Alberte, un Presidente no binario

El feminismo en el debate de dominancia del macho alfa, diálogo con Dora Barrancos

 

Alberto comenzó a ser pensado como Alberta en los comienzos de la pandemia. La médica Mónica Müller lo emparentó a siete Presidentas mujeres, líderes mundiales, que obtenían resultados exitosos en base a políticas que no partían del miedo sino del cuidado. Esa sensibilidad con eco en el mundo feminista también se reflejaba en la imagen de padre de un hijo que hablaba mejor de él de lo que él podía hacerlo y en las jornadas frente a pizarras con las que explicaba ante cámaras los números del virus. Müller publicaba una reedición de su libro Pandemia: virus y miedo, y asociaba la figura de Alberto Fernández a la maestra de los años ’50 del peronismo, donde las escuelas eran nexo entre salud pública y hogar.

Rita Segato dijo cosas parecidas, pero con el correr de los meses el sistema político empezó a reclamarle a Alberto el lugar de macho alfa. La llegada de la segunda ola parece darle nuevamente espacio a las preguntas desprendidas de la primera performance. ¿Hay lugar para un liderazgo distinto? ¿Corrido de las mandas canónicas del peronismo? ¿Es posible encontrar en este Alberto con pinceladas de Alberta la irrupción de un vector de poder que discuta lógicas masculinas?

Hoy asesora presidencial, Dora Barrancos entiende a Alberto Fernández como emergente de una época en la que nadie es polarmente binario para susto de muches, dice, y a él como producto de las nuevas masculinidades. “Alberto es alguien a quien yo antes conocía de lejos, pero he tratado con mucha asiduidad en épocas recientes, y de quien me sorprende enormemente su malla sensible”, señala. Doctora en historia, autora de Los feminismos en América Latina, aquí ensaya respuestas acerca de otros modos de pensar el arte de la política del Presidente, mientras invita a declarar la muerte del macho alfa y repiensa la hondura de la alianza con Cristina.

–¿Por qué malla sensible?

–Es algo más que un estado de sensibilidad. Hay algo que dice mucho en él respecto de una masculinidad sensible. Y aquí no se trata de ningún abandono de fórmulas “ortodoxas” de masculinidad, sino que es una adopción muy interesante en su personalidad de una malla sensible que genera un conectivo con lo emocional, y al mismo tiempo con lo reflexivo. La misma emoción conduce a un estado donde se producen reflexiones, diría, matizadas por otro tipo de cálculo. No es el cálculo de la ira, ni de la crispación exacerbada, ni la condena cancelatoria. Hay un movimiento de diapasón, una arquitectura donde la malla de los sentimientos tiene un papel preponderante. En general existe la idea de una masculinidad fraguada como proyecto de sentido común, por obra y gracia de quienes han impuesto patriarcalmente modelos fijos respecto de emociones y sentimientos. El patriarcado impone a la masculinidad un folleto tremendo, alejado de cálculos emotivos. Raymond Williams en un texto maravilloso se refiere a un año bisagra en Inglaterra por la notable cantidad de producción literaria, que es 1850. Dice algo que tomamos las feministas que hacemos historia de las mujeres y de las diversidades de género, que es un imperativo impuesto a los varones impedidos de llorar en público. He ahí la fórmula consagratoria de una exigencia escabrosa. El modelo de enlace brutal del patriarcado para crear la condición escindida, de emoción con las mujeres y reflexión y razón con los varones. Las mujeres serían así un manojo de nervios cerca de la “naturaleza naturada” que apenas las distingue de un animal. Tanto es así que el cultivo de las sensibilidades en los varones en general, es visto ridículamente como una fragua poco masculina, pero esa es la fusión preconceptuosa del patriarcado.

 

Dora Barrancos.

 

–Entre sus viejos amigos hay quien ve un tipo de construcción política novedosa, con un Presidente que recupera su práctica de jefe de gabinete, propone sentidos más horizontales que verticales, articula, busca consenso, en discusión incluso con el modelo tradicional del peronismo. Pero esto que es atributo para algunos, para otros es debilidad.

