Muchas pruebas, ninguna duda

Conclusiones del último libro de Rocco Carbone: Mafia argentina. Radiografía política del poder

 

En un artículo de 2011 publicado en Tiempo Argentino –“¿Qué te pasa, Beatriz (Sarlo)?”–, Norberto Galasso polemizaba con un artículo que Sarlo había publicado en ese entonces en La Nación. La polémica tenía que ver con la interpretación “mitrista” de Sarlo acerca de la elección estrepitosa –popular– de Cristina Fernández. En algún pasaje Galasso suscribía una frase considerable respecto de la Argentina: “Un país complicado donde las palabras se vacían de contenido y hay que realizar grandes esfuerzos para saber lo que ocurre y dónde ubicarse”. En un país mancillado, con una historia política descalabrada por las clases dominantes cuyo poder es instrumentado contra el campo popular, la memoria retenida en las palabras se pierde –eso sugiere Galasso–, por eso mismo las clases populares (re)conocemos el alto voltaje de Memoria, Verdad y Justicia, que al ser militadas –rescatadas– reponen la palabra justa y su, también justo, sentido. Mafia argentina, con las pruebas y las interpretaciones que despliega, trata de reponer las vibraciones que resuenan en una categoría –una palabra: mafia– que en la Argentina ha sido despojada de sentido o de sus sentidos originarios, acaso por esa misma clase social que practica la criminalidad organizada de mercado, como dice Raúl Zaffaroni en la “Presentación”. Un trabajo sobre/con las palabras, que trata de reponer su justo sentido, importa porque las formas retóricas tienen siempre un impacto en los aspectos cognitivos y por ende en las formas humanas de la praxis, la acción y las decisiones (sean individuales o colectivas). La derecha argentina nos demuestra a diario su capacidad ilimitada para descalabrar el sentido de la tradición contenida en las palabras y por ende el sentido de la vida misma en su dimensión popular.

Las cuestiones desarrolladas en este trabajo –el Estado secreto, los sótanos de la democracia, la mitología mafiosa, los códigos secretos y las jerarquías nexadas con el poder, la famiglia como centro de ese poder, las afiliaciones rituales y las ceremonias en tanto herramientas para la distribución de poder en una estructura criminal, el código de la omertà, la estructura de la onorata società, las formas de persignarse de Macri en el Tedeum, el negocio del narco, la centralidad de los puertos, las investigaciones del juez Alejo Ramos Padilla sobre el “D’Alessiogate”, las grandes operaciones de ingeniería financiera de lavado de activos, la “mesa de entradas” con cuarenta años de actividades criminales en el país, los nombres recurrentes de los clanes calabreses en el mundo, el espionaje cambiemita con su (i)legalidad, la última clave mafiosa codificada por Ramos Padilla (que toca una de las terminaciones más sensibles de la estructura criminal que investiga al decirla por su nombre), el lawfare, las limitaciones del Código Procesal Penal nacional, los negociados de la energía eólica que triangulan la Argentina con Calabria y el Gran Ducado de Luxemburgo, la figura bifronte de Dolores Etchevehere, cuya familia de origen es uno de los clanes más poderosos de la provincia de Entre Ríos, con operatorias que amplían la madeja mafiosa presente en el territorio nacional y que permitieron hacer una lectura de la ‘Ndrangheta en clave antipatriarcal– demuestran que Cambiemos y su teoría del Estado no nos puso frente a casos aislados. Las dimensiones que analizamos y que de ninguna manera son episodios concluidos –pues es preciso seguir investigando y sofisticar nuestras formas del pensamiento reflexivo– nos demuestran que la ostentación de la razón cambiemita sostiene con la fuerza de una vibración indetenible que la mafia –la ‘Ndrangheta, la menos estudiada incluso en Italia, la más reservada– está entre nosotrxs y que tiene el poder material y político para volver a conducir este país; que está en condiciones de volver a disputarlo. La disputa se escenifica este año en las elecciones de medio término bajo el signo de “Juntos”, enunciado que borra una de las consignas más sofisticadas del macrismo: “el Cambio”. En las palabras está la memoria de las cosas y si el Cambio se borra de nuestras conversaciones políticas y del devenir de la identidad política de la derecha, se borra la memoria de los descalabros de Cambiemos. No podemos permitirlo: Mauricio es Macri, Jorge es Macri, Rodríguez Larreta es Macri (pues heredó la estructura de poder de Capital Federal). Y Juntos es Cambiemos.

La mafia –la ‘Ndrangheta– tiene raíces profundas en la Argentina pero nuestro país no cuenta con una estructura cultural ni jurídica antimafia que permita comprender y luchar contra lo que significó el gobierno de la Alianza Cambiemos –en cuya herencia, en el presente nacional, se cuelan antiguas amenazas–, fenómeno que la politología nacional, enamorada de los fragmentos, los recuerdos oscuros y los pliegues, interpela con categorías desvalidas, insuficientes (menos en sí mismas que en relación con el fenómeno que pretenden explicar), como neoliberalismo, derecha neoliberal o derecha democrática y redes sociológicas que le son más o menos afines. “El ave de Minerva levanta vuelo al anochecer”, vieja frase del igualmente viejo Hegel: alude al movimiento rezagado de los conceptos, de las categorías teóricas con las que pensamos, enquistadas en una lengua pública, en relación con los hechos de la vida política y social. Hechos que suelen ser madrugadores. [...]

