempos de pleno empleo y ventas fáciles, aflojarían su esfuerzo y dejarían disminuir esta parte en tiempos de sub empleo y recesión. Del lado de la demanda existe en cada país una propensión media a consumir productos extranjeros. Manteniéndose todo lo demás igual, es del mismo orden de magnitud que el ratio importación/PBI.

Es verdad que si bien la recuperación beneficia adecuadamente en su mayor parte a la producción nacional, no resta menos que esperar que una parte, por pequeña que sea, se vaya fuera de las fronteras generando un déficit en las cuentas exteriores. El arreglo de este déficit coloca un problema. Pero para impedir que se escape al extranjero el 15% del poder de compra adicional que se podría distribuir en el marco de la recuperación por medio de los subsidios al trabajo financiados con emisión, se priva a la industria nacional de producir utilizando factores no empleados, por lo tanto a un costo nulo o casi nulo de riquezas equivalentes a 85% de ese mismo poder de compra, y eso sin tener en cuenta los efectos de multiplicación sobre la actividad económica. En cuanto al pequeño déficit residual posible después de tal operación, no se ve verdaderamente para qué puedan servir las reservas si no es justamente para hacer frente a tales situaciones. Los partidarios de la austeridad simplemente juran que no hay suficientes reservas. Las había para el crecimiento del 7% si el gasto no implicara subsidios al trabajo. Para más, esta postura es muy paradójica. En nombre de cuidar las reservas hoy, estropean el mercado interno y preparan el camino de la salida de capitales mañana, dado que si no hay oportunidades de reinvertir gracias a que la misma austeridad las tronchó, es cuestión de tomarse el buque.

Los misterios se multiplican. O no tanto, si estamos advertidos de que se trata de insuficiencias en las coartadas para disfrazar de racionalidad económica la irracionalidad política en que se conjugan en proporciones variadas revancha de clase y racismo. Encima, según el columnista del Financial Times, las mayoritarias pulsiones globales contra del racismo agregan una buena dosis de presión a las contradicciones de siempre. En la medida en que el movimiento nacional no consensue un plan que gestione el capitalismo sobre la base de su ley clave –la inversión es una función creciente del consumo–, seguiremos alimentando una crisis política endémica generada por los prejuicios entramados en la cultura, a partir de los cuales el orden establecido hace de las suyas. Es eso lo que impide tanto superar el subdesarrollo como expurgar al racismo y la revancha de clases y arribar así a la única solución satisfactoria para el conjunto de la sociedad: la integración nacional.

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí