La luz de una montaña

Un mediometraje poco conocido de Werner Herzog

 

Para empezar esta nota dividamos a la humanidad en dos grandes grupos: los montañistas y el resto de los mortales. Los primeros son hombres y mujeres que pueden actuar al límite de sus posibilidades físicas y mentales, están acostumbrados a flirtear con la muerte en lugares imposibles y en su ruta han perdido amigos, compañeros o, en el mejor de los casos, algunos dedos por congelamiento. Para el resto de los mortales, lo que hacen los montañistas puede verse como un sinsentido absoluto. Nosotros vemos una montaña y si nos gusta mucho a lo sumo haremos alguna efímera reflexión existencial o tal vez le saquemos una foto para dejar constancia de que estuvimos allí. Los montañistas, en cambio, ven esa montaña y la suben. En definitiva la diferencia entre ambos es tan simple como abismal.

Entre estos dos mundos, el de los montañistas y el resto de los mortales, habita Werner Herzog: el cineasta más extremo que hayamos conocido, el que pone una cámara donde pocos se atreven. Lo hizo en las profundidades del Amazonas, en los confines antárticos, en la boca de un volcán, y como aún no pudo subirse a una nave espacial, hizo un falso documental para darse el gusto.

Estamos en 1984 y Herzog acompaña al joven Reinhold Messner (italiano con nombre y sangre alemana) hasta el campamento base del Gasherbrum en Pakistán, en la cordillera del Karakorum al oeste del Himalaya. En lengua nativa Gasherbrum significaría algo así como “montaña luminosa” y se trata de un tremendo macizo con varios picos, algunos de los cuales forman parte de la selecta colección de los “ochomiles”, las 14 catorce elevaciones más altas del mundo. Reinhold Messner es tan joven que aún no imagina que será el primer hombre en coronar esos 14 ochomiles y en convertirse para muchos en el alpinista más importante de la historia. Su plan, por ahora, es conquistar junto a su colega Hans Kammerlander dos de las cimas del Gasherbrum en un mismo asalto y a su modo, es decir sin ayuda de oxígeno y con un equipamiento mínimo. Si tenemos a Messner, Herzog y una montaña es obvio que tendremos una película.

 

El macizo Gasherbrum, al oeste del Himalaya.

 

Puede ser que este documental con nombre de montaña apenas sobresalga entre la inmensa filmografía de Herzog. Es un mediometraje muy poco conocido que fue realizado para la televisión alemana, pero aún así resulta muy interesante porque en ella están muchas de las claves y las constantes que el director alemán viene abordando en una carrera cinematográfica que ya lleva al menos cinco décadas de recorrido. Aquellos personajes extremos que conocimos en la piel de Klaus Kinski como Aguirre o Fitzcarraldo van a parecernos apenas unos megalómanos caprichosos si se los mide con el montañista Reinhold Messner, que al pie de una de las montañas más grandes del mundo sonríe amablemente y responde preguntas hasta sorprendido por la curiosidad que Herzog muestra por él.

Quien esté mínimamente familiarizado con el cine de Herzog reconocerá su fascinación por los parajes más remotos del planeta, pero en esta bellísima película llegamos a la cuenta de que mucho más le importan los personajes que se adentran en ellos. En cada paso que den Messner y su compañero, diminutos en la inmensa estatura del Gasherbrum, está el deseo de Herzog y de todos nosotros por estar allí aunque no corpóreamente sino espiritualmente, por algo somos parte del resto de los mortales.

La gran pregunta que atraviesa esta película es la misma que nos haríamos frente a cualquier alpinista: ¿por qué subir a una montaña? Al igual que con las grandes preguntas existenciales de la historia, aquí no puede haber una respuesta. No la hubo cuando el neozelandés Hillary estaba por llegar a la cima del Everest: “Porque está ahí”, respondió, y fin de la cuestión. Y tampoco la ofrece el prócer del alpinismo Leonel Terray en las extensas páginas de su libro Los conquistadores de lo inútil (hermoso nombre que Herzog homenajeará en sus memorias de rodaje de Fitzcarraldo). Y si esta pregunta no tiene respuesta se debe también a que Herzog tampoco puede responder qué carajo hace al pie de un monstruo nevado, a más de 150 kilómetros del pueblo más cercano, pudiendo estar filmando una película cualquiera al calor de la civilización.

Quienes amamos y odiamos a Herzog a partes iguales (es decir que no podemos concebir el mundo sin él) deberíamos ir acostumbrándonos a que mientras más veamos y reveamos sus obras más lejos estaremos de descifrar el misterio que tiene su cine. Algo muy parecido sucede con la vocación de los alpinistas, y allí está el punto esencial de esta película. Herzog y Messner tienen muchísimo en común, y son los únicos capaces de dialogar y leerse mutuamente las almas.

Ambos volvieron a confluir en la recordada película Grito de piedra (1991), rodada en la Patagonia argentina, en la que dos montañistas se disputaban el honor de conquistar el indomable cerro Torre. Reinhold Messner colaboró en el guión, dados sus conocimientos sobre esta mítica montaña y su polémica historia de ascensiones plasmados en uno de sus tantos libros. Todavía en ese entonces seguía caminando verticalmente por cuanta montaña se le cruzara y escribiendo libros acerca del insondable espíritu de la montaña. Hoy su vida de caminante, a los 75 años, se ha volcado a la literatura, las conferencias y la política ambiental.

Hasta donde sabemos, Werner Herzog sigue filmando y cada tanto se adentra en esos lugares imposibles en donde muy pocas almas se atreven. Allí donde ruge la naturaleza.

 

 

 

FICHA COMPLETA

Título original: Gasherbrum-Der leuchtende Berg, “La montaña luminosa” / Alemania / 1985 / Duración 45 minutos / Color / Documental / Dirección: Wener Herzog / Música: Popol Vu / con Reinhold Messner y Karl Kammerlander.

 

 

 

 

 

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