El crimen organizado estatalizado entre 2015 y 2019 le lleva una ventaja muy amplia a la democracia argentina, a sus formas del vivir en común, a sus leyes y sus reconocimientos colectivos. Es preciso aumentar nuestro volumen de conocimiento y conciencia, sensibilidad y atención sobre los fenómenos mafiosos para identificar los ámbitos, los sectores, los intereses y las terminaciones nerviosas sensibles que tocan: institucional, económica, política y socialmente. Necesitamos (en el sentido griego del anankaion aristotélico: inevitable) crear herramientas eficaces para identificar las formas de (i)legalidad mafiosa en la Argentina.

¿Y por qué no las identificamos? Ya en el declive de estas reflexiones quiero aventurar una conjetura sobre la que deberemos volver con la insistencia de una obsesión. ¿Cuándo se vuelve invisible una conducta? Toda conducta que se normaliza (se hace norma) en un ambiente cultural dominante se vuelve invisible. Un ejemplo: en uno de los tantos dialectos rurales calabreses la palabra “campesino” no existe. El sujeto campesino no necesita nombrarse a sí mismo porque vive inmerso en la cultura campesina, su vida transcurre en esa red de sentidos. Es un ambiente cultural dominante en el que lo que es no precisa ser nombrado y si no es nombrado, se vuelve invisible. Porque es. En la Argentina la conducta mafiosa (‘ndranghetista) es invisible porque se ha normalizado en un ambiente cultural dominantemente mafioso; y tal vez por eso mismo sea tan exiguamente estudiada. Además, en nuestro país la palabra mafia ha perdido un anclaje con la realidad política y social, y con la historia. Esa palabra y su relación con el referente real se han estereotipado. Por eso mismo es posible decir una frase como “la mafia de los tacheros”, que nada tiene que ver ni con la mafia ni con lxs taxistas puesto que estxs no configuran una estructura criminal organizada. Los estereotipos distorsionan las percepciones, dan lugar a decisiones basadas en creencias preconcebidas y mitos, en vez de hechos. Y esos mismos estereotipos nos hacen interpretar erróneamente los fenómenos que se producen en nuestra realidad social y cultural.

Por eso mismo es preciso dotar a la Argentina de una nueva disciplina conceptual-militante que, a falta de categoría mejor, podría nombrarse hipotéticamente filosofía antimafia, que deberá ser capaz de fomentar la creación de una lengua en estado de diálogo con un movimiento social antimafia que logre estimular también una cultura de lucha contra las mafias. Un pensamiento de la antiviolencia. Una disciplina necesaria (inevitable) en su aspecto de formación de la sensibilidad. Comenzar a articularla a través de figuras y discursos es comenzar a construir desde el fondo (desde el detrás de escena) una disciplina que aporte a un verdadero proyecto de escena democrática (en tanto poder del pueblo). Hay utopías que aún conforman el horizonte de la creación y de la crítica: la garantía de una cultura diferente. Esa filosofía antimafia es por ahora la búsqueda de los nombres sin nombre que en algún momento de nuestra historia colectiva terminarán configurándola.

 

Coda

Desde 2003, el PRO, luego Alianza Cambiemos, posteriormente Juntos por el Cambio, ahora Juntos, leves transformaciones nominales que dicen lo mismo, nombra un espacio de poder que hace política como si fuera un negocio personal y de su clase, y en vez de salvaguardar los intereses del pueblo mira los intereses de una parte. Se trata de la fuerza política que considera el bien común como bien de pocxs. Es fuerza de trueque: transforma la solidaridad en odio, la compasión en burla, el amor en indiferencia, la libertad en lo que en realidad es su negación. Y al otrx, en enemigo destinatarix de violencia (judicial, mediática, política, social: cultural en definitiva) para infundirle miedo y temores. Y lo hace sin ninguna vergüenza ni miramientos. Ni 100.000 muertes producidas por el coronavirus han conmovido por un instante a esa fuerza política con sus reverberaciones sociales. Cambiemos es Juntos, es la fuerza política que reactualiza la campaña del desierto, la ley Sáenz Peña, las persecuciones a lxs anarquistas, la Década Infame, la Libertadora, la destrucción de símbolos comunes y populares, el onganiato, la desaparición de 30.000 militantxs, los exilios forzados, el neoliberalismo de los ‘90 –por no mencionar sino desordenadamente algunos momentos lúgubres de la historia nacional–. A todos esos emergentes los potencia con su cultura mafiosa. Fuerza sin humanidad, sin alma, sin corazón. Fuerza de la libertad individual expresada alrededor del Obelisco a lo largo del cuarenténico 2020: del “sólo yo existo” y “primero nosotros”, agitados junto con banderas argentinas, en una América Latina atravesada por constantes flujos migratorios y en un mundo globalizado. Esta derecha ni es sensata ni es una fuerza con la cual se puede acordar nada, porque la mafia (que potencia el capitalismo digital y las formas oligárquicas) está acostumbrada a aplicar violencia para condicionar la vitalidad social y las políticas populares. A la derecha mafiosa argentina es necesario contrarrestarla desde el campo popular. No darle respiro. No darle respiro, además del ejercicio militante, implica una imprescindible reforma judicial que codifique en la ley los delitos de mafia, la asociación mafiosa o el hecho mafioso, en términos generales, además del lawfare. Pues la impunidad de los delitos de la mafia y la actividad desenfrenada de la asociación mafiosa cifran un mensaje: toda vez que la razón mafiosa es tolerada, esa indulgencia favorece su perpetuación, la aceptación social del fenómeno y finalmente la destrucción de lo que más deberíamos cuidar: la política en su declinación popular.

 

 

 

 

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