—Obviamente para alguien que está muy ligado a esos preconceptos, una síntesis como la suya no encaja porque puede parecer debilitada. Pero yo diría que puede haber una serie de medidas generales, en la tarea gubernamental, que tal vez sean un poco débiles, pero débiles por el contexto, y eso no es atribuible a la personalidad. Así como hay muchas Doras porque nuestra subjetividad no es plana, hay muchos Albertos. El Alberto en posición política es muy ponderada: pondera bien una situación y sin embargo eso a veces puede significar un percance. Pero pondera porque tiene una percepción modular, sistemática y no apenas reactiva frente a cuestiones que a alguna gente pueden no gustarle, o ponerla nerviosa. Puede ser que una excesiva ponderación no sea interesante o eficaz. Pero en general, me pasa algo con Alberto y siempre lo digo: cuando aparecen preguntas de por qué esto o aquello, digo porque no puede actuar en disonancia con su motor que es ponderar cada acción, y eso puede ser una limitante. Puede ser. No digo que no. Pero, ¿es un campo de subjetividad femenina sinónimo de debilidad? De ninguna manera. Antagónicamente, cuando a Cristina se le dice que ese rigor, lo enérgico de su modo de ser y a veces hasta lo cortante que puede ser y lo determinada que es, la convierte en un poder masculino, eso es ridículo, es absurdo. Así somos las mujeres, tomamos determinaciones, algunas parecen débiles, pero resulta que no lo son, hay mucha treta en las débiles. Los pongo en paralelo porque se adjudica a Alberto por sus características un trazado que potenciaría lo que se adjudica a la clase femenina. Y en Cristina todo lo que es determinación se adjudica a una clase que es lo masculino. Hay otras operaciones en eso de adjudicar un poder “másculo” a Cristina, es un dardo de tipo político denostativo. No le veo otra eficacia.

–Ella suele aparecer dotada del poder que Alberto no tiene. Y la combinación, como problema irresoluble. ¿Qué marcas anatómicas de poder tiene este Presidente?

—Alberto es una figura particularmente porosa al atender con encomiable sensibilidad los resultados de una medida. Mucha sensibilidad respecto de los resultados. Hay muchas cosas inmiscuidas en ese juego con la alteridad, pero que no le impiden una manifestación de lo masculino con notas muy asociadas a lo que estereotipadamente está tan maravillosamente presente en su gran furcio: Volvimos mujeres, volvimos mejores. Y el tipo no sólo no se sonroja ni se desdice, lo lubrica con entusiasmo.

—Pero, ¿el peronismo se banca un liderazgo distinto, sin macho alfa?

–Yo creo que estamos en una época en la que nadie es polarmente binario del todo, en todo caso para susto de muches. Estamos cada vez más llevados a matizar lo que ha sido violentamente estereotipado porque ese estereotipo es violento. Por eso me gustaría decir que a Alberto le preocupa muy poco eso, porque, vuelvo, ahí hay una inteligencia sensible. Notable. Y con esa inteligencia a veces es duro. ¡Sí! No es un obcecado duro, de esos que son asnamente obcecados, tiene un punto de vista que generalmente mantiene hasta que permite ser persuadido. No tuvimos muchas discusiones en mi relación como asesora, pero hemos subrayado enfáticamente lo que cada une decía. Y ahí, él que puede no estar inicialmente de acuerdo, produce gestos de comprensión, cambios de actitud. Y eso sí llama la atención. Hay un momento en el que va escuchando como andan todos los alfiles y qué transmiten. No duda con algunas medidas que pueden haber sido muy drásticas, y cuando afectan lo que para él es central, que es la naturaleza de la ética, a la que efectivamente adhiere y a la que se ha apegado: la preocupación por el ser pero también por el parecer. Ustedes deben recordar circunstancias en las que no trepidó en tomar medidas dolorosas. Y en ese sentido, es lo contrario, absolutamente, a las matrices de personalidad de Macri. Creo que hay en Macri una vertebración del orden de la mentira como sistema: su sistema es la no verdad, una construcción que puede verse en la libre consideración del oxímoron permanente: dice algo y al mismo tiempo dice exactamente lo contrario. Si hay alguien que no está revestido de una malla de sensibilidad es Macri.

