La ficción del capital humano

El adormecimiento neoliberal de la noción de explotación

 

La pandemia agudizó un debate respecto de la economía y la sociedad que ya se había instalado previamente. Los cambios en los métodos de producción y la revolución tecnológica de la informática y de la robotización y automatización de procesos productivos, junto a la diferenciación de productos y el reemplazo de la producción fordista por nuevas formas afines con la diversificación de la oferta y la segmentación de la demanda, fueron las condiciones del desarrollo de las fuerzas productivas que acompañaron el fin de época de la sociedad de pleno empleo.

Pero también fueron los cambios en las relaciones sociales los que determinaron que ese proceso se consumara. Fue la contrarrevolución conservadora la que debilitó las estructuras sindicales, el carácter colectivo de las negociaciones de los regímenes de trabajo y las condiciones salariales, que devinieron en un aumento de las rentas y ganancias de la propiedad frente al nivel de los sueldos. La caída de la participación de estos en el ingreso no sólo se debió a su descenso relativo, sino también a la caída de la masa salarial por los cambios en las funciones de producción.

Estos cambios del patrón de producción y de las relaciones de clase determinaron una transformación en el tipo de capitalismo hegemónico, que provocó la exclusión social y la marginación del proceso productivo formal de un gran sector de la población, vulnerabilizado y colocado en condiciones de pobreza e indigencia crecientes.

 

 

El sujeto de la autoinversión

Los cambios provocados por las transformaciones neoliberales no sólo se visualizaron en la economía y en la sociedad sino en el moldeo de un sujeto específico de este tiempo del capitalismo. Wendy Brown se pregunta en El pueblo sin atributos (Malpaso, 2015): “¿La vida económica se define, fundamentalmente, como afirmaba Smith, mediante la división del trabajo y el intercambio o, como Marx considera, a través de relaciones de clase del capital y el trabajo? ¿Es, como lo era para Ricardo, una operación de distribución? (...) ¿O echa sus raíces, como insistía Keynes, en el problema del empleo y la eficiencia marginal del capital? ¿O como argumentarían los macroeconomistas posteriores, un vasto mecanismo de dinamismo e integración social? ¿O la vida económica se define mejor, como afirman varios neoliberalismos, como un mercado de entidades en competencia, grandes o pequeñas? Las formas particulares en que la economía se construye y concibe (…) determinan cómo se moldean los sujetos en su interior, por ejemplo, como mano de obra y poder laboral, como mercancías o criaturas del intercambio, como consumidores, clientes, empresarios o capital humano de autoinversión”. Esta última condición de de(formación) del sujeto resulta en una característica de adición a la condición alienada de hombre de la sociedad mercantil, alienación iniciada por la separación de las actividades de producción y consumo, ahora completada por un cambio lingüístico en donde un (no) factor productivo es asumido como el único factor productivo. La sustitución de la idea de mano de obra o mercancía fuerza de trabajo por la de capital humano de autoinversión, vela completamente la idea de trabajo, factor fundamental del proceso de producción. Lo hace mediante la fetichización de una relación social (el capital), convertida en la fuente única de valor y riqueza. En la concepción marxiana este fenómeno podría ser caracterizado como la cumbre de la falsa conciencia.

Los neoliberales han penetrado con sus palabras para destruir o adormecer la noción de la injusticia y la explotación. Así promueven, entre los excluidos, la idea del emprendedurismo, muy presente en el discurso del poder durante la presidencia de Mauricio Macri en la Argentina. De esa forma, pretenden entusiasmar a los repartidores de comida a domicilio en bicicleta, haciéndolos asumir que ellos son libres autoinversores de su capital, libres de salarios, que cobran a destajo de acuerdo a su habilidad para maximizar “el uso de su capital”. Del mismo modo, llega ahora la idea de la “mochila” del despedido, dirigida a despojar a los trabajadores del derecho indemnizatorio, quienes cargarían consigo, como depositarios, montos que supuestamente reemplazarían las obligaciones empresariales.

Es la ilusión de un mundo sólo de capitalistas, magnates, grandes, medianos, chicos, muy chicos y diminutos. Todos son capital, un modo de nombrar las cosas en una sociedad donde la injusticia crece. Se hacen brotar palabras, mientras se escatiman otras, un dispositivo para desarmar la evidencia de los antagonismos y las luchas necesarias para combatirlos. Hasta las tradicionales gerencias de personal fueron modificando su nombre, primero por el de “Recursos Humanos” y luego por el de “Capital Humano”. Wendy Brown no cree, sin embargo, que el interés capture adecuadamente la subjetividad del sujeto neoliberal contemporáneo. Supone que ese sujeto está completamente capturado y profundamente integrado con la meta del crecimiento macroeconómico, que lo hace capaz de sacrificar fácilmente su bienestar en pos de supuestos propósitos mayores.