—El gobierno hizo una serie de transformaciones que algunos llaman de carácter simbólico: el aborto, el ministerio de las diversidades, el lenguaje inclusivo. Pero hay una dificultad de transformación de las relaciones materiales del cuidado: distribución de la riqueza o bienes de uso. ¿Cómo lees estos límites?

–No todo es lecho de rosas y mucho menos en esta emergencia, pero hay determinaciones importantes en el Presidente. Nada de la enumeración de cosas que se hicieron es un rubro más, esto es lo que quiero decir: hay una identificación profunda con esta agenda.

–¿Cuales son los aportes que puede hacer el feminismo para concebir con claridad una política más nítida en torno a lo que algunas feministas llaman política en femenino?

–El macho alfa no sirve para nada. No necesitamos machos alfa. Necesitamos en todo caso una instalación nueva en la subjetividad masculina que no le tenga miedo, incluso, a las ambigüedades con respecto al sentimiento, a la emoción, a la consternación frente a lo que ocurre. Yo estaba diciendo que el cálculo es binario cada vez más, pensando además en el arquetipo de Orlando, el notable personaje de Virginia Woolf. Pero hay que apuntalar de manera muy responsable la criticidad. Alberto ha lamentado el incumplimiento de los proveedores de la vacuna. Tenemos chances de mejorar y persistir en esta idea de tomar medidas sensibles porque ahí él tiene una gran capacidad. Insisto en esa malla de sensibilidad que es su fuerte, en esta malla no le ha faltado el tono subido, no hay que desestimar que hay un Alberto que se irrita y esa irritación también tiene un sentido de vertebración política para mucha gente con expectativa no sólo de que haya conducción sino de que no haya dubitación. Que no haya duda. Eso puede ser políticamente interesante que se manifieste, que se exprese, también forma parte del arte de gobernar. El arte de conducir también requiere momentos donde los líderes empáticos se muestren irritados. Le tengo a Alberto un particular afecto y siento una entera identificación, a veces consternada ante la enorme cantidad de injuria medioambiental. Y sabe que si hay una instrucción profunda, es apechugar. Tiene una instrucción profunda de resiliencia y resistencia. Y está la determinación que hoy más preocupa a Alberto, y eso no es retórico, y se condensa en “primero la salud”.

–¿Le pensaste algunos parentescos? Hace años hablaste de Milagro como la Justiciera. La filiaste a Juana Azurduy, Alicia Moreau y Evita.

–Hay algunas aproximaciones a Pepe Mujica, que es un carácter más adoctrinado por la sensibilidad, una configuración tan doliente por las experiencias límite. Dice que no tiene odio, podría decirse hasta “cristianucho”, pero creo que hay algo más. ¿Por qué no admitir que hay construcciones místicas? Yo tengo una que nadie nota. Eso también es un motor de empatía. Y ojo, no sé si Cristina no la tiene. Seguramente tiene un recóndito en la que hay una extraña clave respecto del condicionante humano, que presenta singular resiliencia ante esa excepcionalidad de la que se goza, pero que tiene también mucha labilidad que convierte en energía. Hay un presupuesto de que el crédito en la propia fuerza, la energía que emana de esas configuraciones tan notables, de esa lideresa y de ese líder, finalmente abajo se enfrentan con una oquedad, y para que no haya oquedad, hay una reposición mística. Por eso digo que somos múltiples, nos habitan múltiples personas. En algunas, esa multiplicidad redunda en una situación de sujeto averiado, para no decir de mal sujeto, de mala vibra y mala energía. Y hay algo más: la revinculación de Alberto con Cristina, que no es sólo en los estrechos cálculos de la estrategia política. Está en otro lugar, no está en los decididores neurológicos de lo que conviene. Tiene otra convicción, otro fondo, otra pregnancia moral.

 

 

 

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