 

 

Desigualdad, injusticia y mentira

La exclusión y las condiciones de desempleo estructural generados por el neoliberalismo no sólo tienden a justificarse por su beneficiario –el gran capital concentrado, que combina beneficios con rentas–, sino que las modificaciones regresivas en la dinámica social y en las peculiaridades del sujeto que determinan llevan a los dueños del gran capital a impulsar medidas que profundicen las condiciones económicas y sociales del patrón del liberalismo neo.

La propuesta obstinada de la “flexibilización” laboral, que procura el debilitamiento aún mayor de los trabajadores frente al patronato, proclama la mentira de que disminuir los compromisos sociales empresariales y la protección de los derechos laborales promoverán la inversión privada, con resultados benéficos sobre el empleo. Esa flexibilización supone una fuerza trabajadora menos organizada, una jornada laboral asimilable a los ritmos de producción empresarial, con tendencia a la tolerancia para su extensión. También la ampliación de las modalidades de tercerización de tareas menos calificadas en empresas controladas por la que domina el centro del proceso productivo, unidades productivas en donde las condiciones laborales son más duras y precarias que las llevadas a cabo por la controlante. El rasgo que caracteriza esta lógica y proyecto de sociedad es que los beneficios en productividad que se describieron al principio, como resultado de los cambios metodológicos en la producción y la revolución tecnológica, sean apropiados íntegramente por el capital concentrado, cada vez más detentado por una minoría de grandes propietarios multimillonarios. Un retroceso social fenomenal.

 

 

La jornada de trabajo

El camino de la justicia social, de la dignidad de los sin propiedad, de los no capitalistas, de los trabajadores formalizados y precarios es inverso. Es la reconquista de derechos perdidos y la consecución de nuevos.

En lugar de “flexibilizar” el “capital humano”, la salida de la pandemia debe tener como una premisa la reinstalación de la propuesta de la reducción de la jornada de trabajo. Esa reducción responde a la justa reivindicación de socializar el aumento de la productividad de la economía y a que los beneficios del desarrollo de las fuerzas productivas sean capturados con un criterio de igualdad. Ese objetivo nunca puede ser garantizado por el mercado, que va en dirección opuesta a su logro. La democracia, el gobierno de la ciudadanía, debe ser la garantía de ese justo derecho.

Tanto el secretario de la CTA de los trabajadores y diputado nacional del Frente de Todos, Hugo Yasky, como uno de los líderes de la Corriente Federal de los Trabajadores, Sergio Palazzo, están impulsando la reducción de jornada de trabajo máxima semanal de 48 a 40 horas. Esta reducción iniciaría un camino de recuperación de derechos, al permitir la disminución de los accidentes de trabajo y posibilitar que se compartan las tareas de cuidado entre hombre y mujer en los hogares, dice Yasky. También permitirá que parte del trabajo de los asalariados formalizados sea suplantado por el de otros hoy desempleados. El camino hacia el crecimiento del empleo y la inclusión social es la reducción creciente de la jornada de trabajo hasta alcanzar un límite que permita arribar a niveles de pleno empleo.

 

Hugo Yasky, autor del proyecto de ley para reducir la jornada laboral.

 

 

La lógica del desarrollo incluye el crecimiento de la actividad, la mejora de la productividad y el descenso de la jornada laboral. Un camino opuesto a las políticas de ajuste, flexibilización laboral, reprimarización exportadora y financiarización pregonadas por el mainstream y promovidas por el FMI y los organismos multilaterales de crédito.

Daniel Funes de Rioja, nuevo presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA) y titular de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (COPAL), cuyas empresas conforman parte de la cadena agroindustrial, rechaza la reducción de la jornada y reclama que esa medida sería analizable si se rebajaran, proporcionalmente, los ingresos de los trabajadores. Así, podría aumentar el empleo, pero manteniendo la apropiación de los beneficios de los cambios de productividad inalteradamente en manos del empresariado concentrado.

Esta disputa que reinstala la lucha por la extensión de la jornada de trabajo, una de las más clásicas del capitalismo, permite desarmar el dispositivo neoliberal construido bajo la consigna “todos somos capital”, o el concepto de falsa conciencia “todos somos empresarios que nos autoinvertimos”. De la pandemia se sale con más humanismo y justicia o con la profundización neoliberal. No igual que antes. No hay normalización como retorno. Avance o retroceso.

 

 

Las pymes y las condiciones para su desarrollo

La lógica del discurso neoliberal ha también buscado el sendero para permear las ideas de los empresarios pyme. El planteo de flexibilizar las condiciones de trabajo y de reemplazar los despidos por la “mochilita” de ahorros para llevar consigo de un empleo a otro, se predica como necesidad de las pymes para reducir sus costos.

Sin embargo, el problema que afrontan las pequeñas y medianas empresas es la ausencia de demanda efectiva por los bajos salarios que deprimen el consumo, que es el 75% de la demanda agregada. Enfrentan, además, la herencia del deterioro de la rentabilidad por las subas tarifarias practicadas por el gobierno de Cambiemos que las agobiaron. También las consecuencias de la falta de políticas crediticias específicas que sufrieron durante muchos años y los prohibitivos costos del crédito durante los períodos neoliberales. Además, padecen las restricciones que imponen a una correcta atención crediticia como consecuencia del ineficiente, regresivo y burocrático régimen regulatorio de Basilea que la financiarización logró expandir por todo el mundo. El discurso de los grandes empresarios, de los banqueros y sus economistas orgánicos machaca con planteos que pretenden usar a las pymes como escudo protector de las propuestas que los benefician a ellos y no a los pequeños y medianos empresarios.

También existen razones estructurales que perjudican a las pymes, a la vez que son determinantes de la tasa de inflación, y que tienen orígenes muy diferentes a los vulgares planteos monetaristas y “neokeynesianos” que la adjudican a la emisión monetaria o al exceso de demanda.

Dicen Eduardo Basualdo, Pablo Manzanelli y Daniela Calvo en Los grupos económicos locales durante el siglo XX y las dos primeras décadas del siglo XXI (FLACSO, 2020) que “la integración vertical y la conglomeración son las formas básicas que definen la estructura de los grupos económicos, quienes al controlar los núcleos técnicos y económicos de los bloques sectoriales detentan notables ventajas sobre el resto de las empresas en general, y aún sobre grandes firmas oligopólicas independientes, para determinar los precios del todo el bloque sectorial. Así, una vez avanzado en la figura jurídica de esta unidad económica, uno de los aspectos principales que debería regularse es la formación de precios y la identificación de posibles prácticas desleales (con su correspondiente penalización), procurando evitar que al ser protagonistas relevantes de los procesos inflacionarios no obtengan sistemáticamente ganancias extraordinarias mediante esos medios. Asimismo, la regulación debería poner el foco en las empresas holdings, que son las que definen los precios relativos y la circulación y valorización financiera del excedente dentro y fuera de las firmas controladas del grupo”.

Así, el proceso de formación de precios, bajo la dinámica de la inflación, permite que sus grandes formadores dominen el discurrir de los precios relativos, perjudicando a las pequeñas y medianas empresas. Se observa cómo aparece una nueva mentira de la consigna “todos somos capital” o del concepto de que “nos autoinvertimos en libertad”. En el neoliberalismo hay capitales de distinto orden y el gran capital se concentra a costa del empeoramiento de las pymes, mientras las hace aparecer como iguales para someterlas a su dirección en la UIA, bajo la cual enuncia programas de falsas soluciones para sus problemas.

 

 

Democracia y mercado

La reducción de la jornada de trabajo, la recuperación de los salarios, una mejor distribución de la riqueza y un sendero de recuperación de las pymes es una tarea del Estado democrático. Este Estado debe realizar las correcciones e intervenciones como ente que actúa como ejecutor de la voluntad ciudadana que le da sentido a su existencia. Se debe atender a lo manifestado por la autora de Un pueblo sin atributos: “Al dejar que los mercados decidan nuestro presente y nuestro futuro, el neoliberalismo abandona por completo el proyecto de dominio individual o colectivo de la existencia. La solución neoliberal a los problemas siempre es más mercados, mercados más completos, mercados más perfectos, mayor financiarización, nuevas tecnologías, nuevas maneras de monetizar. Cualquier cosa excepto la toma humana de decisiones colaborativas y contestatarias, el control de las condiciones de existencia, la planeación para el futuro”. Es como el reino del mercado en la sociedad construye la muerte de la democracia y la agudización sin fin de la desigualdad, mientras fortalece un destino donde el futuro lo decide un puñado de oligarcas.

 

 

 

 

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